Preparativos y recibimientos en Efraím.
-Maestro, la paz a ti – dicen Pedro y Santiago de Zebedeo, que vuelven a casa cargados de ánforas llenas de agua. -La paz a vosotros. ¿De dónde venís?
-Del torrente. Hemos cogido el agua y todavía traeremos más, para asearnos. Dado que hacemos un alto en el camino… Y no es justo que la anciana se fatigue por nosotros. Está allí haciendo una hoguera para calentar el agua. Mi hermano ha ido al bosque por leña. No llueve desde hace tiempo y arde como si fuera brezo – explica Santiago de Zebedeo.
-La cosa es que, a pesar de que acabara de despuntar el día, nos han visto en el torrente y también en el bosque. Y pensar que yo había ido al torrente por no ir a la fuente… – dice Pedro.
-¿Y por qué, Simón de Jonás?
-Porque en la fuente siempre hay gente, y podían reconocernos y venir enseguida aquí…
Mientras hablan, han entrado en el largo pasillo que divide la casa los dos hijos de Alfeo, Judas de Keriot y Tomás. Por tanto, también ellos oyen las últimas palabras de Pedro y la respuesta de Jesús:
-Lo que no hubiera sucedido en las primeras horas de hoy, hubiera sucedido más tarde, mañana como mucho, porque nos quedamos aquí…
-¿Aquí? Yo creía que íbamos a hacer sólo un alto en el camino… – dicen varios.
-No es una pausa de descanso. Es la pausa. De aquí no nos marcharemos sino para volver a Jerusalén para la Pascua.
-Pues yo había creído que cuando hablaste de tierra de lobos y matarifes te estabas refiriendo a esta región por la que querías pasar, como hiciste otras veces, para ir a otros lugares sin recorrer los caminos más transitados por judíos y fariseos… – dice Felipe, que ha llegado en ese momento; y otros dicen:
-Yo también creía lo mismo.
-Habéis entendido mal. No es ésta la tierra de lobos y matarifes, a pesar de que en sus montes tengan guarida los verdaderos lobos. No hablo de los lobos animales…
-¡Eso lo habíamos entendido! – exclama Judas de Keriot con buena carga de ironía – Para ti que te llamas Cordero se comprende que son lobos los hombres. No somos necios del todo.
-No. No sois necios sino en aquello que no queréis comprender. O sea, sobre mi naturaleza y misión y sobre el dolor que me causáis no trabajando asiduamente en prepararos para el futuro. Por bien vuestro os hablo y os enseño con obras y palabras. Pero vosotros rechazáis aquello que disturba a vuestra humanidad con presagios de dolor o con solicitud de esfuerzos contra vuestro yo. Escuchad antes de que haya extraños. Os voy a dividir en dos grupos de cinco. Iréis, bajo la guía del que esté a la cabeza de cada grupo, por las tierras cercanas, como en los primeros tiempos en que os enviaba. Recordad todo lo que dije entonces y ponedlo en práctica. La única salvedad es que ahora pasaréis anunciando como próximo el día del Señor, a los samaritanos también, para que estén preparados cuando ese día llegue y sea más fácil para vosotros el convertirlos al único Dios. Id llenos de caridad y prudencia, sin prevenciones. Ya veis y más que veréis- que lo que se nos niega en otros lugares aquí se nos concede. Por tanto, sed buenos con estos que expían, inocentes, las culpas de sus antepasados. Pedro guiará el grupo de Judas de Alfeo, Tomás, Felipe y Mateo; Santiago de Alfeo, el de Andrés, Bartolomé, Simón Zelote y Santiago de Zebedeo. Judas de Keriot y Juan sé quedan conmigo. Esto a partir de mañana. Hoy vamos a descansar, haciendo los preparativos para los próximos días. El sábado lo pasaremos juntos. Haced, pues, las cosas de forma que estéis aquí antes del sábado, para volver a salir una vez transcurrido éste, que será el día del amor entre nosotros después de haber amado al prójimo en el rebaño que salió del redil paterno. Ahora, cada uno a su tarea.
Se queda solo y se retira a una habitación que está al final del pasillo.
