Jesús examinado en su mayoría de edad en el Templo.
El Templo en días de fiesta. Muchedumbre de gente entrando o saliendo por las puertas de la muralla, o cruzando los patios o los pórticos; gente que entra en esta o en aquella construcción sita en uno u otro de los distintos niveles en que está distribuido el conjunto del Templo.
Y también entra, cantando quedo salmos, la comitiva de la familia de Jesús; todos los hombres primero, luego las mujeres. Se han unido a ellos otras personas, quizás de Nazaret, quizás amigos de Jerusalén, no lo sé.
José, después de haber adorado con todos al Altísimo desde el punto en que se ve que los hombres podían hacerlo — las mujeres se han quedado en un piso inferior —, se separa, y, con su Hijo, cruza de nuevo, en sentido inverso, unos patios; luego tuerce hacia una parte y entra en una vasta habitación que tiene el aspecto de una sinagoga (!) — ¿Es que había sinagogas en el Templo? —; habla con un levita, y éste desaparece tras una cortina de rayas para volver después con algunos sacerdotes ancianos. Creo que son sacerdotes; son, eso sí, no cabe duda, maestros en cuanto al conocimiento de la Ley y tienen por eso como misión examinar a los fieles. ‘
José presenta a Jesús. Antes ambos se habían inclinado con gran reverencia ante los diez doctores, los cuales se habían sentado con majestuosidad en unas banquetas bajas de madera. José dice:
– Éste es mi hijo. Desde hace tres lunas y doce días ha entrado en el tiempo que la Ley destina para la mayoría de edad. Mas yo quiero que sea mayor de edad según los preceptos de Israel. Os ruego que observéis que por su complexión muestra que ha dejado la infancia y la edad menor; os ruego que lo examinéis con benignidad y justicia para juzgar que cuanto aquí yo, su padre, afirmo, es verdad. Yo lo he preparado para este momento y para que tenga esta dignidad de hijo de la Ley. Él sabe los
preceptos, las tradiciones, las decisiones, conoce las costumbres de las fimbrias y de las filacterias, sabe recitar las oraciones y las bendiciones cotidianas. Puede, por tanto, conociendo la Ley en sí y en sus tres ramas, Halasia, Midrás y Haggadá, guiarse como hombre. Por ello, deseo ser liberado de la responsabilidad de sus acciones y de sus pecados. Que de ahora en adelante quede sujeto a los preceptos y pague en sí las penas por las faltas respecto a ellos. Examinadlo.
– Lo haremos. Acércate, niño. ¿Tu nombre?
– Jesús de José, de Nazaret.
– Nazareno… Entonces, ¿sabes leer?
– Sí, rabí. Sé leer las palabras escritas y las que están encerradas en las palabras mismas.
-¿Qué quieres decir con ello?
– Quiero decir que comprendo el significado de la alegoría o del símbolo celado bajo la apariencia; de la misma forma que no se ve la perla pero está dentro de la concha fea y cerrada.
– Respuesta no común, y muy sabia. Raramente se oye esto en boca de adultos, ¡así que fíjate tú, oírselo a un niño, y además, por si fuera poco, nazareno!
Se ha despertado la atención de los doctores y sus ojos no pierden de vista un instante al hermoso Niño rubio que los está mirando seguro; sin petulancia, sí, pero también sin miedo.
– Eres honra de tu maestro, el cual, ciertamente, era muy docto.
– La Sabiduría de Dios estaba recogida en su corazón justo.
-¿Estáis oyendo? ¡Dichoso tú, padre de un hijo así!.
José, que está en el fondo de la sala, sonríe y hace una reverencia.
Le dan a Jesús tres rollos distintos y le dicen:
– Lee el que está cerrado con una cinta de oro.
Jesús lo desenrolla y lee. Es el Decálogo. Pero, leídas las primeras palabras, un juez le quita el rollo y dice: – Sigue de memoria.
Jesús sigue, tan seguro que parece como si estuviera leyendo. Y cada vez que nombra al Señor hace una profunda reverencia.
-¿Quién te ha enseñado a hacer eso? ¿Por qué lo haces?
– Porque es un Nombre santo y hay que pronunciarlo con signo interno y externo de respeto. Ante el rey, que lo es por
breve tiempo, se inclinan los súbditos, y es sólo polvo, ¿ante el Rey de los reyes, ante el altísimo Señor de Israel, presente,
aunque sólo visible al espíritu, no habrá de inclinarse toda criatura, que de Él depende con sujeción eterna?
-¡Muy bien! Hombre, nuestro consejo es que pongas a tu Hijo bajo la guía de Hil.lel o de Gamaliel. Es nazareno… pero sus respuestas permiten esperar de Él un nuevo gran doctor.
– Mi hijo es mayor de edad. Hará lo que Él quiera. Yo, si su voluntad es honesta, no me opondré.
– Niño, escucha. Has dicho: «Acuérdate de santificar las fiestas, teniendo en cuenta que el precepto de no trabajar en día de sábado fue dicho no sólo para ti, sino también para tu hijo y tu hija, para tu siervo y tu sierva, e incluso para el jumento». Entonces, dime: si una gallina pone un huevo en día de sábado, o si una oveja pare, ¿será lícito hacer uso de ese fruto de su vientre, o habrá que considerarlo como cosa oprobiosa?
