Otro sábado en Efraím. Intolerancias de Judas Iscariote.Palabras a los samaritanos sobre el tiempo nuevo.
Debe ser otro sábado porque los apóstoles están de nuevo reunidos en la casa de María de Jacob.
Los niños siguen con ellos, al lado de Jesús, junto al hogar. Y es esto precisamente lo que hace decir a Judas Iscariote: -Ya de momento ha pasado una semana, y los parientes no han venido – y se ríe, meneando la cabeza.
Jesús no le responde. Acaricia al segundogénito.
Judas pregunta a Pedro y a Santiago de Alfeo:
-¿Y decís que habéis recorrido los dos caminos que llevan a Siquem?
-Sí, pero ha sido una cosa inútil, si se considera bien. Está claro que los bandidos no pasan por los caminos asiduamente transitados, especialmente ahora que las patrullas romanas los recorren continuamente – responde Santiago de Alfeo.
-¿Y entonces por qué habéis ido por esos caminos? – acucia Judas Iscariote.
-¡Pues ya ves!… Para nosotros ir acá o allá es igual. Así que, hemos ido por ésos.
-¿Y nadie ha sabido daros razón?
-No hemos preguntado nada.
-¿Y cómo querías saber, entonces, si habían pasado o no? ¿Acaso llevan enseñas, o dejan rastros las personas cuando van por un camino? No creo. Si así fuera, al menos los amigos ya nos habrían encontrado. Sin embargo, desde que estamos aquí, nadie ha venido – y se ríe con sarcasmo.
-Nosotros no sabemos el motivo por el que nadie haya venido. El Maestro sabe, nosotros no sabemos. Las personas -no dejando rastro de su paso los que, como nosotros, se retiran a un lugar ignorado por la gente- no pueden venir, si no se les revela el lugar del refugio. Ahora bien, nosotros no sabemos si nuestro hermano ha dicho esto a los amigos – dice pacientemente Judas de Alfeo.
-¿Y pretendes creer, y hacer creer, que no se lo ha dicho al menos a Lázaro y a Nique?
Jesús no habla. Toma a un niño de la mano y sale…
-No pretendo creer nada. Pero, aunque fuera como dices, todavía no puedes juzgar, y ninguno de nosotros puede, los motivos de la ausencia de los amigos…
-¡Son fáciles de entender estos motivos! Ninguno quiere problemas con el Sanedrín, y mucho menos los que tienen riquezas y poder. ¡Nada más que eso! Nosotros somos los únicos que sabemos meternos en los peligros.
-¡Sé justo, Judas! El Maestro no nos ha forzado a ninguno a estar con Él. ¿Por qué te has quedado si te asusta el Sanedrín?
Es Santiago de Alfeo el que le hace esta observación.
-Y, si quieres, en cualquier momento te puedes marchar. No estás encadenado… – interrumpe el otro Santiago, hijo de Zebedeo.
-¡Eso sí que no! ¡De ninguna manera! Aquí estamos y aquí nos quedamos. Todos. El que hubiera querido se hubiera debido marchar antes. Ahora no. Me opongo yo, si no se opone el Maestro – dice, lenta pero tajantemente, Pedro, dando un puñetazo en la mesa.
-¿Y por qué? ¿Quién eres tú para mandar en lugar del Maestro? – le pregunta con violencia Judas Iscariote. -Un hombre que razona no como Dios, como hace Él, sino como hombre.
-¿Tienes sospechas de mí? ¿Me crees un traidor? – dice Judas intranquilo.
-Tú lo has dicho. No es que piense que lo seas voluntariamente. Pero, ¡eres tan… irreflexivo, Judas, y tan voluble! Y tienes demasiados amigos. Y te gusta demasiado sobresalir, en todo. Tú, no, no sabrías guardar silencio. O para rebatir a algún malintencionado, o por mostrar que eres el Apóstol, hablarías. Por tanto, aquí estás y aquí te quedas; así, ni perjudicas a nadie ni te creas remordimientos.
-Dios no constriñe la libertad del hombre ¿y pretendes hacerlo tú?
-Pretendo hacerlo. Pero, oye, dime: ¿acaso te llueve en la cabeza?, ¿te falta el pan?, ¿te sienta mal este aire?, ¿te ofende la gente? Ninguna de estas cosas. La casa es sólida, aunque no sea rica; el aire es bueno; comida no te ha faltado nunca; la gente te tributa cortesía. Y entonces ¿por qué estás tan inquieto, como si estuvieras en una galera?
