Comienzo de vida común en Agua Especiosa. Discurso de apertura
Si se compara esta baja y rústica casita con la casa de Betania, ciertamente es un aprisco, como dice Lázaro. Pero, si se la compara con las casas de los campesinos de Doras, es una vivienda incluso linda. Muy baja y muy ancha, construida con solidez, tiene una cocina, o sea, una amplia chimenea en una estancia toda ahumada en la que hay una mesa, asientos, ánforas y un rústico bazar con unos platos y algunas copas. Una ancha puerta de madera tosca le da luz además de acceso. Luego, en la misma pared en que se abre ésta, hay otras tres puertas que introducen en tres piezas grandes, largas y estrechas, con las paredes blanqueadas con cal y el suelo de tierra batida como la cocina; en dos de éstas hay ahora unas yacijas. Parecen pequeñas salas-dormitorio. Los muchos ganchos fijados en las paredes son testimonio de que ahí se colgaban herramientas y quizás productos agrícolas. Ahora sirven para colgar capas y alforjas. La tercera, más que una estancia, es un pasillo ancho, porque la largura está desproporcionada con respecto a la anchura, y está vacía. Debe haber servido como refugio para ganado, porque tiene un pesebre y argollas en la pared, y se ven en el suelo las hendiduras propias de terrenos pisados por cascos herrados. Ahora no hay nada. Fuera, junto a este último recinto, un ancho pórtico rústico, hecho de un techo cubierto de haces de ramas y pizarra, apoyado sobre troncos de árbol apenas descortezados. No es ni siquiera un pórtico, es un cobertizo, porque está abierto por tres lados: dos de al menos diez metros de largo; el lado estrecho tiene unos cinco metros, no más. Durante el verano una parra debe extender de tronco a tronco sus ramas en el lado sur. Ahora está desnuda, mostrando sus esqueléticas ramas; como también está desnuda una gigantesca higuera que en verano da sombra al pilón que está en el centro de la era, puesto sin duda para abrevar el ganado. Está al lado de un pozo rudimentario, o sea, de un agujero al ras del suelo apenas señalado por un círculo de piedras planas y blancas. Ésta es la casa que acoge a Jesús y a los suyos en el lugar llamado “Agua Especiosa». Campos – o, mejor, prados y viñedo – la rodean, y, a la distancia de unos trescientos metros aproximadamente, se ve otra casa, entre los campos – más bonita, debido a que, al contrario de ésta, está provista de terraza en el tejado -. Más allá de esta otra casa, celan la vista bosques de olivos y de otros tipos de árboles, parte despojados de hojas, parte frondosos. Pedro, su hermano y Juan trabajan con gusto barriendo la era y las estancias, haciendo las necesarias reparaciones en las camas, sacando agua. Es más, Pedro hace todo un montaje en torno al pozo para poner en funcionamiento y reforzar las sogas y hacer así más práctico y cómodo el sacar el agua. Por su parte los dos primos de Jesús trabajan con martillo y lima en cerraduras y contraventanas, y Santiago de Zebedeo los ayuda serrando y trabajando con el hacha como un obrero de astilleros. Tomás está atareado en la cocina; sabe en manera tal dosificar lumbre y llama y limpiar expeditivo las verduras que el guapo de Judas se ha dignado traer del pueblo cercano, que parece un cocinero experto. Comprendo que hay un pueblo, más o menos grande, por la explicación de Judas de que el pan lo hacen sólo dos veces a la semana y de que, por tanto, ese día no hay pan. Habiéndolo oído Pedro, dice: -Pues haremos tortas en las brasas. Allí está la harina. Rápido, quítate el vestido y haz la masa, luego me ocupo yo de cocerlas; que sé hacerlo. Y no puedo menos que echarme a reír viendo que Judas Iscariote se humilla, sólo con la prenda corta, amasando la harina, llenándose bien de polvo. Jesús no está, y también faltan Simón, Bartolomé, Mateo y Felipe. -Lo peor es hoy – responde Pedro a un refunfuño de Judas de Keriot -, pero ya mañana irá mejor, y para la primavera irá bien del todo… -¿Para la primavera? ¿Pero vamos a estar siempre aquí? – dice Judas asustado. -¿Por qué? ¿No es una casa? Llover, aquí no llueve. Hay agua para beber. No falta el hogar. Pues, ¿qué más quieres? Yo