El lunes por la noche en el Getsemaní con los apóstoles.
Jesús está todavía en el Huerto de los Olivos, con sus apóstoles; de nuevo habla.
-Y otro día ha pasado. Ahora la noche, y luego mañana, y luego otro mañana, y después la cena pascual. -¿Dónde vamos a cenar, Señor mío? Este año estarán también las mujeres – pregunta Felipe.
-Todavía no tenemos previsto nada y la ciudad está saturada de gente. Parece que este año todo Israel, hasta el más lejano prosélito, ha venido al rito – dice Bartolomé.
Jesús lo mira, y, como si recitara un salmo, dice:
-Reuníos, apresuraos, acercaos de todos los lugares a mi víctima, que inmolo por vosotros, a la gran Víctima inmolada en los montes de Israel; a comer su Carne, a beber su Sangre. (Ezequiel 39, 17; 14, 12-13; Daniel 7; Oseas 6,1-6, 8,11-14; Malaquías 1, 10-11; 2, 3-6; y anticipará Apocalipsis 11, 15-17)
-¿Pero qué víctima? ¿Qué víctima? Pareces como uno del que se hubiera apoderado una demencia obsesiva. Hablas sólo de muerte… nos afliges… – dice vehemente Bartolomé.
Jesús lo mira de nuevo, dejando con la mirada a Simón, que se inclina hacia Santiago de Alfeo y Pedro y habla sigiloso con ellos, y dice:
-¿Cómo? ¿Tú me lo preguntas? Tú no eres uno de estos pequeños que para ser doctos deben recibir la heptamorfa luz. Ya estabas versado en la Escritura antes de que Yo te llamara a través de Felipe. Aquella dulce mañana de primavera. De mi primavera. ¿Y tú me preguntas todavía que cuál es la víctima inmolada en los montes, la víctima a la que todos acudirán para nutrirse? ¿Y dices que estoy a merced de una demencia obsesiva porque hablo de muerte? ¡Bartolmái! Como el grito de los escoltas, Yo, en medio de vuestra tiniebla, que nunca se ha abierto a la luz, he lanzado una vez, dos veces, tres veces… el grito anunciador. Pero vosotros no habéis querido entenderlo. En ese momento habéis sufrido por ello; luego… como niños, habéis olvidado pronto las palabras de muerte y habéis vuelto festivos a vuestro trabajo, seguros de vosotros y llenos de esperanza respecto a que mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez más al mundo a seguir y amar a su Redentor.
No. Sólo después de que esta Tierra haya pecado contra mí -y recordad que son palabras del Señor a su profeta-, sólo después, el pueblo -y no sólo este pueblo concreto, sino el gran pueblo de Adán- empezará a gemir: “Acerquémonos al Señor. Él, que nos ha herido, nos curará». Y dirá el mundo de los redimidos: «Después de dos días, o sea, dos tiempos de la eternidad, durante los cuales nos dejará a merced del Enemigo, que con todo tipo de armas nos golpeará y matará, como nosotros hemos golpeado al Santo y lo hemos matado y le seguimos golpeando y matando, porque siempre existirá la raza de los Caínes que maten con la blasfemia y las malas obras al Hijo de Dios, al Redentor, lanzando flechas mortales no contra su eterna, glorificada Persona, sino contra sus almas propias, las rescatadas por Él de forma que las matarán, matándolo, por tanto, a Él a través de sus propias almas-, sólo después de estos dos tiempos, vendrá el tercer día, y resucitaremos en su presencia en el Reino de Cristo en la Tierra y viviremos en su presencia en el triunfo del espíritu. Lo conoceremos, aprenderemos a conocer al Señor para estar preparados a combatir, mediante este conocimiento verdadero de Dios, la extrema batalla que Lucifer presentará al Hombre antes del sonido del ángel de la séptima trompeta, que abrirá el coro bienaventurado de los santos de Dios -coro de un número eternamente perfecto, al que jamás podrá ser añadido ni el más pequeño infante, ni el más anciano de los ancianos- el coro que cantará: “Ha terminado sus días el pobre reino de la Tierra. El mundo ha pasado con todos sus habitantes ante la revista del Juez victorioso. Y los elegidos están ahora en las manos del Señor Dios nuestro y de su Cristo, y Él es nuestro Rey para siempre. Alabado sea el Señor Dios Omnipotente, que es, que era, que será, porque ha asumido su gran poder y ha tomado posesión de su Reino».
