Ana, con una canción, anuncia que es madre. En su seno está el alma inmaculada de María.
Veo de nuevo la casa de Joaquín y Ana. Nada ha cambiado en su interior, si se exceptúan las muchas ramas florecidas, colocadas aquí y allá en jarrones (sin duda provienen de la podadura de los árboles del huerto, que están todos en flor: una nube que varía del blanco nieve al rojo típico de ciertos corales).
También es distinto el trabajo que está realizando Ana. En un telar más pequeño, teje lindas telas de lino, y canta ritmando el movimiento del pie con la voz. Canta y sonríe… ¿A quién? A sí misma, a algo que ve en su interior.
El canto, lento pero alegre, que he escrito aparte para seguirla, porque le repite una y otra vez, como gozándose en él, y cada vez con más fuerza y seguridad, como la persona que ha descubierto un ritmo en su corazón y primero lo susurra calladamente, y luego, segura, va más expedita y alta de tono, dice (y lo transcribo porque, dentro de su sencillez, es muy dulce):-¡Gloria al Señor omnipotente que ha amado a los hijos de David!
¡Gloria al Señor!
Su suprema gracia desde el Cielo me ha visitado.
El árbol viejo ha echado nueva rama y yo soy bienaventurada.
Por la Fiesta de las Luces echó semilla la esperanza;
ahora de Nisán la fragancia la ve germinar.
Como el almendro, se cubre de flores mi carne en primavera.
Su fruto, cercano ya el ocaso, ella siente llevar.
En la rama hay una rosa, hay uno de los más dulces pomos.
Una estrella reluciente, un párvulo inocente.
La alegría de la casa, del esposo y de la esposa.
Loor a Dios, a mi Señor, que piedad tuvo de mí.
Me lo dijo su luz: «Una estrella te llegará».
¡Gloria, gloria! Tuyo será este fruto del árbol,
primero y extremo, santo y puro como don del Señor.
Tuyo será. ¡Que por él venga alegría y paz a la tierra!
¡Vuela, lanzadera! Aprieta el hilo para la tela del recién nacido.
¡Él nace! Laudatorio a Dios vaya el canto de mi corazón».
Entra Joaquín en el momento en que ella iba a repetir por cuarta vez su canto.
– ¿Estás contenta, Ana? Pareces un ave en primavera. ¿Qué canción es ésta? A nadie se la he oído nunca. ¿De dónde nos viene?
– De mi corazón, Joaquín.
Ana se ha levantado y ahora se dirige hacia su esposo, toda sonriente. Parece más joven y más guapa.
– No sabía que fueras poetisa – dice su marido mirándola con visible admiración. No parecen dos esposos ya mayores. En su mirada hay una ternura de jóvenes cónyuges.
– He venido desde la otra parte del huerto oyéndote cantar. Hacía años que no oía tu voz de tórtola enamorada. ¿Quieres repetirme esa canción?
– Te la repetiría aunque no lo pidieras. Los hijos de Israel han encomendado siempre al canto los gritos más auténticos de sus esperanzas, alegrías y dolores. Yo he encomendado al canto la solicitud de anunciarme y de anunciarte una gran alegría. Sí, también a mí, porque es cosa tan grande que, a pesar de que yo ya esté segura de ella, me parece aún no verdadera…
Y empieza a entonar de nuevo la canción. Pero cuando llega al punto: «En la rama hay una rosa, hay uno de los más dulces pomos, una estrella»…, su bien entonada voz de contralto primero se oye trémula y luego se rompe; se echa a llorar de alegría, mira a Joaquín y, levantando los brazos, grita:
-¡Soy madre, amado mío! – y se refugia en su corazón, entre los brazos que él ha tendido para volver a cerrarlos en torno a ella, su esposa dichosa. Es el más casto y feliz abrazo que he visto desde que estoy en este mundo. Casto y ardiente, dentro de su castidad.
Y la delicada reprensión entre los cabellos blanco – negros de Ana:
-¿Y no me lo decías?
– Porque quería estar segura. Siendo vieja como soy… verme madre… No podía creer que fuera verdad… y no quería darte la más amarga de las desilusiones. Desde finales de diciembre siento renovarse mis entrañas profundas y echar, como digo, una nueva rama. Mas ahora en esa rama el fruto es seguro… ¿Ves? Esa tela ya es para el que ha de venir.