me encuentro aquí muy bien, y es que, además, aquí no siento mal olor de fariseos y compañía… -Pedro, vamos a sacar las redes – dice Andrés, y se lleva consigo afuera a su hermano antes de que empiece un altercado entre él y Judas. -Ese hombre no me puede ver – exclama éste. -No. No puedes decir eso. Muestra esa franqueza con todos. Pero es bueno. Eres tú el que está siempre malhumorado – responde Tomás (el cual, por el contrario, tiene siempre un óptimo humor). -Es que yo pensaba que fuera otra cosa… -Mi primo no te prohíbe ir a ocuparte de las otras cosas – dice serenamente Santiago de Alfeo – Yo creo que todos, debido a nuestra necedad, pensábamos que seguirlo fuera otra cosa; pero esto sucede porque somos de dura cerviz y tenemos una gran soberbia. Él no ha ocultado nunca el peligro ni el esfuerzo que supone el seguirlo. Judas refunfuña entre dientes. El otro Judas, Tadeo, que está trabajando con un estante de la cocina para transformarlo en pequeño armario, le responde: -Estás equivocado. Estás equivocado incluso desde el punto de vista de las costumbres: todo israelita debe trabajar; y nosotros trabajamos. ¿Te pesa tanto el trabajo? Yo no lo siento, porque desde que estoy con Él todas las dificultades se hacen livianas. -Yo tampoco echo de menos nada, y me siento contento de estar ahora verdaderamente como en familia – dice Santiago de Zebedeo. -¡Pues sí vamos a hacer mucho aquí!… – observa irónicamente Judas de Keriot. -Pero bueno, vamos a ver, ¿qué quieres?, ¿qué pretendes? ¿Una corte como la de un sátrapa? No te permito criticar lo que hace mi primo. ¿Entendido? – replica bruscamente Judas Tadeo. -Calla, hermano. Jesús no quiere estas disputas. Hablemos lo menos posible y hagamos lo más posible. Será mejor para todos. Por otro lado… si Él no logra cambiar los corazones… ¿puedes esperar conseguirlo tú con tus palabras? – dice Santiago de Alfeo. -¿El corazón que no cambia es el mío, verdad? – pregunta agresivamente Judas Iscariote. Pero Santiago no le responde; es más, coge una punta con los labios y se pone a clavar vigorosamente unos tablones, haciendo un estruendo tal, que el rezongueo de Judas se pierde. Transcurre un tiempo y entran contemporáneamente Isaac con unos huevos y una cesta de fragantes panes y Andrés con una nasa con peces. -Mirad – dice Isaac – los manda el encargado y dice que si necesitamos algo. Éstas son las órdenes que ha recibido. -¿Ves como no nos vamos a morir de hambre? – dice Tomás a Judas Iscariote. Y dice: «Dame esos peces, Andrés. ¡Qué hermosos! Lo que pasa es que aquí no sé cómo prepararlos. -Déjame a mí – dice Andrés – Soy pescador – y se pone en un ángulo a abrir sus peces, aún vivos. -Está viniendo el Maestro. Ha ido a dar una vuelta por el pueblo por los campos. Vais a ver como pronto vendrán algunos. Ha curado ya a uno que estaba enfermo de los ojos. Además yo ya había recorrido estos campos y sabían… -¡Ya, claro! ¡Yo, yo!… Todos los pastores… Nosotros hemos dejado – yo al menos – una vida segura y hemos hecho esto y hemos hecho otro, pero no se ha hecho nada… Isaac mira sorprendido a Judas Iscariote… pero, filosóficamente, no replica. Los demás lo imitan… aunque hierven por dentro. -Paz a todos vosotros. Es Jesús. Está en el umbral de la puerta, sonriente, bueno. Parece como si el sol aumentara de esplendor por su llegada. -¡Pero qué animosos! ¡Todos trabajando! ¿Puedo ayudar primo? -No, descansa. Ya he terminado. -Venimos cargados de comida. Todos han querido dar algo. ¡Si todos tuvieran el corazón de los humildes…! – dice Jesús un poco triste. -¡Oh, mi Maestro! ¡Que Dios te bendiga! Es Pedro, que entra en ese momento con un haz de leña en los hombros, y que saluda así, bajo su peso, a su Jesús. -¡También a ti, Pedro; que te bendiga el Señor. ¿Habéis trabajado mucho? -Y más que trabajaremos en las horas libres. ¡Tenemos una casa en e1 campo… y tenemos que hacer de ella un Edén! Para empezar he arreglado el pozo, al menos para poder ver de noche dónde está, y para estar seguros de no perder los cántaros al introducirlos en él. Luego… ¿ves qué hábiles son tus primos? Todas estas cosas son necesarias para quien debe vivir