Enseñanzas a los apóstoles y a numerosos discípulos en el monte Tabor. Margziam consolado.
Están todos los apóstoles, todos los discípulos pastores (incluido Jonatán, al que Cusa ha relevado de sus servicios). Y Margziam y Manahén y muchos discípulos de los setenta y dos; y muchos otros. Están a la sombra fresca de los árboles, que mitigan luz y calor con su tupido ramaje y hojas; no arriba, hacia la cima, donde se produjo la Transfiguración, sino a media altura, en un lugar en que un encinar parece querer celar la cima y sujetar los lados del monte con sus poderosas raíces. Por la hora, y a causa de la inactividad y la larga espera, casi todos están adormilados. Pero basta el grito de un niño -no sé quien es, porque no lo veo desde el lugar en que me encuentro- para que todos se pongan en pie (éste es el primer movimiento, impulsivo, que enseguida se transforma en ponerse de rodillas y con el rostro entre la hierba). -La paz a todos vosotros. Aquí me tenéis entre vosotros. Paz a vosotros. Paz a vosotros. Jesús pasa en medio de ellos saludando, bendiciendo. Muchos lloran, otros sonríen dichosos. Pero en todos hay mucha paz. Jesús se detiene en el lugar en que los apóstoles y los pastores forman un compacto grupo, junto con Margziam, Manahén, Esteban Nicolái, Juan de Éfeso, Hermas y algún otro de los discípulos más fieles, cuyo nombre no recuerdo. Veo al de Corazín, que dejó la sepultura de su padre por seguir a Jesús, y a otro que he visto otras veces. Jesús toma entre sus manos la cabeza de Margziam -que, mirándolo, llora-, lo besa en la frente y lo estrecha contra su corazón. Se vuelve luego hacia los demás y dice: -Muchos y pocos. ¿Dónde están los otros? Sé que son muchos mis discípulos fieles. ¿Por qué, entonces, aquí a duras penas se llega entre todos a quinientos, excluidos los niños, hijos de alguno de vosotros? Pedro se pone de pie -había estado de rodillas en la hierba- y habla en representación de todos: -Señor, entre el decimotercero y el vigésimo día, empezando a contar desde el día de tu muerte, han venido aquí muchos de muchas ciudades de Palestina, diciendo que estabas donde ellos. Por eso, muchos de nosotros, para verte antes, se han marchado, unos con unos, otros con otros. Algunos se han marchado hace muy poco. Decían, los que vinieron, que te habían visto y que habían hablado contigo en lugares distintos, y -lo cual era asombroso- todos decían que te habían visto en el duodécimo día de después de tu muerte. Nosotros hemos pensado que se trataba de una falacia de alguno de esos falsos profetas que dijiste que surgirían para engañar a los elegidos. Lo dijiste allá, en el monte de los Olivos, la noche que precedió… que precedió a… – Pedro, otra vez bajo los efectos de su dolor ante este recuerdo, agacha la cabeza y calla. Dos lágrimas, seguidas de otras, caen al suelo por las hebras de su barba… Jesús le pone la mano derecha en el hombro. Pedro, al sentir ese contacto, se estremece, y, no atreviéndose a tocar esa Mano con las suyas, pliega el cuello, inclina la cara, para acariciar con la mejilla y rozar con los labios esa Mano adorable. Santiago de Alfeo continúa refiriendo: -Y hemos desaconsejado creer en esas apariciones. Se lo hemos desaconsejado a los nuestros que se alzaban para ponerse en camino presurosos hacia el gran mar, o hacia Bosra o Cesárea de Filipo o Pel.la o Quedes, hacia el monte cercano a Jericó o la llanura, o hacia la llanura de Esdrelón, hacia el Gran Hermón o Bet-Jorón o Betsemes, y a otros lugares que, por tratarse de casas aisladas en la llanura cercana a Jafia o a Galaad, carecen de nombre. Demasiado inciertas. Algunos decían: “Lo hemos visto y oído”. Otros enviaban el recado de decir que te habían visto, e incluso que habían comido contigo. Sí, queríamos retenerlos, porque pensábamos que fueran o celadas de los que nos atacan o fantasmas vistos por justos que están tan embargados en ti, que acaban viéndote donde no estás. Pero han querido ir. Unos a unos lugares, otros a otros. De forma que nos hemos quedado reducidos a menos de un tercio. -Teníais razón en insistir para retenerlos. No porque Yo no haya estado realmente donde los que han venido a decíroslo han dicho, sino porque había ordenado que estuvierais aquí unidos en oración esperando a que Yo viniera, y también porque quiero que mis palabras sean obedecidas, especialmente por mis siervos. Si empiezan a