Judíos desconocidos refieren las acusaciones recogidas por el Sanedrín. Alegoría dirigida a Jerusalén.
Un gran número de personas está agrupado en los prados de Nique, en que el heno se seca al sol. Dos carros pesados y cubiertos están esperando en estos prados. Comprendo la razón de la espera cuando veo que acompañan a ellos a todas las discípulas, y que éstas suben en los carros después de la despedida y bendición del Maestro. También María Sanísima se marcha con las otras discípulas. Se marcha también el jovencito de Enón. Muchos discípulos se ponen a los lados de los carros, y, cuando éstos se mueven al paso lento de los bueyes también ellos se ponen en marcha. En los prados permanecen los apóstoles, Zaqueo y sus amigos y un grupito de personajes muy cubiertos con su manto (como si no quisieran ser muy reconocidos).
Jesús vuelve lentamente sobre sus pasos, hasta el centro del prado, y se sienta en un montón de heno ya semiseco que pronto será llevado al henil. Está absorto, y todos, manteniéndose en tres grupos distintos y un poco separados de Él y entre sí, respetan esta concentración suya.
La meditación se alarga. Se alarga la espera. El sol se hace cada vez más fuerte y cae intenso sobre el prado, que emana un fuerte olor de tallos herbáceos en desecación. Los que esperan se refugian en los extremos del prado, en los lugares en que los últimos árboles del huerto proyectan su sombra refrescadora.
Jesús se queda solo, solo bajo el sol ya fuerte, blanco todo con su túnica de lino y la prenda de cendal -quizás es la que tejió Síntica- que cubre su cabeza y ondea levemente con el paso de la brisa. De algún establo cercano llegan mugidos tenues, quejumbrosos, de vacas; de las frondas del huerto, piar de pájaros implumes; de las eras, piar de pollitos petulantes: la vida que continúa, renovándose en todas las primaveras. Las palomas vuelan alto describiendo círculos antes de regresar con vuelo firme y seguro a los nidos, bajo los aleros de los tejados. No sé si en la cercana casa de Nique o si en algún campo, una voz de mujer canta una nana arrulladora, y la vocecita del niño, primero alta y trémula como un balido de corderito, ahora se atenúa y luego calla… Jesús piensa, sigue pensando, piensa sin cesar, insensible al sol.
En distintas ocasiones he advertido esta superior resistencia de Jesús bendito frente a las inclemencias climáticas. Nunca he comprendido si sentía calor y frío fuertemente y los soportaba sin quejarse por espíritu de mortificación, o si era que, de la misma forma que dominaba los elementos desatados, dominaba también el frío y calor excesivos. No lo sé. Lo que sé es que, aun viéndolo todo mojado bajo aguaceros o sudado todo bajo el intenso sol, nunca he advertido en Él gestos de desazón por el frío o el calor, como tampoco lo he visto tomar las medidas de prevención que el hombre toma contra los excesos del sol o del frío helador.
Un día alguien me hizo la observación de que en Palestina no se lleva descubierta la cabeza, y que, por tanto, cuando yo decía que la cabeza rubia de Jesús, descubierta, aparecía esplendorosa bajo el so1, hablaba con desacierto. No digo que no, respecto a que en Palestina no se pueda ir con la cabeza descubierta; no he estado allí y no sé. Lo que sé es que Jesús habitualmente iba sin nada en la cabeza. Y si llevaba alguna prenda sobre su cabeza al principio de la marcha, pronto se lo quitaba, como si le desagradaran los estorbos, y llevaba en la mano, y lo usaba más que nada para limpiarse la cara del polvo del camino o para enjugarse el sudor. Si llovía, alzaba un extremo del manto y con él se cubría la cabeza; si hacía sol, especialmente cuando iba caminando, buscaba una hilera de sombra, aunque estuviera entrecortada, para resguardarse de los rayos solares. Raramente llevaba, como hoy, un velo ligero en la cabeza. Esta observación podrá parecerles a algunos inútil, pero forma parte también de lo que veo; y yo lo digo, mientras Jesús piensa…
-¡Pero estar tanto tiempo ahí le va a hacer daño! – exclama uno de1 grupo que no es ni el grupo apostólico ni el de
Zaqueo.
-Vamos a decírselo a sus discípulos… Además… yo quisiera… quisiera no detenerme demasiado tiempo – responde otro. -¡Sí, claro! Que los montes Adomín son poco seguros durante la noche…
Van donde los apóstoles y hablan con ellos.
