Segunda lección a los discípulos en Nazaret, junto a la casa
Jesús ha llevado a los suyos a la sombra de un enorme nogal, que pende desde donde está – elevado respecto al huerto de María – hasta el mismo huerto. Jesús continúa instruyéndolos. El día está borrascoso, se avecina una tormenta; quizás por eso Jesús no se ha alejado mucho de la casa. María va y viene de la casa al huerto y del huerto a la casa, y cada vez que lo hace alza la cabeza y sonríe a su Jesús, que está sentado en la hierba, junto al tronco, rodeado de discípulos. Jesús dice: -Ayer os anuncié que lo que había provocado una palabra imprudente habría servido de lección hoy. La lección es ésta: Tened por seguro – y sea regla en vuestro actuar – que nada de cuanto está escondido permanece siempre oculto. O Dios se ocupa de dar a conocer las obras de un hijo suyo a través de sus signos milagrosos, o a través de las palabras de los justos que reconocen los méritos de un hermano; o es Satanás quien, a través de la boca de un imprudente – no quiero decir más -, revela lo que los buenos, para no incitar a la anticaridad, han preferido callar, o altera las verdades, creando así confusión en los pensamientos. Por tanto, siempre llega el momento en que lo oculto se da a conocer. Tened, pues, siempre esto presente en vuestro pensamiento. Sea para vosotros freno respecto al mal, sin que por otro lado os sintáis incitados a proclamar el bien que realizáis. ¡Cuántas veces uno actúa por bondad, verdadera bondad, pero humana! Y, siendo humana su actuación, o sea, de no perfecta intención, desea que los hombres la conozcan, y rabia y se amarga viendo que pasa desapercibida, y estudia la forma de manifestarla. No, amigos; así no. Haced el bien y dádselo al Señor eterno. Él sabrá darlo a conocer también a los hombres, si es bueno para vosotros. Si, por el contrario, ello pudiera anular bajo un reflujo de complacencia de orgullo, vuestro comportamiento justo, entonces el Padre lo mantendrá secreto, reservándose el daros en el Cielo la gloria correspondiente, en presencia de toda la Corte celeste. Quien vea un acto jamás juzgue por las apariencias. No acuséis nunca a nadie, porque las acciones de los hombres pueden en ocasiones presentar feo aspecto y celar otros motivos. Un padre, por ejemplo puede decirle a un hijo suyo ocioso y entregado a la crápula: «Vete”, y ello puede parecer crueldad e incumplimiento de los deberes paternos; pero no siempre lo es. Su «vete» está sazonado con un llanto amarguísimo (más del padre que del hijo); a su «vete» le acompañan las palabras «volverás cuando te hayas arrepentido de tu ociosidad» y el voto de que se cumplan. Por otra parte, es un acto de justicia hacia los otros hijos, porque impide que un crapuloso consuma en vicios no sólo lo suyo, sino también lo de los demás. Malo será, en cambio, si esa palabra la dice un padre que se encuentre en culpa respecto a Dios y respecto a la prole, porque en su egoísmo se juzgará a sí mismo superior a Dios y considerará que su derecho se extiende también al espíritu de su hijo. No. El espíritu es de Dios, y ni siquiera Dios violenta la libertad del espíritu a donarse o no donarse. Para el mundo parecen iguales estos actos, y, sin embargo, ¡qué distintos son el uno del otro! El primero es justicia, el segundo es arbitrio culpable. Por tanto, no juzguéis nunca a nadie. Ayer Pedro le dijo a Judas: «¿Qué maestro has tenido?». Que no vuelva a decirlo. Que nadie eche la culpa a los otros de lo que ve en uno o en sí mismo. Los maestros tienen una misma palabra para todos los escolares. ¿Por qué, entonces, diez escolares resultan justos y diez malvados? Porque cada uno añade por su parte lo que tiene en el corazón, y ello pesa hacia el bien o hacia el mal. ¿Cómo es posible, entonces, acusar al maestro de haber enseñado mal porque el bien que ha inculcado quede anulado por el exceso de mal que reina en un corazón determinado? El primer factor de éxito está en vosotros. El maestro trabaja vuestro yo. Pero si vosotros no sois susceptibles de mejora, ¿qué puede hacer el maestro? ¿Qué soy Yo? En verdad os digo que no habrá maestro más sabio, paciente y perfecto que Yo. Y, no obstante, incluso de alguno de los míos se dirá: «Pero, ¿quién fue su maestro?». No os dejéis vencer nunca, al juzgar, por motivos personales. Ayer Judas, amando su tierra más de lo justo, estimó que en mí había injusticia hacia ella. Frecuentemente el hombre subyace bajo estos elementos imponderables que son el amor patrio o el amor a una idea, y se desvía, como alción desorientado, de su meta. La meta es Dios. Ver todo en Dios para ver bien. No ponerse a sí mismo, no poner ninguna cosa por encima de