El adiós a Lázaro
Jesús está en Betania. Declina la tarde. Un plácido atardecer de Abril. Por las amplias ventanas de la sala del banquete se ve el jardín de Lázaro, todo florido; más allá, el pomar, que parece toda una nube de pétalos ligeros. Un perfume de verdor
nuevo, de un dulce amargo de flores de fruta, de rosas y otras flores, se mezcla -entrando con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas extendidas en los vanos de las puertas, y temblar las luces de la lámpara del centro- con un penetrante perfume de tuberosas, muguetes, jazmines, mezclados en una esencia singular, recuerdo del bálsamo con que María de Magdala ha perfumado a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a causa de la unción.
En la sala están todavía Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los otros faltan, como si ya hubieran salido para distintas gestiones. Jesús se ha levantado de la mesa y, está observando un rollo de pergamino que Lázaro le ha mostrado. María de Magdala va de acá para allá por la sala… parece una mariposa atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de los criados, que están recogiendo las espléndidas piezas de la preciosa vajilla distribuida sobre la mesa.
Jesús pone el rollo en un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en su negra madera brillante, y dice: -Lázaro, ven afuera. Necesito hablar contigo.
-Enseguida, Señor – y Lázaro se levanta de su asiento, que está cerca de la ventana, y sigue a Jesús al jardín, donde la última luz del día se mezcla con el primer clarísimo claror de Luna.
Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde está el sepulcro que fue de Lázaro y que ahora exhibe una orladura grande de rosas, todas florecidas, en la boca vacía. Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: «i Lázaro, sal afuera!”
Jesús se para allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no ve. Hay absoluto silencio y absoluta soledad.
-Lázaro, amigo mío – pregunta Jesús, permaneciendo en pie frente a su amigo, mirándolo fijamente, con un atisbo de sonrisa en su cara, muy enflaquecida y más pálida de lo habitual.
-Lázaro, amigo mío, ¿tú sabes quién soy Yo?
-¿Tú? ¡Pues eres Jesús de Nazaret, mi dulce Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús!
-Estas cosas para ti. Pero, para el mundo, ¿quién soy Yo?
-Eres el Mesías de Israel.
-¿Más … ?
-Eres el Prometido, el Esperado… Pero ¿por qué me preguntas esto? ¿Dudas de mi fe?
-No, Lázaro. Pero quiero confiarte una verdad. Nadie, aparte de mi Madre y uno de los míos, la sabe. Mi Madre, porque Ella no ignora nada. Uno, porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la dicho muchísimas veces en estos tres años que llevan conmigo. Pero su amor ha hecho de bebida olvidadiza y escudo ante la verdad anunciada. No han podido comprender todo… Y es bueno que no hayan comprendido; en caso contrario, para impedir un delito habrían cometido otro inútil. Porque lo que debe suceder sucedería, por encima de cualquier homicidio. Pero a ti quiero decírtela.
-¿Dudas de que te ame como ellos? ¿De qué delito hablas? ¿Qué delito debe suceder ¡Habla, en nombre de Dios! Lázaro está agitado.
-Hablo, sí. No dudo de tu amor. Dudo tan poco de él, que a tu amor le confío y desvelo mis deseos…
-¡Oh, mi Jesús! ¡Esto lo hace quien está próximo a la muerte! lo hice cuando comprendí que no venías y debía morir. -Y Yo debo morir.
-¡ Nooo! – y otro gemido de Lázaro.
-No grites. Que nadie oiga. Necesito hablarte a ti a solas. Lázaro, amigo mío, ¿tú sabes lo que está sucediendo en este momento en que estás conmigo, en la amistad fiel que me diste desde el primer momento y que nunca por ningún motivo fue alterada? Un hombre, junto con otros hombres, está contratando el precio del Cordero. ¿Sabes qué nombre tiene ese Cordero? Su nombre es Jesús de Nazaret.
-¡ Nooo! Hay enemigos, es verdad. ¡Pero no puede uno venderte! ¿Quién? ¿Quién es?
