Para despedida de la Obra.
Dice Jesús: -Las razones que me han movido a iluminar y a dictar episodios y palabras míos al pequeño Juan (como así llamaba Jesús a María Valtorta) son -además de la alegría de comunicar una exacta cognición acerca de mí a esta alma-víctima y amantemúltiples. Pero de todas ellas es alma el amor mío hacia la Iglesia, tanto docente como militante, y el deseo de ayudar a las almas en su ascensión hacia la perfección. El conocimiento de mí es ayuda en esta ascensión. Mi Palabra es Vida. Nombro las principales: I. La razón más profunda del don de esta obra es que en estos tiempos en que el modernismo, condenado por mi Santo Vicario Pío X, se corrompe cayendo en doctrinas cada vez más dañinas, la Santa Iglesia, representada por mi Vicario, tenga más materia para combatir a los que niegan: -La sobrenaturalidad de los dogmas; la divinidad de Cristo. -La verdad del Cristo Dios y Hombre, real y perfecto, tanto en la fe como en la historia que acerca de Él ha sido transmitida (Evangelio, Hechos de los Apóstoles, Epístolas apostólicas, tradición). -La doctrina de Pablo y Juan y de los concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia, y otros más recientes, como verdadera doctrina mía por mí enseñada oralmente o inspirada. -Mi sabiduría ilimitada por ser divina y perfecta. -El origen divino de los dogmas, de los Sacramentos, de la Iglesia una, santa, católica, apostólica. -La universalidad y continuidad, hasta el final de los siglos, del Evangelio dado por mí y para todos los hombres -La naturaleza perfecta, desde el comienzo, de mi doctrina, que no se ha formado como es a través de sucesivas transformaciones, sino que como es ha sido dada: doctrina del Cristo, del tiempo de Gracia, del Reino de los Cielos y del Reino de Dios en vosotros; divina, perfecta, inmutable; Buena Nueva para todos los sedientos de Dios. Al dragón rojo de las siete cabezas, diez cuernos y siete diademas en la cabeza (Daniel 7; Apocalipsis 12-20), que con la cola arrastra tras sí a la tercera parte de las estrellas del cielo y las hace caer y en verdad os digo que caen más abajo de la tierra- , y que persigue a la Mujer, oponed, como también a las bestias del mar y de la tierra que muchos, demasiados, al estar seducidos por sus aspectos y prodigios, adoran, oponed, digo, mi Ángel volador que surca el cielo llevando el Evangelio eterno bien abierto, incluso por las páginas cerradas hasta ahora, para que los hombres puedan salvarse, por su luz, de las roscas de la gran serpiente de las siete fauces, que quiere ahogarlos en sus tinieblas… y a mi regreso encuentre todavía la fe y la caridad en el corazón de los perseverantes, y sean éstos más numerosos que lo que, por la obra de Satanás y de los hombres, cabría esperar. II. Despertar en los sacerdotes y en los laicos un vivo amor al Evangelio y a todo lo que a Cristo se refiere. Lo primero de todo, una renovada caridad hacia mi Madre, en cuyas oraciones está el secreto de la salvación del mundo. Ella, mi Madre, es la Vencedora del Dragón maldito. Ayudad a su poder con vuestro renovado amor a Ella y con renovada fe y renovado conocimiento respecto a lo que a Ella se refiere. María ha dado al mundo al Salvador. El mundo aún recibirá de Ella la salvación. III. Dar a los maestros de espíritu y directores de almas una ayuda para su ministerio: estudiando el mundo de los espíritus distintos que se movieron en torno a mí y los distintos modos que Yo usé para salvarlos. Porque de necios sería querer tener un método único para todas las almas. Distinto es el modo de atraer hacia la Perfección a un justo que espontáneamente a ella tiende, del modo que hay que usar con un gentil. Muchos gentiles tenéis entre vosotros, si llegáis a ver –como vuestro Maestro- como a gentiles a esos pobres seres que han sustituido al Dios verdadero por el ídolo del poder y la prepotencia, o del oro, o de la lujuria, o de la soberbia de su saber. Y distinto es el modo que ha de usarse para salvar a los modernos prosélitos, o sea, a los que han aceptado la idea cristiana pero no la ciudadanía cristiana, perteneciendo a las Iglesias separadas. Que ninguno sea despreciado, y estas ovejas perdidas menos que