desobedecer éstos, ¿qué van a hacer los fieles? Escuchad todos los que estáis aquí. Recordad que en un organismo, para que verdaderamente sea activo y esté sano, se necesita una jerarquía, o sea, alguien que mande, y alguien que transmita las órdenes y alguien que obedezca. Así sucede en las cortes de los reyes Y en las religiones, desde la nuestra, la hebrea, hasta las otras, aunque sean tan imperfectas. Hay siempre una cabeza y ministros de esa cabeza y asistentes de esos ministros y en fin, fieles. No puede un pontífice actuar solo, no puede un rey actuar solo. Y sus disposiciones son cosas que se refieren únicamente a contingencias humanas o a formalismos de ritos… Sí, por desgracia, incluso en la propia religión mosaica, no queda sino el formalismo de los ritos, la continuación de los movimientos de un mecanismo que sigue realizando los mismos gestos, incluso ahora que el espíritu de los gestos está muerto. Muerto para siempre. El divino Animador de esos gestos, Aquel que daba a los ritos un valor, se ha retirado, y los ritos son gestos, nada más, gestos que cualquier histrión podría mimar en el escenario de un anfiteatro. ¡Qué desdicha, cuando una religión muere y lo que antes era una potencia real pasa a ser una pantomima desarreglada, externa, una cosa vacía tras un escenario barnizado, tras unas vestiduras pomposas y un movimiento de mecanismos que realizan una serie de movimientos, de la misma manera que una llave acciona un resorte, pero ni éste ni la llave tienen conciencia de lo que hacen! ¡Desdicha! ¡Pensad! Recordad siempre, y decídselo a vuestros sucesores, para que esta verdad sea conocida en el decurso de los siglos. Menos temible es la caída de un planeta que la caída de la religión. El que el cielo quedara vacío de astros y planetas no sería para los pueblos una desventura de la magnitud de la de quedarse sin una real religión. Dios cubriría con providente poder las necesidades humanas, porque Dios todo lo puede para aquellos que, por el camino sabio o por el camino que su ignorancia conoce, buscan, aman la Divinidad con recto espíritu. Pero, si llegara un día en que los hombres ya no amaran a Dios, porque los sacerdotes de todas las religiones hubieran hecho de ellas únicamente una vacía pantomima, siendo ellos los primeros en no creer en la religión, ¡ay de la Tierra! Ahora bien, si esto lo digo incluso por las religiones imperfectas -algunas con origen en parciales revelaciones otorgadas a un sabio, otras con origen en la necesidad instintiva del hombre de crearse una fe para saciar el hambre del alma de amar a un dios (y esta necesidad es el estímulo más fuerte del hombre, el estado permanente de búsqueda de Aquel que es, deseado por el espíritu aunque la inteligencia soberbia niegue reverencia a cualquier dios, o aunque el hombre, desconocedor del alma, no sepa dar nombre a esta necesidad que dentro de él bulle)-, si esto lo digo incluso para las religiones imperfectas, ¿qué habré de decir para esta que Yo os he dado, para esta que lleva mi Nombre, para esta de la que Yo os he creado pontífices y sacerdotes, para esta que os ordeno que propaguéis por toda la Tierra?… Para esta única, verdadera, perfecta, inmutable en la Doctrina enseñada por mí, Maestro, completada por la enseñanza continua del que vendrá, el Espíritu Santo, Guía Santísimo de mis Pontífices y de los que los ayudarán como jefes segundos en las distintas Iglesias creadas en las distintas regiones en que se afiance mi Palabra. Y estas Iglesias no serán, por ser múltiples en cuanto al número, múltiples en cuanto al pensamiento, sino que serán una sola cosa con la Iglesia, y formarán con sus individuales elementos el gran edificio, mayor cada vez; el grande, nuevo Templo que con sus distintos pabellones tocará todos los confines del mundo. No tendrán diversidad de pensamiento ni habrá oposición entre ellas, sino que estarán unidas, hermanas las unas de las otras, sujetas todas a la Cabeza de la Iglesia, a Pedro y a los sucesores de él, hasta el final de los siglos. Y aquellas que por cualquier motivo se separaran de la Iglesia Madre serían miembros amputados que carecerían de la mística sangre que es Gracia que de Mí, Cabeza divina de la Iglesia, viene. Como hijos pródigos, separados por voluntad propia de la casa paterna, estarían -efímera su riqueza y constante y cada vez más grave su miseria- embotándose el intelecto