En las cercanías de Gofená, coloquio durante la noche con José de Arimatea, Nicodemo y Manahén.
Es un camino muy dificultoso el que ha tomado Manahén para guiar a Jesús al lugar donde lo esperan. Es un camino todo él montano, estrecho, pedregoso, entre espesuras y bosques. La luz de una clarísima Luna en su primera fase a duras penas se abre paso entre la maraña de las ramas. A veces desaparece por completo y Manahén la suple con antorchas ya preparadas, que ha llevado consigo en bandolera como armas bajo el manto. Él delante y Jesús detrás, caminan en silencio en medio del gran silencio de la noche. Dos o tres veces algún animal salvaje, corriendo por los bosques, hace un rumor semejante a sonido de pasos, y ello hace que Manahén se detenga receloso. Pero, aparte de esto, ninguna otra cosa turba el camino, ya de por sí muy fatigoso.
-Maestro, aquello de allí es Gofená. Ahora torcemos por aquí. Cuento trescientos pasos y estaré en las grutas donde esperan desde la puesta del Sol. ¿Te ha parecido largo el camino? Pues hemos venido por atajos que creo que mantienen la distancia legal.
Jesús hace un gesto como queriendo decir: «No se podía hacer de otra manera».
Manahén, atento a contar sus pasos, se calla. Ahora están en un pasaje rocoso y pelado, que asemeja a una caverna ensubida entre las paredes del monte que casi se tocan. Se diría que la fractura -tan extraña es- la produjo algún cataclismo, una enorme cuchillada en la roca del monte que hubiera cortado a éste al menos un tercio desde la cima. Arriba, por encima de las paredes cortadas a pico, por encima del rumor agitado de las plantas nacidas en el borde del enorme tajo, brillan las estrellas; pero la Luna no baja aquí, a esta sima. La luz humosa de la antorcha despierta a algunas aves de rapiña, que gañen agitando las alas en los bordes de sus nidos entre las grietas.
Manahén dice: « ¡Ahí es!», e introduce en una brecha de la pared rocosa un grito semejante al quejido de un voluminoso búho.
Del fondo viene una luz rojiza por otro pasillo rocoso que está cerrado por encima, como un zaguán. José aparece: -¿El Maestro? – pregunta, al no ver a Jesús, que está un poco atrás.
-Estoy aquí, José. Paz a ti.
-A ti, la paz. ¡Ven ! Venid. Hemos encendido fuego para ver sierpes y escorpiones y combatir el frío. Yo voy delante.
Se vuelve y, por las ondulaciones del sendero que va entre las entrañas del monte, los guía hacia un lugar iluminado con lumbre. Allí está Nicodemo, alimentando el fuego con ramajes y enebros.
-La paz también a ti, Nicodemo. Aquí estoy, con vosotros. Hablad.
-Maestro, ¿nadie se ha percatado de que venías aquí?
-¿Quién se hubiera podido dar cuenta, Nicodemo?
-¿Tus discípulos no están contigo?
-Conmigo están Juan y Judas de Simón. Los otros evangelizan desde el día siguiente del sábado hasta el ocaso del viernes. Pero he salido de casa antes de la hora sexta diciendo que no se me esperara antes del alba siguiente al sábado. Ya es
demasiado habitual en mí ausentarme durante varias horas, como para que ello pueda suscitar sospechas en alguno. Estad, por tanto, tranquilos. Tenemos todo el tiempo que queramos para hablar sin preocupación alguna de ser sorprendidos. Éste… es lugar propicio.
-Sí. Madrigueras de serpientes y buitres.., y de bandidos cuando tiene el tiempo bueno, cuando estos montes se llenan de rebaños. Pero ahora los bandidos prefieren otros lugares en que puedan abalanzarse más rápidamente sobre apriscos y caminos de caravanas. Sentimos haberte traído hasta aquí, pero es que de aquí nosotros podremos marcharnos por caminos distintos; sin llamar la atención de nadie. Porque, Maestro, la atención del Sanedrín está apuntada hacia los lugares donde hay sospecha de que te estiman.
-Bueno, en esto disiento de José. A mí me parece que ya somos nosotros los que vemos sombras donde no las hay. Y también me parece que, desde hace algunos días, se ha calmado mucho la cosa… – dice Nicodemo.
