Judas Iscariote con los Jefes del Sanedrín.
Judas llega de noche a la casa que Caifás tiene en el campo. Pero hay Luna, una Luna que hace de cómplice al asesino iluminándole el camino. Debe estar bien seguro de encontrar allí, en aquella casa de fuera de las murallas, a quienes busca, porque, en el caso contrario, pienso que habría tratado de entrar en la ciudad e ir al Templo. Sin embargo, sube seguro entre los olivos del pequeño collado. Se siente más seguro esta vez que la pasada, porque ahora es de noche, y las sombras y la hora lo protegen de toda posible sorpresa. Los caminos de los campos ya están desiertos, tras haber sido recorridos todo el día por las muchedumbres de los peregrinos que van a Jerusalén para la Pascua. Hasta los pobres leprosos están en sus grutas y duermen sus sueños de infelices, olvidados durante alguna hora de su sino.
Ya está Judas delante de la puerta de la casa, que albea con la luz de la Luna. Llama. Tres golpes, un golpe, tres golpes, dos golpes… ¡Sabe a las mil maravillas hasta la señal convencional! Y debe ser verdaderamente una señal segura, porque la puerta se entreabre sin que previamente el portero mire por el ventanillo practicado en la puerta.
Judas se introduce rápidamente, y, al criado portero que lo saluda con deferencia, le pregunta:
-¿La asamblea está reunida?
-Sí, Judas de Keriot. Podría decir que está completa.
-Llévame a ellos. Tengo que hablar de cosas importantes. ¡Rápido!
El hombre cierra con todos los cerrojos la puerta y precede a Judas por el pasillo semioscuro. Se para ante una pesada puerta y llama. El rumor de las voces cesa en la sala cerrada y es sustituido por el ruido de la cerradura y el chirriar de la puerta, que al abrirse proyecta un cono de luz viva en el pasillo oscuro.
-¿Tú? ¡Entra! – dice el que ha abierto la puerta (no sé quién es). Y Judas entra en la sala mientras el que le ha abierto cierra con llave de nuevo.
Hay una reacción de estupor, o, por lo menos, de turbación, al ver entrar a Judas. Pero lo saludan en coro: -La paz a ti, Judas de Simón.
-La paz a vosotros, miembros del Sanedrín santo – saluda Judas
-Acércate. ¿Qué quieres? – le preguntan.
-Deci ros algo… Hablaros del Cristo. Ya no es posible continuar así. Yo ya no puedo seguir sirviéndoos de ayuda, si no os decidís a tomar decisiones extremas. Ese hombre ya sospecha.
-¿Te has dejado descubrir, necio? – le interrumpen.
-No. Necios vosotros, vosotros que por una estúpida prisa habéis dado pasos errados. ¡Bien sabíais que os habría servido! No os habéis fiado de mí.
-¡Tienes memoria lábil, Judas de Simón! ¿No recuerdas cómo nos dejaste la última vez? ¿Quién podía pensar que nos
eras fiel, a nosotros, proclamando de esa manera que no podías traicionarlo? — dice Elquías, irónico, más que nunca serpentino. -¿Y creéis que es fácil llegar a engañar a un amigo, al único que verdaderamente me ama, al Inocente? ¿Creéis que es
fácil llegar al delito?
Judas está ya turbado.
Tratan de calmarlo. Emplean la lisonja. Y lo seducen, o, al menos, tratan de seducirlo, haciéndole observar que eso suyo no es un delito, «sino -esto dicen- una obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores, que ya dan señales de intolerancia por esas continuas agitaciones y divisiones de partidos y de la gente en una provincia romana; y para con la Humanidad, si es que -le dicen- está verdaderamente convencido de la naturaleza divina del Mesías y de su misión espiritual».
