Adiós a Jonás y llegada de Jesús a Nazaret
Apenas un atisbo de luz. En la puerta de una mísera cabaña – y hablo así porque llamarla casa sería demasiado honor – están Jesús con los suyos y con Jonás y otros míseros campesinos como él. Es la horade la despedida. -¿No te volveré a ver, Señor mío? pregunta Jonás. Tú has traído la luz a nuestros corazones. Tu bondad ha hecho de estas jornadas una fiesta que durará toda la vida. Ya has visto cómo nos tratan. El jumento recibe más cuidados que nosotros, y se trata más humanamente al árbol: son dinero; nosotros somos sólo ruedas de molino que proporcionan ganancia, y se nos utiliza hasta que morimos por exceso de uso. Pero tus palabras han sido como muchas caricias de alas. El pan nos ha parecido más abundante y mejor, porque Tú lo saboreabas con nosotros, este pan que él no da a sus perros. Vuelve a compartirlo con nosotros, Señor. Sólo porque eres Tú, oso decir esto. Para cualquier otro significaría una ofensa el ofrecer un cobijo y un alimento que hasta el mendigo desdeña. Pero Tú… -Pero Yo encuentro en ellos un perfume y un sabor celestes, porque hay en ellos fe y amor. Vendré, Jonás. Vendré. Quédate donde estás atado al carro como un animal de tiro. Que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob. Ciertamente entre el Cielo y tú vienen y van los ángeles con la atención puesta en recoger todos tus méritos y llevárselos a Dios. Pero Yo vendré a ti, a consolar tu espíritu. Permanecedme todos fieles. ¡Oh! Quisiera daros una paz que fuera también humana, pero no puedo. Tengo que deciros: sufrid aún. Y ello es triste para Uno que ama… -Señor, si Tú nos amas, ya no es sufrir. Antes no teníamos a nadie que nos amara… ¡Oh, si pudiera, yo al menos, ver a tu Madre! -No te angusties. Yo te la traeré. Cuando más suave esté el clima, vendré con Ella. No des pie a castigos inhumanos por la prisa de verla. Sabe esperarla como se espera el surgir de una estrella, de la primera estrella. Aparecerá ante ti imprevistamente, exactamente como la estrella vespertina que ahora no se ve e inmediatamente después titila en el cielo. Y piensa que, ya incluso desde ahora, Ella esparce sus dones de amor sobre ti. Adiós a todos vosotros. Mi paz os sirva de tutela contra las crueldades de quien os aflige. Adiós, Jonás. No llores. Has esperado muchos años con fe paciente, te prometo ahora una espera muy breve. No llores. No te dejaré solo. Tu bondad enjugó mi llanto infantil; ¿no es suficiente la mía para enjugar el tuyo? -Sí… pero Tú te marchas… y yo me quedo… -Amigo, Jonás, no me hagas partir abatido por el peso de no poderte consolar… -No lloro, Señor… Pero ¿cómo voy a poder vivir sin verte ahora que sé que estás vivo? Jesús acaricia una vez más al anciano desolado y luego se separa; pero, en el límite de la mísera era, erguido, abre los brazos bendiciendo la campaña. Luego se pone en camino. -¿Qué significa lo que has hecho, Maestro? – pregunta Simón que ha notado el insólito gesto. -He puesto un sigilo sobre todas las cosas, para que los malvados no puedan, dañándolas, perjudicar a esos desdichados. Más no podía… -Maestro… adelantémonos. Quisiera decirte una cosa, sin que nos oigan. Se separan aún más del grupo y Simón habla. -Quería decirte que Lázaro tiene orden de usar la suma para socorrer a todos aquellos que recurran a él en nombre de Jesús. ¿No podríamos libertar a Jonás? Ese hombre está deshecho, su única alegría es tenerte. Démosela. ¿Qué puedes esperar de su labor aquí’ Tu discípulo sería libre en esta llanura tan hermosa, y tan desolada. Aquí los más ricos de Israel tienen tierras óptimas, que exprimen explotando cruelmente a los trabajadores, exigiéndoles el ciento por uno. Lo sé desde hace años. Poco tiempo podrás permanecer aquí porque en este lugar impera la secta de los fariseos, que creo que nunca será amiga tuya. Los más infelices en Israel son estos trabajadores oprimidos y sin luz. Ya lo has oído: ni siquiera para la