Encuentro con el joven rico en el camino hacia Doco.
Otra hermosísima mañana abrileña. La tierra y el firmamento despliegan todas sus primaverales bellezas. El ambiente está tan saturado de luminosidad, de voces de fiesta y de amor, de fragancia, que se respira luz, canto, perfume. Debe haber
caído durante la noche una fugaz lluvia que ha puesto oscuros y ha limpiado los caminos, sin embarrarlos, y ha limpiado también tallos y hojas que ahora tiemblan, llenas de brillos, limpias, por una suave brisa que desciende de los montes hacia esta fértil llanura que anuncia ya a Jericó.
De las márgenes del Jordán suben continuamente personas que lo han cruzado desde la otra orilla, o que han venido por el camino que bordea el río para tomar luego este que va directamente hacia Jericó y Doco, como dicen las señales indicadoras. Y con los muchos hebreos que, para el rito, se dirigen a Jerusalén procedentes de todas partes, se mezclan mercaderes de otros lugares, y muchos pastores con los corderos de los sacrificios, los cuales balan, desconocedores de su sino. Muchos reconocen y saludan a Jesús. Son éstos hebreos de Perea y la Decápolis, e incluso de lugares más lejanos; hay un grupo de Cesárea Paneas. Y son pastores que, por ser más bien nómadas -en pos de los rebaños-, conocen al Maestro: o por haberlo visto o por haberles sido predicado por los discípulos.
Uno se postra y le dice:
-¿Puedo ofrecerte el cordero?
-No te quedes tú sin él, que tu ganancia es esto.
-¡Es mi gratitud! No te acuerdas de mí. Yo sí. Soy uno al que curaste junto con otros muchos. Me uniste el hueso del muslo, que ninguno lo curaba y me tenía imposibilitado. Te doy con gusto este cordero. El más hermoso. Éste. Para el banquete de alegría. Sé que para el holocausto estás obligado a afrontar un gasto. ¿Pero para la alegría? Mucha me diste a mí. Acepta el cordero, Maestro.
-Sí, acéptalo. Será dinero que nos ahorraremos. O, mejor: será la posibilidad de comer, porque con toda nuestra prodigalidad yo ya no tengo dinero – dice el Iscariote.
-¿Prodigalidad? ¡Pero si desde Siquem no hemos gastado ni una perra! – dice Mateo.
-¡ El caso es que no tengo ya dinero! Lo último se lo di a Merod.
-Hombre, escucha – dice Jesús al pastor, para poner fin a las palabras de Judas – Por ahora no voy a Jerusalén y no puedo llevarme conmigo el cordero. Si no, lo tomaría para que vieras que acepto tu regalo.
-Pero luego irás a la ciudad. Estarás allí para las fiestas. Tendrás un lugar de alojamiento. Dime dónde y yo llevaré a tus
amigos…
Nada de eso tengo… Pero en Nob tengo un amigo pobre y anciano. Escúchame bien: el día siguiente del sábado pascual vas, al rayar alba, a Nob, y le dices a Juan, el Anciano de Nob (todos te sabrán decir quién es): «Este cordero te lo manda Jesús de Nazaret, tu amigo, para que celebres este día con un banquete de alegría, porque más alegría que la de hoy no hay para los verdaderos amigos del Cristo». ¿Lo harás?
-Si así lo quieres, lo haré.
-Y me darás una alegría. No antes del día después del sábado. Recuérdalo bien. Y recuerda las palabras que te he dicho. Ahora ve y que la paz esté contigo. Y conserva a tu corazón estable en esta paz en los días venideros. Recuerda también esto y sigue creyendo en mi Verdad. Adiós.
Una serie de personas se ha acercado para oír el diálogo, personas que se dispersan sólo cuando el pastor, poniendo de nuevo en marcha su rebaño, las obliga a hacerlo. Jesús sigue a las ovejas aprovechando la senda abierta por ellas.
La gente cuchichea:
-¡Pero entonces sí que va a Jerusalén! ¿No sabe que está proscrito?
-¡Oye, nadie puede prohibir a un hijo de la Ley presentarse al Señor para la Pascua. ¿Acaso es culpable de reato público? No. Porque sí lo fuera, el Gobernador le habría encarcelado como a Barrabás.