Dios. Y si uno realmente se equivoca… ¡Pedro!, ¡todos!, no seáis intransigentes. El error que tanto os fastidia, cometido por uno de vosotros, ¿realmente no lo habéis cometido nunca vosotros? ¿Estáis seguros? Y, aun admitiendo que no lo hayáis cometido nunca, ¿qué habréis de hacer? Pues agradecérselo a Dios. Nada más. Y velar. Vigilar mucho. Continuamente. Para no caer mañana en lo que hasta hoy ha podido ser evitado. ¿Veis? El cielo está nublado porque el granizo está próximo. Nosotros, escrutando el cielo, hemos dicho: «No nos alejemos de casa». Ahora bien, ¿por qué no sabemos juzgar dónde puede haber peligro para el alma?, si sabemos juzgar así respecto a las cosas que, a pesar de ser peligrosas, no son nada en relación a los peligros que hay, pecando, de perder la amistad de Dios. Mirad: ved allí a mi Madre. ¿Podéis pensar que en Ella haya tendencia alguna al mal? Pues bien, dado que el amor la impulsa a seguirme, dejará su casa cuando mi amor lo desee. Pero esta mañana después de habérmelo pedido una vez más – porque Ella, mi Maestra, me decía: «Que entre tus discípulos esté también tu Madre, Hijo: Yo quiero aprender tu doctrina»; Ella, que ya poseía esta doctrina su seno y antes aún en su espíritu, por don dado por Dios a la futura Madre de su Verbo Encarnado – Ella ha dicho: «No obstante… juzga, si puedo ir contigo sin la posibilidad de perder la unión con Dios; sin que eso que es mundo, y que Tú dices que penetra con sus hedores, pueda corromper este corazón mío que fue y es y quiere ser sólo de Dios. Yo me someto a examen y, por cuanto sé, me parece que puedo hacerlo, porque… (y en esto, sin saberlo, se ha procurado la más alta alabanza) porque no encuentro diferencia entre mi paz cándida cuando era una flor del Templo y esta que tengo en mí, ahora que desde hace más de seis lustros soy la mujer de casa. Pero yo soy indigna sierva que conoce mal, y juzga aún peor, las cosas del espíritu.-Tú eres el Verbo, la Sabiduría, la Luz, y puedes ser luz para tu pobre Mamá, que acepta el no volver a verte antes que ser no grata al Señor”…Y Yo le he tenido que decir, temblándome el corazón de admiración: «Mamá, Yo te lo digo, no serás corrompida por el mundo; antes bien, el mundo será embalsamado por ti». Mi Madre – lo acabáis de oír – ha sabido ver los peligros de vivir en el mundo, que son peligros también para Ella, también para Ella; Y vosotros, hombres, ¿pretendéis no verlos? ‘¡Ay!, Satanás verdaderamente está al acecho, y sólo los que vigilen resultarán vencedores. ¿Los demás? ¿Preguntáis acerca de los demás? Para los demás, lo que está escrito. -¿Qué está escrito, Maestro? -Y Caín se abalanzó sobre Abel y lo mató. Y el Señor le dijo a Caín ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho de él? El grito de su sangre llega hasta mí. Por tanto, serás maldito sobre la tierra que ha conocido el sabor de la sangre humana por mano de un hermano que ha abierto las venas a su hermano, y no cesará esta horrible hambre de la tierra de sangre humana. Y la tierra, envenenada por esta sangre será más estéril que una mujer seca por la edad. Y huirás, buscando paz y pan. Y no lo encontrarás. Tu remordimiento te hará ver sangre en cada flor y en cada tallo de hierba, en toda agua y alimento. El cielo te parecerá sangre, y sangre el mar. Del cielo, de la tierra, del mar, llegarán a ti tres voces: la de Dios, la del Inocente, la del Demonio; y, para no oírlas, te darás muerte»‘. -No habla así el Génesis – observa Pedro. No, el Génesis no; Yo lo digo, y no yerro. Lo digo para los nuevos Caínes de los nuevos Abeles, para quienes, por no vigilar respecto a sí mimos y al Enemigo, vendrán a ser una cosa con él». -Pero, entre nosotros, no habrá de esos, ¿no es cierto, Maestro? -Juan, cuando sea desgarrado el Velo del Templo, una gran verdad brillará escrita en toda Sión. ¿Cuál, mi Señor? Que los hijos de las tinieblas en vano han estado en contacto con la Luz. Recuérdalo, Juan. -¿Seré yo, Maestro, un hijo de las tinieblas? -No, tú no. Pero recuérdalo para explicar el Delito al mundo. -¿Qué delito, Señor? ¿El de Caín? -No. Ese es el primer acorde del himno de Satanás. Hablo del Delito perfecto, el inconcebible Delito, aquel que, para comprenderlo hay que mirarlo a través del sol del divino Amor y a través de la mente de Satanás; porque sólo el Amor perfecto y el perfecto Odio, solo el infinito Bien y el infinito Mal pueden explicar tal Donación y tal Pecado. ¿Oís? Parece como si Satanás estuviera oyendo y gritase de deseo de llevarlo a cabo. Vámonos, antes de que la nube rompa en relámpagos y granizo. Y bajan corriendo por la pendiente, saltando al huerto de María mientras la tormenta estalla vehemente.