-Te engañas amigo. Te lo digo yo. Se ha calmado en cuanto que ya no existe el estímulo de buscar al Maestro, porque ya saben dónde está. Por eso lo vigilan a Él y no a nosotros. Por eso le he recomendado que no dijera a nadie que nos íbamos a ver. No fuera que hubiera alguno dispuesto… a cualquier cosa – dice José.
-No creo que los de Efraím… – objeta Manahén.
-No, los de Efraím no, y ningún otro de Samaria. Sólo por actuar de forma distinta a como actuamos nosotros, los de la otra parte…
-No, José. No es por ese motivo. Es porque ellos no tienen en su corazón esa maligna serpiente que tenéis vosotros. Ellos no temen ser despojados de ninguna prerrogativa. No tienen que defender intereses sectarios ni de casta. No tienen nada, aparte de una instintiva necesidad de sentirse perdonados y amados por Aquel al que sus antepasados ofendieron y al que ellos siguen ofendiendo al permanecer fuera de la Religión perfecta. Y permanecen fuera porque, siendo orgullosos ellos y siéndolo vosotros, no se sabe, por ambas partes, deponer el rencor que divide y tender la mano en nombre del único Padre. Claro que, aunque ellos tuvieran tanta voluntad como para eso, vosotros la demoleríais, porque no sabéis perdonar, no sabéis decir, hollando toda necedad: «El pasado ha muerto porque ha surgido el Príncipe del Siglo futuro, que a todos recoge bajo su Signo». Yo, en efecto, he venido y recojo. Pero vosotros, ¡oh, vosotros consideráis siempre maldito incluso aquello que Yo he considerado merecedor de ser recogido!
-Eres severo con nosotros, Maestro.
-Soy justo. ¿Podéis, acaso, decir que en vuestro corazón no me censuráis por ciertas acciones mías? ¿Podéis decir que aprobáis mi pareja misericordia hacia judíos y galileos y hacia samaritanos y gentiles, o incluso más amplia para con éstos y los grandes pecadores, precisamente porque ellos la necesitan mayormente? ¿Podéis decir que no pretenderíais de mí gestos de violenta majestad para manifestar mi origen sobrenatural y, sobre todo, fijaos bien, y, sobre todo, mi misión de Mesías según vuestro concepto del Mesías? Decid sinceramente la verdad: aparte de la alegría de vuestro corazón por la resurrección de vuestro amigo, ¿no habríais preferido, antes que esta resurrección, que Yo hubiera llegado a Betania apuesto y cruel, como nuestros antiguos respecto a los amorreos y los de Basán, y como Josué respecto a los de Ay y Jericó, o, mejor aún, haciendo caer con mi voz las piedras y los muros sobre los enemigos, como las trompetas de Josué hicieron respecto a las murallas de Jericó, o haciendo caer del cielo sobre los enemigos gruesas piedras, como sucedió en el descenso de Beterón también en tiempos de Josué, o, como en tiempos más recientes, llamando a celestes jinetes que corrieran por los aires, vestidos de oro, armados de lanzas, formados en cohortes, y que hubiera movimiento de escuadrones de caballería, y asaltos por una y otra parte, y agitación de escudos, y ejércitos con yelmos y espadas desenvainadas, y lanzamiento de dardos para aterrorizar a mis enemigos? (gestas narradas en: Números 21, 21-35 Deuteronomio 2, 26-37; Josué 6-8; 10; 2 Macabeos 5, 1-4) Sí, habríais preferido esto porque, a pesar de que me améis mucho, vuestro amor es todavía impuro, y la seducción -en cuanto a desear lo no santo- se la proporciona vuestro pensamiento de israelitas, vuestro viejo pensamiento. El que tiene Gamaliel igual que el último de Israel, el que tiene el Sumo Sacerdote, el tetrarca, el labriego, el pastor, el nómada, el hombre de la Diáspora. E1 pensamiento fijo del Mesías conquistador. La pesadilla de quien teme ser aniquilado por Él. La esperanza de quien ama a la Patria con la violencia de un humano amor. El suspiro de quien está oprimido por otras potencias en otras tierras. No es culpa vuestra. El pensamiento puro como había sido dado por Dios acerca de lo que Yo soy se ha ido cubriendo, a lo largo de los siglos, de estratos de escorias inútiles. Y pocos saben, con sufrimiento, restituir a la idea mesiánica su pureza inicial. Ahora, además – estando ya cercano el tiempo en que será dado el signo que Gamaliel espera, y todo Israel con él, y llegando ya el tiempo de mi perfecta manifestación-, Satanás trabaja para hacer más imperfecto vuestro amor y más torcido vuestro pensamiento. Llega su hora. Yo os lo digo. Y, en esa hora de tinieblas, incluso los que actualmente ven o están solamente un poco privados de vista, resultarán ciegos del todo. Pocos, muy pocos, en el Hombre abatido reconocerán al Mesías. Pocos lo reconocerán como verdadero Mesías, precisamente porque será abatido, como le vieron los profetas. Yo quisiera, por el bien de mis amigos, que supieran verme y conocerme mientras es de día para poder también reconocerme desfigurado y verme en las tinieblas de la hora del mundo… Pero decidme ahora lo que queríais decirme. La hora avanza rápida y vendrá el alba. Lo digo por vosotros, porque Yo no temo encuentros peligrosos.