Rumor de pasos y voces llena la casa, aunque todos estén en las habitaciones y no se vea a ninguno, aparte de la ancianita, que una y otra vez cruza el pasillo ocupándose de sus tareas, de las cuales una, sin duda, es el pan, porque tiene harina en el pelo, y las manos cubiertas de masa.
Jesús sale un poco después y sube a la terraza de la casa. Pasea arriba meditando, y mira de vez en cuando a lo que le
rodea.
Se acercan a Él Pedro y Judas de Keriot; no muy alegres, verdaderamente. Quizás a Pedro le apena el separarse de Jesús. Quizás a Judas Iscariote le apena el no poder hacerlo y no poder ir a llamar la atención por las ciudades. Lo cierto es que están muy serios cuando suben a la terraza.
-Venid. Mirad qué bonito panorama se ve desde aquí.
Y señala al horizonte variopinto. A1 noroeste, montes altos, boscosos, que se alargan como una espina dorsal orientados de norte a sur (uno, detrás de Efraím, es verdaderamente un gigante verde que domina sobre los otros). A1 nordeste y al sureste, ondulantes collados más suaves. El pueblo está en una cuenca verde con horizontes lejanos -poco ondulados, entre las dos cadenas: la más alta y 1a más baja- que desde el centro de la región descienden hacia la llanura jordánica. A través de un corte entre los montes más bajos, se vislumbra esa llanura verde en cuyo extremo está el Jordán azul. En plena primavera debe ser éste un lugar hermosísimo, todo verde y fértil. Por ahora los viñedos y huertos de árboles frutales interrumpen con su oscuro color el verde de los campos sembrados de cereales (que ya echan sus tiernos tallos afuera de la tierra) y de los pastos nutridos con este suelo feraz.
Si Juan llama desierto a eso que está tras Efraím, señal es de que bien suave era el desierto de Judea, al menos en esa zona -o hay que decir al menos que era desierto sólo por carecer de lugares habitados-, llena de bosques y pastos entre alegres torrentillos, bien distinta de las tierras de la zona del Mar Muerto, que con preciso nombre ya pueden ser llamadas desierto, porque son áridas y carecen de vegetación, si se exceptúan las matas bajas, espinosas, retorcidas, salpicadas de sal, de las pocas plantas desérticas nacidas entre los pedruscos diseminados y las arenas cargadas de sales. Pero este dulce desierto que está allende Efraím se decora, todavía en un largo espacio de terreno, con vides, olivos y árboles frutales; y ahora los almendros sonríen bajo el sol, esparcidos acá o allá y formando matas blanco-rosas en las laderas que pronto estarán cubiertas de los festones de las vides abiertas para nuevas frondas.
-Parece casi como estar en mi ciudad – dice Judas.
-También asemeja a Yuttá. Lo único es que allí el torrente está abajo y la ciudad arriba. Aquí, por el contrario, el pueblo parece estar dentro de una vasta concha con el río en el centro. ¡Es un pueblo rico de vid! Debe ser muy hermoso, y muy bueno, para los dueños, tener estas tierras – observa Pedro.
-Bendiga el Señor su tierra con los frutos del cielo y el rocío, con los manantiales que surgen de las profundidades, con los frutos producidos por el Sol y la Luna, con los frutos de las cimas de sus antiguos montes, con los frutos de sus eternos collados y las mieses de la abundancia de la tierra» está escrito (Deuteronomio 33, 13-16). Y en estas palabras del Pentateuco basan su orgullosa obstinación en creerse superiores. Así es. Hasta la palabra de Dios y los dones de Dios, si caen en corazones soberbios, vienen a ser causa de ruina. No por sí, sino por la soberbia que altera su savia buena – dice Jesús.
-Y ellos del justo José han conservado sólo la furia del toro y la cerviz del rinoceronte. No me gusta estar aquí. ¿Por qué no me dejas ir con los otros? – dice Judas Iscariote.
-¿No te gusta estar conmigo? – pregunta Jesús dejando de observar el paisaje y volviéndose para observar a Judas. -Contigo sí, pero no con los de Efraím.