Pascua gozan de paz y oración, mientras los crueles patrones, con grandes gestos y estudiadas actitudes, se ponen en primera fila entre los fieles. Tendrán al menos la alegría de saber que Tú vives, la alegría de oír tus palabras, repetidas por uno que no alterará de ellas ni una iota. Si te parece bien, Maestro, ordena, y Lázaro actuará. -Simón, Yo ya había comprendido por qué te desprendías de todo. No desconozco el pensamiento del hombre. Y éste ha sido uno de los motivos por los que te he amado. Haciendo feliz a Jonás, haces feliz a Jesús. ¡Ah, cómo me angustia ver sufrir a los buenos! Mi condición de pobre y de despreciado por el mundo no me angustia sino por esto. Judas, si me oyera, diría: «Pero, ¿no eres Tú el Verbo de Dios? Ordena, y las piedras se convertirán en oro y pan para los menesterosos». Repetiría la insidia de Satanás. Bien deseo Yo saciar las hambres, pero no como quisiera Judas. Todavía estáis demasiado poco formados como para entender la profundidad de cuanto digo. Pero te lo digo: si Dios remediase todo, cometería una substracción para con sus amigos; los privaría de la facultad de ser misericordiosos. Y de obedecer, por tanto, al mandamiento del amor. Mis amigos tienen que tener este signo de Dios en común con Él: la santa misericordia, que se manifiesta en obras y en palabras. Y las infelicidades ajenas proporcionan a mis amigos la manera de ejercitarla. ¿Has aprendido este pensamiento? -Es profundo. Lo medito. Y me humillo, comprendiendo lo obtuso que soy y lo grande que es Dios, el cual quiere que tengamos la totalidad de sus atributos más dulces, para llamarnos hijos suyos. Dios se me revela en su multiforme perfección por cada una de las luces que Tú difundes en mi corazón. Día tras día, como quien camina por un lugar desconocido, aumento mi conocimiento de esta inmensa Cosa que es la Perfección que quiere llamarnos «hijos», y me parece estar ascendiendo como un águila, o sumergiéndome como un pez, en dos profundidades sin confín como son el cielo y el mar, y subo cada vez más, y me sumerjo cada vez más, sin tocar nunca el límite. Pero entonces, ¿qué es Dios? -Dios es la inalcanzable Perfección, Dios es la cumplida Belleza, Dios es la infinita Potencia, Dios es la incomprensible Esencia, Dios es la insuperable Bondad, Dios es la indestructible Compasión, Dios es la inconmensurable Sabiduría, Dios es el Amor hecho Dios. ¡Es el Amor! ¡Es el Amor! Dices que cuanto más conoces a Dios en su perfección, más te parece ascender o sumergirte en dos profundidades sin confín, de azul sin sombras… Cuando comprendas qué es el Amor hecho Dios, ya no subirás, ya no te sumergirás en ese azul sino en un remolino incandescente de llamas, y serás aspirado hacia una beatitud que te será muerte y vida. Tendrás a Dios, con completa posesión, cuando, por tu voluntad, hayas logrado comprenderlo y merecerlo. Entonces quedarás fijo en su perfección. -¡Señor!… – Simón se siente desbordado. Se hace silencio. Llegan al camino. Jesús se detiene a esperar a los otros. Cuando el grupo se completa de nuevo, Leví se arrodilla: -Debo dejarte, Maestro, pero tu siervo te eleva una súplica: Llévame adonde tu Madre. Éste es huérfano como yo. No me niegues a mí lo que a él le das, para poder ver un rostro de madre… -Ven. Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se pide… Jesús está solo. Camina rápido entre bosques de olivos cargados de aceitunas ya bien formadas. El sol, a pesar de que esté declinando, asaetea la copa gris-verde de los árboles preciosos y pacíficos, pero no taladra el entramado de sus ramas sino con diminutos ojitos de luz. La calzada principal, por el contrario, encajonada entre dos pendientes, es una cinta de polvorienta incandescencia deslumbrante.Jesús camina y sonríe. Llega a un tajo del terreno… y sonríe aún más vivamente. Allí está Nazaret… De tanto como la oprime la incandescencia del sol, parece como si vibrara. Jesús baja aún más veloz. Llega