-«Dos pueblos no puede soportar mi alma, y el tercero, al que aborrezco, no es ni siquiera un pueblo: los del monte Seír, los filisteos y el pueblo necio que habita en Siquem». Te respondo con las palabras del Sabio (Eclesiástico 50, 25-26). Y con razón pienso así. ¡Tú observa si estos pueblos nos estiman!
-¡Mmm! La verdad es que no me parece que los otros, el tuyo y el mío, sean mucho mejores. Nos hemos llevado pedradas en Judea y en Galilea, en Judea todavía más que en Galilea, y en el Templo de Judea más que en ningún otro lugar. A mí no me parece que hayamos sido maltratados ni en tierras de filisteos ni aquí ni en otros lugares…
-¿Dónde, en otros lugares? No hemos ido a otros lugares, por suerte. Pero, aunque hubiera habido que ir a otros lugares, no habría ido, y en el futuro no iré. No quiero contaminarme más.
-¿Contaminarte? No es eso lo que te afecta, Judas de Simón. No quieres enemistarte con los del Templo. Eso te duele – dice con serenidad Simón Zelote, que se ha quedado en la cocina con Pedro, Santiago de Alfeo y Felipe. Los otros se han marchado uno tras otro con los dos niños, y han ido donde el Maestro: una fuga meritoria porque ha sido por no faltar a la caridad.
-No. No es por eso. Es porque no me gusta perder mi tiempo y ofrecer la sabiduría a los necios. ¡Fíjate! ¿De qué ha servido tomar con nosotros a Hermasteo? Se marchó y no ha vuelto. José dice que se separó de él diciendo que volvería para la Fiesta de las Tiendas. ¿Tú lo has visto? Es un renegado…
-No sé por qué no ha vuelto, ni juzgo. Pero te pregunto: ¿acaso es el único que ha abandonado al Maestro; es más, que se ha hecho enemigo suyo? ¿No hay renegados entre nosotros, judíos, y entre los galileos? ¿Puedes sostenerlo?
-No. Es verdad. Pero… bueno, yo me siento incómodo aquí. ¡Si se supiera que estamos aquí! ¡Si se supiera que tratamos con los samaritanos hasta el punto de entrar en sus sinagogas en sábado! Él quiere hacerlo… ¡Ay si se supiera! La acusación estaría justificada…
-Y el Maestro, condenado. Quieres decir esto. Pero si ya lo está. Lo está antes de que se sepa. Es más, ha sido condenado tras haber resucitado a un judío en Judea. Se le odia y se le tacha de samaritano y amigo de publicanos y meretrices. Desde siempre condenado. ¡Y tú esto lo sabes mejor que ningún otro!
-¿Qué quieres decir, Natanael? ¿Qué quieres decir? ¿Qué tengo que ver yo con esto? ¿Qué puedo saber más que vosotros?
Está agitadísimo.
-¡Pero muchacho, si tienes el aspecto de una rata rodeada de enemigos! Y tú no eres una rata, ni nosotros estamos aquí armados con bastones para capturarte y matarte. ¿Por qué te turbas tanto? Si tu conciencia está en paz, ¿por qué te inquietas por palabras inocentes? ¿Qué ha dicho Bartolmái como para agitarte de ese modo? ¿No es, acaso, verdad que nadie mejor que nosotros, sus apóstoles, que dormimos próximos a Él y con Él vivimos, puede saber y testificar que no estima al hombre samaritano, al hombre publicano, al hombre pecador, a la mujer meretriz, sino a sus almas, y que solamente de estas se preocupa, y que solamente por sus almas y sólo el Altísimo sabrá cuán grande será el esfuerzo del Purísimo para acercarse a que nosotros, hombres y pecadores, llamamos «inmundicia»- va con samaritanos, publicanos y meretrices? ¡Muchacho, no entiendes ni conoces todavía a Jesús! Tú menos que los mismos samaritanos, filisteos, fenicios y todos los que tú quieras – dice Pedro con tristeza en las últimas palabras.
Judas se calla, y también los otros.
Vuelve la anciana y dice:
-Están en el camino los de la ciudad. Dicen que es la hora de la oración del sábado y que el Maestro había prometido
hablar…
-Voy a decirlo, mujer. Tú di a los de Efraím que ahora vamos – le responde Pedro, y sale al huerto para avisar a Jesús. -¿Tú qué haces? ¿Vienes? Si no quieres venir, vete, márchate antes de que tu postura de rechazo lo aflija – dice el Zelote
a Judas.