-Es uno de los míos. Sólo podía ser uno de aquellos a quienes más fuertemente he desencantado, y que, cansado de esperar, quiere librarse de Aquel que ya no es más que un peligro personal. Cree, según su pensamiento, reconstruirse una estima ante los grandes del mundo. Sin embargo, será despreciado por el mundo de los buenos y de los perversos. Ha llegado a este cansancio de mí, de la espera de aquello que, con todos los medios, ha tratado de alcanzar: la grandeza humana. La persiguió primero en el Templo, creyó alcanzarla con el Rey de Israel, y ahora la busca nuevamente, en el Templo y con los romanos… Lo espera… Pero Roma, si bien sabe premiar a sus siervos fieles… sabe también pisotear bajo su desprecio a los viles acusadores. Él está cansado de mí, de la espera, de la carga que significa el ser bueno. Para el malvado, ser, tener que fingir que se es bueno, es una carga de un peso aplastante. Se puede sostener durante un tiempo… pero luego… ya no se puede más… y la persona se libra de ella para volver a ser libre. ¿Libre? Eso creen los malvados. Eso cree él. Pero eso no es libertad. Ser de Dios es libertad. Estar contra Dios es una cautividad de grilletes y cadenas, de pesos y azotes, como ningún galeote de remo, como ningún esclavo de construcciones, soporta bajo el azote del cómitre.
-¿Quién es? Dímelo. ¿Quién es?
-No es necesario.
-Sí que es necesario… ¡Ah!… Sólo puede ser él: el hombre que ha sido siempre una mancha en tu grey, el hombre que incluso hace poco ha ofendido a mi hermana. ¡Es Judas de Keriot!
-No. Es Satanás. Dios ha tomado carne en mí: Jesús. Satanás ha tomado carne en él: Judas de Keriot. (Es decir, se ha encarnado, debe ser entendido aquí no en sentido fisiológico (como en la expresión: Dios-Verbo se encarnó en el seno de la Virgen María), sino en el sentido figurado de concretarse, personificarse. En este sentido no es errado decir que Dios se encarnó en Jesús y que Satanás se encarnó en Judas de Keriot. El mismo significado tendrán, en 600.32, las análogas expresiones de Jesús respecto a Judas, definido uno que está anulado en Satanás, el cual se ha encarnado en su carne mortal; mientras el demonio mismo había declarado, en 420.6, que quería regenerarse en Judas) Un día… muy lejano… aquí, En este jardín tuyo, consolé un llanto y disculpé a un espíritu que había caído en el fango. Dije que la posesión es el contagio de Satanás que inocula sus
extractos en el ser y lo desnaturaliza. Dije que es connubio de un espíritu con Satanás y con la animalidad. Pero la posesión es todavía poca cosa respecto a la encarnación. Yo seré poseído por mis santos y ellos lo serán por Mí. (Porque los santos, los justos – anota MV en una copia mecanografiada – teniendo en sí la caridad heroica, tienen a Dios en ellos y, al mismo tiempo, Dios -Jesús los posee porque ellos son enteramente de Él) Pero sólo en Jesucristo está Dios como está en el Cielo, porque Yo soy el Dios hecho Carne. Única es la Encarnación divina. De la misma forma, en uno solo estará Satanás, Lucifer, tal y como está en su reino, porque sólo en el asesino del Hijo de Dios está Satanás encarnado. Él, mientras te hablo aquí, está ante el Sanedrín tratando y comprometiéndose para mi muerte. Pero no es él: es Satanás. Ahora escucha, Lázaro, amigo fiel: Yo te pido algunos favores. Nunca me has negado nada. Tu amor ha sido tan grande, que, sin sobrepasar nunca el respeto, ha estado siempre activo a mi lado, con mil ayudas, con muchas prudentes y oportunas ayudas y con sabios consejos que Yo siempre he aceptado porque veía en tu corazón un verdadero deseo de mi bien.
