Con pastores y discípulos en las cercanías de Doco. Isaac se queda en Judea
-Maestro, son mejores los humildes. Esos con los que hablé o se burlaron o manifestaron indiferencia. ¡Oh, sin embargo, los pequeños de Yuttá…! Isaac está hablando con Jesús. Están todos sentados en círculo sobre la hierba de la orilla de un río. Isaac parece estar informando acerca del trabajo realizado. Judas interviene y, cosa rara, llama por su nombre al pastor: -Isaac, yo pienso como tú; estando con ellos perdemos tiempo y fe. Yo lo dejo. -Yo no, aunque de hecho me hace sufrir. Lo dejaré sólo si el Maestro lo dice. Estoy acostumbrado desde hace años a sufrir por fidelidad a la verdad. No puedo mentir para atraerme la simpatía de los poderosos. ¿Sabes cuántas veces vinieron para burlarse de mí, a mi habitación de enfermo, prometiéndome – falsas promesas, ciertamente – ayuda con la condición de decir que había mentido, y que Tú, Jesús, no eras Tú, el Salvador que acababa de nacer? Pero yo no podía mentir. Mentir habría sido renegar mi alegría, habría sido matar mi única esperanza, habría sido rechazarte, ¡oh Señor mío! ¡Rechazarte a ti!… En la oscuridad de mi miseria, en la desolación de mi enfermedad, gozaba siempre de un cielo sembrado de estrellas: el rostro de mi madre, única alegría de mi vida de huérfano, el rostro de una esposa que nunca fue mía, a la cual guardé un amor en mi corazón incluso después de la muerte. Éstas eran las dos estrellas menores. Luego tenía dos estrellas más grandes, semejantes a purísimas lunas: José y María, sonriendo a un Recién Nacido y a nosotros, pobres pastores. Y, fúlgido, en el centro del cielo de mi corazón, tu rostro: inocente, dulce, santo, santo, santo. ¡No podía rechazar este cielo mío! No quería privarme de su luz, más pura que ninguna. ¡Antes que rechazarte a ti, mi recuerdo bendito, mi Jesús Recién Nacido, habría rechazado la vida; incluso entre tormentos! Jesús pone su mano en el hombro de Isaac y sonríe. Judas interviene de nuevo: -¿Entonces tú insistes? -Insisto. Hoy, y mañana, y al otro. Alguno vendrá. -¿Cuánto durará el trabajo? -No lo sé. Pero – convéncete – basta con no mirar ni hacia adelante ni hacia atrás. Trabajar día a día. Y si, terminado el día, el trabajo ha sido útil, decir: «Gracias, Dios mío»; si inútil: «Espero en tu ayuda para mañana». -Eres sabio. -Ni siquiera sé qué quiere decir eso, pero yo hago en mi misión lo que he hecho en mi enfermedad. ¡Casi treinta años de enfermedad no son un día! -¡Ya lo creo! Yo no había nacido todavía y tú ya estabas enfermo. -Estaba enfermo, pero no he contado nunca esos años. Jamás dije: «Vuelve Nisán y no acompaño a las rosas en su nuevo germinar; vuelve Tisrí y languidezco aquí todavía». Iba adelante hablándome a mí mismo y a los buenos, de Él. Me daba cuenta de que los años pasaban porque los que había conocido pequeños venían a traerme sus dulces de boda y los de los nacimientos de sus pequeñuelos. Ahora, si miro hacia atrás – ahora que, de viejo, he pasado de nuevo a ser joven -, ¿qué veo del pasado? Nada. Pasado. -Nada aquí, pero en el Cielo «todo» para ti Isaac; y ese todo te espera – dice Jesús. Y, dirigiéndose a todos, añade: -Así hay que actuar. Yo también actúo así. Ir hacia delante, sin cansancios. El cansancio es todavía una raíz de la soberbia humana, como también lo es la prisa. ¿Por qué uno siente fastidio por los fracasos? ¿Por qué uno se inquieta por la lentitud? Porque el orgullo dice: «¿A mí decirme `no?” “¿Conmigo tanta espera?” Esto es falta de respeto hacia el apóstol de Dios. No, amigos. Observad toda la Creación, y pensad en quien la hizo. Meditad sobre el progreso del hombre, y pensad en su origen. Pensad en esta hora que se cumple, y calculad cuántos siglos la han precedido. Lo creado es obra de serena creación. El Padre no hizo desordenadamente todo, sino que hizo el Universo por tiempos sucesivos. El hombre, el