-Voy con vosotros. ¡Aquí no se puede hablar! Parece como si yo fuera el mayor de los pecadores. Todas mis palabras se malentienden.
Jesús, volviendo a la cocina, impide cualquier otra palabra.
Salen al camino y se unen a los de Efraím. Entran con ellos en la ciudad. No se detienen hasta llegar frente a la sinagoga, ante cuya puerta está Malaquías, que saluda e invita a entrar.
No aprecio diferencia alguna entre el lugar de oración samaritano y los que he visto en otras regiones: las mismas lámparas; los mismos ambones o estantes, y encima de ellos los volúmenes enrollados; el sitio del arquisinagogo o de quien enseñe en vez de él. Si acaso, aquí hay muchos menos rollos que en otras sinagogas.
-Hemos hecho ya nuestras oraciones mientras te esperábamos. Sí quieres hablar… ¿Qué volumen pides, Maestro?
-No necesito ninguno. Además, no tendrías lo que quiero explicar (Esdras 3. Los samaritanos no admitían otros libros de la Sagrada Escritura aparte de los cinco de Moisés, llamados Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio) – responde Jesús, y luego se vuelve hacia la gente y empieza su discurso:
-Cuando Ciro, rey de los persas, repatrió a los hebreos para que reedificaran el Templo de Salomón, destruido hacía cinco decenios, fue reconstruido el altar sobre sus bases, y en éste ardió el holocausto diario mañana y noche, y el extraordinario del primer día de cada mes y de las solemnidades consagradas al Señor o los holocaustos de las ofrendas individuales. Después, tras la primicia indispensable e inderogable del culto, pusieron manos a la obra, en el segundo año del regreso, en lo que se podría llamar el marco del culto, la exterioridad de él, cosa no culpable porque, en todo caso, estaba hecha para honrar al Eterno, pero no indispensable. Porque el culto a Dios es amor a Dios, y el amor se siente y consuma con el corazón, no, ciertamente, con las piedras escuadradas y las maderas preciosas, el oro y los perfumes. Todo esto es exterioridad, orientada más a satisfacer el propio orgullo nacional o ciudadano que no a honrar al Señor.
Dios quiere un Templo de espíritu. No se contenta con un Templo de muros y mármoles vacío de espíritus llenos de amor. En verdad os digo que el templo del corazón limpio y amoroso es el único que Dios estima, el único en que establece su morada con sus luces; y que las disputas que mantienen divididas las regiones y las ciudades acerca de las bellezas de éste o aquel lugar de oración son estúpidas. ¿Para qué, rivalizar en riqueza y adornos de las casas donde se invoca a Dios? ¿Puede, acaso, lo finito satisfacer cumplidamente al Infinito, aunque fuera algo finito diez veces más hermoso que el Templo de Salomón y que todos los palacios juntos? Dios, el Infinito que no puede ser contenido por ningún espacio, que no puede ser honorado por suntuosidad material alguna, halla en el corazón del hombre el único lugar digno de honrarlo como corresponde, y puede -es más, quiere- ser contenido por el corazón del hombre; porque el espíritu del justo es un templo sobre el cual aletea, entre los perfumes de amor, el Espíritu de Dios, y pronto será un templo en el que el Espíritu haga auténtica morada, Uno y Trino como es en el Cielo.
Y está escrito que, en cuanto los obreros hubieron echado los cimientos del Templo, fueron los sacerdotes con sus ornamentos y las trompetas, y los levitas con los címbalos, según las ordenanzas de David, y cantaron que «a Dios ha de alabársele porque es bueno y eterna es su misericordia». Y el pueblo exultaba. Pero muchos sacerdotes, jefes, levitas y ancianos lloraban con grandes gemidos pensando en el Templo que fue. Pero no se podían distinguir las voces de llanto de las de júbilo, pues eran muy confusas. Y también se lee que hubo pueblos vecinos que molestaron a los que edificaban el Templo, para vengarse de que los constructores los hubieran rechazado cuando se habían ofrecido a edificar con ellos, porque ellos también buscaban al Dios de Israel, al Dios único y verdadero. Y estas perturbaciones interrumpieron la marcha de las obras hasta que no plugo a Dios hacerlas proseguir.
Esto se lee en el libro de Esdras.
