Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm
Hay muchas cosas que hacer hoy en casa de Elí. Siervos y siervos que van y vienen, y, entre ellos – granujilla feliz -, el pequeño Eliseo. Aparecen dos personajes pomposos, y luego otros dos más; reconozco a los dos primeros: son los que habían ido con Elí a casa de Mateo. A los otros dos no los conozco, pero sí oigo sus nombres: Samuel y Joaquín. El último en llegar es Jesús, que viene con Judas Iscariote.
Grandes saludos recíprocos y luego la pregunta:
-¿Sólo con éste? ¿Y los otros?
-Están en la campiña. Regresan a la noche.
-Lo siento. Creía que fuera… Ayer por la tarde te invité sólo a ti, pero en ti estaban comprendidos todos los tuyos. Ahora me viene el temor de que se hayan sentido ofendidos, o… o que se desdeñen de venir a mi casa… por animosidades del pasado, claro». (El anciano ríe).
-¡No, no! Mis discípulos no conocen susceptibilidades de orgullo ni rencores incurables.
-¡Claro, claro! Muy bien. Entremos pues.
El consabido ceremonial de purificaciones para luego ir hacia la sala del convite, que da al vasto patio en que las primeras rosas ponen ya una nota alegre.
Jesús acaricia al pequeño Eliseo, que está jugando en el patio y que del pasado peligro no tiene sino cuatro señales rojas en la manita. Ya no le queda ni siquiera el recuerdo del miedo pasado; sí se acuerda, eso sí, de Jesús, y quiere besarlo y que Jesús lo bese, con la espontaneidad de los niños; le habla entre su pelo, circundando con sus bracitos el cuello de Jesús, confiándole que cuando sea mayor irá con Él; y pregunta:
-¿Me aceptas?
-Yo acepto a todos. Sé bueno y vendrás conmigo.
El niño se va dando brincos.
Se sientan a la mesa. Elí quiere ser tan perfecto, que pone a su lado a Jesús y al otro lado a Judas, el cual se encuentra así entre Elí y Simón, como Jesús entre Elí y Urías.
Empieza la comida. A1 principio, temas de conversación un tanto vagos; luego, más interesantes; y, dado que las heridas duelen y las cadenas pesan, sale la eterna cuestión de la esclavitud de Palestina respecto a Roma. No sé si es fingimiento, no sé si hay mala intención o no, lo que sí sé es que los cinco fariseos se quejan de nuevos atropellos – que catalogan de sacrílegos – por parte de los romanos, y que quieren interesar a Jesús en la discusión.
-¿Comprendes? ¿Quieren conocer con todo detalle nuestras ganancias! Y, como han visto que nos reunimos en las sinagogas para hablar de esto y de ellos, pues amenazan con entrar en ellas sin respeto. ¡Temo que un buen día entren incluso en las casas de los sacerdotes! – grita Joaquín.
-¿Y Tú qué dices? ¿No te disgusta?» pregunta Elí.
Jesús, interpelado directamente, responde:
-Como israelita, sí; como hombre, no.
-¿Por qué esta distinción? No comprendo. ¿Eres dos en uno?
-No. Pero en mí se dan la carne y la sangre, lo animal en pocas palabras, y el espíritu. El espíritu de israelita deferente para con la Ley se resiente por estas profanaciones, mas la carne y la sangre no, porque no tengo el aguijón que os punza a vosotros.
-¿Cuál?
-El interés. Decís que os reunís en las sinagogas para hablar también de negocios sin temor a oídos indiscretos, y teméis no poder seguir haciéndolo – y, por tanto, no poder esconderle al fisco ni una miaja, con lo cual la tasación estaría en proporción exacta al haber -. Yo no poseo nada. Vivo de la bondad del prójimo y amando al prójimo. No tengo objetos de oro, ni campos ni viñas ni casas, aparte de la casita materna de Nazaret, que es tan pequeña y pobre, que el fisco ni la considera. Por eso no me punza el temor a ser descubierto en declaración mendaz, ni a que tasen mis bienes y me castiguen. Sólo poseo la Palabra que Dios me ha dado y que Yo doy, y ésta es una cosa tan alta, que en manera alguna puede verse afectada por el hombre.
-Pero, si estuvieras en nuestro lugar, ¿cómo te comportarías?
-Mirad, no os lo toméis a mal si os digo claramente lo que pienso, que es muy distinto de lo que pensáis vosotros. En verdad os digo que Yo actuaría de distinta forma.
-¿Cómo?
-Sin lesionar la santa verdad, que es siempre una sublime virtud, aunque se aplique a cosas tan humanas como son los impuestos.
-¿Y entonces? ¡Y entonces? ¡Nos desollarían! ¿No te das cuenta de que tenemos mucho y de que deberíamos dar
mucho?
