De Jericó a Betania. El encuentro con Marta, que habla de María
La plaza del mercado de Jericó, con sus árboles, con sus vendedores gritando… En un ángulo, Zaqueo, el recaudador, centrado en sus… extorsiones legales o ilegales; creo que se dedica también algo a la compraventa de joyas, pues veo que pesa y valora collares y objetos de metal noble en general; no sé si se los dan en vez de monedas por no poder pagar de otra forma los impuestos, o si se los venden por otras necesidades. Le toca el turno a una grácil mujer, toda cubierta por un manto de color pardo. Lleva el rostro también tapado con un paño de finísimo lino muy tupido, amarillento, que impide ver su cara. Sólo se nota la gracilidad del cuerpo, que se manifiesta tal a pesar de todo ese indumento pardo que lo cubre. Debe ser joven, al menos a juzgar por esa mínima parte que de ella se ve, o sea, una mano que aparece un momento bajo el manto para entregar una pulsera de oro, y los pies, que calzan sandalias no demasiado sencillas, provistas de pala y de un entramado de tiras de cuero que dejan ver sólo los dedos, de piel lisa y juveniles, y un poco del tobillo, sutil y blanquísimo. Da su brazalete sin pronunciar palabra, recibe el dinero sin poner objeciones y se da media vuelta para marcharse. Me doy cuenta ahora de que detrás de ella estaba el Iscariote observándola atentamente; me doy cuenta también de que, cuando ella hace ademán de marcharse, Judas le dice una palabra que no logro coger. Mas ella, como si fuera muda, no responde y se va ligera envuelta en su fardo de indumentos. Judas pregunta a Zaqueo: -¿Quién es? -No pregunto el nombre a mis clientes, especialmente cuando son dóciles como ésa. -Joven, ¿verdad? -Parece. -¿Pero es judía? -¿Yo qué sé? El oro es amarillo en todos los países. -Déjame ver esa pulsera. -¿Quieres comprarla? -No. -Pues entonces nada. ¿Qué piensas, que se va a poner a hablar por ella? -Quería comprobar si veía quién era… -¿Tanto te interesa? ¿Eres nigromante que adivina, o perro policía que sigue el olor? Déjalo, olvídate de ello. Si es así, o es honesta o infeliz o está leprosa. Por tanto… nada que hacer. -No es hambre de mujer -responde despreciativo Judas. -Será así… pero, con esa cara, me cuesta creerlo. Bueno, si no querías más que eso, apártate; tengo otras personas a las que servir. Judas se marcha enojado y pregunta a un vendedor de pan y uno de fruta si conocen a la mujer que antes había comprado pan y manzanas donde ellos, y si saben dónde vive. No lo saben y responden: -Hace un tiempo que viene, cada dos o tres días, pero no sabemos dónde está. -¿Pero cómo habla? – insta Judas. Los dos se echan a reír y uno responde: -Con la lengua. Judas reacciona insolentemente y se marcha… y va a caer justo en medio del grupo de Jesús y los suyos, que vienen a comprar pan y companaje para su comida diaria. La sorpresa es recíproca y… no muy entusiasta. Jesús se limita a decir: -¿Estás aquí? Y, mientras Judas farfulla algo, Pedro da en una fragorosa carcajada y dice: -Eso es: estoy ciego y soy un incrédulo; no veo las cepas, no creo en el milagro. -¿Pero qué dices? -preguntan dos o tres discípulos.-Digo la verdad. Aquí no hay cepas. Y no puedo creer que Judas aquí, entre este polvo, vendimie, sólo porque es discípulo del Rabí. -Hace bastante tiempo que ha terminado la vendimia –responde duro Judas. -Y Keriot está a muchas millas de distancia – termina Pedro. -Tú enseguida me atacas. Eres enemigo mío. -No. Soy menos pazguato de lo que quisieras. -¡Basta! – impone Jesús, no sin severidad. Se dirige a Judas: -No pensaba verte aquí. Te creía cuando menos en Jerusalén para los Tabernáculos. -Voy mañana. Estaba aquí esperando a un amigo de familia que… -Por favor: basta. -¿No me crees, Maestro? Te juro que yo… -No te he preguntado nada y te ruego que no digas nada. Estás aquí y ya está. ¿Tienes pensado venir con nosotros o todavía tienes asuntos que resolver? Contesta abiertamente. -No… he terminado. Total, ese al que me refería no viene y yo voy para la fiesta a Jerusalén. Y tú, ¿a dónde vas? -A Jerusalén. -¿Hoy mismo? -Esta tarde estoy en Betania. -¿Donde Lázaro? -Donde Lázaro. -Entonces voy yo también. -Pues ven hasta