espiritual con alimentos y vinos demasiado pesados, y luego languidecerían comiendo las amargas bellotas de los animales impuros, hasta que, con corazón contrito, no volvieran a la casa paterna diciendo: «Hemos pecado. Padre, perdónanos y ábrenos las puertas de tu morada». Y entonces, ya se trate de un miembro de una Iglesia separada, ya se trate de una Iglesia entera, bien sea una persona o una asamblea los que regresan, abridles las puertas. ¡Oh, ojalá así fuera! Pero ¿dónde, cuándo surgirán muchos imitadores míos idóneos para redimir a estas Iglesias separadas, a costa de la vida, para hacer, para rehacer un único Rebaño bajo el cayado de un solo pastor, como ardientemente deseo? Sed paternos. Pensad que todos, durante una o muchas horas, quizás durante años, fuisteis, cada uno en particular, hijos pródigos envueltos en la concupiscencia. No os mostréis duros para con los que se arrepienten. ¡Recordad! ¡Recordad! Muchos de vosotros huisteis, hace veintidós días. ¿Y esta huida no era, acaso, abjuración de vuestro amor hacia mí? Pues bien, si Yo os he acogido en cuanto, arrepentidos, habéis vuelto a mí; haced vosotros lo mismo. Todo lo que Yo he hecho hacedlo vosotros. Este es mi mandamiento. Habéis vivido tres años conmigo. Conocéis mis obras y mi pensamiento. Cuando, en el futuro, os encontréis frente a un caso para el que tengáis que tomar una decisión, volved vuestra mirada al tiempo en que estuvisteis conmigo, y comportaos como Yo me he comportado. Nunca os equivocaréis. Yo soy el ejemplo vivo y perfecto de lo que debéis hacer. Y recordad también que no me negué a mí mismo al propio Judas de Keriot… El Sacerdote debe, con todos los medios, tratar de salvar. Predomine el amor, siempre, entre los medios usados para salvar. Pensad que Yo no ignoraba el horror de Judas… Y, no obstante, superando toda repugnancia, traté al mezquino como traté a Juan. A vosotros… a vosotros, muchas veces, se os ahorrará la amargura que supone el saber que todo es inútil para salvar a un discípulo amado… Se debe trabajar incluso en ese caso… siempre… hasta que todo quede cumplido… -¡¿Pero Tú estás sufriendo, Señor?! ¡Oh, no creía que pudieras sufrir ya más! ¡Sufres por Judas, todavía! ¡Olvídale, Señor! – grita Juan, que no desvía ni un instante su mirada de su Señor. Jesús abre los brazos con su gesto habitual de resignada confirmación ante un hecho penoso, y dice: -Así es… Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que permanece… (El dolor que permanece, como su llanto en la gloria, es de tal naturaleza, que únicamente puede ser comprendido en la luz de los Cielos, porque Él lo sufrirá en su espíritu de amor) Los otros dolores han terminado al terminar el Sacrificio. Pero éste permanece. Lo he amado. Me he consumido todo en el esfuerzo de salvarlo… He podido abrir las puertas del Limbo y sacar de él a los justos, he podido abrir las puertas del Purgatorio y sacar de él a los penantes. Pero el lugar de horror estaba cerrado en torno a él. Para él, inútil mi muerte. -¡No sufras! ¡No sufras! ¡Eres glorioso, mi Señor! Gloria y gozo a ti. ¡Tú has apurado tu dolor! – insiste Juan en tono suplicante. -¡Verdaderamente, ninguno pensaba que Él pudiera sufrir todavía! – susurran todos, unos a otros, asombrados y conmovidos. -¿Y no pensáis el dolor que deberá aún padecer mi Corazón a lo largo de los siglos, por cada pecador impenitente, por cada herejía que me niegue, por cada creyente que abjure de mí, por cada desgarro de los desgarros-, por cada sacerdote culpable, causa de escándalo y perdición? ¡Vosotros no conocéis esto! Todavía no lo conocéis. No lo conoceréis nunca completamente, sino cuando estéis conmigo en la luz del Cielo. Entonces comprenderéis… Contemplando a Judas, he contemplado a los elegidos para quienes la elección se transforma en perdición por su perversa voluntad… ¡Oh, vosotros que sois fieles, vosotros que formaréis a los sacerdotes futuros, recordad mi dolor; formadlos santos para que, en la medida de lo posible, no se repita este dolor; exhortad, velad, enseñad, luchad, estad atentos como madres, sed incansables como maestros, estad despiertos como pastores, sed viriles como guerreros, para sostener a los sacerdotes que serán formados por vosotros! ¡Haced, oh, haced que la culpa del duodécimo apóstol no se vea demasiadas veces repetida en el futuro!