-Si es verdad lo que Él dice -lejos de nosotros el creerlo-, ¿no eres tú el colaborador de la Redención? Tu nombre estará asociado al suyo para todos los siglos venideros, y la Patria te contará entre sus hombres de pro, y te honrará con los más altos cargos. Tienes preparado un sitial entre nosotros. Subirás, Judas. Darás leyes a Israel. ¡No olvidaremos lo que hiciste por el bien del sacro Templo, del sacro Sacerdocio, por la defensa de la Ley santísima, por el bien de toda la Nación! Solamente ayúdanos, y luego -te lo juramos, te lo juro yo en nombre del poderoso padre mío y de Caifás, que lleva el efod-, tú serás el hombre más grande de Israel. Más que los tetrarcas, más que mi propio padre, ya relevado como Pontífice. Como un rey serás servido, como un profeta serás escuchado. Y si luego Jesús de Nazaret no fuera más que un falso Mesías -aunque, en realidad, no se le podría condenar a muerte, porque sus acciones no son las de un bandolero sino las de un demente-, te recordamos las palabras inspiradas de Caifás pontífice -tú sabes que quien lleva el efod y el racional habla por inspiración divina y profetiza el bien y lo que hay que hacer para el bien-, Caifás, ¿recuerdas?, Caifás dijo: «Conviene que un hombre muera por el pueblo y no perezca toda la Nación». Fueron palabras de profecía.
-En verdad lo fueron. El Altísimo habló por boca del Sumo Sacerdote. ¡Sea obedecido! – dicen en coro -sin duda con teatralidad y como autómatas que deben hacer esos determinados gestos- esas ruines marionetas de los miembros del gran consejo del Sanedrín.
Judas está sugestionado, seducido… pero todavía una pequeña raíz de buen sentido, si no de bondad, queda en él, y le retiene para no pronunciar las palabras fatales.
Rodeándolo con deferencia, con simulado afecto, le apremian:
-¿No nos crees? Mira: somos los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, los Ancianos del pueblo, los escribas, los más encumbrados fariseos de Israel, los sabios rabíes, los magistrados del Templo. Lo más selecto de Israel está aquí, en torno a ti, y estamos dispuestos a aclamarte, y, a una voz, te decimos: «Haz esto, que es santo».
-¿Gamaliel dónde está? ¿José y Nicodemo dónde están? ¿Dónde está Eleazar el amigo de José; dónde, Juan de Gahas? No los veo.
-Gamaliel, haciendo una fuerte penitencia; Juan, con su mujer, que está encinta y está mal esta noche; Eleazar… no sabemos por qué no ha venido, pero cualquiera puede sentirse mal de improviso, ¿no te parece? Respecto a José y Nicodemo, no los hemos avisado de esta sesión secreta, por amor a ti, por cuidado de tu honor… Para que, en el infortunado caso de que la cosa fallara, tu nombre no fuera referido al Maestro… Nosotros tutelamos tu nombre. Nosotros te amamos, Judas, nuevo Macabeo salvador de la Patria. (Cuyas gestas están narradas en: 1 Macabeos 3-9; 2 Macabeos 8-15)
-Macabeo combatió la buena batalla. Yo… cometo una traición.
-No observes las particularidades del acto, sino la justicia del fin. Habla tú, Sadoq, escriba de oro. De tu boca fluyen valiosísimas palabras. Si Gamaliel es docto, tú eres sabio, porque en tus labios está la sabiduría de Dios. Háblale tú a este que todavía vacila.
Ese mal bicho de Sadoq se acerca, y con él el decrépito Cananías: un zorro esqueletado y moribundo junto a un astuto chacal fuerte y feroz.
-¡Escucha, hombre de Dios! – empieza pomposamente Sadoq tomando una pose inspirada y retórica: el brazo derecho, ciceronianamente, extendido hacia delante; el izquierdo ocupado en sujetar todo ese embarazo de pliegues que constituye su vestidura de escriba. Y luego levanta también el brazo izquierdo, dejando que su monumento de vestiduras se desarregle y desordene. Y así, cara y brazos alzados hacia el techo de la estancia, dice con voz potente:
-¡Yo te lo digo! ¡Te lo digo ante la Altísima Presencia de Dios!
-¡ Maran-Athá ! (expresión que significa “Así sea”; también puede corresponder a una invocación aramea al Señor como en Corintios 16, 22)- hacen coro todos, inclinándose como si un soplo supremo los plegara, para enderezarse luego con los brazos recogidos sobre el pecho.
-Yo te lo digo: ¡Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino! ¡Está escrito en los signos y en las figuras transmitidos por los siglos! ¡Está escrito en el rito que no conoce interrupción desde aquella noche fatal para los egipcios! ¡Está escrito en la figura de Isaac! Está escrito en la figura de Abel. Y… lo que está escrito cúmplase.