Y otros:
-¿Has oído? No tiene un lugar de alojamiento, ni amigos en Jerusalén. ¿Será que todos lo han abandonado? ¿Incluso el resucitado? ¡Pues vaya gratitud!
-¡Oye, calla! Esas dos son las hermanas de Lázaro. Yo soy de los campos de Magdala y las conozco bien. Si las hermanas están con Él, señal es de que la familia de Lázaro le es fiel.
-Quizás no se aventura a entrar en 1a ciudad.
-Razón tendría.
-Dios le perdonará el quedarse fuera.
-Si no puede subir al Templo, no es culpa suya.
-Su prudencia es sabia. Si lo apresaran, todo acabaría antes de su tiempo.
-Claro que no está todavía preparado para su proclamación como rey nuestro, y no quiere que lo apresen.
-Se dice que, mientras se pensaba que estaba en Efraím, fue por todas partes, incluso donde las tribus nómadas, para prepararse sus seguidores y soldados y buscar protecciones.
-¿Quién te ha dicho eso?
-Son las mentiras de siempre. Es el Rey santo, no un rey de soldados.
-Quizás haga la Pascua suplementaria. En ese caso sería fácil pasar inadvertido. El Sanedrín se disuelve pasadas las fiestas, y todos los Ancianos se van a sus casas para la siega. Hasta Pentecostés no se reúne otra vez.
-Y, si los miembros del Sanedrín están fuera, ¿quién le va a hacer algún mal? ¡Son ellos los chacales!
-¡Mmm! ¡Que se ande Él con tanta prudencia! ¡Cosa demasiado humana! Él es más que un hombre y no tendrá una prudencia cobarde.
-¿Cobarde? ¿Por qué? Nadie puede tachar de cobarde a quien se ponga en salvo en pro de su misión.
-Cobarde en todo caso, porque cualquier misión es siempre inferior a Dios. Por tanto, el culto a Dios debe tener precedencia sobre todas las demás cosas.
Estas son las palabras que se intercambia la gente. Jesús hace como si no oyera.
Judas de Alfeo se detiene para esperar a las mujeres. Cuando llegan -estaban con el muchacho, retrasadas, a unos treinta pasos-dice a Elisa:
-¡Habéis dado mucho en Siquem, después de marcharnos!
-¿Por qué?
-Porque Judas no tiene una perra. No vas a tener tus sandalias, Benjamín. Así han venido las cosas. En Tersa no pudimos entrar, y, aunque hubiéramos podido hacerlo, la carencia de dinero nos hubiera impedido cualquier compra… Vas a tener que entrar así en Jerusalén…
-Antes está Betania – dice Marta sonriendo.
-Y antes Jericó y mi casa – dice Nique sonriendo también.
-Y antes de todo eso estoy yo. Lo he prometido y lo haré. ¡Viaje de experiencias éste! He sabido lo que es no tener un didracma. Y ahora voy a experimentar lo que es tener que vender un objeto por necesidad – dice María de Magdala.
-¿Y qué vas a vender, María, si ya no llevas joyas? – pregunta Marta a su hermana.
-Mis gruesas horquillas de plata. Son muchas. Para sujetar este útil peso pueden bastar las de hierro. Las venderé. Jericó está llena de gente que compra estas cosas. Y hoy es día de mercado, y mañana, y siempre cuando llegan estas fiestas.
-¡Pero hermana!
-¿Qué? ¿Te escandalizas pensando que puedan creer de mí que estoy tan pobre que tengo que vender las horquillas de plata? ¡Ah, ya quisiera haberte dado siempre estos escándalos! Peor era cuando, sin necesidad, me vendía a mí misma al vicio ajeno y mío.
-¡Calla, mujer! ¡Está aquí el muchacho… que no sabe!
-No sabe todavía. Quizás no sabe todavía que yo era la pecadora. Mañana lo sabría por boca de los que me odian por no serlo ya, y con aspectos que mi pecado no tuvo, a pesar de haber sido muy grande. Así que es mejor que lo sepa por mí, y que vea cuánto puede el Señor que lo ha acogido: hacer de una pecadora una arrepentida; de un muerto un resucitado: de mí, muerta en el espíritu, y de Lázaro, muerto en el cuerpo, dos vivos. Porque esto es lo que nos ha hecho a nosotros el Rabí, Benjamín. Recuérdalo siempre, y quiérelo con todo tu corazón porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios.
