El criado de Betania refiere a Jesús el mensaje de Marta.
Anochece cuando el criado, remontando las zonas boscosas del río, espolea al caballo, humoso de sudor, para que supere el desnivel que en ese punto hay entre el río y el camino del pueblo. Los lomos del pobre animal palpitan por la carrera veloz y larga. El pelaje negro está todo vareteado de sudor, la espuma del bocado ha salpicado el pecho de blanco; resopla arqueando el cuello y meneando la cabeza.
Ahí está ya, en el caminito. Pronto llega a la casa. El criado pone pie en tierra de un salto, ata el caballo al seto y lanza
una voz.
Por la parte de atrás de la casa se asoma la cabeza de Pedro, y su voz un poco áspera pregunta:
-¿Quién llama? El Maestro está cansado. Hace muchas horas que no goza de tranquilidad. Es casi de noche. Volved
mañana.
-No quiero nada del Maestro, yo. Estoy sano y sólo tengo que darle un mensaje.
Pedro se acerca diciendo:
-¿Y de parte de quién, si se puede preguntar? Sin un seguro reconocimiento, no dejo pasar a nadie, y menos a uno que huela a Jerusalén, como tú.
Se ha acercado lentamente, más escamado por la belleza del caballo negro ricamente ensillado que por el hombre. Pero cuando está justo frente a frente de éste reacciona con estupor:
-¿Tú? ¿Pero tú no eres un criado de Lázaro?
El criado no sabe qué decir. Su señora le ha dicho que hable sólo con Jesús. Pero el apóstol parece bien decidido a no dejarlo pasar. El nombre de Lázaro -él lo sabe- es influyente ante los apóstoles. Se decide a decir:
-Sí. Soy Jonás, criado de Lázaro. Debo hablar con el Maestro.
-¿Está mal Lázaro? ¿Te envía él?
-Está mal, sí. Pero no me hagas perder tiempo. Debo regresar lo antes posible.
Y para que Pedro se decida dice:
-Han estado los miembros del Sanedrín en Betania…
-¡Los miembros del Sanedrín! ¡Pasa! ¡Pasa! – y abre la portilla mientras dice: -Retira el caballo. Ahora le damos de beber y hierba, si quieres.
-Tengo forraje. Pero un poco de hierba no vendrá mal. El agua después. Antes le sentaría mal.
Entran en la habitación grande donde están las yacijas. Atan al animal en un rincón para tenerlo resguardado del aire; el criado lo cubre con la manta que iba atada a la silla, le da el forraje y la hierba que Pedro ha cogido no sé de dónde. Luego vuelven afuera. Pedro lleva al criado a la cocina y le da un vaso de leche caliente tomada de un caldero que está puesto al fuego, en vez del agua que había pedido.
Mientras el criado bebe y se repone junto al fuego, Pedro, que es heroico en no hacer preguntas curiosas, dice: -La leche es mejor que el agua que querías. ¡Y dado que la tenemos…! ¿Has hecho todo el camino en una etapa? -Todo en una etapa. Y lo mismo haré a la vuelta.
-Estarás cansado. ¿Y el caballo te resiste?
-Espero que resista. Además, a la vuelta no voy a galopar como cuando he venido.
-Pero pronto será de noche. Empieza ya a alzarse la Luna… ¿Qué vas a hacer con el río?
-Espero llegar al río antes de que se ponga la Luna. Si no, esperaré en el bosque hasta el alba. Pero llegaré antes. -¿Y después? El camino desde el río hasta Betania es largo. Y la Luna se pone pronto. Está en sus primeros días. -Tengo un buen farol. Lo enciendo y voy despacio. Por muy despacio que vaya, me iré acercando a casa.
-¿Quieres pan y queso? Tenemos. Y también pescado. Lo he pescado yo. Porque hoy me he quedado aquí; yo y Tomás.