-¡Maran-Athá! – dicen los otros haciendo coro, un coro bajo y lúgubre, sugestionador, con los gestos de antes, iluminadas caprichosamente sus caras por la luz de las dos lámparas encendidas en los extremos de la sala, unas lámparas de mica pálidamente violácea que emanan una luz fantasmagórica. Y verdaderamente esta reunión de hombres, casi todos vestidos de blanco, con las coloraciones pálidas trigueñas de su raza, ahora aún más pálidos y trigueños por la luz difusa, parece realmente una reunión de espectros.
-La palabra de Dios ha descendido a los labios de los profetas para signar este decreto. ¡Debe morir! ¡Está escrito! -¡Está escrito! ¡Maran-Athá!
-¡Debe morir, su suerte está signada!
-Debe morir. ¡Maran-Athá!
-Su destino fatal está descrito hasta en sus más pequeños detalles. ¡Y el sino no se quebranta!
-¡ Maran-Athá !
-Hasta está establecido el precio simbólico que se entregará al que se haga instrumento de Dios para el cumplimiento de la promesa.
-¡Está establecido! ¡ Maran-Athá!
-¡Como Redentor o como falso profeta, Él debe morir!
-¡Debe morir. ¡Maran-Athá!
-¡La hora ha llegado! ¡Yeohveh lo quiere! ¡Yo oigo su voz! Esa voz grita: «¡Cúmplase esto!».
-¡El Altísimo ha hablado! ¡Cúmplase! ¡Cúmplase! ¡Maran-Athá!
-Que el Cielo te fortalezca como fortaleció a Yael y Judit, que siendo mujeres supieron ser heroínas; como fortaleció a Jefté, que siendo padre supo sacrificar a su hija a la Patria; como fortaleció a David contra Goliat. ¡Y cumple el gesto que hará eterno a Israel en la memoria de los pueblos!
-Que el Cielo te fortalezca. ¡ Maran-Athá!
-¡Sal vencedor!
-¡Sal vencedor! ¡Maran-Athá!
Se eleva la ronca voz senil de Cananías:
-¡El que titubea ante la orden sagrada queda condenado al deshonor y a la muerte!
-Queda condenado. ¡Maran-Athá!
-Si no quieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, y no llevas a cabo su mandato y lo que Él por boca nuestra te ordena, ¡véngante todas las maldiciones!
-¡Todas las maldiciones! ¡Maran-Athá!
-Que el Señor te castigue con todas las maldiciones mosaicas, y te disgregue entre las gentes.
-¡Te castigue y te disgregue! ¡Maran-Athá!
Un silencio de muerte sigue a esta escena sugestionadora… Todo queda suspendido en una inmovilidad terrorífica. Y al fin se oye alzarse la voz de Judas, y casi, de tan transformada como está, me cuesta reconocerla:
-Sí. Yo lo haré. Lo debo hacer. Y lo haré. Ya la última parte de las maldiciones mosaicas es mi parte y debo salir de ellas porque ya demasiada demora he tenido. Estoy volviéndome loco y no tengo tregua ni descanso; mi corazón está amedrentado; mi mirada, perdida; mi alma, consumida por la tristeza. Temiendo ser descubierto en mi doble juego y fulminado por Él -yo no sé, yo no sé hasta qué punto conoce Él mi pensamiento-, veo mi vida pendiente de un hilo, y mañana, tarde y noche invoco que termine este momento por el terror que amedrenta mi corazón. Por el horror que debo llevar a cabo. ¡Oh, acelerad este momento! ¡Sacadme de estas angustias mías! Cúmplase todo. ¡Enseguida! ¡Ahora! ¡Y yo sea liberado! ¡Vamos!
La voz de Judas, a medida que ha ido hablando, se ha ido afirmando y haciendo fuerte. El gesto, antes automático e inseguro, como de sonámbulo, se ha hecho libre, voluntario. Se yergue en toda su altura, satánicamente bello, y grita:
-¡Suéltense los lazos del demencial terror! Libre estoy de la sujeción aterradora. ¡Cristo, ya no te temo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!
Un grito de demonio victorioso. Y verdaderamente se encamina con arrogancia hacia la puerta.
Pero lo paran:
-¡Calma! Respóndenos: ¿Dónde está Jesús de Nazaret?
-En la casa de Lázaro. En Betania.
-No podemos entrar en esa casa que cuenta con siervos fieles. Es la casa de un favorito de Roma. Nos buscaríamos complicaciones seguras.