Un atasco en el camino ha detenido a Jesús y a los apóstoles. Las mujeres los alcanzan. Jesús dice:
-Id adelante vosotras, hacia Jericó. Entrad en la ciudad, si queréis. Yo voy a Doco con ellos. Para la puesta del sol estaré con vosotras.
-¿Por qué nos separas? No estamos cansadas – protestan todas.
-Porque quisiera que vosotras, mientras, al menos algunas, avisarais a los discípulos de que estaré en casa de Nique
mañana.
-Si es así, Señor, pues vamos ya. Ven, Elisa, y tú Juana y tú Susana y Marta. Preparamos todo -dice Nique.
-Y yo y el muchacho. Así hacemos nuestras compras. Bendícenos. Maestro. Ven pronto. ¿Tú, Madre, te quedas? – dice María de Magdala.
-Sí, con mi Hijo.
Se separan. Con Jesús se quedan sólo las tres Marías: la Madre y la cuñada de Ella, María Cleofás (María de Alfeo), y María Salomé. Jesús deja el camino de Jericó para tomar un camino secundario que va a Doco.
Lleva poco tiempo por éste cuando, de una caravana que viene no sé de dónde (es una caravana rica que, sin duda, viene de lejos, porque trae a las mujeres en los camellos, dentro de las oscilantes berlinas o palanquines atados a los lomos gibosos, y los hombres montados en fogosos caballos o en otros camellos), se separa un joven que, haciendo arrodillarse a su camello, desciende de la silla y va hacia Jesús; un paje viene y sujeta al animal por las bridas.
El joven se postra delante de Jesús y, después del profundo saludo, le dice:
-Yo soy Felipe de Canata, hijo de verdaderos israelitas, y que ha seguido siéndolo. Discípulo de Gamaliel hasta que la muerte de mi padre me puso al frente de sus negocios. Te he oído más de una vez. Conozco tus obras. Aspiro a una vida mejor, para tener la eterna que Tú aseguras que posee aquel que crea en sí tu Reino. Dime, pues, Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
-¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
-Tú eres el Hijo de Dios, bueno como el Padre tuyo. ¡Oh, dime!: ¿qué debo hacer?
-Para entrar en la vida eterna observa los Mandamientos».
-¿Cuáles, mi Señor? ¿Los antiguos o los tuyos?
-En los antiguos están ya los míos. Los míos no transforman los antiguos, que siguen siendo: adorar con amor verdadero al único verdadero Dios y respetar las leyes del culto, no matar, no robar, no cometer adulterio, no testificar lo falso, honrar al padre y a la madre, no perjudicar al prójimo; antes al contrario, amarlo como te amas a ti mismo. Haciendo esto tendrás la vida eterna.
-Maestro, todas estas cosas las he observado desde mi niñez.
Jesús lo mira con ojos de amor y dulcemente le pregunta:
-¿Y no te parecen suficientes todavía?
-No, Maestro. Gran cosa es el Reino de Dios en nosotros y en la otra vida. Infinito don es Dios, que a nosotros se dona. Siento que todo lo que es deber es poco, respecto al Todo, al Infinito perfecto que dona, y que yo pienso que se debe obtener con cosas mayores que las que están mandadas para no condenarse y serle gratos.
-Es como dices. Para ser perfecto te falta todavía una cosa. Si quieres ser perfecto como quiere el Padre nuestro de los Cielos, ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres. Tendrás un tesoro en el Cielo por el que el Padre, que ha dado su Tesoro para los pobres de la tierra, te amará con especial amor. Luego ven y sígueme.
El joven se entristece, se pone pensativo. Luego se levanta y dice:
-Recordaré tu consejo… – y se aleja triste.
Judas se sonríe levemente, pero irónicamente, y susurra:
-¡No soy yo el único que le tiene amor al dinero!
