Como conclusión de la vida oculta.
Dice María:
«Antes de que entregues estos cuadernos, uno a ellos mi bendición.
Ahora — tan sólo se necesita que queráis hacerlo con un poco de paciencia — podéis tener una colección completa de los hechos de la vida íntima de mi Jesús. Tenéis, desde la Anunciación hasta el momento en que sale de Nazaret para predicar, no sólo los dictados, sino también la ilustración de los hechos que acompañaron la vida familiar de Jesús.
Los Evangelios, al describir el vasto cuadro de la vida de mi Hijo, engloban, en breves referencias, sus primeros años, su niñez, su adolescencia y su juventud. En los Evangelios, Él es el Maestro. Aquí, es el Hombre, el Dios que se humilla por amor al hombre. ‘Mas también obra milagros aquí, en el anonadamiento de una vida corriente, los obra en mí, sintiendo mi alma
llevada a la perfección al vivir en contacto con este Hijo mío que estaba formándose en mi seno; los obra en casa de Zacarías, santificando al Bautista, ayudando a Isabel en el momento del parto, devolviéndole la palabra, y la fe, a Zacarías; los obra en José, abriéndole el espíritu a la luz de una verdad tan excelsa que no hubiera podido comprenderla por sí solo, a pesar de ser justo. José, después de mí, fue el más consolado de esta lluvia de divinos beneficios.
Observa cuánto camino recorre, espiritual camino, desde que viene a mi casa hasta el momento de la huida a Egipto. Al principio era solamente un hombre justo según los cánones de su tiempo; luego, por fases, deviene el justo del tiempo cristiano. Se enriquece de la fe en Cristo y, tanto se abandona a esta fe segura, que de la frase pronunciada al principio del viaje de Nazaret hacia Belén — «¿Cómo nos las arreglaremos?» —, frase en que estaba comprendido todo el hombre, todo ese hombre que se revela con sus temores humanos, con sus humanas preocupaciones, pasa a la esperanza. Así, en la gruta, antes del nacimiento, dice: «Mañana irá mejor». Jesús, ya cercano, lo fortifica con esta esperanza, que entre los dones de Dios es uno de los más bellos. Y luego, cuando el contacto con Jesús lo santifica, pasa de esta esperanza a la intrepidez. Siempre se había dejado dirigir por mí, llevado del respeto de altísima veneración que hacia mí abrigaba. Ahora, por el contrario, dirige él, tanto las cosas de orden material como las de otro orden superior, y, en calidad de cabeza de la Familia, decide todo él. Es más, cuando, tras los meses de unión con el Hijo divino que le saturaron de santidad, llega la penosa hora de la huida, es él quien alivia mi pena, y me dice: «Aun en el caso de perderlo todo, teniéndole a Él tenemos todo».
Y también en los pastores mi Jesús obra milagros de gracia. Así, el Ángel se dirige al pastor ya predispuesto a la Gracia por su fugaz encuentro conmigo, y lo conduce a la Gracia, para que sea de ella salvado para siempre.
Obra milagros por doquiera que pasa, ya en exilio, ya de nuevo en su pequeña patria de Nazaret. Dondequiera que estuviese, en efecto, la santidad se expandía como el aceite sobre un lienzo, o la fragancia de las flores por el aire, y todo aquel que recibía su toque, a menos que no fuera un demonio, salía ansioso de santidad. Tal anhelo es ya raíz de vida eterna, pues quien quiere ser bueno consigue la bondad, que lleva al Reino de Dios.
Ahora ya tenéis, en escenas que reflejan momentos diversos, la santa Humanidad de mi Hijo, desde el alba al ocaso.
Podríamos haber dado todo junto, pero la Providencia juzgó que así estaba bien; por ti, alma mía. En cada uno de los dictados te hemos dado la medicina para aquellas heridas que te serían infligidas. Te la hemos ido dando con antelación, para prepararte. Mientras está granizando, nada parece protegernos, mas no es así. Si bien es cierto que la tempestad reaviva la humanidad que duerme sepultada bajo las aguas espirituales, no lo es menos que también saca a la superficie las gemas de una doctrina sobrenatural que, habiendo sido depositadas en vuestro corazón, esperaban precisamente esa hora de tempestad para emerger y deciros: «Acordaos de que también existimos nosotros».
