Donde el pastor Jonás, en la llanura de Esdrelón
Por un senderillo entre campos quemados – sólo rastrojos y grillos – Jesús camina entre Leví y Juan. Detrás, en grupo, van José, Judas y Simón. Es de noche y, sin embargo, no se siente refrigerio. La tierra es fuego que continúa ardiendo incluso después del incendio del día. El rocío no puede nada contra este asuramiento: tan fuerte es la llamarada que sale de los surcos y de las grietas del suelo, que creo que se seca incluso antes de tocar el suelo. Todos callan, agotados y sudados. Pero veo a Jesús sonreír. La noche está clara, a pesar de que la Luna menguante apenas si aparece ahora, al este, en el horizonte. -¿Crees que estará? – le pregunta Jesús a Leví. -Ciertamente estará. A estas alturas ya está recogida la cosecha y todavía no ha empezado la recolección de la fruta, por tanto, lo campesinos se dedican a vigilar viñedos y pomares contra los depredadores, y no se alejan, especialmente cuando los patrones son odiosos como el que tiene Jonás. Samaria está cerca y cuando esos renegados pueden… están siempre dispuestos a perjudicarnos a nosotros, los de Israel. ¿No saben que luego apalean a los siervos? Sí lo saben. Pero la cosa es que nos odian. -No guardes rencor, Leví – dice Jesús. -Pero verás cómo fue herido Jonás hace cinco años por culpa de ellos. Desde entonces hace la vida de noche porque se queda de guardia, porque la flagelación es un suplicio cruel… -¿Falta todavía mucho para llegar? -No, Maestro. ¿Ves allí, donde termina esta desolación y se vislumbra aquella mancha oscura? Allí están los pomares de Doras, el despiadado fariseo. Si me dejas, me adelanto para que Jonás pueda verme. -Ve. -¡Todos los fariseos son así, Señor mío? – pregunta Juan – ¡No querría estar a su servicio! Prefiero mi barca. -¿Es la barca la predilecta? – pregunta semiserio Jesús. -¡No, eres Tú! La barca lo era cuando aún no sabía que el Amor había venido a la Tierra – responde rápido Juan. Jesús ríe al ver esta vehemencia. -¿No sabías que sobre la Tierra había amor? Y entonces, ¿cómo naciste, si tu padre no amó a tu madre? – pregunta Jesús como en bromas. -Ese amor es hermoso, pero no me seduce. Tú eres mi amor, Tú eres el Amor sobre la Tierra para el pobre Juan. Jesús lo estrecha contra sí y dice: -Deseaba oírtelo decir. El Amor está ansioso de amor y el hombre da y dará siempre a su avidez imperceptibles gotas, como estas que caen del cielo, tan insignificantes que se consumen, mientras caen, en la ola de calor estival, como también las gotas de amor de los hombres se consumirán a mitad de camino, eliminadas por llamaradas de demasiadas cosas. El corazón seguirá destilándolas, pero los intereses, los amores, los negocios, la avidez… muchas, muchas cosas humanas las harán evaporarse. Y, ¿qué subirá a Jesús? ¡Oh, demasiado poco! Los restos. De entre todos los latidos humanos, los que queden, los latidos interesados de los humanos para pedir, pedir, pedir mientras la necesidad urge. Amarme por amor sin mezcla de otra cosa será propiedad de pocos: de los Juanes… Observa una espiga renacida. Es, quizás, una semilla caída durante la cosecha. Ha sabido nacer, resistir el sol, la sequía, crecer, desarrollar los primeros brotes, echar espiga… Mira: ya está formada. Sólo ella vive en estos campos asolados. Dentro de poco los granos maduros caerán al suelo rompiendo la lisa cascarilla que los tiene ligados al tallo, y serán caridad para los pajaritos, o, dando el ciento por uno, volverán a nacer una vez más y antes de que el invierno vuelva a traer el arado a los terrones, estarán de nuevo maduros y darán de comer a muchos pájaros, oprimidos por el hambre de las estaciones más tristes… ¿Ves, Juan mío, lo que puede hacer una semilla intrépida? Así serán los pocos que me amen