¿Cuántas y cuáles lecciones aporta el fragmento que he referido? Estas, además de la ya citada, acerca de la necesidad de que el culto sea sentido por el corazón, y no hacerlo profesar a piedras, maderas, vestiduras, címbalos y cantos de donde el espíritu está ausente. Que la falta de amor recíproco es siempre causa de retraso y perturbación, aunque se trate de una finalidad buena de por sí. Dios no está donde no hay caridad. Es inútil buscar a Dios si antes uno no se coloca en la condición de poder encontrarlo. Dios se halla en la caridad. Aquel o aquellos que se establecen en la caridad encuentran a Dios, sin tener ni siquiera que llevar a cabo una penosa búsqueda. Y quien tiene consigo a Dios, tiene ya consigo el éxito en todas sus empresas.
En el salmo que brotó del corazón de un sabio (Salmo 127,1-2), después de la meditación en los penosos hechos que acompañaron a la reconstrucción del Templo y las murallas, está escrito: «Si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan en ella los constructores; si el Señor no custodia la ciudad y la protege, en vano la custodian los defensores».
Ahora bien, ¿cómo podrá edificar Dios la casa, si sabe que sus moradores no lo tienen en su corazón porque no aman a sus vecinos? ¿Y cómo protegerá a las ciudades y dará fuerza a los defensores, si no puede estar en ellas, pues que con el odio que profesan a sus vecinos están privadas de Él? ¡Oh, pueblos, ¿ha producido algo el estar divididos por barreras de odio?! ¿Os ha hecho más grandes, más ricos, más felices? Jamás es productivo el odio, ni el rencor; jamás es fuerte quien está solo; jamás es amado quien no ama. Y no vale, como dice el salmo, levantarse antes del alba para ser grandes, ricos y felices. Tome cada uno el descanso como alivio del dolor de la vida, porque el sueño es don de Dios de la misma forma que lo es la luz y todas las cosas de que el hombre goza; tome cada uno su descanso, pero tenga en el sueño y en la vigilia como compañera la caridad, y sus obras prosperarán, y prosperarán su familia y sus intereses y sobre todo, prosperará su espíritu y conquistará la regia corona de los hijos del Altísimo y herederos de su Reino.
Se ha dicho que, mientras el pueblo elevaba gritos de júbilo, algunos lloraban con fuertes gemidos porque recordaban y añoraban el pasado; pero no se podían distinguir las diferentes voces en medio del tumulto de los gritos.
¡Hijos de Samaria! ¡Y vosotros, apóstoles míos, hijos de Judea y Galilea! Hoy también hay quien exulta y quien llora mientras el nuevo Templo de Dios se eleva sobre cimientos eternos. También ahora hay quien obstaculiza las obras y quien busca a Dios donde Dios no está. También ahora hay quien quiere edificar según el orden de Ciro y no según el de Dios, es decir, según el orden del mundo y no según las voces del espíritu. Y también ahora hay quien llora con necia y humana añoranza un pasado inferior, un pasado que no fue bueno ni sabio, hasta el punto de provocar la indignación de Dios. También ahora tenemos todas estas cosas, como si siempre estuviéramos en la nebulosidad de los tiempos remotos y no en la luz del tiempo de la Luz.
Abrid vuestro corazón a la Luz, llenaos de Luz para ver al menos vosotros, a quienes Yo-Luz hablo. Es el tiempo nuevo. Todo se reedifica en él. Mas ¡ay de aquellos que no quieran entrar y obstaculicen a los que edifican el Templo de la nueva fe, del
que Yo soy Piedra angular y al cual entregaré la totalidad de mí mismo para hacer de argamasa para las piedras, y así el edificio se alce santo y fuerte, admirable en los siglos, vasto como la Tierra, a la que cubrirá entera con su luz! Digo luz, no sombra, porque mi Templo será de espíritus y no de materias opacas. Piedra para él, Yo con mi Espíritu eterno; piedras, todos aquellos que sigan mi palabra y la nueva fe, piedras incorpóreas, encendidas, santas. Y la luz se extenderá sobre la Tierra, la luz del nuevo Templo, y cubrirá a ésta de sabiduría y santidad. Afuera quedarán sólo aquellos que con impuro llanto lloren y añoren el pasado porque les era fuente de ganancias y honores sólo humanos.