-A1 amanecer vendremos a la ciudad. Poned la guardia en el camino de Betfagé, cread tumulto y prendedlo. -¿Cómo sabes que viene por ese camino? Podría tomar el otro…
-No. Ha dicho a sus seguidores que entrará por ese camino en la ciudad, por la puerta de Efraím, y que estuvieran esperándolo en En Rogel. Si lo capturáis antes…
-No podemos. Deberíamos entrar en la ciudad con Él entre la guardia, y todos los caminos que conducen a las puertas y todas las calles de la ciudad están llenos de gente desde el alba hasta la noche. Se produciría tumulto, y eso no debe suceder.
-Subirá al Templo. Llamadlo para interrogarlo en una sala. Llamadlo en nombre del Sumo Sacerdote. Él irá porque tiene más respeto hacia vosotros que hacia su vida. Una vez que esté solo con vosotros… no os faltará la manera de llevarlo a lugar seguro y condenarlo en la hora propicia.
-Igualmente se produciría tumulto. Habrías debido darte cuenta de que la multitud está fanática por Él. Y no sólo el pueblo, sino también los grandes y los que son las esperanzas de Israel. Gamaliel pierde sus discípulos. Lo mismo Jonatán ben Uziel. Y otros de entre nosotros. Todos, seducidos por Él, nos dejan. Hasta los gentiles lo veneran, o le temen -lo cual es ya veneración-, y están dispuestos a alzarse contra nosotros si lo maltratamos. Entre otras cosas, algunos bandoleros, a los que
pagábamos para ser falsos discípulos y suscitar disputas, han sido arrestados y han hablado. Esperan clemencia por la delación. Y el Pretor está al corriente… Todo el mundo lo sigue mientras nosotros no concluimos nada. No. Hay que actuar con sutileza, para que no se den cuenta las turbas.
-Sí. ¡Así hay que actuar! Anás también da esta advertencia. Dice «Que no suceda durante la fiesta y no se cree tumulto entra el pueblo fanático». Esto ha ordenado, y ha dado disposiciones también para que sea tratado con respeto en el Templo y en otros lugares y que no sea molestado y así poder llevarlo a una encerrona.
-¿Y entonces qué queréis hacer? Yo estaba ya bien decidido para esta noche, pero vosotros titubeáis… – dice Judas. -Mira: deberías llevarnos donde Él a una hora en que esté solo. Tú conoces sus costumbres. Nos has escrito que a ti, de
todos, es al que más cerca tiene. Por tanto, sabrás lo que Él quiere hacer. Estaremos siempre preparados. Cuando juzgues
propicia la hora y el lugar, vienes y nosotros vamos.
-Así quedamos. ¿Cuál será mi retribución?
Ya Judas habla fríamente, como si se tratara de un trato comercial cualquiera.
-Lo que dicen los profetas, para ser fieles a la palabra inspirada: treinta monedas… (Zacarías 11, 12-13)
-¿Treinta monedas por matar a un hombre, y además a ese Hombre? ¡¿El precio que tiene un cordero común en estos días de fiesta?! ¡Estáis locos! No es que yo tenga necesidad de dinero. Tengo buenas reservas. Así que no penséis que me convencéis por ansia de dinero. Pero es demasiado poco para pagar mi dolor de traicionar a Aquel que me ha amado siempre.
-¡Pero si ya te hemos dicho que recibirás de nosotros gloria y honores! Lo que esperabas de Él y no has recibido. Nosotros medicaremos tu desilusión. ¡Pero el precio está fijado por los profetas! ¡Es una formalidad! Es un símbolo, nada más. El resto vendrá después…
-¿Y el dinero cuándo?
-En el momento en que nos digas: «Venid». No antes. Nadie paga antes de tener en sus manos la mercancía. ¿Es que no te parece justo?
-Es justo. Pero, al menos, triplicad la suma…
-No. Así está dicho por los profetas. Así se debe hacer. ¡Oh, sí que sabremos obedecer a los profetas! No omitiremos ni una iota de lo que han escrito acerca de Él. ¡Je! ¡Je! ¡Je! ¡Nosotros somos fieles a la palabra inspirada! Je! ¡Je! ¡Je! – se ríe ese nauseabundo esqueleto que es Cananías.
Y muchos le hacen coro con risas lúgubres, bajas, insinceras, verdaderos caquinos de demonios que no saben sino reírse burlonamente. Porque la sonrisa es propia del corazón sereno y amante; la risa burlona, de los corazones turbados y saturados de malignidad.