por amor. Uno sólo servirá para el hambre de muchos, bastará uno para embellecer la zona en que lo único que hay – había – es la fealdad de la nada, uno sólo bastará para crear vida donde antes había muerte; a él se acercarán los hambrientos, comerán un grano de su laborioso amor y luego, egoístas y disipados, volarán. Pero incluso sin saberlo ellos ese grano depositará gérmenes vitales en su sangre, en su espíritu… y volverán… Y hoy, y mañana, y al otro, como decía Isaac, los corazones crecerán en el conocimiento del Amor. El tallo, desnudo, ya no será nada, un hilo de paja quemado, pero su sacrificio ¡cuánto bien producirá!, su sacrificio ¡cuánto será premiado! Jesús – que se había detenido un instante ante una lábil espiga nacida al borde del sendero, en una cuneta que en tiempos de lluvias quizás era un regato – prosigue su camino. Juan, mientras, lo escucha embelesado. Los otros, que van hablando entre sí, no se dan cuenta del dulce coloquio. Llegan al pomar, se detienen, y se reúnen todos. El calor es tal, que sudan a pesar de no llevar manto. Callan y esperan. De la parte más tupida, oscura, ahora apenas iluminada por la luna, se destaca la silueta clara de Leví, y, detrás, otra sombra más oscura. -Maestro, aquí está Jonás. -¡Recibe mi paz! – saluda Jesús, cuando aún Jonás no ha llegado donde Él. Pero Jonás no responde; se echa a correr y, llorando, se arroja a sus pies y los besa. Cuando puede hablar dice: -¡Cuánto te he esperado!, ¡cuánto! ¡Qué desconsuelo sentir la vida pasar, venir la muerte, y deber decir: «¡Y no lo he visto!»! Y, sin embargo, no, no toda la esperanza moría, ni siquiera una vez que estuve a las puertas de la muerte. Decía: «Ella lo dijo: `Vosotros aún le serviréis’, y Ella no puede haber dicho nada que no sea verdad. Es la Madre del Emmanuel; por tanto, ninguna tiene consigo a Dios más que Ella, y quien a Dios tiene conoce las cosas de Dios. -Álzate. Ella te saluda. Cerca de ti la has tenido y cerca la tienes; reside en Nazaret. -¡Tú! ¡Ella! ¿En Nazaret? ¡Oh, si lo hubiera sabido…! De noche, en los fríos meses del hielo, cuando duermen los campos y los malintencionados no pueden perjudicar a los cultivadores, habría ido corriendo a besaros los pies, y me habría vuelto con mi tesoro de certeza. ¿Por qué no te has manifestado, Señor? -Porque no era la hora. Ahora sí. Hay que saber esperar. Tú lo has dicho: «En los meses del hielo, cuando los campos duermen» -y ya han sido sembrados, ¿no es cierto? – Pues bien, Yo era también como el grano sembrado. Tú me habías visto en el momento de la siembra. Luego había desaparecido sepultado bajo un necesario silencio, para crecer y llegar al tiempo de la cosecha y resplandecer ante los ojos de quien me había visto Recién Nacido, y también ante los ojos del mundo. Ese tiempo ha llegado. Ahora el Recién Nacido preparado para ser Pan del mundo, y, en primer lugar, busco a mis fieles, y les digo: «Venid. Saciad vuestra hambre conmigo». El hombre lo escucha sonriendo dichoso, mientras, como para sí, « ¡Oh! ¡Es verdad, vives! ¡Eres Tú, es verdad! -¿Has estado a punto de morir? ¿Cuándo? -Cuando me azotaron a muerte porque me robaron los racimos de las cepas. ¡Mira cuántas heridas! – se baja la túnica y muestra los hombros del todo marcados por cicatrices irregulares – Con un azote de hierro me golpeó. Contó los racimos cogidos – se veía donde había sido arrancado el pedúnculo – y me dio un golpe por cada racimo. Luego me dejó allí medio muerto. Me socorrió María, la joven esposa de un compañero mío. Siempre me ha estimado. Su padre era el encargado antes de mí. Cuando vine aquí le tomé cariño a la niña porque se llamaba María. Me cuidó y me curé, aunque hicieron falta meses porque las llagas con el calor habían tomado un aspecto malísimo y