-Pues lo que te queríamos decir era que alguien debe haber dicho dónde estás, y que este alguien ciertamente no somos ni yo ni Nicodemo ni Manahén ni Lázaro y sus hermanas ni Nique. ¿Con quién más has hablado del lugar elegido para refugio tuyo?
-Con ninguno, José.
-¿Estás seguro?
-Seguro.
-¿Y has dado orden a tus discípulos de que no hablaran de ello?
-Antes de partir no les hablé del lugar. Llegado a Efraím, di orden de que fueran evangelizando y de actuar en representación mía. Y estoy seguro de su obediencia.
-Y… ¿estás Tú solo en Efraím?
-No. Estoy con Juan y Judas de Simón. Ya lo he dicho. Él, Judas, porque leo tu pensamiento, no puede haberme perjudicado con su irreflexión, porque nunca se ha alejado de la ciudad y en esta época no pasan por ella peregrinos de otros lugares.
-Entonces… Ha sido Belcebú en persona el que ha hablado. Porque en el Sanedrín se sabe que estás allí. -¿Y entonces? ¿Cuáles han sido las reacciones del Sanedrín ante este movimiento mío?
-Varias, Maestro. Muy distintas unas de otras. Hay quien dice que es lógico: dado que te han proscrito en los lugares santos, no te quedaba otra solución que refugiarte en Samaria. Otros, sin embargo, dicen que esto revela de ti lo que eres: un samaritano de alma, más que si lo fueras de raza; y que ello es suficiente para condenarte. Bueno y todos están muy contentos de haberte podido reducir al silencio y de poder señalarte ante las masas como amante de samaritanos. Dicen: «Ya hemos ganado la batalla. Lo demás será un juego de niños». Pero, haz que eso no sea verdad. Te lo rogamos.
-No será verdad. Dejad que hablen. Los que me aman no se turbarán por las apariencias. Dejad que el viento cese del todo. Es viento de tierra. Luego vendrá el viento del Cielo y se abrirá el entrecielo apareciendo la gloria de Dios. ¿Tenéis algo más que decirme?
-Respecto a ti, no. Vigila, sé cauto, no salgas de donde estás. Y decirte que te tendremos informado…
-No. No hace falta. Permaneced donde estáis. Pronto tendré conmigo a las discípulas y -esto sí- decid a Elisa y a Nique
que se unan a las otras, si quieren. Decídselo también a las dos hermanas. Siendo ya conocido el lugar donde me hallo, los que
no temen al Sanedrín pueden ya venir y experimentar recíproca consolación.
-No pueden venir las dos hermanas hasta que Lázaro no regrese. Salió con gran pompa. Toda Jerusalén ha sabido que se marchaba a sus propiedades lejanas, y no se sabe cuándo va a volver. Pero su criado ha vuelto ya de Nazaret y ha dicho -también tenemos que decirte esto- que tu Madre estará aquí con las otras antes de que concluya esta luna. Ella está bien, y también María de Alfeo. El criado las ha visto. Pero tardan un poco porque Juana quiere venir con ellas y no puede hacerlo hasta el final de esta luna. Y también… como amigos fieles, aunque… imperfectos como dices, si nos lo permites, quisiéramos ofrecerte una ayuda…
-No. Los discípulos que están evangelizando traen cada vigilia de sábado cuanto necesitan ellos y cuanto necesitamos nosotros los que estamos en Efraím. Más no hace falta. El obrero vive de su salario. Eso es justo. Lo demás sería superfluo. Dádselo a algún necesitado. Lo mismo he impuesto a los de Efraím y a mis propios apóstoles. Exijo que a su regreso no tengan ni una moneda de reserva y que toda dádiva sea repartida por el camino, tomando para nosotros lo mínimo indispensable para la frugalísima comida de una semana.