a la calzada ya sin preocuparse del sol. Parece volar de lo presuroso que va, con el manto – colocado como protección sobre la cabeza – hinchado y palpitando a los lados y detrás de Él. La calzada está desierta y silenciosa hasta las primeras casas. Allí, alguna voz de niño o de mujer se oye venir desde el interior de las casas o desde los huertos, que suspenden incluso sobre la calzada las frondas de sus árboles. Jesús se aprovecha de estas manchas de sombra para rehuir el implacable sol. Gira por una callecita cuya mitad está en sombra. Allí hay mujeres que se arremolinan junto a un pozo fresco. Casi todas lo saludan, manifestando con voces aguda su alegría porque haya vuelto. -Paz a todas vosotras… Pero… guardad silencio. Quiero dar una sorpresa a mi Madre. -Su cuñada se ha marchado ahora con una jarra fresca, pero tiene que volver; se han quedado sin agua. El manantial está seco, o se pierde en el suelo ardiente antes de llegar a tu huerto; no sabemos María de Alfeo lo decía ahora. Mira, allí viene. La madre de Judas y Santiago viene con un ánfora sobre la cabeza y otra en cada mano. No ve inmediatamente a Jesús y grita: -De este modo me doy más prisa. María está toda triste, porque sus flores se mueren de sed. Son todavía las de José y Jesús, y siente desgajársele el corazón viéndolas languidecer. -Pero ahora que me ve a mí…- dice Jesús, apareciendo detrás del grupo. -¡Oh, mi Jesús! ¡Bendito Tú! Voy a decírselo…. -No. Voy Yo. Dame las ánforas. -La puerta está sólo entornada. María está en el huerto. ¡Oh, qué contenta se pondrá! Hablaba de ti también esta mañana. ¡Pero haber venido con este sol!… ¡Estás todo sudado! ¿Estás solo? -No. Con amigos. Yo me he adelantado para ver antes a mi Madre. ¿Y Judas? -Está en Cafarnaúm. Va frecuentemente… María no habla más pero sonríe mientras seca con su velo el rostro humedecido de Jesús. Las ánforas ya están llenas. Jesús, usando su cinturón, se carga dos de ellas equilibradamente sobre los hombros, y la otra la lleva en la mano. Camina, vuelve una esquina, llega a la casa, empuja la puerta, entra en la pequeña habitación, que parece oscura en relación al fuerte sol exterior, levanta despacio la cortina que cubre la puerta del huerto, observa. María está en pie junto a un rosal, dando la espalda a la casa, compungida por la sedienta planta. Jesús posa el ánfora en el suelo, y el cobre suena al golpear contra una piedra. -¿Ya aquí, María? – dice la Madre sin volverse – ¡Ven, ven! ¡Mira este rosal!, y estas pobres azucenas; morirán todas, si no las socorremos. Trae también unas cañitas para sujetar este tallo que se está cayendo. -Te llevo todo, Mamá. -María se vuelve de repente. Se queda atónita un segundo; luego, dando un grito, corre con los brazos abiertos hacia el Hijo, el cual ya ha abierto los suyos y la espera con una sonrisa que es todo amor. -¡Hijo mío! -¡Mamá! ¡Querida mamá! La manifestación de afecto es larga, suave, y María está tan contenta que no ve, no siente lo sudado que está Jesús. Pero luego se da cuenta: -¿Por qué, Hijo, a esta hora? Estás como la púrpura y sudando como una esponja. Ven, ven dentro; que Mamá te seque y te refresque. Ahora te traigo una túnica nueva y sandalias limpias. ¡Pero ‘Hijo! ¿Por qué vas por los caminos con este sol? ¡Las plantas se mueren por el calor y Tú, Flor mía, por los caminos…! -¡Para llegar antes, Mamá! -¡Oh, querido mío! ¿Tienes sed? Claro que sí. Ahora te preparo… -Sí. De tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la cabeza en tu hombro, como cuando era pequeño… ¡Oh! ¡Mamá! ¡Cuánto te hecho de menos! -¡Pero dime que vaya, Hijo, y yo iré! ¿Qué te ha faltado por causa de mi ausencia?: ¿comida de tu agrado?, ¿ropa fresca?, ¿cama bien hecha? ¡Oh, dime, mi Dicha!, ¿qué te ha faltado? Tu sierva, ¡oh mi Señor!, tratará de poner remedio. -Nada aparte de ti… -Jesús, que ha vuelto a entrar en la casa de la mano de su Madre, se ha sentado en el arquibanco que está junto a la pared y ahora mira fijamente a María. La tiene de frente, ceñida con sus brazos. Tiene apoyada la cabeza contra su corazón, y de vez en cuando la besa. Dice: -Déjame que te mire. Déjame llenar mi vista de ti, ¡Mamá mía santa! -Antes la túnica. No es bueno estar tan mojado. Ven. Jesús obedece. Cuando vuelve con una túnica fresca, el coloquio continúa, delicado. -He venido con discípulos y amigos. Pero los he dejado en el bosque de -Melca. Vendrán mañana a la aurora. Yo… no podía espera más. ¡Mamá mía!