Antes de ir al Getsemaní, Jesús y el Zelote suben al Templo, donde está hablando Judas Iscariote
Jesús está con Simón en Jerusalén. Se abren paso entre la muchedumbre de vendedores y de jumentos – parece una procesión por la calzada -. Jesús dice: -Subamos al Templo antes de ir al Get Sammi. Oraremos al Padre en su Casa. -¿Sólo, Maestro? -Sólo eso. No puedo entretenerme. Mañana, al alba, es la cita en la Puerta de los Peces, y, si la muchedumbre insiste, me va a impedir ir. Quiero ver a los otros pastores. Los disemino como verdaderos pastores por Palestina para que congreguen a las ovejas y sea conocido el Dueño del rebaño, al menos, de nombre; de modo que cuando ese nombre Yo lo pronuncie, ellas sepan que soy Yo el Dueño del rebaño y vengan a mí y Yo las acaricie. -¡Es dulce tener un Dueño como Tú! Las ovejas te amarán. -Las ovejas…, no las cabras. Después de ver a Jonás, iremos a Nazaret y luego a Cafarnaúm. Simón Pedro y los otros sufren por tanta ausencia… Iremos a darles este motivo de gozo y a dárnoslo a nosotros mismos. Incluso el verano nos aconseja que lo hagamos. La noche está hecha para el descanso y demasiado pocos son los que posponen el descanso al conocimiento de la Verdad. El hombre… ¡el hombre! Se olvida demasiado de que tiene un alma, y piensa sólo en la carne y se preocupa sólo de la carne. El sol durante el día es vio-lento, impide caminar y enseñar en las plazas y por los caminos. Tanto cansa, adormece los espíritus y los cuerpos. Pues entonces… vamos a adoctrinar a mis discípulos; a la agradable Galilea, verde y fresca de aguas. ¿Has estado allí alguna vez? -Una vez, de paso y en invierno, en una de mis penosas peregrinaciones de un médico a otro. Me gustó… -¡Oh, es hermosa siempre; durante el invierno y más aún, en las otras estaciones! Ahora, en verano, tiene unas noches tan angelicales… Sí, de lo puras que son, parecen hechas para los vuelos de los ángeles. El lago… el lago, con su cinturón de montes más o menos cercanos que lo resguardan, parece hecho justamente para hablar de Dios a las almas que buscan a Dios. Es un trozo de cielo caído entre el verde; y el firmamento no lo abandona, sino que se refleja en él con sus astros, multiplicándolos así… como queriendo presentárselos al Creador diseminados sobre una lastra de zafiro. Los olivos descienden casi hasta las olas y están llenos de ruiseñores, y también cantan su alabanza al Creador que hace que vivan en ese lugar tan dulce y plácido. ¿Y mi Nazaret? Toda extendida bajo el beso del sol, toda blanca y verde, sonriente entre los dos gigantes del grande y del pequeño Hermón. Y el pedestal de montes en que se apoya el Tabor, pedestal de suaves pendientes del todo verdes, que elevan hacia el sol a su señor, frecuentemente nevado, pero tan hermoso cuando el sol ciñe su cima, que toma aspecto de alabastro rosado… En el lado opuesto, el Carmelo es de lapislázuli a ciertas horas de sol intenso en las que todas las venas de mármoles o de aguas, de bosques o de prados, se muestran con sus distintos colores; y es delicada amatista bajo la primera luz, mientras que por la tarde es de berilo violeta-celeste; y es un solo bloque de sardónica cuando la luna lo muestra todo negro contra el plateado lácteo de su luz. Y luego, abajo, al Norte, el tapiz fértil y florido del llano de Esdrelón. Y luego… y luego, ¡oh…, Simón!, ¡allí hay una Flor… una Flor hay que vive solitaria difundiendo fragancia de pureza y amor para su Dios y para su Hijo! Es mi Madre. La conocerás, Simón, y me dirás si existe criatura semejante a Ella, incluso en humana gracia, sobre la faz de la Tierra. Es hermosa, pero toda hermosura queda pequeña ante lo que emana de su interior. Si un bruto la despojase de todas sus vestiduras, la hiriera hasta desfigurarla y la arrojara a la calle como a un vagabundo, seguiría viéndosela como Reina y regiamente vestida, porque su santidad le haría de manto y esplendor. Toda suerte de males