-Vosotros lo habéis dicho: Dios os ha concedido mucho; en proporción, mucho debéis dar. ¿Por qué actuar mal – como por desgracia sucede -, tanto que al final sea el pobre quien reciba tasación desproporcionada? La verdad es que sabemos que en Israel hay muchos impuestos injustos, impuestos nuestros y que son para beneficio de los grandes, que ya tienen mucho, y para desesperación de los pobres que deben pagarlos, estrujándose hasta pasar incluso hambre. La caridad para con el prójimo no aconseja esto. Nosotros israelitas deberíamos preocuparnos porque nuestras espaldas soportasen el peso de1 pobre.
-¡Hablas así porque eres pobre!
-No, Urías; hablo así porque es lo justo. ¿Por qué Roma igualmente nos ha podido -y sigue pudiendo – esquilmar de esta manera? Porque hemos pecado y porque los rencores nos dividen (el rico odia al pobre y el pobre al rico), y porque no hay justicia y el enemigo se aprovecha de ello para subyugarnos.
-Has hecho alusión a más de un motivo… ¿Cuáles otros?
-Yo no iría contra la verdad alterando el carácter del local consagrado al culto, haciendo de él un seguro refugio de cosas humanas.
-Nos estás censurando.
-No. Estoy respondiendo. Escuchad más bien vuestra conciencia. Sois maestros, por tanto…
-Pienso que ya sería hora de sublevarse, de rebelarse, de castigar al invasor y restablecer nuestro reinado. -¡Cierto! ¡Cierto! Tienes razón, Simón. Pero aquí está el Mesías; debe hacerlo Él- responde Elí.
-Pero el Mesías, por ahora – perdona, Jesús – es sólo Bondad; anima a todo excepto a la insurrección. Actuaremos nosotros y…
-Simón, escucha. Piensa en el libro de los Reyes. Saúl estaba en Guilgal; los filisteos en Mikmás; el pueblo tenía miedo, se desbandaba; el profeta Samuel no venía. Saúl quiso adelantarse al siervo de Dios y ofreció por su cuenta el sacrificio. Piensa en la respuesta que Samuel, que se presentó al improviso, dio al imprudente rey Saúl: «Te has comportado neciamente, no has observado las órdenes que el Señor te había dado. Si no hubieses hecho esto, ahora el Señor habría establecido para siempre tu reinado en Israel. Sin embargo, ahora tu reino no perdurará». Una acción intempestiva y soberbia no benefició ni al rey ni al pueblo. Dios sabe la hora, no el hombre; Dios conoce los medios, el hombre no. Dejad actuar a Dios, mereciendo su ayuda con una conducta santa. Mi Reino no es ni de rebelión ni de brutalidad, pero se establecerá; no será para pocos, será universal. Dichosos los que a él se agreguen – no inducidos a error por mi apariencia humilde según el espíritu terreno -y me sientan el Salvador. No temáis. Seré Rey, el Rey nacido de Israel, el que ha de extender su Reino sobre toda la Humanidad. Vosotros, maestros de Israel, no interpretéis mal mis palabras, ni las de los Profetas que me anunciaron. Ningún reino humano, por muy poderoso que sea, es ni universal ni eterno. Los Profetas dicen que el mío tendrá estas características. Que esto os dé luz acerca de la verdad y espiritualidad de mi Reino. Ahora os dejo. De todas formas quisiera pedirle una cosa a Elí. Aquí está tu bolsa. Simón de Jonás tiene alojada a una pobre gente proveniente de los más distintos lugares. Ven conmigo para darles el óbolo del amor. La paz sea con todos vosotros.
-No te marches todavía – le ruegan los fariseos.
-Debo hacerlo; hay enfermos de la carne y del corazón que esperan consuelo. Mañana iré lejos. No quiero que ninguno me vea partir y se sienta desilusionado.
-Maestro, soy viejo y estoy ya cansado. Ve Tú en nombre mío. Llevas contigo a Judas de Simón. Lo conocemos bien… Haz como mejor creas. Que Dios te acompañe.
Jesús sale con Judas, el cual, en cuanto ponen pie en la plaza, dice:
-¡Vieja víbora! ¿Qué habrá querido decir?
-¡Pero hombre no te preocupes! O, mejor aún, piensa que ha querido alabarte.
-¡Imposible, Maestro! Esas bocas jamás alaban a quien hace el bien; quiero decir que nunca elogian con sinceridad. ¿Y respecto a no venir?… Es porque siente repugnancia de los pobres y tiene miedo a que lo maldigan. Efectivamente, ha atormentado mucho a los pobres de esta zona; lo puedo jurar sin temor. Por eso…
-Tranquilo, Judas, tranquilo. Déjale a Dios que juzgue.