…Sed como Yo fui con vosotros, como soy con vosotros. Os dije: «Sed perfectos como el Padre de los Cielos». Y vuestra humanidad tiembla ante tal orden. Ahora más que cuando os la di, porque ahora conocéis vuestra debilidad. Pues bien, para animaros, os diré: «Sed como vuestro Maestro». Yo soy el Hombre. Lo que Yo he hecho vosotros podéis hacerlo. Incluso los milagros. Sí, incluso los milagros. Para que el mundo sepa que soy Yo el que os envía, y para que el que sufre no llore ante el pensamiento desconsolado de decir: «El ya no está entre nosotros para curar a nuestros enfermos y consolar nuestros dolores». En estos días he hecho milagros para consolar los corazones y convencerlos de que Cristo no ha sido destruido por haber sido conducido a la muerte, sino que, antes al contrario, es más fuerte, eternamente fuerte y poderoso. Pero, cuando Yo ya no esté en medio de vosotros, vosotros haréis las cosas que Yo he hecho hasta ahora y que seguiré haciendo. Pero el amor a la nueva Religión crecerá no tanto por el poder de los milagros, sino por vuestra santidad. Y es de vuestra santidad, no del don que Yo os transmito, de lo que debéis estar celosamente atentos. Cuanto más santos seáis, más os amará mi Corazón, y el Espíritu de Dios os iluminará, mientras la Bondad de Dios y su Poder colmarán vuestras manos de los dones del Cielo. El milagro no es acto común e indispensable para la vida en la fe. Es más, ¡dichosos los que sepan permanecer en la fe sin medios extraordinarios que ayuden a su acto de creer! Pero tampoco el milagro es un acto tan exclusivamente reservado a tiempos especiales que tenga que cesar con el cese de éstos. El milagro estará en el mundo. Siempre. Y, cuanto más numerosos sean los justos en el mundo, más numerosos serán los milagros. Cuando se vean escasear mucho los milagros verdaderos, dígase entonces que la fe y la justicia están languideciendo. Porque Yo he dicho: «Si tenéis fe, podréis mover las montañas». Porque Yo he dicho: «Las señales que acompañarán a los que tengan verdadera fe en mí serán la victoria sobre los demonios y sobre las enfermedades, sobre los elementos y las insidias». Dios está con quien lo ama. Señal de cómo mis fieles estén en mí será el número y la fuerza de los prodigios que harán en mi Nombre y para glorificar a Dios. A un mundo sin milagros verdaderos, se le podrá decir, sin falsedad: “Has perdido la fe y la justicia. Eres un mundo sin santos” Así pues, para volver al principio, habéis hecho bien en tratar de retener a los que, como niños seducidos por un rumor de músicas – por un brillo extraño, corren despreocupados lejos de las cosas seguras. Pero, ¿veis? Tienen su castigo, porque pierden mi palabra. De todas formas, también vosotros habéis tenido vuestra parte de error. Os habéis acordado de que Yo había dicho que no se corriera acá o allá ante cualquier voz que dijera que estaba en un determinado lugar. Pero no os habéis acordado de que también había dicho que, en la segunda venida, el Cristo será semejante al relámpago que sale de Oriente y culebrea hasta Occidente, en menos tiempo de lo que dura un parpadeo. Ahora bien, esta segunda venida ha empezado desde el momento de mi Resurrección. Culminará en la aparición del Cristo Juez a todos los resucitados. Pero antes ¡cuántas veces me apareceré para convertir, curar, consolar, enseñar, dar órdenes! En verdad os digo: Estoy para volver al Padre mío, pero la Tierra no perderá mi Presencia. Estaré, en actitud vigilante y como amigo, como Maestro y como Médico, en donde cuerpos o almas, pecadores o santos, tengan necesidad de mí o sean elegidos por mí para transmitir a otros mis palabras. Porque, y también esto es verdad, la Humanidad tendrá necesidad de un continuo acto de amor por mi parte, pues es tan poco dócil y tan tendente a entibiarse y a olvidar, tan tendente a seguir la bajada en vez de la subida, que, si Yo no la sujetara con los medios sobrenaturales, no servirían la ley y el Evangelio, las ayudas divinas que mi Iglesia administrará, para conservar a la Humanidad en el conocimiento de la Verdad y en la bondad de alcanzar el Cielo. Y estoy hablando de la Humanidad que crea en mí… siempre poca respecto a la gran masa de los habitantes de la Tierra. Yo vendré. El que me tenga que siga humilde; el que no, que no esté ávido de tenerme para recibir alabanzas. Que ninguno desee lo extraordinario. Dios sabe cuándo y dónde darlo. Y no es necesario poseer