¡Abríos al tiempo y al Templo nuevos, oh hombres de Samaria! En ellos todo es nuevo, y las antiguas separaciones y fronteras en lo material, en el pensamiento y en el espíritu, ya no existen. Cantad, porque está para terminar vuestro exilio de la ciudad de Dios. ¿O acaso gozáis sintiéndoos como desterrados, como leprosos para los otros de Israel? ¿Es que, acaso, gozáis sintiéndoos como personas expulsadas del seno de Dios? Porque vosotros sentís esto, vuestras almas lo sienten, vuestras pobres almas oprimidas en estos cuerpos vuestros, y sobre las cuales permitís que domine vuestro pensamiento arrogante, que no quiere decir a otros hombres: «Nos hemos equivocado, pero, como ovejas descarriadas, volvemos al Redil». Ya está mal el que no queráis manifestárselo a otros hombres, pero, al menos, acceded a decírselo a Dios. Aunque ahoguéis el grito de vuestra alma, Dios oye el gemido de ella, que se siente infeliz de estar exiliada de la casa del Padre universal y santísimo.
Escuchad las palabras del salmo gradual (Salmo 122; más abajo se alude al Salmo 126. Los salmos graduales (120-134), o cantos de las ascensiones, eran cantados por los peregrinos que iban a Jerusalén para subir al Templo). Ciertamente sois vosotros peregrinos que desde hace siglos vais hacia la alta ciudad, hacia la verdadera Jerusalén, la celeste. De allí, del Cielo, vuestras almas descendieron para animar una carne, y es al Cielo adonde anhelan regresar. ¿Por qué queréis sacrificar vuestras almas, exheredarlas Reino? ¿Qué culpa tienen ellas de haber descendido a cuerpos concebidos en Samaria? Vienen de un único Padre y tienen el mismo Creador que tienen las almas de Judea y Galilea, de Fenicia y la Decápolis. Dios es el fin de todo espíritu. Todo espíritu tiende a este Dios, aun cuando idolatrías de todo tipo, o herejías funestas, cismas, o falta de fe lo mantengan en una ignorancia del Dios verdadero, ignorancia que sería absoluta si el alma no tuviera, incancelable en ella, un embrional recuerdo de la Verdad y una anhelo de ella. ¡Oh, haced crecer este recuerdo y anhelo! Abrid las puertas a vuestra alma ¡Que la Luz entre, que entre la Vida, y la Verdad! ¡Que quede abierto el Camino! Que todo entre a chorros luminosos y vitales, como los rayos del Sol y las olas y los vientos de los equinoccios, para hacer desarrollarse del embrión el árbol que se yergue y se acerca cada vez más a su Señor.
¡Salid del exilio! Cantad conmigo: «Cuando el Señor hace volver de la cautividad, el alma parece soñar por la alegría. Se llena de sonrisas nuestra boca; nuestra lengua, de júbilo. Ahora se dirá: “El Señor ha hecho cosas grandes para nosotros~’. Sí, el Señor os ha hecho cosas grandes y seréis inundados de alegría.
¡Oh, Padre mío, por ellos te ruego como por todos! ¡Haz volver, oh Señor, a estos nuestros prisioneros, a estos que, para ti y para mí, están atados con las cadenas del obstinado error! ¡Condúcelos de nuevo, oh Padre, como torrente que desemboca en el gran río, al gran mar de tu misericordia y de tu paz! Yo y los que me sirven, con lágrimas, sembramos en ellos tu verdad. Padre, haz que en el tiempo de la gran mies podamos, todos nosotros tus siervos en la enseñanza de tu Verdad, cosechar con alegría en estos surcos que ahora parecen sólo sembrados de tríbulos y plantas venenosas, el trigo selecto de tus graneros. ¡Padre! ¡Padre! Por nuestras fatigas, lágrimas, dolores, sudores, muertes, que fueron y serán compañeros de nuestra siembra, haz que podamos ir a ti llevando, como manojos de mieses, las primicias de este pueblo, las almas renacidas a la Justicia y Verdad para tu gloria. ¡Amén!
El silencio, que impresionaba incluso (tan absoluto como era con una muchedumbre tan numerosa que llenaba la sinagoga y la plaza de delante de ésta), se ve hendido por un bisbiseo que va aumentando hasta transformarse primero en susurro, luego en ruido, luego en aclamaciones de júbilo. La gente gesticula, comenta y aclama… ¡Qué distinto es esto, respecto al epílogo de los discursos en el Templo! Malaquías dice por todos: -Sólo Tú puedes decir así la verdad, sin ofender y humillar. ¡Tú eres verdaderamente el Santo de Dios! Ora por nuestra paz. Estamos endurecidos por siglos de… creencias y por siglos de afrentas. Y debemos romper esta dura corteza nuestra. Sé indulgente.
.Más que eso: amo. Tened buena voluntad y la corteza se romperá por sí sola. Venga a vosotros la Luz. Se abre paso y sale, seguido de los apóstoles.