-¡Oh, Señor mío! ¡Pero si mi alegría era ocuparme de ti! ¿Qué voy a hacer en adelante, sin deber ocuparme de mi Maestro y Señor?-¡Demasiado! ¡Demasiado poco me has permitido hacer! Mi deuda hacia ti, que has devuelto a María a mi amor y a mi honor, y a mí a la vida, es tal, que… ¡oh!, ¿por qué me has llamado de la muerte para hacerme vivir esta hora? Todo el horror de la muerte y toda la angustia del espíritu, tentado por Satanás al miedo en el momento de presentarse ante el Juez eterno, ya los había superado, ¡y había oscuridad!… ¿Qué te pasa, Jesús? ¿Por qué te estremeces y te pones más pálido aún de lo que ya de por sí estás? Tu cara está más pálida que esta rosa de nieve que languidece bajo la luna. ¡Oh, Maestro, parece como si la sangre y la vida te estuvieran abandonando…
-En efecto, soy como uno que está muriendo con las venas abiertas. Toda Jerusalén -y quiero decir con ello «todos los enemigos de entre los grandes de Israel»- está pegada a mí con ávidas bocas; me aspira la vida y la sangre. Quieren silenciar la Voz que durante tres años los ha atormentado, aunque amándolos… porque cada una de mis palabras, aunque fuera palabra de amor, era una sacudida que invitaba a su alma a despertar, y ellos no querían oír a esta alma suya, ellos que la han atado con su triple sensualidad. Y no sólo los grandes… sino toda, toda Jerusalén, muy pronto, va a ensañarse con el Inocente y querer su muerte… y con Jerusalén Judea… y con Judea Perea, Idumea, la Decápolis, Galilea, Siro-Fenicia… todo, todo Israel congregado en Sión para el «Paso» del Cristo de vida a muerte… Lázaro, tú que has muerto y has resucitado, dime: ¿qué es el morir? ¿Qué experimentaste? ¿Qué recuerdas?
-¿El morir?… No recuerdo exactamente lo que fue. Después del intenso sufrimiento, vino un gran desfallecimiento… Me parecía que ya no sufría y que sólo tenía un fuerte sueño… La luz, el ruido, cada vez se hacían más débiles y lejanos… Dicen mis hermanas y Maximino que daba señales de duro sufrimiento… Pero yo ese sufrimiento no lo recuerdo…
-Ya. La piedad del Padre ofusca a los moribundos el sensorio intelectual, de manera que sufren únicamente con la carne, que es la que debe ser purificada por este prepurgatorio que es la agonía. Pero Yo… ¿Y de la muerte qué recuerdas?
-Nada, Maestro. Tengo un espacio oscuro en el espíritu. Una zona vacía. Tengo una interrupción, que no sé cómo llenar, en el curso de mi vida. No tengo recuerdos. Si mirase en el fondo de ese agujero negro que me tuvo durante cuatro días, a pesar de ser ya de noche y de estar en sombra, sentiría -no vería, pero sí sentiría- el hielo húmedo subir desde sus vísceras y sacudir mi cara. Ya es una sensación. Pero yo, si pienso en esos cuatro días, no tengo nada. Nada. Ésa es la palabra.
-Claro. Los que vuelven no pueden contar… El misterio se muestra de una en una vez para quienes en él entran. Pero Yo, Lázaro, Yo sé lo que voy a sufrir. Yo sé que sufriré en plena consciencia. No habrá ninguna mitigación, de bebidas y de desfallecimiento, que me hagan menos atroz la agonía. Yo me sentiré morir. Ya lo siento… Ya muero, Lázaro. Como un enfermo incurable, durante estos treinta y tres años he ido muriendo; y, a medida que el tiempo me ha ido acercando a esta hora, el morir se ha ido acelerando. Antes era sólo el morir del saber que había nacido para ser Redentor; luego fue el morir de quien se ve atacado, acusado, escarnecido, perseguido, obstaculizado… ¡Qué cansancio! Luego… el morir del tener al lado, cada vez más cerca -hasta llegar a tenerlo estrechado a mí como un gigantesco pulpo al náufrago- a aquel que es mi Traidor. ¡Qué náusea! Ahora muero en el desgarro de tener que decir «adiós» a los amigos más queridos, a mi Madre…
-¡Maestro! ¡¿Estás llorando?! Sé que lloraste también delante de mi sepulcro porque me querías. Pero ahora… Lloras de nuevo. Estás todo de hielo. Tienes las manos ya frías como un cadáver. Tú sufres… ¡Tú sufres demasiado!…
-Soy el Hombre, Lázaro. No soy sólo el Dios. Del hombre tengo la sensibilidad y los afectos. Y el alma se me angustia al pensar en mi Madre… Y, fíjate, te digo que se ha hecho tan monstruosa esta tortura mía de sufrir la proximidad del Traidor, el odio satánico de todo un mundo, la sordera de aquéllos que no odian pero tampoco saben amar activamente, porque amar activamente es llegar a ser como el Amado quiere y enseña… y, sin embargo aquí… sí, muchos me aman, pero han seguido siendo «ellos»; no han tomado otro yo por amor a mí.¿Sabes quién ha sabido entre mis más íntimos desnaturalizarse para ser de Cristo, como Cristo quiere? Una sola: tu hermana María. Empezó desde una animalidad completa y pervertida para llegar a una espiritualidad angélica. Y esto sólo por fuerza de amor.