…- y le besa las manos – María de Alfeo se ha retirado para dejarnos solos; ella también ha entendido mi sed de ti Mañana… mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos. Pero hoy tú eres mi Amiga y Yo el tuyo. Te he traído… ¡Oh, Mamá!, he encontrado a los pastores de Belén, y te he traído a dos de ellos: son huérfanos y tú eres la Madre, la Madre de todos, y más aún de los huérfanos. Y te he traído también a uno que tiene necesidad de ti para vencerse a sí mismo; y a otro que es un justo y ha llorado; bueno,… y a Juan… Y el recuerdo de Elías, de Isaac, Tobías (ahora Matías), Juan y Simeón. Jonás es el más infeliz. Te llevaré donde él; lo he prometido. Seguiré buscando a otros. Samuel y José están en la paz de Dios. -¿Estuviste en Belén?-Sí, Mamá. Llevé allí a los discípulos que tenía conmigo. Te traigo estas florecillas, nacidas entre las piedras de la entrada. -¡Oh!- María coge los tallitos secos y los besa – ¿Y Ana? -Murió en la matanza de Herodes. -¡Pobrecilla! ¡Te quería mucho! -Los betlemitas sufrieron mucho y no han sido justos con los pastores. Han sufrido mucho… -¡Pero contigo por entonces fueron buenos! – Sí. Por esto se les debe compadecer. Satanás está envidioso de aquella bondad suya y los instiga al mal. He estado también en Hebrón. Los pastores, perseguidos… -¿Tanto? -Sí. Los ayudó Zacarías, y, gracias a él, pudieron tener patrones y pan, aunque estos patrones fueran duros. Pero son almas de justos, y de las persecuciones y de las heridas se han hecho piedras de santidad. Los he reunido. He curado a Isaac y… y he dado mi Nombre a un niñito… En Yuttá, donde Isaac se consumía y donde ha renacido, hay ahora un grupo inocente que se llama María, José e Iesaí… -¡Oh, tu Nombre! -Y el tuyo, y el del Justo. Y en Keriot, patria de un discípulo, un fiel israelita murió contra mi corazón, por la alegría de haberme encontrado…Y también… ¡tengo tantas cosas que contarte…, mi perfecta Arniga, Madre dulce! Pero antes de nada, te lo suplico, te pido que tengas mucha piedad con los que vendrán mañana. Escucha: me aman pero no son perfectos. Tú, Maestra de virtud… ¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos…! ¡Yo quisiera salvarlos a todos…!- Jesús se ha deslizado a los pies de María. Ahora Ella aparece en su majestuosidad de Madre. -¡Hijo mío! ¿Qué puede hacer tu pobre Mamá que Tú no hagas? -Santificarlos… Tu virtud santifica. Te los he traído aposta. Mamá…un día, ante la urgencia de santificar a los espíritus, viendo en ellos voluntad de redención, te diré: “Ven”. Yo solo no podré… Tu silencio será tan activo como mi palabra. Tu pureza ayudará a mi potencia. Tu presencia mantendrá distante a Satanás… Tu Hijo, Mamá, sabiendo que estás cerca, encontrará fuerzas. Vendrás, ¿no es cierto, mi dulce Madre? -¡Jesús! ¡Amor! ¡Hijo! No te siento feliz… ¿Qué te pasa, Criatura de mi corazón? ¿Ha sido duro contigo el mundo? ¿No? Creerlo me es motivo de consuelo… pero… ¡Oh! Sí. Iré. A donde Tú quieras, como Tú quieras, cuando Tú quieras, incluso ahora, bajo el sol, bajo las estrellas, o con hielo o entre aguaceros. ¿Me quieres contigo?: aquí me tienes. -No. Ahora no. Pero un día… ¡Qué dulce es la casa! ¡Y tu caricia! Déjame dormir así, con la cabeza en tus rodillas. ¡Estoy muy cansado! Sigo siendo tu Hijito… Y Jesús realmente se duerme, cansado, derrengado, sentado en la estera, con la cabeza en el regazo de su Madre, mientras Ella le acaricia en el pelo, cariñosa.