Pero ahora Tomás ha ido por el pan a casa de una mujer que nos ayuda.
-No. No te prives tú de ninguna cosa. He comido por el camino. Lo que tenía era sed, y también necesidad de algo caliente. Ahora estoy bien. Pero ¿vas a avisar al Maestro? ¿Está en casa?
-Sí, sí. Si no hubiera estado, te lo habría dicho inmediatamente. Está allí, descansando. Porque viene mucha gente aquí… Tengo miedo incluso de que la cosa tenga resonancia y se presenten los fariseos a molestar. Toma un poco más de leche. Total, tendrás que dejar comer al caballo… y que dejarlo descansar: sus lomos palpilaban como una vela mal tensada…
-No. Vosotros necesitáis la leche. Sois muchos.
-Sí. Pero nosotros, que estamos fuertes -menos el Maestro, que habla tanto que tiene el pecho cansado, y los más viejos-, comemos cosas que hagan trabajar a los dientes. Toma. Es la de las ovejitas que dejó el anciano. La mujer, cuando estamos aquí, nos la trae. Pero si queremos más todos nos la dan. Aquí nos estiman y nos ayudan. Y dime: ¿eran muchos los miembros del Sanedrín?
-¡Casi todos! Y, con ellos, otros: saduceos, escribas, fariseos, judíos de alto rango, algún herodiano…
-¿Y qué ha ido a hacer esa gente a Betania? ¿Estaba José con ellos? ¿Nicodemo estaba?
-No. Habían venido días antes. Y también Manahén había venido. Éstos no eran de los que aman al Señor.
-¡Bien lo creo! ¡Son tan pocos los miembros del Sanedrín que lo estiman! ¿Pero qué cosa querían en concreto? -Al entrar dijeron que saludar a Lázaro…
-¡Mmm! ¡Qué amor más extraño! ¡Siempre lo han marginado, por muchas razones!… ¡Bien!… Vamos a suponerlo… ¿Han estado allí mucho tiempo?
-Bastante. Y se marcharon inquietos. Yo no soy criado de la casa, y por eso no servía a las mesas; pero los otros que estaban dentro sirviendo dicen que hablaron con las señoras y que querían ver a Lázaro. Fue a ver a Lázaro Elquías y…
-¡Buen elemento!… – susurra entre dientes Pedro.
– ¿Qué has dicho?
-¡Nada, nada! Sigue. ¿Y habló con Lázaro?
-Creo que sí. Fue con María. Pero luego, no sé por qué… María se irritó, y los criados, que estaban alerta en las habitaciones contiguas para acudir enseguida, dicen que los ha echado de casa como a perros…
-¡Viva ella! ¡Eso es lo que hace falta! ¿Y te han mandado a decirlo?
-No me hagas perder más tiempo, Simón de Jonás.
-Tienes razón. Ven.
Lo guía hacia una puerta. Llama. Dice:
-Maestro, ha venido un criado de Lázaro. Quiere hablar contigo.
-Que pase – dice Jesús.
Pedro abre la puerta, invita al criado a pasar, cierra, se retira y va, meritoriamente, junto al fuego a mortificar su curiosidad.
Jesús, sentado en el borde de su yacija, en el pequeño cuarto donde apenas hay espacio para la yacija y la persona que está en él – cuarto que antes era, sin duda, un reposte de víveres, porque todavía tiene ganchos en las paredes y tablas apoyadas en estacas-, mira sonriente al criado, que se ha arrodillado. Lo saluda:
-La paz sea contigo.
Luego añade:
-¿Qué nuevas me traes? Levántate y habla.
-Me mandan mis señoras, a decirte que vayas enseguida a su casa, porque Lázaro está muy enfermo y el médico dice que va a morir. Marta y María te lo suplican, y me han enviado a decirte: «Ven, porque sólo Tú lo puedes curar».