largo tiempo en un lugar, y yo, que soy pescador, no habría sabido hacerlas. Verdaderamente hábiles. Y también Tomás: podría estar en la cocina de Herodes. También Judas lo hace bien, ha hecho unas tortas espléndidas… -E inútiles. Hay pan – responde de mal humor Judas. Pedro lo mira y yo me espero una respuesta punzante, pero se limita mover la cabeza; luego prepara bien la ceniza y extiende encima sus tortas. -Dentro de poco todo está listo – dice Tomás, y ríe. -¿Vas a hablar hoy? – pregunta Santiago de Zebedeo. -Sí. Entre sexta y nona. Vuestros compañeros lo han dicho. Por tanto comamos rápidamente. Pasa un poco de tiempo todavía. Juan coloca el pan en la mesa, prepara los asientos, lleva las copas y las ánforas, y Tomás lleva las verduras cocidas y el pescado asado. Jesús está en el centro, ofrece, bendice, distribuye. Todos comen con gusto. Están todavía comiendo, cuando algunas personas se presentan en la era. Pedro se levanta y va hasta la puerta: -¿Qué queréis? -Ver al Rabí. ¿No habla aquí? -Habla. Pero ahora está comiendo, porque también Él es hombre. Sentaos allí, debajo del cobertizo. El pequeño grupo se marcha y se pone debajo del rústico cobertizo -La verdad es que viene el frío y frecuentemente vamos a tener lluvia. Pienso que sería buena cosa usar ese establo vacío. Lo he limpiado como se debe. El pesebre será el sitial…-No hagas ironías necias. El Rabí es rabí – dice Judas. -Pero, ¿qué ironías? Si nació en un establo, ¡podrá hablar desde un pesebre! -Pedro tiene razón. Pero, os lo ruego: ¡quereos! Jesús parece incluso cansado al decir estas palabras. Terminan de comer y Jesús sale enseguida para dirigirse hacia la pequeña muchedumbre. -¡Espera, Maestro! – le grita desde detrás Pedro – Tu primo te ha hecho un asiento porque allí está húmedo el suelo. -No es necesario. Ya sabes. Hablo en pie. La gente quiere verme y Yo la quiero ver. Mas bien… haced asientos y lechos portátiles. Quizás vengan algunos enfermos… y harán falta. -¡Piensas siempre en los demás, Maestro bueno! – dice Juan… y le besa la mano. Jesús se dirige, con su sonrisa ligeramente triste, hacia el grupo de personas. Con Él van todos los discípulos. Pedro, que está justo al lado de Jesús, le hace inclinarse hacia el grupo y le susurra en voz baja: -Detrás de la tapia está aquella mujer velada. La he visto. Está allí desde esta mañana. Ha venido detrás de nosotros desde Betania. ¿La echo o la dejo? -Déjala. Ya lo he dicho. -Pero, ¿si es una espía, como dice Judas?… -No lo es. Fíate de todo lo que te digo. Déjala y no digas nada a los demás. Y respeta su secreto. -He mantenido silencio porque pensaba que era correcto… -Paz a vosotros que buscáis la Palabra -comienza Jesús. Y va hasta el fondo del porche, dejando a sus espaldas la tapia de la casa. Habla lentamente al grupo de unas veinte personas que están, con el calorcito de un solecillo de Noviembre, sentadas en el suelo o apoyadas en los soportes. -El hombre cae en un error al considerar la vida y la muerte, y al aplicar estos dos nombres. Llama «vida» al tiempo en que, dado a luz por la madre, comienza a respirar, a nutrirse, a moverse, a pensar, a obrar; y llama «muerte» al momento en que cesa de respirar, comer, moverse, pensar, obrar, viniendo a ser un despojo frío e insensible, preparado para entrar en un seno, el de un sepulcro. Pero no es así. Yo quiero haceros entender la «vida», indicaros las obras aptas para la vida. Vida no es existencia. Existencia no es vida. Existe esta parra que se entrelaza con estos soportes, pero no tiene la vida de que Yo hablo. Existe también aquella oveja que bala atada a aquel árbol lejano, pero no tiene la vida de que Yo hablo. La vida de que Yo hablo no empieza con la existencia ni termina cuando la carne llega a su fin. ¡La vida de la cual Yo hablo tiene su principio no en un seno materno; tiene su principio cuando el Pensamiento de Dios crea un alma para habitar en una carne; termina cuando el Pecado la mata! Sin ella, el hombre no sería sino una semilla que crece, semilla de carne en vez de ser de gluten o de pulpa como la de los cereales o la de la fruta. Sin ella, no sería sino un animal en estado