-¿No es el lino que compraste en Jerusalén?
– Sí. Lo he hilado durante la espera… y con esperanza. Tenía esperanza por lo que sucedió el último día mientras oraba en el Templo, lo más que puede una mujer en la Casa de Dios, ya de noche. ¿Te acuerdas que decía: «Un poco más, todavía un poco más?» ¡No sabía separarme de allí sin haber recibido gracia! Pues bien, descendiendo ya las sombras, desde el interior del lugar sagrado al que yo miraba con arrobo para arrancarle al Dios presente su asentimiento, vi surgir una luz. Era una chispa de luz bellísima. Cándida como la luna pero que tenía en sí todas las luces de todas las perlas y gemas que hay en la tierra. Parecía como si una de las estrellas preciosas del Velo, las que están colocadas bajo los pies de los querubines, se separase y adquiriese esplendor de luz sobrenatural … Parecía como si desde el otro lado del Velo sagrado, desde la Gloria misma, hubiera salido un fuego y viniera veloz hacia mí, y que al cortar el aire cantara con voz celeste diciendo: «Recibe lo que has pedido». Por eso canto: «Una estrella te llegará». ¿Y qué hijo será éste, nuestro, que se manifiesta como luz de estrella en el Templo y que dice «existo» en la Fiesta de las Luces? ¿Será que has acertado al pensar en mí como una nueva Ana de Elcana? ¿Cómo la llamaremos a esta criatura nuestra que, dulce como canción de aguas, siento queme habla en el seno con su corazoncito, latiendo, latiendo, como el de una tortolita entre los huecos de las manos?».
– Si es varón, le llamaremos Samuel; si es niña, Estrella, la palabra que ha detenido tu canto para darme esta alegría de saber que soy padre, la forma que ha tomado para manifestarse entre las sagradas sombras del Templo.
– Estrella. Nuestra Estrella, porque… no lo sé, pero creo que es una niña. Pienso que unas caricias tan delicadas no pueden provenir sino de una dulcísima hija. Porque no la llevo yo, no me produce dolor; es ella la que me lleva por un sendero azul y florido, como si ángeles santos me sostuvieran y la tierra estuviera ya lejana… Siempre he oído decir a las mujeres que el concebir y el llevar al hijo en el seno supone dolor, pero yo no lo siento. Me siento fuerte, joven, fresca; más que cuando te entregué mi virginidad en la lejana juventud. Hija de Dios, porque es más de Dios que nuestra, siendo así que nacerá de un tronco aridecido, que no da dolor a su madre; sólo le trae paz y bendición: los frutos de Dios, su verdadero Padre.
– Entonces la llamaremos María. Estrella de nuestro mar, perla, felicidad, el nombre de la primera gran mujer de Israel. Pero no pecará nunca contra el Señor, que será el único al que dará su canto, porque ha sido ofrecida a Él como hostia antes de nacer.
– Está ofrecida a Él, sí. Sea niño o niña nuestra criatura, se la daremos al Señor, después de tres años de júbilo con ella. Nosotros seremos también hostias, con ella, para la gloria de Dios.
No veo ni oigo nada más.
Dice Jesús:
– La Sabiduría, tras haberlos iluminado con los sueños de la noche, descendió; Ella, que es «emanación de la potencia de Dios, genuino efluvio de la gloria del Omnipotente», y se hizo Palabra para la estéril. Quien ya veía cercano su tiempo de redimir, Yo, el Cristo, nieto de Ana, casi cincuenta años después, mediante la Palabra, obraría milagros en las estériles y en las enfermas, en las obsesas, en las desoladas; los obraría en todas las miserias de la tierra.
Pero, entretanto, por la alegría de tener una Madre, he aquí que susurro una arcana palabra en las sombras del Templo que contenía las esperanzas de Israel, del Templo que ya estaba en la frontera de su vida. En efecto, un nuevo y verdadero Templo, no ya portador de esperanzas para un pueblo, sino certeza de Paraíso para el pueblo de toda la tierra, y por los siglos de los siglos hasta el fin del mundo, estaba para descender sobre la tierra. Esta Palabra obra el milagro de hacer fecundo lo que era infecundo, y de darme una Madre, la cual no tuvo sólo óptimo natural, como era de esperarse naciendo de dos santos, y no tuvo sólo un alma buena, como muchos también la tienen, y continuo crecimiento de esta bondad por su buena voluntad, ni sólo un cuerpo inmaculado… Tuvo, caso único entre las criaturas, inmaculado el espíritu.