-Tú la has redimido.
-A todos los he redimido con la palabra. Pero sólo ella se ha transformado totalmente por actividad de amor. Pero estaba diciendo que tan monstruoso es mi sufrimiento por todas estas cosas, que no anhelo sino que todo se consuma. Mis fuerzas se pliegan… Será menos pesada la cruz, que esta tortura del espíritu y del sentimiento…
¡¿La cruz?! ¡Noo! ¡Oh, no! ¡Es demasiado atroz! ¡Es demasiado infamante! ¡No!
Lázaro, que ha tenido, en pie frente a su Maestro, desde hace un rato, entre sus manos las manos heladas de Jesús, las suelta y cae sobre el asiento de piedra que está ahí al lado, se tapa la cara con las manos y llora desconsoladamente.
Jesús se acerca a él, le pone la mano en la espalda, convulsa a causa de los sollozos, y dice:
-¿Entonces? ¿Debo ser Yo, que muero, el que te consuele a ti, que vives? Amigo, necesito fuerza y ayuda. Y te lo pido. El único que tengo que me lo pueda dar eres tú. Los otros conviene que no lo sepan. Porque si lo supieran… correría la sangre. Y no quiero que los corderos se transformen en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. Mi Madre… ¡oh, qué punzada hablar de Ella!… ¡Mi Madre tiene ya mucha angustia! También Ella es una destinada a próxima muerte y está exhausta… También hace
treinta y tres años que viene muriendo, y ahora es toda una llaga como la víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era oportuno al enviarla a su casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de fuego, y vibra en el éxtasis de aquel recuerdo y, con ojos de alma, siempre ve soplar levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de la Muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no, no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo, necesita una confortación. Y mi Madre me la dará. El aún más pobre mundo tiene necesidad de dos Víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, Yo le ofrezco a mi Madre una sonrisa segura… Ella tiembla… lo sé. Siente acercarse la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella por natural horror y por santo amor, de la misma forma que Yo siento rechazo de la Muerte, porque soy un «vivo» que debe morir. Pero, ¡ay si supiera que dentro de cinco días…! No llegaría viva a esa hora, y Yo la quiero viva para extraer de sus labios fuerza como extraje vida de su seno. Y Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto virginal con el vino de la Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes qué será la Misa? No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada perpetuamente al género humano viviente o penante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado durante toda su vida de Madre. Ahora ya no llora. Se ha crucificado la sonrisa en el rostro… ¿Has visto qué aspecto ha tomado su rostro en estos últimos tiempos? Se ha crucificado la sonrisa en el rostro para confortarme. Te pido que imites a mi Madre. No podía tener ya en mí solo mi secreto. He mirado a mi alrededor, buscando a un amigo sincero y seguro, he encontrado tu mirada leal, he dicho: «A Lázaro». Yo, cuando tenías una losa sobre tu corazón, respeté tu secreto y lo defendí contra la curiosidad incluso natural del corazón. Te pido el mismo respeto por el mío. Después… después de mi muerte, lo dirás. Narrarás este coloquio. Para que se sepa que Jesús fue conscientemente a la muerte, y a las torturas que conocía unió esta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas ni sobre el propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos».