de formación, un embrión de animal no distinto del que ahora está creciendo en el seno de aquella oveja. Pero, dado que en esta concepción humana se infunde esta parte incorpórea (y que no obstante es la más potente con su incorporeidad sublimadora), entonces el embrión animal no sólo existe como corazón que palpita, sino que «vive» según el Pensamiento creador, y es el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, el hijo de Dios, el ciudadano futuro del Cielo. Pero esto se produce si la vida dura. El hombre puede existir teniendo imagen de hombre, pero habiendo dejado de ser hombre, siendo un sepulcro en que se pudre la vida. Se comprende entonces que Yo diga: «La vida no empieza con la existencia y no termina cuando la carne llega a su fin». La vida comienza antes del nacimiento. La vida luego no tiene fin, porque el alma no muere, o sea, no se anula. Muere a su destino, que es el destino celeste, pero sobrevive en su castigo si así lo ha merecido. Muere a este destino bienaventurado cuando muere a la Gracia. Esta vida, alcanzada por una gangrena cual es la muerte a su destino, dura por los siglos de los siglos en la condena y en el tormento. Si, por el contrario, esta vida se conserva como tal, llega a la perfección del vivir y se hace eterna, perfecta, santa como su Creador. ¿Tenemos deberes respecto a la vida? Sí. La vida es un don de Dios. Todo don de Dios ha de usarse y conservarse con cuidado, porque es algo tan santo como el Dador. ¿Maltrataríais vosotros el don de un rey? No. Pasa a los herederos, y a los herederos de los herederos, como gloria de la familia. Y entonces, ¿por qué hacerlo con el don de Dios? Pero, ¿cómo se usa y conserva este don divino? ¿Cómo mantener en vida la paradisíaca flor del alma, conservándola así para los Cielos? ¿Cómo obtener el «vivir» por encima y más allá de la existencia? Israel dispone de leyes claras al respecto y no tiene más que observarlas. Israel dispone de profetas y justos, los cuales dan el ejemplo y la palabra para practicar las leyes. Y ahora Israel dispone de santos. No puede, no debería, errar, por tanto, Israel. Pero Yo veo manchas en los corazones, y espíritus muertos pulular por todas partes. Entonces os digo: Haced penitencia; abrid el corazón a la Palabra; poned en práctica la Ley inmutable; infundid nueva savia a la exhausta «vida» que está languideciendo en vosotros; si ya está muerta, acercaos a la Vida verdadera, a Dios. Llorad vuestras culpas, gritad: «¡Piedad!»… Y, en cualquier caso, renaced. No seáis muertos en vida, para no ser mañana eternos penantes. Yo no os voya hablar más que del modo de alcanzar la vida o de conservarla. Otro os ha dicho: «Haced penitencia. Purificaos del fuego impuro de las lujurias, del fango de las culpas». Yo os digo: Pobres amigos, examinemos juntos la Ley. Oigamos en ella de nuevo la voz paterna del Dios verdadero. Y luego, juntos, oremos al Eterno, diciendo: «Descienda tu misericordia sobre nuestros corazones». Es el tiempo del sombrío invierno. Pero dentro de poco vendrá la primavera. Un espíritu muerto es más triste que un bosque pelado por el hielo. Pero si la humildad, la voluntad, la penitencia y la fe penetran en vosotros, la vida volverá a vosotros como la de un bosque en primavera, y le floreceréis a Dios para, mañana (el mañana de los siglos y siglos) dar perenne fruto de vida eterna. ¡Acercaos a la Vida! Dejad de existir solamente y empezad a «vivir». La muerte no será entonces «fin», sino que será principio. E1 principio de un día sin ocaso, de una alegría sin cansancio y sin medida. La muerte será el triunfo de aquello que vivió antes de la carne, y triunfo de la misma carne, que será llamada, a la resurrección eterna, a coparticipar en esta Vida que Yo prometo en el nombre del Dios verdadero a todos aquellos que hayan «querido» la «vida» para su alma, pisando el sentido y las pasiones para gozar de la libertad de los hijos de Dios. Idos, pues. Todos los días a esta hora os hablaré de la eterna verdad. El Señor esté con vosotros. La gente despeja el lugar, lentamente, haciendo muchos comentarios. Jesús vuelve a la solitaria casita y todo termina.