-¿Por qué, Maestro?
-Para enseñarles el desapego de las riquezas y el dominio espiritual sobre las preocupaciones del mañana. Y por esto y por otras buenas razones mías de Maestro, os ruego que no insistáis.
-Como quieras. Pero nos apena el no poder servirte.
-Llegará la hora en que lo haréis… ¿No es ya aquella la primera luz del alba? – dice volviéndose hacia Oriente, o sea, hacia el lado puesto a aquel por el que ha venido, e indicando un tímido claror que aparece lejano a través de una abertura.
-Lo es. Tenemos que dejarnos. Yo vuelvo a Gofená, donde he dejado la cabalgadura, y Nicodemo, por esta otra parte, bajará hacia Berot, y desde allí a Ramá, terminado el sábado.
-¿Y tú, Manahén?
-Bueno, yo iré abiertamente por los caminos descubiertos que van hacia Jericó, donde ahora está Herodes. Tengo el caballo en una casa de gente pobre que por una limosna no sienten repulsa de nada, ni siquiera de un samaritano como creen que soy. Pero por ahora sigo contigo. En la bolsa tengo comida para dos.
-Entonces nos despedimos. Para la Pascua nos veremos de nuevo.
-¡No! ¡ No querrás ya arriesgarte a esa prueba! – dicen José y Nicodemo. ¡ No lo hagas, Maestro!
-Verdaderamente sois malos amigos porque me aconsejáis el pecado y la cobardía. ¿Cómo, reflexionando sobre el gesto que pongo, podríais amarme? Decidlo. Sed sinceros. ¿A dónde habría que ir para adorar al Señor en la Pascua de los Ázimos? ¿A1 monte Garizim? (al monte Garizim, donde los samaritanos tenían su Templo, opuesto al de Jerusalén (Deuteronomio 11, 26- 32; 27,11-13; Josué 8; 30-35; 2 Macabeos 6,1-2)) ¿O no debería, más bien, presentarme ante el Señor en el Templo de Jerusalén, como deben hacer todos los varones de Israel en las tres grandes fiestas anuales? ¿Habéis olvidado que ya se me acusa de no respetar el sábado, a pesar de que -Manahén lo puede testificar-, hoy sin ir más lejos, Yo, secundando vuestro deseo, de noche haya recorrido un camino que armonizara vuestro deseo y la ley sabática?
-Nosotros también hemos estado en Gofená por este motivo… Y ofreceremos un sacrificio para expiar una involuntaria transgresión por un motivo ineluctable. ¡Pero Tú, Maestro!… Te van a ver inmediatamente…
-Si no me vieran ellos, Yo me encargaría de que me vieran.
-¡Buscas tu destrucción! Es como si te mataras…
-No. Vuestra mente está muy envuelta en sombras. No es como quererme matar. Es únicamente obedecer a la voz del Padre mío que me dice: «Ve. Es la hora». Siempre he buscado conciliar la Ley con las necesidades, incluso el día que tuve que huir de Betania y refugiarme en Efraím porque todavía no era la hora de ser capturado. El Cordero de Salvación sólo puede ser inmolado en la Pascua de los Ázimos. ¿Podréis pretender que, sí eso he hecho respecto a la Ley, no lo haga respecto a la orden del Padre mío? Ahora marchaos, y no os aflijáis de esa manera. ¿Para qué he venido, sino para ser proclamado Rey de todas las gentes? Porque eso quiere decir «Mesías», ¿no es verdad? Sí, quiere decir eso. Y «Redentor» también quiere decir eso. Pero la verdad del significado de estos dos nombres no corresponde con lo que vosotros os imagináis. «De todas formas, os bendigo, implorando que un rayo celeste descienda sobre vosotros junto con mi bendición. Porque os quiero y porque me queréis. Porque quisiera que vuestra justicia fuera plenamente luminosa. Y es que no sois malos pero sois, también vosotros, «viejo
Israel» y no tenéis la voluntad heroica de despojaros del pasado y haceros nuevos. Adiós, José. Sé justo. Justo como aquel que durante muchos años fue para mí tutor y fue capaz de realizar toda renovación para servir al Señor su Dios. Si él estuviera aquí entre nosotros, ¡cómo os enseñaría a saber servir a Dios con perfección; a ser justos, justos, justos! ¡Pero justo es que esté ya en el seno de Abraham!… Para no ver la injusticia de Israel. ¡Oh, santo siervo de Dios!… Nuevo Abraham -de corazón traspasado pero de voluntad perfecta-, él no me habría aconsejado la cobardía, sino que me habría dicho las palabras que usaba cuando alguna realidad penosa pesaba sobre nosotros: «Levantemos el espíritu. Encontraremos la mirada de Dios y olvidaremos que son los hombres los que causan el dolor. Y hagamos todas las cosas que nos significan un peso como si el Altísimo nos las presentase. De esta manera santificaremos hasta las más pequeñas cosas y Dios nos amará». Eso habría dicho, incluso animándome a sufrir los más graves dolores… Nos habría animado… ¡Oh, Madre!…