Jesús se vuelve y lo mira… y luego mira a los otros once rostros que están en torno a Él, y suspira:
-¡Qué difícil será que un rico entre en el Reino de los Cielos: su puerta es estrecha y el camino que a él conduce es un camino empinado, y no pueden recorrer este camino ni entrar los que están cargados con los pesos voluminosos de las riquezas. Para entrar allá arriba no se requieren sino tesoros de virtud, inmateriales, y también el saberse separar de todo lo que signifique apego a las cosas del mundo y vanidad.
Jesús está muy triste…
Los apóstoles se miran de reojo unos a otros…
Jesús sigue hablando mientras mira a la caravana del joven rico que se aleja:
-En verdad os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que no, para un rico, entrar en el Reino
de Dios.
-¿Pero entonces quién podrá salvarse? La miseria hace frecuentemente pecadores, por envidias y por poco respeto a lo ajeno, y por desconfianza respecto a la Providencia… La riqueza es un obstáculo para la perfección… ¿Y entonces? ¿Quién podrá salvarse?
Jesús los mira y les dice:
-Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, porque para Dios todo es posible. Basta con que el hombre ayude a su Señor con su buena voluntad. Es buena voluntad aceptar el consejo recibido y esforzarse en conseguir el desapego de las riquezas. Todo desapego, para seguir a Dios. Porque 1a verdadera libertad del hombre es ésta: seguir las voces que Dios le susurra en su corazón, y sus mandamientos, no ser esclavo ni de sí ni del mundo ni del respecto humano, y, por tanto, no ser esclavos de Satanás. Hacer uso de la espléndida libertad de arbitrio que Dios ha dado al hombre para querer libre y únicamente el Bien, y conseguir así la vida eterna luminosísima, libre, bienaventurada. Ni siquiera de la propia vida hemos de ser esclavos, si por secundarla tenemos que oponer resistencia a Dios. Os lo he dicho: «El que pierda su vida por amor mío y por servir a Dios la salvará para toda la eternidad».
-¡Pues nosotros hemos dejado todo por seguirte, hasta las cosas más lícitas! ¿Cuál será en nosotros el resultado? ¿Entraremos, entonces, en tu Reino? – pregunta Pedro.
-En verdad, en verdad os digo que los que me hayan seguido de esa manera, y los que me sigan -porque siempre hay tiempo de hacer reparación por la desidia y por los pecados cometidos hasta el presente, siempre hay tiempo mientras se está en la Tierra y se tienen por delante días en que poder hacer reparación por el mal hecho-, éstos estarán conmigo en el Reino mío. En verdad os digo que vosotros, que me habéis seguido en la regeneración, os sentaréis en tronos para juzgar a las tribus de la Tierra, junto con el Hijo del hombre, que estará sentado en el trono de su gloria. Y os digo en verdad que ninguno que, por amor de mi Nombre, haya dejado casa, campos, padre, madre, hermanos, esposa, hijos y hermanas, para difundir la Buena Nueva y continuarme, ninguno dejará de recibir el céntuplo en el tiempo presente y la vida eterna en el siglo futuro.
-¡Pero si perdemos todo, cómo podemos centuplicar nuestro haber? – pregunta Judas de Keriot.
-Digo de nuevo que lo que a los hombres les es imposible a Dios le es posible. Y Dios dará el céntuplo de gozo espiritual a aquellos que supieron pasar de ser hombres del mundo a hacerse hijos de Dios, o sea, hombres espirituales. Éstos experimentarán el verdadero gozo espiritual, aquí y más allá de la Tierra. Y os digo también esto: no todos los que parecen los primeros -y que deberían serlo por haber recibido más que los demás- lo serán, y no todos los que parecen últimos -y menos que últimos, pues no serán aparentemente mis discípulos, ni miembros del Pueblo elegido- lo serán. En verdad, muchos pasarán a ser, de primeros, últimos, y muchos últimos, ínfimos, pasarán a ser primeros… Pero ahí está Doco. Adelantaos todos menos Judas de Keriot y Simón Zelote. Id a advertir de mi llegada a quienes puedan tener necesidad de mí.
Y Jesús, con los dos a los que ha retenido, espera a reunirse con las tres Marías, que los siguen a algunos metros de distancia.