puede darme el mundo, pero Yo le perdonaré todo, porque para venir al mundo y redimirlo la he tenido a Ella, la humilde y gran Reina del mundo, que éste ignora, y por la cual, sin embargo ha recibido el Bien y recibirá aún más durante los siglos. Hemos llegado al Templo. Observemos la forma judía del culto. Pero en verdad te digo que la verdadera Casa de Dios, el Arca Santa, es su Corazón, cubierto por el velo de su carne purísima, bordado de filigrana por sus virtudes. Ya han entrado y caminan por el primer rellano. Pasan por un pórtico, dirigiéndose a un segundo rellano. -Maestro. Mira Judas, allí, entre aquel corro de gente. Y hay también fariseos y miembros del Sanedrín. Voy a oír lo que dice. ¿Me dejas? -Ve. Te espero junto al Gran Pórtico. Simón va rápido y se coloca de forma que puede oír sin ser visto. Judas habla con gran convencimiento: -… Y aquí hay personas, que todos vosotros conocéis y respetáis, que pueden decir quién era yo. Pues bien, os digo que Él me ha cambiado. El primer redimido soy yo. Muchos entre vosotros veneran al Bautista. El también lo venera, y le llama «el santo igual a Elías por misión, más aún mayor que Elías». Ahora bien, si tal es el Bautista, Éste, al cual el Bautista llama «el Cordero de Dios» y, por su propia santidad, jura haberle visto coronar por el Fuego del Espíritu de Dios mientras una voz desde los Cielos lo proclamaba «Hijo de Dios muy amado al que se debe escuchar», Este no puede ser sino el Mesías. Lo es. Yo os lo juro. No soy un inculto ni un estúpido. Lo es. Yo le he visto obrar y he oído su palabra, y os digo: es Él, el Mesías. El milagro le sirve como un esclavo a su amo. Enfermedades y desventuras caen como cosas muertas y nace alegría y salud. Y los corazones cambian aún más que los cuerpos. Ya lo veis en mí. ¿No tenéis enfermos?, ¿no tenéis penas que necesiten ser aliviadas? Si las tenéis, venid mañana, al alba, a la Puerta de los Peces. Ahí estará Él trayendo consigo la felicidad. Entretanto, ved cómo yo, en su nombre, a los pobres les doy este dinero. Judas distribuye unas monedas a dos lisiados y a tres ciegos, y por último fuerza a una viejecita a aceptar las últimas monedas. Luego despide a la multitud y se quedan él, José de Arimatea, Nicodemo y otros tres que no conozco. -¡Ah, ahora me siento bien! – exclama Judas – No tengo ya nada, y soy como Él quiere.-Verdaderamente no te reconozco. Creía que era una broma, pero veo que vas en serio – exclama José. -¡En serio! ¡Si yo soy el primero que no me reconozco! Sigo siendo una bestia inmunda respecto a Él, pero ya estoy muy cambiado. -¿Y vas a dejar de pertenecer al Templo? – pregunta uno de los que no conozco. -¡Sí! Soy del Cristo. Quien lo conoce, a menos que sea un áspid, no puede más que amarlo, y no desea nada más aparte de Él. -¿No va a volver aquí? – pregunta Nicodemo. -Claro que volverá, pero no ahora. -Quisiera oírlo. -Ya ha hablado en este lugar, Nicodemo. -Lo sé. Pero yo estaba con Gamaliel… Lo vi… pero no me detuve. -¿Qué dijo Gamaliel, Nicodemo? -Dijo: «Algún nuevo profeta». No dijo nada más. -¿Y no le expresaste lo que yo te dije, José? Tú eres amigo suyo… -Lo hice, pero me respondió: «Ya tenemos al Bautista y, según la doctrina de los escribas, al menos deben pasar cien años entre éste y aquél, para preparar al pueblo a la venida del Rey. Yo digo que hacen falta menos – añadió – porque el tiempo se ha cumplido ya – Y terminó: «Sin embargo, no puedo admitir que el Mesías se manifieste así… Un día creí que comenzaba la manifestación mesiánica, porque su primer destello era verdaderamente resplandor celeste; pero luego… se hizo un gran silencio. Y pienso que me he equivocado». ¿Por qué no se lo vuelves a decir? Si Gamaliel estuviera con nosotros y vosotros con él… -No os lo aconsejo – objeta uno de los tres desconocidos – El Sanedrín es poderoso y Anás lo rige con astucia y avidez. Si tu Mesías quiere vivir, le aconsejo que permanezca