-¡Bonita razón! ¿Y nosotros, entonces, que vamos a ir por Samaria o por la Decápolis -porque en el tiempo prescrito de sábado a sábado no podremos ir a otro lugar- vamos a ir, acaso, con santos? – dice Pedro reprendiendo a Judas, que no responde.
-¿Qué te importa quién tienes a tu lado si sabes amar todo a través de mí? Ámame en el prójimo y todos los lugares te serán iguales – dice tranquilo Jesús.
Judas tampoco le responde a Él.
-Y pensar que yo me tengo que marchar… ¡Con mucho gusto me quedaría aquí! Total… ¡para lo que sé hacer! Pon, al menos, al frente a Felipe o a tu hermano, Maestro. Yo… mientras se trate de decir: vamos a hacer esto, vamos a aquel sitio… bueno, todavía. ¡Pero si tengo que hablar!… Lo estropearé todo.
-La obediencia te hará hacer bien todo. Lo que hagas me gustará.
-Entonces… si te gusta a ti, me gusta a mí. Me basta con contentarte. Pero… ¡Ah, ya lo había dicho! ¡Ahí viene media ciudad!… ¡Mira! El arquisinagogo… los notables… sus mujeres… los niños y la gente! …
-Vamos a bajar a su encuentro – ordena Jesús, y se apresura a bajar la escalera mientras da una voz a los otros apóstoles para que salgan con Él fuera de casa.
Los habitantes de Efraím se acercan con señales de la más viva deferencia. Después de los saludos de rigor, uno, quizás el arquisinagogo, habla por todos:
-Bendito sea el Altísimo por este día, y bendito sea su Profeta que ha venido a nosotros porque ama a todos los hombres en nombre del Dios altísimo. Bendito seas Tú, Maestro y Señor, que te has acordado de nuestro corazón y de nuestras palabras y has venido a descansar en medio de nosotros. Te abrimos corazón y casas, pidiendo tu palabra para nuestra salud. Bendito sea este día porque por él el que sepa acogerlo con recto espíritu verá fructificar el desierto.
-Bien has hablado, Malaquías. El que sepa acoger con recto espíritu al que ha venido en nombre de Dios verá fructificar su desierto y convertirse en domésticas las plantas, fuertes pero agrestes, que en él hay. Yo estaré en medio de vosotros. Y vosotros vendréis a mí. Como buenos amigos. Y éstos llevarán mi palabra a los que la sepan acoger.
-¿No vas a enseñar Tú, Maestro? – pregunta un poco desilusionado Malaquías.
-He venido aquí para recogerme y orar. Para prepararme a las grandes cosas que van a suceder. ¿No os agrada el que haya elegido vuestro lugar para mi sosiego?
-¡Sí! Verte orar será ya hacernos sabios. Gracias por habernos elegido para esto. No turbaremos tus oraciones ni permitiremos que sean turbadas por tus enemigos. Porque ya se sabe lo que ha sucedido y sucede en Judea. Haremos buena guardia. Y nos contentaremos con una palabra tuya cuando buenamente puedas decirla. Entretanto, acepta los dones de la hospitalidad.
-Soy Jesús y no rechazo a nadie. Por tanto, acepto lo que me ofrecéis para mostraros que no os rechazo. Pero si queréis amarme dad de ahora en adelante lo que me daríais a mí a los pobres del pueblo o a los que estén de paso. Yo sólo necesito paz y amor.
-Lo sabemos. Todo lo sabemos. Y esperamos darte eso, tanto como para hacerte exclamar: «La tierra que habría debido ser para mí Egipto, o sea, dolor, ha sido, como para José de Jacob, tierra de paz y gloria».
-Si me amáis aceptando mi palabra, lo diré.
Los habitantes de Efraím pasan sus dones a los apóstoles y luego se retiran, menos Malaquías y otros dos que le dicen algo en voz baja a Jesús.
Y se quedan los niños, cautivados por el hechizo habitual que Jesús emana hacia los niños; se quedan, sordos a las voces de sus madres, que los llaman, y no se marchan hasta que Jesús no los ha acariciado y bendecido. Entonces, gárrulos como golondrinas, cual golondrinas que baten las alas para alzar el vuelo, se echan a correr. Tras ellos se marchan también los tres hombres.