¡Oh!, ¿quién de vosotros sabrá recordar las palabras de esta profecía, que ya sonó en las palabras de Daniel con velado sonido y que ahora grita por boca del Sabio ante el mundo atónito y ante vosotros más atónitos que el mundo? «La venida del Rey -continuará gimiendo el mundo herido y cerrado en el sepulcro, el que ha vivido mal y ha muerto mal, cerrado por su septenario vicio y sus infinitas herejías, el agonizante espíritu del mundo, cerrado, con sus extremos estertores, dentro del organismo, muerto leproso por todos sus errores-, la venida del Rey está preparada como la de la aurora, y vendrá a nosotros como la lluvia de primavera y de otoño». A la aurora la precede y prepara la noche. Ésta es la noche. Esta de ahora. ¿Y qué debo hacer contigo, Efraím? ¿Qué debo hacer contigo, Judá?…
Simón, Bartolmái, Judas, los primos, vosotros que sois los más versados en el Libro, ¿reconocéis estas palabras? Vienen no de un espíritu desatinado, sino de quien posee la Sabiduría y la Ciencia. Como rey que abre seguro sus arcas, porque sabe dónde está la gema concreta que busca, pues la ha puesto ahí con sus propias manos, Yo cito a los profetas. Soy la Palabra. Durante siglos he hablado por labios humanos, durante siglos seguiré haciéndolo. Pero todo lo que de sobrenatural se ha dicho es palabra mía. El hombre no podría, ni siquiera el más docto y santo, subir, águila de alma, más allá de los límites del ciego mundo, para comprender y manifestar los misterios eternos.
Sólo en la Mente divina el futuro es «presente». Necedad es en aquellos que, no elevados por nuestra Voluntad, pretenden hacer profecías y revelaciones. Y Dios pronto los desmiente y castiga, porque sólo Uno puede decir: «Yo soy» y decir: «Yo veo» y decir: «Yo sé». Mas cuando una Voluntad no sujeta a medida ni a juicio, una Voluntad que debe ser aceptada agachando la cabeza y diciendo sin discusión: “Aquí estoy”, dice: «Ven, sube, oye, ve, repite~, entonces, zambullida en el eterno presente de su Dios, el alma, llamada por el Señor para ser «voz», ve y tiembla, ve y llora, ve y exulta; entonces el alma llamada por el Señor para ser «palabra» oye y, llegando a éxtasis o a agónico sudor, expresa las tremendas palabras del Dios eterno. Porque toda palabra de Dios es tremenda, pues viene de Aquel cuyo veredicto es inmutable y cuya Justicia es inexorable, y porque está dirigida a los hombres, de los cuales demasiado pocos merecen amor y rendición, sino rayo y condena. Ahora bien, esta palabra, pronunciada y vilipendiada, ¿no es causa de tremenda culpa y tremendo castigo para los que, habiéndola oído, la rechazan? Lo es.
-¿Y qué debía hacer con vosotros, Efraím, Judá, mundo?; ¿qué, que .no haya hecho ya? Amándote, he venido, oh Tierra mía, y mi palabra ha sido para ti espada mortal porque la has aborrecido. ¡Oh, mundo que matas a tu Salvador creyendo hacer algo justo, ¿tan identificado con el demonio estás, que no comprendes ya siquiera cuál es el sacrificio que Dios exige, sacrificio del propio pecado, no de un animal inmolado y comido con el alma sucia? ¿Qué te he dicho, entonces, en estos tres años? ¿Qué he predicado? He dicho: «Conoced a Dios en sus leyes y en su naturaleza». Y me he secado como vaso de arcilla porosa puesto al sol, predicando el conocimiento vital de la Ley y de Dios. Y has seguido cumpliendo holocaustos sin cumplir nunca el único necesario: ¡La inmolación de tu mala voluntad al Dios verdadero!
Ahora el Dios eterno te dice, ciudad de pecado, pueblo apóstata – y en la hora del Juicio contigo se usará un azote que no será usado con Roma y Atenas, que son débiles mentales y no conocen ni saber ni palabra, pero que, cuando, de ser eternos niños mal cuidados por su nodriza; niños cuyas capacidades han quedado a nivel animal, pasen a estar en los brazos santos de mi Iglesia, mi única, sublime Esposa que dará a luz innumerables hijos dignos de Cristo, entonces se harán adultos y capaces, y me darán palacios y soldados, templos y santos que poblarán el Cielo como de estrellas-, ahora el Dios eterno te dice: «No me sois gratos ya y ya no aceptaré don venido de tu mano, que me es como estiércol y Yo os lo arrojo de nuevo a la cara y se os quedará prendido. Vuestras solemnidades, todas ellas exteriores, me dan asco. Rescindo el pacto con la estirpe de Aarón y se lo paso a los hijos de Leví, porque éste es mi Leví y con Él, eternamente, he hecho un pacto de vida y paz y Él me fue siempre fiel, hasta el sacrificio. Tuvo el santo temor del Padre y tembló por el enojo del Padre, si ofendido, con sólo oír herido mi Nombre. La ley de la verdad estuvo en su boca y en sus labios no hubo iniquidad; caminó conmigo en la paz y la equidad y a muchos apartó del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todo lugar – ya no en el que fue único altar de Sión, no siendo merecedores vosotros de ofrecerlo- será sacrificada y ofrecida en mi Nombre la Hostia pura, inmaculada, grata al Señor».