en la oscuridad; a menos que se imponga con la fuerza, pero entonces está Roma… -Si el Sanedrín lo oyera, se convertiría al Cristo. -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – se ríen los tres desconocidos y dicen: «Judas, te creíamos, sí, cambiado, pero todavía inteligente. Si es verdad lo que dices de Él, ¿cómo puedes pensar que el Sanedrín lo siga? Ven, ven, José. Es mejor para todos. Dios te proteja, Judas. Lo necesitas – Y se marchan. Judas se queda sólo con Nicodemo. Simón se aleja sin hacerse notar y va donde el Maestro. -Maestro, me acuso de haber pecado de calumnia con la palabra y con el corazón. Ese hombre me desorienta. Lo creía casi un enemigo tuyo, y lo he oído hablar de ti de una forma que pocos entre nosotros lo hacen, especialmente aquí donde el odio podría matar primero al discípulo y luego al Maestro. Y le he visto dar dinero a los pobres, y tratar de convencer a los miembros del Sanedrín… -¿Lo ves, Simón? Me alegro de que lo hayas visto en una ocasión. Referirás esto también a los demás cuando lo acusen. Bendigamos al Señor por esta alegría que me das, por tu honestidad al decir “he pecado» y por la obra del discípulo que creías malvado y no lo es. Oran durante largo tiempo y luego salen. -¿No te ha visto? -No. Estoy seguro. -No le digas nada. Es un alma muy enferma. Una alabanza sería semejante al alimento dado a un convaleciente de una gran fiebre de estómago. Le haría empeorar, porque se gloriaría al tener conciencia que los demás se fijan en él. Y donde entra el orgullo… -Guardaré silencio. ¿ A dónde vamos? -A donde Juan; estará a esta hora calurosa en la casa de los Olivos. Caminan ligeros, buscando la sombra por las calles, calles verdaderamente de fuego a causa del intenso sol. Salen del suburbio polvoriento, atraviesan la puerta de la muralla, salen a la deslumbrante campiña; de ésta a los olivos, de los olivos a la casa. En la cocina (fresca y oscura por la cortina que han colocado en la puerta) está Juan. Se ha quedado traspuesto. Jesús lo llama: -¡Juan! -¿Tú, Maestro? Te esperaba por la noche. -He venido antes. ¿Cómo te has sentido durante este tiempo, Juan? -Como un cordero que hubiera perdido a su pastor. Les hablaba a todos de ti, porque ello ya significaba tenerte un poco. He hablado de ti a algunos familiares, a conocidos, a otras personas, y a Anás… y a un lisiado que lo he hecho amigo mío con tres denarios; me los habían dado y yo se los he dado a él. Y también a una pobre mujer, de la edad de mi madre, que lloraba en un corro de mujeres a la puerta de una casa. Le pregunté: «¿Por qué lloras?». Me respondió: «El médico me ha dicho: `Tu hija está enferma de tisis. Resígnate. Con los primeros temporales de Octubre morirá”. Ella es lo único que tengo; es hermosa, buena, y tiene quince años. Iba a casarse para la primavera, y en lugar del cofre de bodas le tengo que preparar el sepulcro». Le respondí: -Yo conozco a un Médico que te la puede curar si tienes fe. -Ya ninguno la puede curar. La han visto tres médicos. Ya escupe sangre. – El mío – dije – no es un médico como los tuyos, no cura con medicinas, sino con su poder; es el Mesías…». Una viejecita, entonces, dijo: -¡Cree, Elisa! ¡Conozco a un ciego al que Él le ha devuelto la vista! La madre entonces pasó del desánimo a la esperanza, y te está esperando… ¿He hecho bien? No he hecho más que esto. -Has hecho bien. Por la noche iremos a ver a tus amigos. ¿Has vuelto a ver a Judas? -No, Maestro. Pero me ha mandado comida y dinero. Yo se lo he dado a los pobres. Me había dicho que podía usarlo porque era suyo. -Es verdad. Juan, mañana vamos hacia Galilea… -Esto me alegra, Maestro. Pienso en Simón Pedro. ¿Con qué ansia te esperará! ¿Pasaremos también por Nazaret? -Sí, y allí esperaremos a Pedro, a Andrés y a tu hermano Santiago. -¡Oh!, ¿nos quedamos en Galilea? -Sí, durante un tiempo. Se le ve contento a Juan. Y todo cesa aquí, en este momento de felicidad de Juan.