-De acuerdo. Voy a decirles que queréis marcharos – dice Judas Iscariote.
-No. No eso. Quisiéramos estar al menos en Ensemes antes de que se haga de noche.
Judas se marcha sonriendo con ironía. Se inclina hacia el Maestro y le dice: -Dicen que es porque te puede hacer
daño el sol -aunque lo que realmente sucede es que a ellos puede perjudicarles el ser vistos demasiado-, pero los judíos desean ya que los despidas.
-Voy… Estaba pensando… Tienen razón – y Jesús se levanta.
-Todos, menos yo… – dice Judas Iscariote con tono de enfado.
Jesús lo mira y calla. Van juntos adonde estos hombres a los que Judas ha llamado judíos.
-Ya me había despedido de todos vosotros. Ayer ya lo dije. Hablaré solamente en Jerusalén…
-Es verdad. Pero es que quisiéramos decirte algo, nosotros que… ¿Podemos hablar aparte contigo?
-Dales este gusto. Tienen miedo de nosotros, o más exactamente de mí – dice Judas de Keriot con esa sonrisa suya de serpiente.
-No tenemos miedo de nadie. Si quisiéramos, sabríamos cómo tutelar nuestra tranquilidad. Pero todavía no todos son villanos en Palestina. Somos descendientes de los prohombres de David, y, si no eres esclavo ni despreciado todavía, debes mostrarte deferente con nuestras estirpes, las primeras junto al rey santo, las primeras junto a los Macabeos, las primeras también ahora, cuando se trata de honrar al Hijo de David, y de aconsejarle. Porque Él es grande, pero todas las criaturas, por grandes que sean, pueden tener necesidad de un amigo en las horas decisivas de la vida – responde con vehemencia uno que está del todo vestido de lino (incluso el manto y la prenda que cubre su cabeza y que poco deja descubierto de su rostro severo).
-Nos tiene a nosotros por amigos. Lo somos desde hace tres años, desde que vosotros…
-No lo conocíamos: Demasiadas veces hemos sufrido engaño con los falsos Mesías como para creer fácilmente en cualquier aserción. Pero los últimos acontecimientos nos han iluminado. Sus obras son divinas y nosotros decimos que es Hijo de Dios.
-¡Y creéis que tiene necesidad de vosotros!
-Como Hijo de Dios, no; como Hombre, sí. Ha venido para ser el Hombre, y el Hombre siempre tiene necesidad de hombres hermanos suyos. Pero, además, ¿por qué tienes miedo? ¿Por qué no quieres que hablemos con Él? Ésta es nuestra pregunta a ti.
-¿Yo? ¡Hablad! ¡Hablad! Los pecadores son más escuchados que los justos.
-¡Judas! ¡Creía que palabras como éstas deberían parecerte fuego en los labios! ¿Cómo te atreves a juzgar aquello que tu Maestro no juzga? Está escrito (Isaías 1, 18): «Si vuestros pecados son como la escarlata se harán blancos como la nieve, y si son bermejos como la cochinilla se harán blancos como la lana».
-Pero Tú no sabes que entre éstos…
-¡Silencio! Hablad vosotros.
-Señor, sabemos que está preparada la acusación contra ti. Se te acusa de violar la Ley y los sábados, de amar más a los de Samaria que a nosotros, de defender a publicanos y meretrices, de recurrir a Belcebú y a otras fuerzas tenebrosas, de magia negra, de odiar al Templo y querer su destrucción, de…
-Basta así. Todos pueden acusar, probar la acusación es más difícil.
-Pero tienen dentro de ellos a quienes la sostienen. ¿O es que crees que allí dentro son justos?
-Os respondo con las palabras de Job (Job 27, 5-8), que es figura de mí como Paciente: «Lejos de mí el pensamiento de consideraros justos a todos. Hasta el final sostendré mi inocencia. No renunciaré a la justificación mía, que ya he comenzado. Porque mi corazón no me censura nada en toda mi vida». Y todo Israel puede testimoniar -porque no me justifico a mí mismo, con palabras que puede decir también un embustero-, todo Israel puede atestiguar que Yo siempre he enseñado el respeto a la Ley; es más, que he perfeccionado la obediencia la Ley, y que no he violado los sábados… ¡Habla! ¿Qué querías decir? Has hecho un gesto y luego te has contenido. ¡Habla!