ninguno. Amadlas y tratad de llevarlas de nuevo al único Redil, para que se cumpla el deseo del Pastor Jesús. Algunos, leyendo esta Obra, objetarán: «No consta en el Evangelio que Jesús tuviera contactos con romanos o griegos; por tanto, rechazamos estas páginas». ¡Cuántas cosas no constan en el Evangelio, o apenas se vislumbran, tras densas cortinas de silencio, aludidas por los Evangelistas acerca de episodios que por su inquebrantable mentalidad de hebreos ellos no aprobaban! ¿Creéis que conocéis todo lo que hice?En verdad os digo que ni siquiera después de la lectura y aceptación de esta ilustración de mi vida pública conocéis todo acerca de mí. Habría matado -con la fatiga de ser el cronista de todos los días de mi ministerio, y de cada uno de los actos llevados a cabo en cada uno de los días-, habría matado a mi pequeño Juan, si le hubiera dado a conocer todo para que os transmitiera todo. «Y otras cosas hizo Jesús, las cuales, si fueran escritas una a una, creo que el mundo no podría contener los libros que se deberían escribir», dice Juan. Aparte de la hipérbole, en verdad os digo que si se hubieran escrito cada una de mis acciones, todas mis particulares lecciones, mis penitencias y oraciones para salvar a un alma, se habrían necesitado las salas de una de vuestras bibliotecas -y una de las mayores- para contener los libros que de mí hablaran. Y también os digo, en verdad, que sería mucho más útil para vosotros echar al fuego tanta inútil ciencia cargada de polvo y de veneno, para hacer lugar para mis libros, que no adorar tanto esas publicaciones casi siempre sucias de libídine o de herejía y luego saber tan poco de mí. IV. Restituir a su verdad las figuras del Hijo del Hombre y de María, verdaderos hijos de Adán por la carne y la sangre, pero de un Adán inocente. Como nosotros debían ser los hijos del Hombre, si el Progenitor y la Progenitora no hubieran mancillado su perfecta humanidad -en el sentido de ser humano, o sea, de criatura en que existe la doble naturaleza espiritual, a imagen y semejanza de Dios, y la naturaleza material-, como sabéis que hicieron. Sentidos perfectos, o sea, sometidos a la razón, aun siendo sentidos de gran agudeza. Entre los sentidos incluyo los morales junto a los corporales. Amor completo y perfecto, por tanto; tanto hacia el esposo, con quien no tiene vínculo de sensualidad, sino sólo de espiritual amor, como hacia el Hijo. Amadísimo. Amado con toda la perfección de una perfecta mujer hacia la criatura de ella nacida. Así debería haber amado Eva: como María: o sea, no por lo que de gozo carnal representaba el hijo, sino porque ese hijo era hijo del Creador, y era obediencia cabal al imperativo del Creador de multiplicar la especia humana. Y amado con todo el ardor de una perfecta creyente que sabe que su Hijo, no figuradamente sino realmente, es Hijo de Dios. A los que juzgan demasiado amoroso el amor de María hacia Jesús, les digo que consideren quién era María: la Mujer sin pecado y, por tanto, sin taras en su caridad hacia Dios, hacia los padres, hacia su esposo, hacia su Hijo, hacia el prójimo; que consideren lo que veía la Madre en mí, además de ver al Hijo de sus entrañas; y, en fin, que consideren la nacionalidad de María: raza hebrea, raza oriental, y tiempos muy lejanos de los actuales. Por ello, de estos elementos surge la explicación de ciertas amplificaciones verbales de amor que a vosotros os pueden parecer exageradas. Estilo florido y pomposo, incluso en el habla común, el estilo oriental y hebreo; todos los escritos de aquel tiempo y de aquella raza son documento de esto… y el paso de los siglos no ha modificado mucho el estilo de oriente. ¿Tendríais la pretensión de que -por el hecho de que, veinte siglos después, y cuando la perversidad de la vida ha matado tanto amor, debáis examinar estas páginas- Yo os diera a una María de Nazaret como la mujer árida y superficial de vuestro tiempo? María es lo que es. No se transforma a la dulce, pura, amorosa Doncella de Israel, Esposa de Dios, Madre virginal de Dios, en una excesiva, enfermizamente exaltada, o glacialmente egoísta, mujer de vuestro siglo. A los que juzgan demasiado amoroso el amor de Jesús a María, les digo que