Jesús suelta a José -lo tenía abrazado- y, agachando la cabeza, permanece en silencio, contemplando, sin duda, su ya cercano martirio y el de su pobre Madre…
Luego alza la cabeza y abraza a Nicodemo diciendo:
-La primera vez que viniste a mí como discípulo oculto te dije que para entrar en el Reino de Dios y tener el Reino de Dios en vosotros era necesario que renacierais en espíritu y vuestro amor por la Luz fuera mayor del que por ella tenga el mundo. Hoy, y quizás es la última vez que nos encontramos en secreto, te repito las mismas palabras. Renace tu espíritu, Nicodemo, para poder amar la Luz que soy Yo, y Yo more en ti como Rey y Salvador. Ahora marchaos. Que Dios esté con vosotros.
-Los dos Ancianos se marchan por la parte opuesta a aquella por la que ha venido Jesús.
Cuando ya el ruido de sus pasos se ha alejado, Manahén, que había ido hasta la entrada de la gruta para verlos marcharse, vuelve y dice con cara muy expresiva:
-¡A1 menos una vez serán ellos los que infrinjan la medida sabática! ¡Y no se sentirán tranquilos hasta que no regularicen su deuda con el Eterno con el sacrificio de un animal! ¿No sería mejor para ellos sacrificar su tranquilidad declarándose abiertamente «tuyos»? ¿No sería eso más grato al Altísimo?
-Ciertamente lo sería. Pero no los juzgues. Son masa que fermenta despacio. Pero, en su momento, ellos, cuando muchos que se creen mejores caigan, se erguirán contra todo un mundo.
-¿Lo dices por mí, Señor? Quítame la vida, antes que permitir que reniegue de ti.
-Tú no me renegarás. Pero en ti hay elementos distintos de los suyos para ayudarte a ser fiel.
-Sí. Yo soy… el herodiano. O sea, era el herodiano. Porque, de la misma manera que me he apartado del Consejo, me he apartado del partido desde que lo veo ruin e injusto -como los otros- respecto a Ti. ¡Ser herodiano!… Para las otras castas es poco más que pagano. No digo que seamos unos santos. Es verdad que no lo somos. Hemos incurrido en impureza por una finalidad impura. Hablo como si fuera todavía el herodiano de antes de ser tuyo. Somos, por tanto, doblemente impuros, según el juicio humano: porque nos hemos aliado con los romanos y porque lo hemos hecho buscando nuestro propio beneficio. Pero, dime, Maestro, Tú que siempre dices la verdad y no te abstienes de decirla por temor a perder un amigo. Entre nosotros, que nos hemos aliado con Roma para… gozar todavía de efímeros triunfos personales, y los fariseos, jefes de los sacerdotes, escribas, saduceos, que se alían con Satanás para destruirte a ti, ¿quién es más impuro? Yo, ya ves que, ahora que he visto que el partido de los herodianos se pone contra ti, los he dejado. No digo esto para que me alabes, sino para manifestarte cómo pienso. ¡Y ellos -hablo de los fariseos y sacerdotes, escribas y saduceos- creen que sacan un beneficio de esta inesperada alianza de los herodianos con ellos! ¡Desdichados! No saben que los herodianos lo hacen para ganar méritos ante los romanos y, por tanto, mayor protección de éstos, y, después… definidos y terminados la causa y el motivo que los une ahora, abatir a los que ahora toman como aliados. Éste es el juego recíproco de los unos y los otros. Todo está basado en el engaño. Y esto me repugna de tal manera, que me he independizado del todo. Tú… Tú apareces como un gran fantasma amedrentador. ¡Para todos! Y eres también el pretexto para el sucio juego de los intereses de los distintos partidos. ¿El motivo religioso? ¿El sagrado desdén hacia «el blasfemo», como te llaman? ¡Todo engaños! El único motivo es, no la defensa de la Religión, no el sagrado celo por el Altísimo, sino sus intereses, ávidos, insaciables. Me dan asco como cosa inmunda. Y quisiera… quisiera que fueran más valerosos los pocos que no son inmundicia. ¡Ya me es gravoso llevar una vida doble! Quisiera seguirte sólo a ti, pero te sirvo así más que si te siguiera. Siento este peso… Pero dices que será pronto… Como… «¿Pero realmente serás inmolado como el Cordero? ¿No es lenguaje figurado? La vida de Israel está tejida con símbolos y figuras…
-Y quisieras que conmigo fuera así. No, mi caso no es una figura.
