Lázaro pone a disposición de Jesús una casita en el llano de Agua Especiosa
Jesús está subiendo por el empinado sendero que lleva al rellano sobre el que está edificada Betania. Esta vez no sigue la calzada principal. Ha tomado este camino más empinado y más rápido, que en dirección noroeste este y que está mucho menos transitado quizás por estar tan en pendiente. Sólo los que viajan con prisa hacen uso de él; o los que, teniendo manadas de ganado, prefieren no meterlas en el trajín de la calzada principal, o quienes, como Jesús hoy, prefieren pasar desapercibidos. Él sube delante, en vivaz conversación con el Zelote. Detrás, en grupo, van los primos de Jesús con Juan y Andrés; luego, otro grupo, formado por Santiago de Zebedeo, Mateo, Tomás y Felipe; los últimos, Bartolomé con Pedro y Judas Iscariote. Ganada la planicie, sobre la cual Betania le sonríe al sol de un día sereno de Noviembre, y desde la que, mirando hacia oriente, se ve el valle del Jordán y la via que viene de Jericó, Jesús da orden a Juan de ir a avisar a Lázaro de su llegada. Mientras Juan se marcha con paso rápido, Jesús prosigue con los suyos lentamente, siendo saludado a cada paso por personas del lugar. La primera que viene de la casa de Lázaro es una mujer que se prosterna diciendo: -Dichoso este día para la casa de mi señora. Ven. Maestro. Allí están Maximino y Lázaro ya en la puerta. También Maximino se acerca a Jesús. No sé con exactitud quién es Maximino. Tengo la impresión de que es o un pariente menos rico alojado en casa de los hijos de Teófilo, o un administrador de los importantes haberes de éstos; tratado como amigo, no obstante, por su mérito y por el largo tiempo de servicio en la casa. Quizás es hijo de algún administrador del padre que después ha permanecido en el puesto con los hijos de Teófilo. Es un poco más mayor que Lázaro, o sea, tendrá unos treinta y cinco años o poco más. -No esperábamos tenerte tan pronto – dice. -Pido alojamiento para una noche. -Si fuera para siempre nos harías felices. Están ya en el umbral de la puerta. Lázaro besa y abraza a Jesús y saluda a los discípulos. Luego, teniendo un brazo en torno a la cintura de Jesús, entra con Él en el jardín y se aísla de los demás. Lo primero que hace es preguntar: -¿A qué debo la alegría de tenerte conmigo? -A1 odio de los miembros del Sanedrín. -¿Te han procurado algún mal? ¿Algún otro mal? -No. Pero me lo quieren hacer, y no es la hora. Hasta que no haya arado toda Palestina y esparcido la semilla, no debo ser abatido.-También tienes que recoger tu cosecha, Maestro bueno; es justo que sea así. -Mi cosecha la recogerán mis amigos. Ellos pasarán la hoz donde he sembrado. Lázaro, he decidido alejarme de Jerusalén. Sé que no es solución, lo sé ya desde ahora; pero servirá al menos para poder evangelizar. En Sión se me niega incluso esto. -Te había enviado con Nicodemo el mensaje de que fueras a una de mis propiedades. Nadie osa violarlas. Podrías llevar a cabo tu ministerio sin molestias. ¡Oh, mi casa, la más dichosa de todas mis casas por santificarla Tú con tu enseñanza, con tu respiración! Dame alegría de serte útil, Maestro mío. -Ya ves que estoy dándotela ya; pero en Jerusalén no me puedo quedar. Mira, aunque a mí no me molestaran, sí lo harían con quienes fueran a verme. Voy hacia Efraím, entre este lugar y el Jordán. Evangelizaré y bautizaré allí como el Bautista. -En los campos de esa zona tengo una pequeña casa, pero se utiliza para guardar las herramientas de los trabajadores; algunas veces duermen en ella durante la corta del heno o la vendimia. Es mísera: simple techo apoyado en cuatro paredes; pero está en mis tierras, y se sabe… Pues bien, el hecho de saberlo hará de espantajo contra los chacales. Acepta, Señor. Mandaré a los siervos a prepararla… -No hace falta. Si en ella duermen tus campesinos, será suficiente también para nosotros. -No pondré riquezas. Sólo completaré el número de las camas, pobres como Tú deseas, y mandaré mantas, asientos, ánforas y copas. Lógicamente, tendréis que comer y que taparos, especialmente en estos meses de invierno. Déjame a mí. Ni siquiera lo haré yo. Aquí viene Marta. Posee la habilidad, práctica y solícita, de todos los cuidados familiares. Su lugar es la casa; su función, ser consuelo de los cuerpos y de los espíritus que están en la casa. ¡Ven, mi dulce y pura hospedera! ¿Ves? Incluso yo me he refugiado bajo su cuidado materno, en su parte de herencia. Así, no lloro demasiado ásperamente a mi