consideren que en Jesús estaba Dios y que el Dios uno y trino hallaba confortación en amar a María, a aquella que le compensaba el dolor de toda la raza humana, el medio por el que Dios podía volver a gloriarse de su Creación que da ciudadanos a su Cielo. Y consideren, en fin, que los amores se hacen culpables cuando, y sólo cuando, desordenan, o sea, cuando van contra la voluntad de Dios y el deber que hay que cumplir. Y ahora considerad si el amor de María hizo esto, si mi amor hizo esto. ¿Me estorbó Ella, por amor egoísta, el cumplir toda la voluntad de Dios? ¿Por un desordenado amor hacia mi Madre renegué, acaso, de mi misión? No. Ambos amores tuvieron un solo deseo: que se cumpliera la voluntad de Dios para la salvación del mundo. Y la Madre dijo adiós a su Hijo todas las veces, entregando a su Hijo a la cruz del magisterio público y a la cruz del Calvario, y el Hijo dijo adiós a su Madre todas las veces, entregando a la Madre a la soledad y a la congoja, para que fuera la Corredentora, sin pararse a mirar nuestra humanidad, que se sentía desgarrar, ni nuestro corazón, que se partía con el dolor. ¿Es esto debilidad?, ¿sentimentalismo? ¡Es amor perfecto, oh hombres que no sabéis amar y no comprendéis ya el amor ni sus voces! Y también esta Obra tiene la finalidad de iluminar algunos puntos que un conjunto de circunstancias ha cubierto de tinieblas, de manera que forman zonas oscuras en la luminosidad del cuadro evangélico; y puntos que parecen de fractura, y no son sino puntos entenebrecidos, entre uno y otro episodio evangélico, puntos indescifrables y que en poder descifrarlos está la clave para comprender exactamente ciertas situaciones que se habían creado y ciertos modos fuertes que tuve que poner, tan contrastantes con mis continuas exhortaciones al perdón, a la mansedumbre y humildad, ciertas actitudes de inflexibilidad hacia los tenaces, inconvertibles adversarios. Recordad todos que, después de haber usado toda la misericordia, Dios, por el honor de sí mismo, sabe también decir «basta» a aquellos que, porque es bueno, creen que es lícito abusar de su longanimidad y tentarlo. De Dios nadie se burla. Son palabras antiguas y sabias. V. Conocer exactamente la complejidad y duración de mi larga pasión (que culmina en la Pasión cruenta, verificada en pocas horas), que me había consumido en un tormento cotidiano que duró lustros y que había ido aumentando cada vez más; y con mi pasión la de mi Madre, cuyo corazón fue traspasado, durante el mismo tiempo, por la espada del dolor; y, por este conocimiento, moveros a amarnos más. VI. Demostrar el poder de mi Palabra y los distintos efectos de ella en el que la recibía, según que perteneciera al conjunto de los hombres de buena voluntad o al de los que tenían una voluntad sensual, que no es nunca recta. Los apóstoles y Judas. Éstos son los dos ejemplos opuestos. Los primeros, imperfectísimos, rudos, no instruidos, violentos… pero con buena voluntad. Judas, más instruido que la mayoría de los apóstoles, refinado por la vida en la capital y en el Templo… pero de mala voluntad. Observad la evolución de los primeros en el Bien, observad su progreso; observad la evolución del segundo en el Mal y su descenso. Y que observen esta evolución en la perfección en los once buenos, sobre todo, los que por un defecto visual de su mente acostumbran a desnaturalizar la realidad de los santos, haciendo del hombre que alcanza la santidad con dura, durísima lucha contra las fuerzas recias y oscuras un ser innatural sin solicitaciones ni emociones y, por tanto, sin méritos. Porque el mérito viene justamente de la victoria sobre las pasiones desordenadas y las tentaciones, alcanzada por amor a Dios y por conseguir el fin último: gozar de Dios eternamente. Que lo observen los que pretenden que el milagro de la conversión deba venir sólo de Dios. Dios da los medios para que uno se convierta, pero no fuerza la voluntad del hombre, y, si ese hombre no quiere convertirse, inútilmente tiene lo que a otro le sirve para la conversión. Y los que examinan consideren los múltiples efectos de mi Palabra, no sólo en el hombre humano, sino también en el hombre espiritual; no sólo en el hombre espiritual, sino