-Todo está dicho. Puedes marcharte. Esperaremos a1 alba para regresar a la ciudad por distintos caminos. Adiós. La paz sea contigo, oveja perdida que vuelves al rebaño de Abraham. ¡La paz a ti! ¡La paz a ti! ¡Y el reconocimiento de todo Israel! ¡Cuenta con nosotros! Tus deseos son leyes para nosotros. ¡Que Dios te acompañe, como acompañó a todos sus siervos más fieles! ¡Que desciendan sobre ti todas las bendiciones!
Le acompañan, con abrazos y manifestaciones de amor, hasta la puerta… lo miran mientras se aleja por el pasillo semioscuro… oyen el ruido de hierros de los cerrojos del portón que se abre y después se cierra.
Vuelven a la sala con gran contento.
Sólo dos o tres voces se alzan. Son las de los menos demoníacos:
-¿Y ahora? ¿Qué haremos respecto a Judas de Simón? ¡Bien sabemos que no podemos darle lo que le hemos prometido, aparte de esas pobres treinta monedas!… ¿Qué va a decir cuando se vea traicionado? ¿No habremos hecho un daño mayor? ¿No irá diciendo al pueblo lo que hicimos? Sabemos que es un hombre de pensamiento no firme
-¡Bien ingenuos y necios sois teniendo estos pensamientos y creándoos estas angustias! Ya está determinado lo que haremos con Judas. Determinado desde la otra vez. ¿No os acordáis? Y nosotros no cambiamos nuestro pensamiento. Cuando todo haya terminado con el Cristo, Judas morirá. Está dicho.
-¿Pero y si hablara antes?
-¿A quién? ¿A los discípulos y al pueblo, para que lo apedreen? No hablará. El horror de su acción lo amordaza…
-Pero podría arrepentirse en el futuro, tener remordimientos, incluso perder el juicio… Porque su remordimiento, si se despertara, lo volvería loco; no puede ser de otra manera…
-No tendrá tiempo. Tomaremos antes las medidas oportunas. Cada cosa a su tiempo. Primero el Nazareno y luego el que lo ha traicionado – dice lentamente, terriblemente, Elquías.
-Sí. ¡Y atentos! Ni una palabra a los ausentes. Ya demasiado han sabido de nuestro pensamiento. No me fío de José ni de Nicodemo. Y poco de los otros.
-¿Dudas de Gamaliel?
-Gamaliel se ha segregado de nosotros ya hace muchos meses. Sin una expresa orden pontifical, no asistirá a nuestras reuniones. Dice que está escribiendo su obra con la ayuda de su hijo. Pero me refiero a Eleazar y a Juan.
-¡Nunca se han opuesto a nosotros! – responde al momento un Anciano que he visto otras veces con José de Arimatea, pero cuyo nombre no recuerdo.
-No. Es que se han opuesto demasiado poco. ¡Je! ¡Je! ¡Je! ¡Y habrá que vigilarlos! Muchas sierpes se han anidado en el Sanedrín, yo creo… ¡Je! ¡Je! ¡Je! Pero serán desanidadas… ¡Je! ¡Je! ¡Je! – dice Cananías mientras va encorvado y tembloroso, apoyado en su bastón, a buscarse un cómodo lugar en uno de los anchos y bajos asientos cubiertos de gruesos tapetes, que hay a lo largo de las paredes de la sala, y, satisfecho, se tumba y pronto se queda dormido: abierta la boca, afeado por su mala vejez.
Lo observan. Y Doras, hijo de Doras, dice:
-Está satisfecho por ver este día. Mi padre lo soñó; pero no lo tuvo. Llevaré en el corazón su espíritu, para que esté presente en el día de la venganza contra el Nazareno y reciba su alegría…
Recordad que tendremos que turnarnos. Un turno nutrido. Estar constantemente en el Templo.
-Estaremos.
-Tendremos que ordenar que, a cualquier hora, Judas de Simón sea conducido ante el Sumo Sacerdote.
-Lo haremos.
-Y ahora preparemos nuestro corazón para la tarea final.
-¡Ya está preparado! ¡Ya está preparado!
-Con astucia. -Con astucia. -Con finura. -Con finura. -Para aquietar toda sospecha.
-Para engatusar a todos los corazones.
-Diga lo que diga o haga lo que haga, ninguna reacción. Nos vengaremos de todo de una sola vez.
-Así lo haremos. Y será una venganza despiadada.
-¡Completa! -¡Terrible!
Y se sientan buscando descanso en espera del alba.