-Diles que estén tranquilas. Ésta no es una enfermedad que cause la muerte, sino que es gloria de Dios para que su potencia sea glorificada en el Hijo suyo.
-¡Pero está muy grave, Maestro! Su carne se corrompe y él ya no se alimenta. He deslomado al caballo para llegar más deprisa…
-No importa. Es como Yo digo.
-¿Pero vas a ir?
-Iré. Diles a ellas que iré y que tengan fe. Que tengan fe. Una fe absoluta. ¿Has comprendido? Ve. Paz a ti y a quien te envía. Te repito: «Que tengan fe. Absoluta». Ve.
El criado saluda y se retira.
Pedro inmediatamente se llega a él:
-Lo has dicho en poco tiempo. Creía que fueran largas palabras…
Lo mira, lo mira… El deseo de saber transpira por todos los poros de la cara de Pedro. Pero se contiene… -Me marcho. ¿Me das agua para el caballo? Luego me marcharé.
-Ven. ¡Agua!… Tenemos todo un río para dártela, además del pozo para nosotros – y Pedro, provisto de una luz, le precede y le da el agua que ha pedido.
Dan de beber al caballo. El criado quita la manta, observa las herraduras, la cincha, las bridas, los estribos. Explica: -¡He corrido lucho! Pero todo está en orden. Adiós, Simón Pedro, y ora por nosotros.
Saca fuera al caballo. Sujetándolo por las bridas, sale al camino, pone un pie en el estribo, hace ademán de montar en la
silla.
Pedro lo retiene poniéndole una mano en el brazo, y dice:
-Sólo quiero saber esto: ¿Aquí hay peligro para Él?, ¿han mencionado esta amenaza?, ¿querían saber por las hermanas dónde estábamos? ¡Dilo en nombre de Dios!
-No, Simón. No. No se ha hablado de esto. Han venido por Lázaro. Nosotros sospechamos que era para ver si estaba el Maestro y si Lázaro estaba leproso, porque Marta gritaba fuerte que no estaba leproso, y lloraba… Adiós, Simón. Paz a ti.
-Y a ti y a tus señoras. Que Dios te acompañe en tu regreso a casa…
Lo mira mientras se marcha… hasta que desaparece, pronto, en el fondo del camino, porque el criado, antes que el sendero oscuro del bosque que sigue la orilla del río, prefiere tomar el camino principal, claro con el blancor de la Luna. Se queda pensativo. Luego cierra la portilla y vuelve a la casa.
Va donde Jesús, que sigue sentado en la yacija, teniendo las manos apoyadas en el borde, absorto. Pero reacciona al sentir cerca a Pedro, que lo mira interrogativamente. Le sonríe.
-¿Sonríes, Maestro?
-Te sonrío a ti, Simón de Jonás. Siéntate aquí, cerca de mí. ¿Han vuelto los otros?
-No, Maestro. Tomás tampoco. Habrá encontrado ocasión de hablar.
-Eso está bien.
-¿Está bien que hable? ¿Está bien que tarden los demás? Él habla incluso demasiado. ¡Siempre está alegre! ¿Y los otros? Estoy siempre preocupado hasta que regresan. Siempre tengo temor yo.
-¿De qué, Simón mío? No sucede nada malo por ahora, créelo. Tranquilízate e imita a Tomás, que está siempre alegre. Tú, sin embargo, de un tiempo a esta parte, estás muy triste.
-¡Hombre claro, ¿y quién te quiere y no lo está?! Yo ya soy viejo, y reflexiono más que los jóvenes. También ellos te quieren, pero son jóvenes y piensan menos… De todas formas, si alegre te agrado más lo estaré; me esforzaré en estarlo. Pero para poder estarlo dame al menos una cosa que me dé motivo para ello. Dime la verdad, mi Señor. Te lo pido de rodillas (y, efectivamente, se arrodilla). ¿Qué te ha dicho el criado de Lázaro? ¿Que te buscan? ¿Que quieren causarte algún mal? ¿Que…?