-¡Sálvate, Maestro! ¡Sálvate! Yo te puedo procurar la huida. Esta misma noche. ¡Una vez ya huiste a Egipto! Huye también ahora. Ven, vamos. Tomamos a María con nosotros y a mis hermanas y nos marchamos. Tú sabes que ninguna de mis riquezas me atrae. La riqueza mía y de María y Marta eres Tú. Vamos.
-Lázaro, aquella vez huí porque no era la hora. Ahora es la hora. Y me quedo.
-Entonces yo voy contigo. No te dejo.
-No. Tú te quedas aquí. Puesto que una licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero en su casa; así que tú, como siempre, consumirás aquí tu cordero. Pero déjame venir a tus hermanas… Por razón de mi Madre… ¡Oh, qué te celaban, oh Mártir, las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y activas… y mi Madre será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días. Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus tremendas heridas. ¿Me las concedes?
-¡Todo, siempre te he dado todo con alegría! ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan pocas cosas!…
-Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero Yo, aquí, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus amarguras de hombre. En Nazaret Yo era el Dios que hallaba un consuelo en la Única delicia de Dios. Aquí era el Hombre. Y Yo, antes de subir a la muerte, te doy las gracias, amigo fiel, amoroso, amable, solícito, reservado, docto, discreto y generoso. Por todo te doy las gracias. El Padre mío, después, te premiará…
-Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de María.
-¡No! Todavía debes recibir mucho. Y lo recibirás. Escucha. No te desesperes así. Dame tu inteligencia para que Yo pueda decirte lo que todavía te pido. Te quedarás aquí a esperar…
-No, eso no. ¿Por qué Marta y María, y no yo?
-Porque no quiero que te contamines como todos los varones se van a contaminar. Jerusalén en los próximos días estará contaminada como lo está el aire en torno a una carroña podrida caída de improviso a causa del imprudente golpe de un viandante con el talón. Contaminada y contaminadora. Sus miasmas enajenarán incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos, que huirán. ¿Y a dónde irán, aturdidos? Vendrán donde Lázaro. ¡Cuántas veces, durante estos tres años, han venido en busca de pan, de cama, de defensa, de refugio, y del Maestro!… Ahora volverán. Como ovejas desperdigadas por el lobo que ha alejado al pastor, correrán a un redil. Reúnelas. Fortalécelas. Diles que los perdono. Te confío mi perdón para ellos. Les faltará la paz, por haber huido. Diles que no caigan en un pecado mayor desesperando de mi perdón.
-¿Todos huirán?
-Todos menos Juan.
-Maestro. ¡No me pedirás que reciba a Judas! Hazme morir de tortura, pero esto no me lo pidas. En más de una ocasión
mi mano, ansiosa de eliminar el oprobio de la familia, se contuvo para no coger la espada. Y nunca lo hice porque no soy
violento. Sólo estuve tentado a hacerlo. Pero te juro que si vuelvo a ver a Judas, como a un cabro de delito lo degüello. -No lo verás nunca más. Te lo juro.
-¿Va a huir? No importa. He dicho: «Si lo veo». Ahora digo: «Iré donde él, aunque fuera al fin del mundo, y lo mataré». -No debes desear eso.
-Lo haré.
-No lo harás porque a donde el estará no podrás ir.
-¿Dentro del Sanedrín? ¿En el Santo? Allí también lo pillaré y lo mataré.
-No estará allí.
-¿Donde Herodes? Me matarán, pero antes lo mataré.
-Será de Satanás. Y tú no serás nunca de Satanás. Pero deja inmediatamente este pensamiento homicida, porque, si no, te dejo Yo.
-¡Oh! ¡Oh!… Pero… Sí, por ti… ¡Oh! ¡Maestro! ¡Maestro!