-¿No lo es? ¿Estás completamente seguro? Yo podría… Muchos podríamos repetir antiguos gestos haciendo que te ungieran como Mesías, y podríamos defenderte. Bastaría una palabra para que surgieran a millares los defensores del verdadero Pontífice santo y sabio. Ya no hablo de un rey terreno, porque ya sé que tu Reino es enteramente espiritual. Pero, dado que humanamente fuertes y libres no lo seremos ya nunca, pues, al menos, que sea tu santidad la que gobierne y dé nueva salud al corrompido Israel. Nadie -Tú lo sabes- aprecia al actual sacerdocio o a quienes lo sostienen. ¿Quieres esto, Señor? Ordena y yo actuaré.
-Ya has avanzado mucho en tu pensamiento, Manahén. Pero todavía estás tan lejos de la meta como la Tierra del Sol. Yo seré Sacerdote, y lo seré eternamente, Pontífice inmortal, en un organismo que vivificaré hasta el final de los siglos. Pero no seré ungido con el óleo de la alegría, ni proclamado y defendido con actos violentos – expresión de la voluntad de un puñado de fieles- que llevarían a la Patria a una escisión más feroz aún y a hacerla más esclava que nunca. ¿Y crees que una mano de hombre puede ungir al Cristo? En verdad te digo que no. La verdadera Autoridad que me ungirá Pontífice y Mesías es la de Aquel que me ha enviado. Nadie, aparte de Dios, podría ungir a Dios como Rey de reyes y Señor de señores para toda la eternidad.
-¡¿Entonces nada?! ¡¿Nada que hacer?! ¡Oh, mi dolor!
-Todo. Amarme. En eso se resume todo. Amar no a la criatura que lleva por nombre Jesús, sino a lo que Jesús es. Amarme con la humanidad y con el espíritu, de la misma forma que Yo os amo con el Espíritu y la Humanidad para estar
conmigo más allá de la Humanidad. Mira qué hermosa aurora. La luz tímida de las estrellas no llegaba hasta aquí dentro; pero la luz segura del Sol, sí. Lo mismo sucederá en los corazones de aquellos que lleguen a amarme con justicia. Vamos afuera, al silencio del monte, exento de voces humanas enronquecidas de intereses. Mira aquellas águilas. Mira cómo se alejan con amplios vuelos en busca de presa. ¿Vemos las presas? Nosotros, no; pero las águilas sí, porque el ojo del águila es más poderoso que el nuestro y, desde arriba, donde se cierne en vuelo, ve un amplio horizonte y sabe elegir. Yo también. Lo que vosotros no veis Yo lo veo. Y, desde arriba, donde aletea mi espíritu, sé elegir a mis dulces presas. No para despedazarlas, como hacen los buitres y las águilas, sino para llevarlas conmigo. ¡Seremos así felices allí, en el Reino del Padre mío, nosotros, que nos hemos querido!…
Y Jesús, que, hablando, ha salido a sentarse al sol a la entrada de la caverna, teniendo a su lado a Manahén, lo arrima ahora hacia sí y calla y sonríe contemplando quién sabe qué visión…