daban fiebre fuerte. Dije al Dios de Israel: «No importa. Permíteme volver a ver a tu Mesías y no me importará este mal; tómalo como sacrificio. No puedo ofrecerte un sacrificio nunca. Soy siervo de un hombre cruel, Tú lo sabes. Ni siquiera durante la Pascua me permite ir a tu altar. Tómame a mí como hostia. ¡Pero, dame a Jesús! -Y el Altísimo ha satisfecho tu deseo. Jonás, ¿me quieres servir, como ya hacen tus compañeros? -¡Oh!, ¿cómo podré hacerlo? -Como lo hacen ellos. Leví sabe cómo. Te dirá lo simple que es servirme a mí. Quiero sólo tu buena voluntad. La buena voluntad te la he ofrecido incluso cuando, recién nacido llorabas. Por ella he superado todo, tanto los momentos de desolación como los odios. Es… que aquí se puede hablar poco. El patrón una vez me dio de patadas, porque yo insistía diciendo que Tú existías. Pero cuando él estaba lejos, y con quien podía fiarme, yo narraba el prodigio de aquella noche. —Pues entonces ahora narra el prodigio del encuentro conmigo. Os he encontrado a casi todos, y todos fieles; ¿no es esto un prodigio? Por el simple hecho de haberme contemplado con fe y amor os habéis hecho justos ante Dios y ante los hombres. -¡Oh, ahora sí que voy a tener un valor…, un valor…! Ahora sé que vives y puedo decir: «Está allí. ¡Id a Él!…». Pero ¿dónde, Señor mío? -Por todo Israel. Hasta Septiembre estaré en Galilea; frecuentemente en Nazaret o Cafarnaúm, allí se me podrá encontrar. Luego… estaré por todas partes; he venido a reunir a las ovejas de Israel. -¡Ay, Señor mío, te encontrarás muchas cabras! ¡Desconfía de los poderosos de Israel! -Si no es la hora, ningún mal me harán. Tú, a los muertos, a los que duermen, a los vivos, diles: «El Mesías está entre nosotros” -¿A los muertos, Señor? -A los muertos del espíritu. Los otros, los justos muertos en el Señor, ya exultan de gozo por la liberación del Limbo, que ya está cercana. Diles a los muertos que soy la Vida, diles a los que duermen que soy el Sol que sale y saca del sueño, diles a los vivos que soy la Verdad que ellos buscan. -¿Curas también a los enfermos? Leví me ha hablado de Isaac. ¿Sólo para él el milagro, porque es tu pastor, o para todos? -A los buenos, el milagro como justo premio; a los menos buenos, para impulsarlos a la verdadera bondad; a los malvados, también, en alguna ocasión, para removerlos de su estado y persuadirlos de que Yo soy y de que Dios está conmigo. El milagro es un don. El don es para los buenos. Pero, Aquel que es Misericordia y que ve la pesantez humana, no removible sino por un hecho extraordinario, recurre a esto también para poder decir: «He hecho todo con vosotros y de nada ha servido. Decid entonces vosotros mismos qué más os debo hacer». -Señor, ¿no te da repulsa entrar en mi casa? Si me aseguras que no vienen los ladrones a la propiedad, quisiera hospedarte, y llamar a los pocos que te conocen a través de mi palabra para reunirlos en torno a ti. El patrón nos ha doblegado y quebrado como a tallos despreciables. Sólo nos queda la esperanza de un premio eterno. Pero si Tú te manifiestas a los corazones oprimidos tendrán nuevo vigor. -Voy. No temas por los árboles ni por las viñas. ¿Puedes creer que los ángeles vigilarán fielmente en lugar de ti? -¡Oh! ¡Señor! Yo he visto a tus siervos celestes. Creo. Voy seguro contigo. ¡Benditos estos árboles y estas cepas que poseen viento y canción de alas y voces angélicas! ¡Bendito este sueño que santificas con tu pie! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Oíd, árboles y vides, oíd, terrones levantados por el arado: Aquel Nombre que os confié para paz mía, ahora se lo dirijo a Él! ¡Jesús está aquí! ¡Escuchad! ¡Por ramas y sarmientos discurra a borbotones la savia, el Mesías está con nosotros! Todo termina con estas palabras gozosas.