-Sí. Tu Maestro… Acogerás a los discípulos. Los confortarás. Los conducirás de nuevo a la paz. Yo soy la Paz. Y también después… Después los ayudarás. Betania será siempre Betania, hasta que hurgue el Odio en este hogar de amor creyendo desparramar las llamas, cuando en realidad lo que hará será esparcirlas por el mundo para encenderlo por entero. Yo te bendigo, Lázaro, por todo lo que has hecho y por todo lo que harás…
-Nada, nada. Tú me has sacado de la muerte, y no me consientes defenderte. ¿Qué es lo que he hecho, entonces?
-Has puesto tus casas a mi disposición. ¿Lo ves? Era destino. El primer alojamiento en Sión en una tierra que es tuya. El último también en una de ellas. Era destino que Yo fuera tu Huésped. Pero de la muerte no podrías defenderme. A1 principio de este coloquio te he preguntado: «¿Sabes quién soy?». Ahora respondo: «Soy el Redentor». El Redentor debe consumar el sacrificio hasta la última inmolación. Por lo demás, créelo, el que subirá a la cruz y será expuesto a las miradas y burlas del mundo no será un vivo, sino un muerto. Yo soy ya un muerto, matado por el no amor, más y antes que por la tortura. Y una cosa más, amigo. Mañana al alba voy a Jerusalén. Y oirás decir que Sión ha aclamado como a un triunfador a su manso Rey, que entrará en ella a lomos de un asno. Que no te desoriente este triunfo y no te haga juzgar que la Sabiduría que te habla fue no sabía en este plácido anochecer. Más veloz que un astro que atraviesa el cielo y desaparece por espacios desconocidos, se desvanecerá el favor popular, y, para mí, dentro de cinco atardeceres, a esta misma hora, empezará la tortura con un beso de engaño que abrirá las bocas que mañana gritarán hosanna, para formar un coro de atroces blasfemias y feroces voces de condena.
-¡Sí, oh ciudad de Sión, oh pueblo de Israel, por fin tendrás al Cordero pascual! Lo tendrás en este próximo rito. Aquí está. Es la Víctima preparada desde todos los siglos. El Amor la engendró, preparándose como tálamo un seno en que no hubo mancha. Y el Amor la consuma. Así es. Es la Víctima consciente. No como el cordero que mientras el matarife afila el cuchillo para degollarlo todavía roza en el prado, o, ajeno a lo que sucede, choca contra el redondo pezón materno su morro rosado. Pero Yo soy el Cordero que consciente dice adiós a la vida, a la Madre, a los amigos, y va al sacrificador y dice: «¡Aquí me tienes!». Yo soy el Alimento del hombre. Satanás ha puesto un hambre que jamás se ha saciado, que no se puede saciar. Sólo un alimento sacia esa hambre porque la quita. Y aquí está ese Alimento. Aquí está, hombre, tu Pan; aquí, tu Vino. ¡Consume tu Pascua, Humanidad! Pasa tu mar, rojo por las llamas satánicas. Purpurada con mi Sangre pasarás, raza del Hombre, preservada del fuego infernal. Puedes pasar. Los Cielos, presionados por mi deseo, ya entreabren las eternas puertas. ¡Mirad, espíritus de los muertos! ¡Mirad, hombres vivientes! ¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los futuros! ¡Mirad, ángeles del Paraíso! ¡Mirad, demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre; mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. Ya no llora…
Todo está dicho. Adiós, amigo. A ti tampoco te veré antes de la muerte. Vamos a darnos el beso de adiós. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un demente! ¡Era un demonio! ¡Un embustero! Murió y decía que era la Vida». Respóndeles, y respóndete especialmente a ti mismo: «Era y es la Verdad y la Vida. Es el Vencedor de la muerte. Yo lo sé. Y no puede ser el eterno Muerto. Yo lo espero. Y, antes de que se consuma todo el aceite en la lámpara que el amigo, invitado a las bodas de. Triunfador, tiene preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y la luz esta vez ya no podrá, jamás, ser apagada». Cree esto, Lázaro. Obedece a mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta tras haber callado por la irrupción de tu llanto? Haz tú lo mismo. Que tu alma, después del inevitable llanto ante el Matado, cante el himno seguro de tu fe. Recibe la bendición del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.