¿Reconocéis estas eternas palabras?
-Las reconocemos, Señor nuestro. Y créenos que nos sentimos abatidos como bajo un duro golpe. Pero ¿no es posible desviar el destino?
-¿Destino lo llamas, Bartolmái?
-No sabría qué otro nombre…
-Reparación. Ése es el nombre. No se ofende al Seor sin que la ofensa deba ser reparada. Y Dios Creador fue ofendido por la primera criatura. Desde entonces, la ofensa ha ido siendo cada vez mayor Y no valió ni la gran masa de agua del Diluvio, ni la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra, para hacer santo al hombre. Ni el agua ni el fuego. La Tierra es una Sodoma sin fronteras, por donde se pasea, libre y como rey, Lucifer. Venga, pues, una trina realidad para lavarla: el fuego del amor, el agua del dolor, la sangre de la Víctima. Éste es, Tierra, mi don. He venido para dártelo. ¿Y ahora habría de huir ante su cumplimiento? Es Pascua. No se puede huir.
-¿Por qué no vas donde Lázaro? No sería huir. Pero en su casa no te tocarían.
-Tiene razón Simón. ¡Te lo suplico, Señor, hazlo! – grita Judas Iscariote arrojándose a los pies de Jesús.
A su gesto responde un llanto desconsolado de Juan. Aunque más controlados en su dolor, también lloran los primos y Santiago y Andrés.
-¿Me crees el “Señor”? !Mírame! – y Jesús perfora con sus ojos la cara angustiada de Judas Iscariote; porque no finge, está realmente angustiado (quizá es la última lucha de su alma con Satanás y no sabe vencerla).
Jesús lo estudia y sigue su lucha como un científico podría estudiar una crisis en un enfermo. Luego se alza bruscamente, con tanta vehemencia, que Judas, que estaba apoyado en sus rodillas, impulsado hacia atrás, cae al suelo sentado. Jesús retrocede incluso y, visiblemente turbado su rostro, dice:
-¿Y así prenden también a Lázaro? Doble presa y, por tanto, doble alegría. No. Lázaro está reservado para el Cristo futuro, para el Cristo triunfante. Sólo uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Él no volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes también ésta. Mas los que esperan obtener una doble ganancia capturando al águila y al aguilucho, en el nido y sin esfuerzo, pueden estar seguros de que el águila tiene ojo para todos, y que por amor hacia su pequeñuelo se alejará del nido, para que sólo a ella la prendan, salvándolo así a él. Me da muerte el odio, pero sigo amando. Idos. Yo me quedo a orar. Nunca como en esta hora que vivo he tenido necesidad de llevar el alma al Cielo.
-Déjame que me quede aquí contigo, Señor – suplica Juan.
-No. Todos necesitáis descansar. Ve.
-¿Te quedas solo? ¿Y si te hacen algún mal? Pareces incluso enfermo… Yo me quedo – dice Pedro.
-Tú ve con los otros. ¡Dejadme olvidar durante una hora a los hombres! ¡Dejadme en contacto con los ángeles de mi Padre! Me suplirán a mi Madre, que pena en el llanto y la oración, y a la que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos.
-¿No nos das la paz? – le pregunta su primo Judas.
-Tienes razón. La paz del Señor descienda sobre aquellos que no son oprobio ante sus ojos. Adiós – y Jesús se interna, subiendo un escalón del terreno, en la espesura de los olivos.
-¡Pues la verdad es que… lo que dice está en la Escritura! Y, oyéndolo a Él, se comprende por qué y para quién fue dicho – susurra Bartolomé.
-Esto se lo dije yo a Pedro en otoño del primer año… – dice Simón.
-Es verdad… Pero… ¡ no! Yo, estando yo vivo, no dejaré que lo prendan. Mañana… – dice Pedro.
-¿Qué vas a hacer mañana? – pregunta Judas Iscariote.
-¿Que qué voy a hacer? Hablo conmigo mismo. Éstos son tiempos de conjura. No confío mi pensamiento ni al aire. Y tú, que tienes influencia -muchas veces lo has dicho- ¿por qué no buscas protección para Jesús?
-Lo haré, Pedro. Lo haré. No os extrañéis si me ausento alguna vez. Es que estoy trabajando para Él. ¡Pero no se lo digáis, eh!
-Puedes estar seguro. Bendito seas. Alguna vez he desconfiado de ti, pero te pido que me disculpes por ello. Veo que en los momentos claves eres mejor que nosotros. Tú actúas… yo lo único que sé hacer es echar palabras al vuelo – dice Pedro, humilde y sincero. Y Judas ríe como contento de la alabanza.
Se ponen en marcha para salir del Getsemaní e ir hacia el camino que lleva a Jerusalén.