Uno del grupito… misterioso dice:
-Señor, en la última sesión del Sanedrín se leyó una denuncia contra ti. Venía de Samaria, de Efraín donde Tú estabas, y decía que había quedado probado, en numerosas ocasiones, que violabas el sábado y…
-Y sigo respondiéndote con Job: «¿Y cuál es la esperanza del hipócrita si roba por avaricia y Dios no libera su alma?». Este infeliz, que presenta una cara fingida y que debajo tiene un corazón distinto quiere cometer el gran robo por avidez de mi bien, ya va por el camino del Infierno, y vano será para él tener dinero y esperar honores y soñar con subir a donde Yo no quise subir para no traicionar el decreto santo. ¿Pero nos vamos a ocupar de él, si no es para orar por él?
-Pero el Sanedrín ha tenido para contigo palabras de burla: «Éste es el amor que le profesan los samaritanos: lo acusan para atraerse la benevolencia de todos nosotros».
-¿Y estáis seguros de que haya sido una mano samaritana la queh ha escrito esas palabras?
-No. Pero Samaria en estos días ha sido dura contigo…
-Porque los enviados del Sanedrín han creado en ella subversión y la han azuzado con falsos consejos, suscitando descabelladas esperanzas que he tenido que abatir. Además, escrito está (Job 27, 5-8), tanto respecto a Efraím como respecto a Judá (y se podría decir respecto a cualquier otro lugar, porque es voluble el corazón del hombre, que se olvida de los beneficios y se doblega ante las amenazas): «Vuestra bondad es como nube matutina, como rocío que por la mañana desaparece». Pero esto no prueba que los samaritanos sean los acusadores del Inocente. Un amor equivocado los lanzó sañosos contra mí, pero era un amor delirante. ¿Qué otra prueba hay de esta acusación de preferencia por los samaritanos?
-Se te acusa de que los quieres tanto, que siempre dices: «Escucha Israel», en vez de decir: «Escucha, Judá». Y que no puedes censurar a Judá…
-¿Verdaderamente? ¿La sabiduría de los rabíes aquí se pierde? ¿Y no soy Yo el Germen de justicia brotado de David por el que, como dice Jeremías (32, 6-9; 33, 15-17), Judá será salvado? Entonces el Profeta prevé que Judá, sobre todo Judá, tendrá necesidad de salvación. Y este Germen, sigue diciendo el Profeta, será llamado el Señor, nuestro Justo, «porque, dice el Señor, nunca le faltará a David un descendiente que se siente en el trono de la casa de Israel». ¿Y entonces? ¿Erró el Profeta? ¿Acaso estaba ebrio? ¿Ebrio de qué? Sin duda, de penitencia y no de otra cosa. Porque, para acusarme a mí, ninguno podrá sostener que Jeremías fuera un hombre dado a la crápula. Bueno, pues él dice que el Germen de David salvará a Judá y se sentará en el trono de Israel. Así pues, se diría que, por sus luces, el Profeta ve que, más que Judá, será elegido Israel; que el Rey irá a Israel, y ya será una gracia si Judá obtiene la salvación, aunque sólo sea la salvación. ¿Al Reino, entonces, se le llamará Reino de Israel? No. Se le llamara Reino de Cristo, de Aquel que une las partes dispersas y reconstruye en el Señor tras haber -según el otro Profeta (Zacarías 11, 4-17) juzgado y condenado, en un mes -en realidad, en menos de un día-, a los tres falsos pastores y tras haberles cerrado mi alma, porque la suya quedó cerrada para mí y deseándome en figura no supieron amarme en mi naturaleza. Así pues, Aquel que me envía romperá los dos cayados que me ha dado, para que la Gracia quede perdida para los crueles, para que el Flagelo no venga ya del Cielo, sino del mundo. Y nada es más duro que los flagelos que los hombres dan a los hombres. Así será. ¡Oh, así! Yo recibiré golpes, y dos tercios de las ovejas serán dispersados. Sólo un tercio, siempre sólo un tercio de ellas se salvará y perseverará hasta el final. Y esta tercera parte pasará por el fuego por el que Yo, Yo el primero, paso; y será purificada y probada como plata y oro, y oirá estas palabras: «Tú eres mi pueblo», y ella me dirá: «Tú eres mi Señor». Y alguien habrá pesado las treinta monedas, precio de la horrenda obra, infame paga. Y no podrán volver al lugar de donde salieron, porque hasta las piedras gritarían de horror al ver esas monedas manchadas con la sangre del Inocente y el sudor del perseguido, del perseguido por la más atroz de las desesperaciones; y servirán, como está escrito, para comprar de los esclavos de Babilonia el campo para los extranjeros. ¡Oh, el campo para los extranjeros! ¿Sabéis quiénes son estos extranjeros? Son los de Judá e Israel,
que pronto y durante siglos y siglos carecerán de patria y ni siquiera la tierra de su antiguo suelo los querrá acoger y los vomitará aun estando muertos, porque ellos quisieron rechazar la Vida. ¡Horror infinito!