Betania. Luego, Andrés, con Santiago de Zebedeo y Tomás, irán al Get-Samní para preparar las cosas y esperarnos a todos, y tú irás con ellos – Jesús marca de tal forma las palabras que Judas no reacciona. -¿Y nosotros? – pregunta Pedro. -Tú, mis primos y Mateo iréis a donde os voy a mandar, para volver por la tarde. Juan, Bartolomé, Simón y Felipe se quedarán conmigo, o sea, irán por Betania comunicando que el Rabí ha llegado y que les va a hablar a la hora nona. Caminan veloces por los campos desnudos. Hay aire de borrasca, no en el cielo sereno sino en los corazones, y todos lo perciben y marchan en silencio. Cuando llegan a Betania – viniendo de Jericó por ese camino, la casa de Lázaro se encuentra entre las primeras -, Jesús despide al grupo que tiene que ir a Jerusalén; luego al otro, al que manda hacia Belén diciendo: -Id seguros. Encontraréis a mitad de camino a Isaac, Elías y los demás. Decid que estaré en Jerusalén muchos días y que los espero para bendecirlos. Entre tanto, Simón ha llamado a la puerta y le han abierto. Los servidores avisan y acude Lázaro. Judas Iscariote, que se había adelantado algunos metros, vuelve atrás con la disculpa de decirle a Jesús: -Te he disgustado, Maestro. Lo comprendo. Perdóname – y aprovecha para mirar de refilón hacia la casa por la puerta abierta en el jardín. -Sí, de acuerdo. Ve. Ve. No hagas esperar a los compañeros. Judas se ve obligado a marcharse. Pedro susurra: -Esperaba que hubiera un cambio de orden. -Eso nunca, Pedro. Sé lo que hago. Compadécete de ese hombre… -Trataré de hacerlo, pero no prometo… Adiós, Maestro. Ven, Mateo, y vosotros dos. Vamos rápido. -Mi paz con vosotros, siempre. Jesús entra con los cuatro discípulos restantes y después del beso con Lázaro presenta a Juan, a Felipe y a Bartolomé; luego los despide, quedándose sólo con Lázaro. Van hacia la casa. Esta vez, bajo el bonito pórtico, hay una mujer, es Marta: alta, aunque no tanto como su hermana, morena (la otra es rubia y de tez sonrosada); es una hermosa joven de cuerpo más bien llenito – armónicamente – y bien modelado, de cabeza menuda y cabellera muy oscura, bajo la cual presenta una frente morenita y lisa, y dos dulces y dóciles ojos negros, largos, aterciopelados entre las pestañas oscuras; tiene la nariz ligeramente curvada hacia abajo y una boca pequeña, muy roja entre el color morenito de los carrillos; sonríe mostrando sus fuertes y candidísimos dientes. Viste de lana color azul marino, con galones en rojo y verde oscuro en torno al cuello y a los extremos de las amplias mangas, cortas, hasta el codo, de las que salen otras mangas de lino finísimo y blanco estrechadas a la muñeca por un cordoncito que las frunce; esta camisita finísima y blanca, ceñida con un cordón, sobresale también por la parte alta del pecho, en la raíz del cuello; lleva por cinturón una banda azul, roja y verde, de paño muy fino, que le ciñe el límite de las caderas y le cuelga del lado izquierdo con una borla de flecos: un vestido rico y casto. -Tengo una hermana, Maestro: ésta es. Es Marta; buena y pía, el consuelo y el honor de la familia, y la alegría del pobre Lázaro. Antes era la primera y única alegría mía; ahora es la segunda, porque la primera eres Tú. Marta se postra y besa la orla del vestido de Jesús. -Paz a la hermana buena y a la mujer casta. Levántate. Marta se alza y entra en la casa con Jesús y Lázaro. Luego solicita ausentarse para las labores domésticas. -Es mi paz… – susurra Lázaro, y mira a Jesús (una mirada escrutadora, que Jesús, no obstante, muestra no haber visto). Lázaro pregunta: -¿Y Jonás? -Ha muerto.-¿Muerto? Entonces… -Cuando lo he conseguido estaba ya muriéndose. Pero ha muerto libre y feliz en mi casa, en Nazaret, entre mi Madre y Yo. -¡Doras te lo ha acabado antes de dártelo! -De fatiga, sí, y también de golpes… -Es un demonio y te odia. Odia a todo el mundo esa hiena… ¿A ti no te ha dicho que te odia?