– Sé que muchos rabíes — el último de los cuales, en vida aún, es Siammai — dicen que el huevo puesto en día de sábado va contra el precepto. Pero Yo pienso que hay que distinguir entre el hombre y el animal, o quien cumple un acto animal como dar a luz. Si le obligo al jumento a trabajar, yo, al imponerme con el azote a que trabaje, cumplo también su pecado. Pero, si una gallina pone un huevo que ha ido madurando en su ovario, o si una oveja pare en día de sábado — porque ya está en condiciones de nacer su cría —, entonces no. Tal obra, en efecto, no es pecado, como tampoco lo son, a los ojos de Dios, ni el huevo puesto ni el cordero parido en sábado.
-¿Y cómo puede ser eso, si todo trabajo, cualquiera que fuere, en día de sábado, es pecado?
– Porque el concebir y generar corresponde a la voluntad del Creador y están regulados por leyes dadas por Él a todas las criaturas. Pues bien, la gallina no hace sino obedecer a esa ley que dice que después de tantas horas de formación el huevo está completo y ha de ponerse; y la oveja lo mismo, no hace sino que obedecer a esas leyes puestas por Aquel que todo hizo, el cual estableció que dos veces al año, cuando ríe la primavera por los campos floridos y cuando el bosque se despoja de su follaje y el frío intenso oprime el pecho del hombre, las ovejas se emparejasen para dar luego leche, carne y sustanciosos quesos en las estaciones opuestas, en los meses de más arduo trabajo por las mieses, o de más dolorosa escasez a causa de los hielos. Pues entonces, si una oveja, llegado su tiempo, da a luz a su criatura, ¡oh, ésta bien puede ser sagrada incluso para el altar, porque es fruto de obediencia al Creador!.
– Yo no seguiría examinándole. Su sabiduría es asombrosa y supera a la de los adultos.
– No. Se ha declarado capaz de comprender incluso los símbolos. Oigámoslo.
– Que antes diga un salmo, las bendiciones y las oraciones.
– También los preceptos.
– Sí. Di los midrasiots.
Jesús dice sin vacilar una letanía de «no hagas esto… no hagas aquello… ». Si nosotros debiéramos tener todavía todas estas limitaciones, siendo rebeldes como somos, le aseguro que no se salvaría ninguno…
– Vale. Abre el rollo de la cinta verde.
Jesús abre y hace ademán de leer.
– Más adelante, más.
Jesús obedece.
– Basta. Lee y explica, si es que te parece que haya algún símbolo.
– En la Palabra santa raramente faltan. Somos nosotros quienes no sabemos ver ni aplicar. Leo: cuarto libro de los Reyes, capítulo veintidós, versículo diez: «Safan, escriba, siguiendo informando al rey, dijo: ‘El Sumo Sacerdote Jilquías me ha dado un libro’. Habiéndolo leído Safan en presencia del rey, éste, oídas las palabras de la Ley del Señor, se rasgó las vestiduras y dio…».
– Sigue hasta después de los nombres.
-«…esta orden: ‘Id a consultarle al Señor por mí, por el pueblo, por todo Judá, respecto a las palabras de este libro que ha sido encontrado; pues la gran ira de Dios se ha encendido contra nosotros porque nuestros padres no escucharon, siguiendo sus prescripciones, las palabras de este libro’…».
– Basta. Este hecho sucedió hace muchos siglos. ¿Qué símbolo encuentras en un hecho de crónica antigua?
– Lo que encuentro es que no hay tiempo para lo eterno. Y Dios es eterno, y nuestra alma, como eternas son también
las relaciones entre Dios y el alma. Por tanto, lo que había provocado entonces el castigo es lo mismo que provoca los castigos
ahora, e iguales son los efectos de la culpa.
-¿Cuáles?
– Israel ya no conoce la Sabiduría, que viene de Dios; y es a Él, y no a los pobres seres humanos, a quien hay que pedirle luz; pero la luz no se recibe sin justicia y fidelidad a Dios. Por eso se peca, y Dios, en su ira, castiga.
-¿Nosotros ya no sabemos? ¿Qué dices, niño? ¿Y los seiscientos trece preceptos?
– Los preceptos existen, pero son palabras. Los sabemos, pero no los ponemos en práctica. Por tanto, no sabemos. El símbolo es éste: todo hombre, en todo tiempo, tiene necesidad de consultar al Señor para conocer su voluntad, y debe atenerse a ella para no atraer su ira.
– El niño es perfecto. Ni siquiera la celada de la pregunta insidiosa ha confundido su respuesta. Que sea conducido a la verdadera sinagoga.
Pasan a una habitación de mayores dimensiones y más pomposa. Aquí lo primero que hacen es rebajarle el pelo. José recoge los rizos. Luego le aprietan la túnica roja con un largo cinturón dando varias vueltas en torno a la cintura; le ciñen la frente y un brazo con unas cintas, y le fijan con una especie de bullones unas cintas al manto. Luego cantan salmos, y José alaba al Señor con una larga oración, e invoca toda suerte de bienes para su Hijo.
Termina la ceremonia. Jesús sale acompañado de José. Vuelven al lugar de donde habían venido, se unen de nuevo con los varones de la familia, compran y ofrecen un cordero, y luego, con la víctima degollada, van a donde las mujeres.
María besa a su Jesús. Es como si hiciera años que no lo viera. Lo mira — ahora tiene indumento y pelo más de hombre — lo acaricia…
Salen y todo termina.