Jesús calla, como quien se siente abatido, con la cabeza baja, que luego alza. Extiende la mirada a su alrededor. Ve a los presentes: los apóstoles, los discípulos ocultos, Zaqueo con los suyos. Suspira como quien se despierta de una pesadilla. Habla así:
-¿Qué más decíais? ¡Ah, que se me acusa de querer a publicanos y meretrices! Es verdad. Son los enfermos, los moribundos. Yo, Vida, me doy a ellos como vida. Venid, redimidos de mi rebaño – ordena a Zaqueo y a los suyos. Venid y escuchad mi orden. A muchos, más blancos que vosotros, dije: «No vayáis a Jerusalén». A vosotros os digo: «Id». Esto podrá parecer injusticia…
-Y lo es – interrumpe el Iscariote.
Jesús, como si no oyera, sigue hablando a Zaqueo y a sus compañeros:
-Pero os digo: id, precisamente porque vosotros sois plantas que tenéis más necesidad del rocío que otras, para que vuestra buena voluntad reciba el auxilio del Poderoso y ya crezcáis libremente en la Gracia. Sobre las otras cosas… el mismo Cielo responderá con signos inconfundibles. En verdad, podrá ser destruido el Templo vivo, y en tres días reedificado, y para toda la eternidad. Pero el Templo muerto, que ahora será solamente zarandeado y creerá haber triunfado, perecerá para nunca más renacer. ¡Marchaos! Y no temáis. Esperad en penitencia mi Día. Su aurora os conducirá definitivamente a la Luz – dice dirigiéndose a los que están cubiertos con el manto. Y luego dice a Zaqueo:
-Y marchaos también vosotros, pero no ahora. Estad en Jerusalén para la aurora del día siguiente del sábado. A1 lado de los justos quiero que estén los resucitados, porque en el Reino del Cristo infinitos son los lugares: cuantos son los hombres de buena voluntad.
Y se encamina hacia la casa de Nique a través del tupido huerto umbroso.
Un pequeño sendero pone una cinta amarillenta en medio del verde del suelo, y una gallina cloqueante lo cruza seguida de sus pollitos del color del oro; y ante tantos desconocidos la madre tiembla, se acurruca y, temiendo agresiones a sus crías, extiende sus alas defensoras cloqueando más fuerte. Y los pollitos, piando, van y se esconden bajo la pluma materna, y su piar se apaga al seguro y parece que ya no están…
Jesús se para a contemplarla… y caen lágrimas de sus ojos.
-¡Llora! ¿Por qué llora? ¡Él llora! – susurran todos: apóstoles, discípulos, pecadores redimidos.
Y Pedro dice a Juan:
-Pregúntale el por qué de su llanto…
Y Juan, con su ademán habitual, un poco inclinado en señal de reverencia y la cara elevada de abajo hacia arriba para mirarlo a la cara, pregunta: ¿Por qué lloras, mi Señor? ¿Es por lo que antes te han dicho y has dicho?
Jesús reacciona. Sonríe con tristeza y, señalando a la clueca, que sigue tutelando amorosamente a su prole, dice:
-Yo también, Uno con el Padre mío, vi a Jerusalén, como dice Ezequiel (Ezequiel 16), desnuda y llena de vergüenza; y vi y pasé cerca de ella y, llegado el tiempo, el tiempo de mi amor, extendí mi manto sobre ella y cubrí su desnudez. Quería hacerla reina después de haber sido padre para ella, y quería protegerla como esa gallina hace con sus crías… Pero, mientras que los pequeñuelos de la gallina muestran su agradecimiento por los cuidados de su madre y se refugian bajo sus alas, Jerusalén rechaza mi manto… Pero Yo mantendré mi proyecto de amor… Yo… Luego el Padre mío obrará según su voluntad.
Y Jesús baja por la hierba, para no turbar a la gallina, y pasa, y más lágrimas ruedan sobre su rostro enjuto y pálido.
Todos lo imitan siguiéndole. Hablan en voz baja hasta llegar al límite de la casa de Nique. Y sólo Jesús entra en la casa, con los apóstoles; los demás prosiguen hacia sus respectivas metas…