… -Me lo ha dicho. -Desconfía, Jesús, de él. Es capaz de todo. Señor… ¿qué te ha dicho Doras? ¿No te ha dicho que evites mi compañía? ¿No te ha dado una imagen ignominiosa del pobre Lázaro? -Creo que tú me conoces suficientemente como para entender que juzgo por mí, y con justicia, y que cuando amo lo hago sin pensar en si este amor puede acarrearme un bien o un mal según las luces del mundo. -Pero ese hombre es feroz, cuando hiere o provoca un daño es atroz… Me ha torturado hace unos días con su visita y con sus palabras… ¡Oh… es mucho ya mi tormento!, ¿por qué querer privarme también de ti? -Yo soy el consuelo de los afligidos y el compañero de los abandonados. He venido también por esto. -¡Ah! ¿Entonces sabes que…? ¡Oh, vergüenza mía! -No. ¿Por qué tuya? Lo sé. ¿Y qué? ¿Voy acaso a anatematizarte a ti, que sufres? Yo soy Misericordia, Paz, Perdón, Amor hacia todos. ¿Qué seré entonces para con los inocentes? Tú no tienes el pecado por el que sufres. Si siento incluso piedad por ella, ¿cómo puedo ensañarme contigo? -¿La has visto? -La he visto. No llores. Pero Lázaro – la cabeza relajada encima de los brazos cruzados y apoyados sobre una mesa – llora con penosos sollozos. Marta se asoma y mira. Jesús le hace una seña de que se esté callada. Y ella se marcha, cayéndosele unos lagrimones silenciosamente. Lázaro se va calmando poco a poco. Se siente humillado a causa de su debilidad. Jesús lo consuela. Luego, viendo que su amigo desea estar solo un momento, sale al jardín y pasea entre los cuadros donde resiste todavía alguna rosa purpúrea. Pasado un poco, Marta se acerca a Él. -Maestro… ¿Lázaro ha hablado? -Sí, Marta. -Lázaro no es capaz de hallar consuelo desde que sabe que Tú lo sabes y que la has visto… -¿Cómo lo sabe? -Primero aquel hombre que estaba contigo y que se dice discípulo tuyo, ese que es joven, alto, moreno y sin barba… luego Doras. Éste nos ha fustigado con su desprecio; el otro dijo sólo que la habíais visto en el lago… con sus amantes… -¡No lloréis por esto! ¿Creéis que Yo ignoraba vuestra herida? La conocía desde cuando Yo estaba en el Padre… No te abatas, Marta. Levanta corazón y frente. -Ruega por ella, Maestro. Yo oro… pero no sé perdonar del todo, y quizás el Eterno rechaza la oración. -Has dicho bien: hay que perdonar para ser perdonados y escuchados. Yo ruego ya por ella, pero dame tu perdón y el de Lázaro. Tú, hermana buena, puedes hablar y obtener aún más que Yo. Su herida está demasiado abierta y le escuece demasiado como para que algo la roce, aunque sea mi mano. Tú puedes hacerlo. Dadme vuestro perdón pleno, santo, y Yo haré… -Perdonar… No podremos. Nuestra madre murió de dolor por sus infames acciones, y… eran todavía leves respecto a las de ahora. Veo las torturas de nuestra madre… las tengo siempre presentes. Y veo lo que sufre Lázaro. -Es una enferma, Marta, una desquiciada. Perdonad. -Es una endemoniada, Maestro. -¿Y qué es la posesión diabólica, sino una enfermedad del espíritu, contagiado por Satanás hasta el punto de degenerarse transformándose en una entidad espiritual diabólica? ¿Cómo explicar, si no, ciertas perversiones en los humanos; perversiones que le hacen al hombre mucho peor que las fieras cuando están furiosas, más libidinoso que los simios en su lujuria, etc., y hacen de él un híbrido, en el cual se encuentran fundidos el hombre, el animal y el demonio? Ésta es la explicación de lo que nos asombra como una monstruosidad inexplicable en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Yo tengo una vista más alta que la del ojo y del corazón. Tengo vista de Dios. Veo. Y te digo: perdona porque está enferma. -¡Pues entonces cúrala! -La curaré. Ten fe. Te daré este motivo de dicha. Pero tú perdona y dile a Lázaro que lo haga. Perdona. Sigue amándola. Acércate a ella. Háblale como si fuera una como tú. Háblale de mí… -¿Cómo quieres que te comprenda a ti, que eres Santo? -Parecerá que no comprende. Pero mi Nombre de por sí es ya salvación. Haz que piense en mí y que me nombre. ¡Oh, Satanás huye cuando mi Nombre es pensado por un corazón! Sonríe, Marta, ante esta esperanza. Mira esta rosa: la lluvia de estos días la había puesto mustia, pero el sol de hoy, mira, la ha abierto; y así es aún más hermosa, porque la lluvia que ha quedado entre pétalo y pétalo la enjoya de diamantes. Así será vuestra casa… Llanto y dolor ahora; luego… alegría y gloria. Ve. Díselo a Lázaro mientras Yo, en la paz de tu jardín, ruego al Padre por María y por vosotros… Todo termina así.