Tú has visto la generación continua de las almas por Dios. Piensa ahora cuál debió ser la belleza de esta alma que el Padre había soñado antes de que el tiempo fuera, de esta alma que constituía las delicias de la Trinidad, Trinidad que ardientemente deseaba adornarla con sus dones para donársela a sí misma. ¡Oh, Todo Santa que Dios creó para sí, y luego para salud de los hombres! Portadora del Salvador, tú fuiste la primera salvación; vivo Paraíso, con tu sonrisa comenzaste a santificar la tierra.
¡Oh, el alma creada para ser alma de la Madre de Dios!… Cuando, de un más vivo latido del trino Amor, surgió esta chispa vital, se regocijaron los ángeles, pues luz más viva nunca había visto el Paraíso. Como pétalo de empírea rosa, pétalo inmaterial y preciado, gema y llama, aliento de Dios que descendía a animar a una carne de forma muy distinta que a las otras, con un fuego tan vivo que la Culpa no pudo contaminarla, traspasó los espacios y se cerró en un seno santo.
La tierra tenía su Flor y aún no lo sabía. La verdadera, única Flor que florece eterna: azucena y rosa, violeta y jazmín, helianto y ciclamino sintetizados, y con ellas todas las flores de la tierra fusionadas en una Flor sola, María, en la cual toda virtud y gracia se unen.
En Abril, la tierra de Palestina parecía un enorme jardín. Fragancias y colores deleitaban el corazón de los hombres. Sin embargo, aún ignorábase la más bella Rosa. Ya florecía para Dios en el secreto del claustro materno, porque mi Madre amó desde que fue concebida, mas sólo cuando la vid da su sangre para hacer vino, y el olor de los mostos, dulce y penetrante, llena las eras y el olfato, Ella sonreiría, primero a Dios y luego al mundo, diciendo con su superinocente sonrisa: «Mirad: la Vid que os va a dar el Racimo para ser prensado y ser Medicina eterna para vuestro mal está entre vosotros».
He dicho que María amó desde que fue concebida. ¿Qué es lo que da al espíritu luz y conocimiento? La Gracia. ¿Qué es lo que quita la Gracia? El pecado original y el pecado mortal. María, la Sin Mancha, nunca se vio privada del recuerdo de Dios, de su cercanía, de su amor, de su luz, de su sabiduría. Ella pudo por ello comprender y amar cuando no era más que una carne que se condensaba en torno a un alma inmaculada que continuaba amando.
Más adelante te daré a contemplar mentalmente la profundidad de las virginidades en María. Te producirá un vértigo celeste semejante a cuando te di a considerar nuestra eternidad. Entre tanto; piensa cómo el hecho de llevar en las entrañas a una criatura exenta de la Mancha que priva de Dios le da a la madre, que, no obstante, la concibió en modo natural, humano, una inteligencia superior, y la hace profeta, la profetisa de su hija, a la que llama «Hija de Dios». Y piensa lo que habría sido si de los Primeros Padres inocentes hubieran nacido hijos inocentes, como Dios quería.
Éste, ¡oh, hombres que decís que vais hacia el «superhombre», y que de hecho con vuestros vicios estáis yendo únicamente hacia el super-demonio!, éste habría sido el medio que conduciría al «superhombre»: saber estar libres de toda contaminación de Satanás, para dejarle a Dios la administración de la vida, del conocimiento, del bien; no deseando más de cuanto Dios os hubiera dado, que era poco menos que infinito, para poder engendrar, en una continua evolución hacia lo perfecto, hijos que fueran hombres en el cuerpo y, en el espíritu, hijos de la Inteligencia, es decir, triunfadores, es decir, fuertes, es decir, gigantes contra Satanás, que habría mordido el polvo muchos miles de siglos antes de la hora en que lo haga, y con él todo su mal.