Y no es sólo una razón de Providencia, alma mía, sino que también hay en ello una razón de bondad. En efecto, ¿cómo te hubiera sido posible, en el actual estado de postración en que te encuentras, (se dirige a María Valtorta) ver u oír ciertas visiones o ciertos dictados? Te habrían lesionado en modo tal, que te habrían incapacitado para tu misión de «portavoz». Por eso, los hemos dado antes, evitando así quebrarte el corazón – pues somos buenos – con visiones y palabras demasiado acordes con tu sufrir, que te lo habrían agudizado hasta llevarlo al espasmo. No somos crueles, María. Siempre actuamos de forma que recibáis de Nosotros consuelo, y no temor o aumento de vuestro dolor. Nos es suficiente que os fiéis de Nosotros. Nos es suficiente que, con José, digáis: «Si me queda Jesús, todo me queda», para que vayamos con dones celestes a consolar vuestro espíritu.
No te prometo dones y consolaciones humanas; sí, las mismas consolaciones que tuvo José: sobrenaturales. Todos han de saber efectivamente, que, bajo la presión de la usura, que sofoca a todo pobre fugitivo, los dones de los Magos se disiparon, con la rapidez del relámpago, en conseguir un techo y ese mínimo de enseres o del necesario alimento, proveniente de aquella única fuente mientras no pudimos encontrar trabajo.
En la comunidad hebrea ha habido siempre mucha ayuda mutua, pero la de Egipto en concreto estaba formada en su mayor parte por gente perseguida que había tenido que expatriarse; gente pobre, por tanto, como nosotros, que nos añadíamos a su número. Y una pequeña parte de aquella riqueza, que queríamos reservarla para Jesús, para cuando fuera adulto, (la que se había salvado de los gastos de asentarnos en Egipto) nos sirvió para cubrir las necesidades del regreso a la patria, y fue apenas suficiente para organizar de nuevo en Nazaret casa y taller. Los tiempos cambian, pero la avidez humana es siempre la misma, y siempre aprovecha la necesidad ajena para, abusivamente, succionar su parte.
No. El tener con nosotros a Jesús no nos procuró bienes materiales. Muchos de vosotros es esto lo que pretendéis en cuanto os sentís un poquito unidos a Jesús. Os olvidáis de que Él dijo: «Buscad las cosas del espíritu». Todo lo demás es añadidura. Es verdad que Dios proporciona también el alimento a los hombres, como a las aves, pues sabe que, mientras la carne sea armadura de vuestra alma, lo necesitáis. Cierto; pero, pedid primero su Gracia, pedid primero por vuestro espíritu. El resto se os dará por añadidura.
A José, humanamente hablando, la unión con Jesús no le procuró sino trabajos, esfuerzos, persecuciones, hambre. Pero, dado que tendía sólo hacia Jesús, todo esto se transformó en paz espiritual, en alegría sobrenatural. Yo quisiera conduciros al punto en que estaba mi esposo cuando decía: «Aunque nos quedáramos sin nada, tendremos siempre todo, porque tenemos a Jesús».
Sé que el corazón se rompe, sé que la mente se nubla, sé que la vida se consume. Sí, María, pero… ¿Eres de Jesús? ¿Quieres serlo? ¿Dónde, cómo murió Jesús? Niña querida mía, llora, pero persevera en la fortaleza. El martirio no está en la forma del tormento, está en la constancia con que el mártir lo soporta. Por tanto, tan martirio es una pena moral cuanto lo es un arma, cuando aquélla se soporta con la misma finalidad. Tú soportas por amor a mi Hijo. Todo lo que haces los hermanos es siempre amor a Jesús, el cual los quiere salvos. Por tanto, lo que vives es martirio; persevera en él. No quieras actuar por tí sola. Es suficiente — puesto que estás sometida a presión demasiado fuerte como para poder tener todavía el vigor de guiarte por tí sola y de dominar incluso tu humanidad, impidiéndole llorar —, es suficiente con que dejes que el dolor te torture sin rebelarte. Basta que le digas a Jesús: «¡Ayúdame!». Lo que tú no puedes hacer, Él lo hará en ti. Permanece en Él. Siempre en Él. No quieras
salir de Él; y no saldrás si tú no lo quieres. Y aunque de hecho, como ahora, la intensidad del dolor te impida ver dónde estás, tú estarás siempre en Jesús.
Te bendigo. Di conmigo: «Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto» .Que éste sea siempre tu grito. Hasta que lo digas en el Cielo. La gracia del Señor esté siempre en ti».