Jesús pone la mano en la cabeza de Pedro:
-¡No, hombre, no, Simón! Ninguna de esas cosas. Ha venido a decirme que Lázaro se ha agravado mucho, y no hemos hablado de nada sino de Lázaro.
-¿Nada, nada?
-Nada, Simón. Y he respondido que tengan fe.
-Pero, en Betania han estado los del Sanedrín, ¿lo sabes?
-¡Es natural! La casa de Lázaro es una casa importante. Y la costumbre nuestra prevé estos honores a una persona influyente que está muriendo. No te intranquilices, Simón.
-¿Pero estás seguro de que no han aprovechado esta disculpa para…?
-Para ver si estaba Yo allí. Bueno, pues no me han encontrado ¡Animo!, no estés tan asustado como si ya me hubieran capturado Vuelve aquí, a mi lado, pobre Simón que de ninguna forma quieres convencerte de que a mí no me puede suceder nada malo hasta el momento decretado por Dios, y que en ese momento… nada servirá para defenderme del Mal…
Pedro se le enrosca al cuello y le tapa la boca besándolo en ella y diciendo: ¡Calla! ¡Calla! ¡No me digas estas cosas! ¡No quiero oírlas! (repetimos que el beso en la boca en Israel entre varones no era algo degenerativo ni desviacionista sino usual, costumbrista, igual que actualmente se hace en países del Este de Europa, Rusia entre ellos)
Jesús logra librarse lo suficiente como para poder hablar, y susurra:
-¿No las quieres oír! ¡Éste es el error! Pero soy indulgente contigo… Mira, Simón. Dado que aquí estabas sólo tú, de todo lo sucedido, sólo tú y Yo debemos tener noticia. ¿Me entiendes?
-Sí, Maestro. No hablaré con ninguno de los compañeros.
-¡Cuántos sacrificios! ¿No es verdad, Simón?
-¿Sacrificios? ¿Cuáles? Aquí se está bien. Tenemos lo necesario.
-Sacrificios de no preguntar, de no hablar, de soportar a Judas… de estar lejos de tu lago… Pero Dios te recompensará por todo ello.
-¡Si te refieres a eso!… En vez del lago, tengo el río y… me arreglo para que me baste. Respecto a Judas… te tengo a ti, que me compensas plenamente… ¡Por las otras cosas!… ¡Menudencias! Y me sirven para ser menos basto y más semejante a ti.
¡Qué feliz me siento de estar aquí contigo! ¡Entre tus brazos! El palacio de César no me parecería más hermoso que esta casa, si pudiera estar en ella siempre así, entre tus brazos.
-¿Qué sabes tú del palacio de César! ¿Acaso lo has visto?
-No, y no lo veré nunca. Pero no tengo particular interés por verlo. De todas formas, supongo que será grande, hermoso, que estará lleno de objetos hermosos… y también de inmundicia. Como toda Roma, me imagino. ¡No estaría allí ni aunque me cubrieran de oro!
-¿Dónde? ¿En el palacio de César o en Roma?
-En ninguno de los dos sitios. ¡Lugares de maldición!
-Precisamente por serlo, hay que evangelizarlos.
-¿Y qué pretendes hacer en Roma? ¡Es un completo prostíbulo! No hay nada que hacer allí, a menos que vayas Tú. ¡Entonces!…
-Iré. Roma es cabeza del mundo. Conquistada Roma, está conquistado el mundo.
-¿Vamos a Roma? ¡Te proclamas rey allí! ¡Oh, misericordia y poder de Dios! ¡Esto es un milagro!
Pedro se ha puesto de pie y está con los brazos alzados frente a Jesús, que sonríe y le responde:
-Yo iré en mis apóstoles. Vosotros me la conquistaréis. Y Yo estaré con vosotros. Pero allí hay alguien. Vamos, Pedro.