también en el hombre humano: mi Palabra, acogida con buena voluntad, transforma al uno y al otro, conduciendo hacia la perfección externa e interna. Los apóstoles, que por su ignorancia y por mi humildad trataban con excesiva llaneza al Hijo del Hombre (un buen maestro entre ellos, nada más, un maestro humilde y paciente con el que era lícito tomarse una serie de libertades, a veces excesivas, aunque sin irreverencia, porque lo suyo no era irreverencia, sino ignorancia, una ignorancia que debe ser excusada), los apóstoles, polémicos entre sí, egoístas, celosos en su amor y celosos de mi amor, impacientes con la gente, un poco orgullosos de ser «los Apóstoles», deseosos de las cosas asombrosas que les señalara ante los ojos de la gente como personas dotadas de un poder extraordinario, lentamente, pero continuamente, se van transformando en hombres nuevos, dominando primero sus pasiones por imitarme a mí y porque Yo estuviera contento, y luego -conociendo cada vez más mi verdadero Yocambiando los modos y el amor, hasta verme, amarme y tratarme como a Señor divino. ¿Son, acaso, al final de mi vida en la Tierra, todavía los compañeros superficiales y alegres de los primeros tiempos? ¿Son, sobre todo después de la Resurrección, los amigos que tratan al Hijo del Hombre como a un Amigo? No. Son los ministros del Rey, antes; los sacerdotes de Dios, después: completamente distintos, transformados completamente. Consideren esto los que encuentren ruda, y juzguen no natural la forma de ser de los apóstoles, que era como se describe. Yo no era ni un doctor difícil ni un rey soberbio, no era un maestro que juzgase indignos de Él a los otros hombres. Supe ser indulgente. Quise formar a partir de materia no desbastada, llenar de todo tipo de perfecciones vasos vacíos, demostrar que Dios todo lo puede, y puede de una piedra sacar un hijo de Abraham, un hijo de Dios, y de donde nada hay sacar un maestro, para confundir a los maestros que se jactan de su ciencia, que muy frecuentemente ha perdido el perfume de la mía. VII. En fin: haceros conocer el misterio de Judas, ese misterio que es la caída de un espíritu al que Dios había favorecido en modo extraordinario. Un misterio que, en verdad, se repite demasiado frecuentemente, y que es la herida que duele en el Corazón de vuestro Jesús. Daros a conocer cómo se cae transformándose de siervos e hijos de Dios en demonios y deicidas que matan a Dios en ellos matando la Gracia; daros a conocer esto para impediros que pongáis los pies en los senderos por los que uno cae al Abismo, y para enseñaros cómo comportarse para tratar de detener a los corderos imprudentes que avanzan hacia el abismo. Aplicar vuestro intelecto en el estudio de la horrenda -y, no obstante, común- figura de Judas, complejo en que se agitan serpentinos todos los vicios capitales que encontráis y debéis de combatir en las personas. Es la lección que preferentemente debéis aprender, porque será la que más os sirva en vuestro ministerio de maestros de espíritu y directores de almas. ¡Cuántos, en todos los estados de la vida, imitan a Judas entregándose a Satanás y encontrando la muerte eterna! Siete razones, como son siete las partes: I. Pre-Evangelio (desde la Concepción inmaculada de María Siemprevirgen, hasta la muerte de San José). II. Primer año de la vida pública. III. Segundo año de la vida pública. IV.Tercer año de la vida pública. V. Pre-Pasión (desde Tébet a Nisán, o sea, desde la agonía de Lázaro hasta la cena de Betania). VI. Pasión (desde el adiós a Lázaro hasta mi Sepultura y los días siguientes hasta el alba pascual). VI. Desde la Resurrección hasta Pentecostés. Manténgase esta división de las partes como Yo aquí la indico, que es la adecuada. ¿Y ahora? ¿Qué decís a vuestro Maestro? No me habláis a mí. Pero en vuestro corazón habláis, y -basta con que podáis hacerlo- habláis al pequeño Juan. Pero en ninguno de estos dos casos habláis con la justicia que quisiera ver en vosotros. Porque al pequeño Juan le habláis para causarle dolor, pisoteando la caridad hacia la cristiana, la hermana y el instrumento de Dios. En verdad os digo, una vez más, que no es plácida alegría el ser instrumento mío: es una fatiga y esfuerzo