madre. Marta, Jesús se retira al llano del Agua Especiosa. Lo único especioso que hay es el suelo fértil; la casa es un aprisco. Pero Él quiere una casa de pobres. Hay que proveerla de lo indispensable. ¡Dispónlo tú, que eres tan mañosa! – Lázaro besa la mano bellísima de su hermana, esa mano que se levanta acto seguido para acariciarlo con verdadero amor de madre. Luego Marta dice: -Parto en seguida. Me llevo conmigo a Maximino y a Marcela. Los hombres del carro ayudarán a aparejar. Bendíceme, Maestro; así, llevaré conmigo algo tuyo. -Sí, mi dulce hospedera. Te llamaré como te llama Lázaro. Te doy mi corazón para que lo lleves contigo, en el tuyo. -¿Sabes, Maestro, que hoy está por estos campos Isaac con Elías y los demás? Me han pedido pasto, abajo en la llanura, para estar un poco juntos, y lo he permitido. Hoy están de cambio de pastos. Los espero para la comida. -Me alegra. Les daré instrucciones… -Sí. Para podernos mantener en contacto. No obstante, alguna vez vendrás… -Vendré. He hablado ya de ello con Simón. Y, dado que no es justo que Yo invada tu casa con los discípulos, iré a casa de Simón… -No, Maestro. ¿Por qué este dolor? -No indagues, Lázaro; Yo sé que está bien así. -Pero entonces… -Entonces seguiré estando en tus propiedades. Lo que el mismo Simón ignora Yo lo sé. Aquel que quiso comprar, sin revelar su identidad y sin detenerse a estudiar las condiciones, con tal de estar cerca de Lázaro de Betania, era el hijo de Teófilo, el fiel amigo de Simón el Zelote y el gran amigo de Jesús de Nazaret. Aquel que duplicó la suma por Jonás y no gravó el patrimonio de Simón para proporcionarle a éste la alegría de poder hacer muchas cosas por el Maestro pobre y por los pobres del Maestro, aquél, es uno que tiene por nombre Lázaro. El que, discreto y atento, mueve, dirige, presta ayuda a todas las fuerzas buenas para ayudarme, aliviarme y protegerme, ése, es Lázaro de Betania. Yo lo sé. -¡Oh, no lo digas! ¡Creí actuar bien de ese modo, y en secreto! -Secreto, sí, para los hombres, pero no para mí; Yo leo en el corazón. ¿Quieres que te diga por qué tu ya de por sí natural bondad se impregna de perfección sobrenatural? Es porque pides don sobrenatural, pides la salvación de un alma y la santidad tuya y de Marta. Tú sientes que no basta con ser buenos según el mundo, sino que se requiere ser buenos según las leyes del espíritu, para obtener de Dios la gracia. Tú no has oído mis palabras, pero Yo he dicho: «Cuando hagáis el bien, hacedlo en secreto, y el Padre os dará una gran recompensa». Tú lo has hecho por un natural impulso a la humildad, y verdad te digo que el Padre te reserva una recompensa que ni siquiera puedes imaginar. -¿La redención de María? … -Eso, y más, más aún. -¿Qué es, Maestro, más imposible que esto? -Jesús lo mira y sonríe. Luego dice, con el tono de un salmo. «El Señor reina, y con Él sus santos. Con sus rayos de luz trenza una corona y sobre la cabeza de los santos la deposita. Para que eternamente resplandezca ante los ojos de Dios y del universo. ¿De qué metal está entretejida? ¿Con qué piedras preciosas decorada? Oro, oro purísimo es el círculo obtenido con el dúplice fuego del amor divino y del amor del hombre, cincelado por la voluntad, martillando, limando, cortando, afinando. Gran profusión de perlas, y esmeraldas más verdes que la hierba nacida en Abril, turquesas de color de cielo, ópalos de color luna, amatistas como violetas pudorosas, y, engarzados para toda la vida, diaspros y zafiros y jacintos y topacios. Y como broche de la obra un círculo de rubíes, un gran círculo sobre la frente gloriosa. Porque este hombre bendito ha tenido fe y esperanza, ha tenido mansedumbre y castidad, templanza y fortaleza, justicia y prudencia, misericordia sin medida, y en el fondo ha escrito con la sangre tu Nombre y la fe en mí, su amor en él por mí, y su nombre en el Cielo. ¡Exultad, oh justos del Señor! El hombre ignora, Dios ve. Él escribe en los libros eternos mis promesas y vuestras obras, y con ellas vuestros nombres, príncipes del siglo futuro, triunfadores eternos con el Cristo del Señor. Lázaro lo mira asombrado. Luego susurra: -¡Oh!… yo… no seré capaz… -¿Tú crees? – y Jesús coge una rama flexible de un sauce cuyas frondas penden sobre el sendero y dice: «Mira: como mi mano pliega fácilmente esta rama, el amor plegará tu alma y de ella hará una corona eterna. Es el amor el redentor individual. Quien ama empieza su redención. Su acabado lo cumplirá el Hijo del hombre. Todo concluye.