hombre actual, es obra de un progreso paciente, y progresará cada vez más en saber y en poder; luego serán santos o no santos, según su voluntad. El hombre no se hizo docto de repente. Los Primeros, expulsados del Jardín, tuvieron que aprenderlo todo, lentamente, continuamente; aprender hasta incluso las cosas más simples: que el grano de trigo hecho harina y luego amasado y luego cocido es mejor, y aprender cómo molerlo y cómo cocerlo, aprender a encender la leña, aprender cómo se hace un vestido observando las pieles de los animales, cómo se hace un cobijo, observando las fieras, y un lecho observando los nidos, y a medicinarse con hierbas y aguas, observando a los animales que con ellas se medicinan por instinto, aprender a viajar por desiertos y por mares estudiando las estrellas, domando los caballos, y aprender, de una cáscara de nuez flotando a la orilla de un riachuelo, el equilibrio sobre el agua. ¡Cuántos fracasos antes de obtener un resultado! Pero lo obtuvo. Y seguirá progresando. No será más feliz por esto, porque más que en el bien se hará experto en el mal, pero progresará. La Redención ¿no es obra paciente? Decidida desde el principio de los siglos y aún antes, he aquí que adviene ahora, cuando los siglos ya la han preparado. Todo es paciencia. ¿Por qué, entonces, ser impacientes? ¿No podía Dios hacer todo en un abrir y cerrar de ojos? ¿No podía el hombre, dotado de razón, salido de las manos de Dios, saber todo en un abrir y cerrar de ojos? ¿No podía Yo venir al principio de los siglos? Todo podía ser. Pero nada debe ser violencia, nada. La violencia es siempre contraria al orden; y Dios, y lo que de Dios viene, es orden. No queráis valer más que Dios. -Pero entonces, ¿cuándo serás conocido? -¿Por quién, Judas? -¡Hombre, por el mundo! -Nunca. -¿Nunca? ¿Pero, no eres el Salvador? -Lo soy. Pero el mundo no quiere ser salvado. Sólo en la proporción de uno a mil me querrá conocer, y en la de uno a diez mil me seguirá realmente. Y aún así digo mucho. Ni siquiera los que estén más estrechamente ligados a mí me conocerán. -Si están estrechamente ligados a ti, te conocerán, ¿no? -Sí, Judas. Me conocerán como Jesús, el israelita Jesús, pero no me conocerán como quien soy. En verdad os digo que no seré conocido por todos ellos. Conocer quiere decir amar con fidelidad y virtud… y habrá quien no me conozca. Se ve en Jesús su gesto de resignado desconsuelo, el que tiene siempre cuando anuncia la futura traición: abre las manos y las tiene así, hacia afuera, con el rostro lleno de dolor, un rostro que no mira ni a los hombres ni al cielo, sino sólo a su futuro destino de Traicionado. -No digas eso, Maestro – suplica Juan. -Nosotros te seguimos para conocerte cada vez más» dice Simón, y con él los pastores al unísono. -Como a una esposa te seguimos, y te queremos más que a ella; nos sentimos más celosos de ti que de una mujer. ¡Oh, no! Tanto te conocemos, que no podemos ya ignorarte. Él (y Judas señala a Isaac) dice que negar tu recuerdo, de cuando eras un Recién Nacido, habría sido para él más atroz que perder la vida. Y no eras más que un recién nacido. Nosotros te tenemos como Hombre y Maestro. Nosotros te oímos y vemos tus obras. Tu contacto, tu aliento, tu beso, sor nuestra continua consagración y nuestra continua purificación. ¡Sólo un satanás podría renegarte después de haber sido una persona allegada a ti! -Es cierto, Judas; no obstante, lo habrá. -¡Ay de él! Seré su verdugo – exclama Juan de Zebedeo. -No. Deja al Padre la justicia. Sé su redentor. El redentor de esta alma que tiende a Satanás… Saludemos a Isaac. Ha atardecido. Yo te bendigo, siervo fiel. Ya sabes que Lázaro de Betania es nuestro amigo y que desea ayudar a mis amigos. Yo parto. Tú te quedas. Árame el terreno árido de Judá. Más adelante volveré. Ya sabes donde encontrarme en caso de necesidad. Te doy mi paz. Jesús bendice, besa a su discípulo.