continuos; en todo es dolor porque a los discípulos del Maestro el mundo les da lo que dio al Maestro: dolor; y sería preciso que, al menos los sacerdotes, y especialmente los hermanos de las congregaciones religiosas, ayudaran a estos pequeños mártires que caminan bajo su cruz… y porque en vuestro corazón, hablándoos a vosotros mismos, expresáis quejas de soberbia, envidia, incredulidad y otras cosas. Pero Yo os daré respuesta a vuestras quejas y a vuestros sentimientos de escandalizado estupor. En la noche de la última Cena, a los once que me amaban les dije: «Cuando el Espíritu Consolador venga, os recordará todo lo que Yo he dicho». Cuando hablaba, tenía siempre presente, además de a los presentes, a todos los que serían discípulos míos en el espíritu y con sincera y resuelta voluntad. El Espíritu Santo -que, ya con su Gracia, sacando a las almas del aturdimiento del Pecado original y liberándolas de los ofuscamientos que por la triste herencia de Adán velan la luminosidad de los espíritus que fueron creados para gozar de la visión y conocimiento espirituales del Creador, infunde en vosotros la facultad de recordar a Dios- completa su obra de Maestro «recordando» en el corazón de aquellos que Él guía, y que son los hijos de Dios, todo lo que Yo he dicho, que constituye el Evangelio. Recordar significa aquí iluminar el espíritu del Evangelio, porque nada vale recordar las palabras del Evangelio si no se comprende su espíritu. Y el Amor, o sea, el Espíritu Santo —el cual, de la misma forma que ha sido el verdadero Escritor del Evangelio, es también su único Comentador (porque sólo el autor de una obra conoce el espíritu de esa obra y lo comprende, aunque no logre hacerlo comprender a los lectores)-, puede hacer comprender el espíritu del Evangelio, que es amor. Y a donde no llega un autor humano, porque toda perfección humana es rica en lagunas, el Espíritu perfectísimo y sapientísimo sí llega. Por eso, sólo el Espíritu Santo, autor del Evangelio, es el que lo recuerda y comenta y completa en el fondo de las almas de los hijos de Dios. “El Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre os enviará en mi Nombre, os enseñará todas las cosas, os recordará todo lo que he dicho». (Juan, cap. 14, v 26). «Y cuando venga el Espíritu de la Verdad os enseñará toda la verdad, pues no os hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que ha oído y os anunciará el futuro. El me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío; por esto he dicho que Él recibirá de lo mío y os lo anunciará». (Juan, cap. 16, v 13-14-15). Y si objetáis que siendo el Espíritu Santo el Autor verdadero del Evangelio, no se comprende cómo es que no ha recordado lo que se dice en esta obra y lo que Juan, con las palabras que cierran su Evangelio, hace comprender que sucedió; si objetáis esto, os respondo que los pensamientos de Dios son distintos de los de los hombres, y siempre justos y no susceptibles de revisión. Y si objetáis que la revelación se cerró con el último Apóstol y no había nada más que añadir, porque el propio Apóstol dice en el Apocalipsis: «Si alguien añade algo, Dios pondrá en él las plagas escritas en este libro» (cap. 22, v. 18), y ello puede entenderse respecto a toda la Revelación, de la que el Apocalipsis de Juan es la última coronación, Yo os respondo que no se ha hecho con esta obra añadidos a la Revelación, sino que se han colmado las lagunas que se habían producido por causas naturales y por decisiones sobrenaturales. Y si Yo me he querido complacer en reconstruir el cuadro de mi divina Caridad de la misma manera como lo hace un restaurador de mosaicos, que pone nuevas las teselas deterioradas o que faltan, restituyendo al mosaico su completa belleza, y me he reservado el hacerlo en este siglo en que la Humanidad se hunde en el Abismo de tinieblas y horror, ¿podéis prohibírmelo vosotros? ¿Podéis, acaso, decir que no lo necesitáis, vosotros que tenéis el espíritu tan obnubilado, sordo, mortecino, para las luces, voces y propuestas de arriba? En verdad deberíais bendecirme porque aumente con nuevas luces la luz que tenéis y que ya no os es suficiente para «ver» a vuestro Salvador. Ver el Camino, la Verdad y la Vida, y sentir renacer en vosotros esa espiritual emoción de los justos de mi tiempo, llegando a través de este conocimiento a una renovación de vuestros espíritus en el amor, que sería salvación, pues que es ascensión hacia la perfección. No digo que estéis «muertos», digo que dormís o estáis adormilados. Sois semejantes a plantas durante el sueño invernal. El Sol divino os da sus fulgores. Despertaos y bendecid al Sol que se dona, acogedlo con alegría para que os dé calor, desde la superficie hasta lo profundo; para que os despierte y os cubra de flores y frutos. Alzaos. Venid a mi Don. «Tomad y comed. Tomad y bebed» dije a los apóstoles. «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, tú misma se lo habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva» dije a la samaritana. Lo digo también ahora, tanto a los doctores como a los samaritanos. Porque estas dos clases extremas lo necesitan. Y también lo necesitan los que están entre los dos extremos. Los primeros para no quedar desnutridos y sin fuerzas incluso para sí mismos, y carentes de sobrenatural alimento para quienes desfallecen por falta de conocimiento de Dios, del Dios-Hombre, del Maestro y Salvador. Los segundos porque las almas necesitan agua viva cuando están pereciendo lejos de las fuentes. Los que están entre los primeros y los segundos, la gran masa de los que viven en los pecados no graves, pero también de los que, estáticos, no progresan, por pereza, tibieza, por un equivocado concepto de la santidad, los escrupulosos respecto a no condenarse o a ser observantes o a meterse en un laberinto de prácticas superficiales, pero que no se atreven a dar un paso por el camino empinado, empinadísimo del heroísmo, para que de esta obra reciban el impulso inicial para salir de ese estatismo y empezar el camino heroico. Soy Yo quien os dice estas palabras. Os ofrezco este alimento y esta bebida de agua viva. Mi Palabra es Vida. Y os quiero en la Vida, conmigo. Y multiplico mi palabra para contrapesar los miasmas de Satanás, que destruyen las fuerzas vitales de vuestro espíritu. No me rechacéis. Tengo sed de darme a vosotros. Porque os amo. Es mi inextinguible sed. Tengo el ardiente deseo de comunicarme a vosotros para prepararos para el banquete de las bodas celestes. Y vosotros tenéis necesidad de mí para no desfallecer, para vestiros con vestiduras engalanadas para las bodas del Cordero, para la gran fiesta de Dios, después de haber superado la tribulación en este desierto lleno de insidias, zarzas y serpientes que es la Tierra, para pasar por entre las llamas y no recibir de ellas daño, y pisar a los reptiles y deber absorber venenos sin morir, al tenerme a mí dentro de vosotros. Y os digo todavía esto: «Tomad, tomad esta obra y “no la selléis”, sino leedla y hacedla leer“, porque el tiempo está cercano” (Juan, Apocalipsis, cap. 22, v 10) , “y quien es santo que se santifique más’” (v 11) La gracia del Señor vuestro Jesucristo esté con todos los que en este libro ven un acercamiento mío y solicitan que se cumpla, para defensa de ellos, con el grito del Amor: «¡Ven, Señor Jesús!». A mí en particular (escribe María Valtorta) me dice después Jesús: -Y tu fatiga ha terminado. Ahora queda el amor y la fruición de la recompensa. Alma mía, ¿y qué debería decirte? Me preguntas, con tu espíritu perdido en mí: «¿Y ahora qué harás, Señor, de mí, tu sierva?». Podría decirte: «Romperé el vaso de arcilla para extraer de él la esencia y traerla a donde estoy Yo». Ello sería alegría para ambos. Pero todavía te necesito durante un poco y aún otro poco, ahí, exhalando tus perfumes, que son todavía el perfume de Cristo que inhabita dentro de ti. Y entonces te diré como dije para Juan: «Si quiero que permanezcas hasta que vaya a tomarte, ¿qué te importa permanecer?». Paz a ti, mi pequeña, incansable voz. Paz a ti. Paz y bendición.El Maestro te dice: «Gracias». El Señor te otorga su bendición. Jesús, tu Jesús, te dice: «Yo siempre estaré contigo, porque me es dulce estar con los que me aman». Mi paz, pequeño Juan. Ven y reposa en mi Pecho. Y con estas palabras han terminado también las indicaciones para la composición de la Obra y han sido dadas las últimas explicaciones.