lo extraordinario para entrar en el Cielo; es más, ello es un arma que, si se usa mal, puede abrir el Infierno en vez del Cielo. Y ahora os voy a decir cómo. Porque la soberbia puede surgir. Porque puede venir un estado de espíritu abyecto ante los ojos de Dios (abyecto porque es semejante a un entorpecimiento en que uno se acomoda para acariciar el tesoro recibido, considerándose ya en el Cielo por haber recibido ese don). No. En ese caso, en vez de llama y ala, el don se transforma en hielo y pesada piedra, y el alma se hunde y muere. Y también: un don mal usado puede suscitar la avidez de recibir todavía más dones para recibir mayores alabanzas. Entonces, en este caso, el Espíritu del Mal podría entrar en lugar del Señor, para seducir a los imprudentes con no genuinos prodigios. Manteneos siempre alejados de todas las seducciones, de cualquier género que sean. Huid de ellas. Sentíos contentos de lo que Dios os conceda. Él sabe lo que os es útil y en qué manera. Y siempre pensad que todo don, además de don, es prueba, una prueba de vuestra justicia y voluntad. Yo os he dado a todos vosotros las mismas cosas. Pero lo que a vosotros os hizo mejores perdió a Judas. ¿Era, pues, un mal el don? No. Maligna era la voluntad de aquel espíritu… De la misma manera ahora. Me he aparecido a muchos. No sólo para consolar y conceder dones, sino también para felicidad vuestra. Me habíais pedido que convenciera al pueblo -al que tratan de convencer los del Sanedrín respecto a lo que es su pensamiento- de que he resucitado. Me he aparecido a niños y a adultos, en el mismo día, en puntos tan distantes entre sí, que haría falta muchos días de camino para llegar a ellos. Pero para mí ya no existe la esclavitud de las distancias. Y este hecho de aparecerme simultáneamente os ha desorientado también a vosotros. Os habéis dicho: «Éstos han visto fantasmas». Vosotros, pues, habéis olvidado una parte de mis palabras: que de ahora en adelante estaré en Oriente y Occidente, en Septentrión y Mediodía, donde juzgue justo estar, sin que nada me lo impida y rápido como rayo que surca el cielo. Soy verdadero Hombre. Aquí veis mis miembros y mi Cuerpo, sólido, caliente, capaz de movimiento, respiración y palabra como el vuestro. Pero soy verdadero Dios. Y si durante treinta y tres años la Divinidad estuvo, en vistas de un fin supremo, escondida en la Humanidad, ahora la Divinidad, aunque esté unida a la Humanidad, ha tomado preponderancia, y la Humanidad goza de la libertad perfecta de los cuerpos glorificados. Reina es con la Divinidad y ya no está sujeta a todo lo que significa limitación para la Humanidad. Aquí me veis. Estoy aquí, con vosotros, y podría, si quisiera, estar dentro de un instante en los confines del mundo para atraer hacia mí a un espíritu que me buscara. ¿Y qué fruto tendrá el que Yo haya estado cerca de Cesárea marítima y en la otra Cesárea, en el Carit y en Engadí, en Pel.la y en Yuttá y en otros lugares de Judea, y en Bosra y en el Gran Hermón, en Sidón y en los confines galileos? ¿Y qué fruto tendrá el que haya curado a un niño, y resucitado a uno fallecido poco antes, y confortado a una persona acongojada; y el quehaya llamado a servirme a uno que se había macerado en dura penitencia, y a Dios a un justo que me lo había suplicado; y el que haya dado mi mensaje a unos inocentes y mis órdenes a un corazón fiel? ¿Convencerá esto al mundo? No. Los que creen seguirán creyendo, con más paz pero no con mayor fuerza, porque ya sabían verdaderamente creer. Los que no han sabido creer con verdadera fe seguirán en la duda, y los malvados dirán que las apariciones son delirios y embustes, y que el muerto no estaba muerto sino que dormía… ¿Os acordáis cuando os dije la parábola del rico Epulón? Dije que Abraham respondió al réprobo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no creerán ni a uno que resucite de entre los muertos para decirles lo que deben hacer». ¿Han creído, acaso, en mí, Maestro, y en mis milagros? ¿Qué obtuvo el milagro de Lázaro? Mi apresurada condena. ¿Qué, mi resurrección? Un aumento de su odio. Tampoco estos milagros realizados en este último tiempo mío entre vosotros persuadirán al mundo, sino que sólo persuadirán a aquellos que, habiendo elegido el Reino de Dios con sus fatigas y penas actuales y su gloria futura, no son ya del mundo. Pero me complace el que hayáis sido confirmados en la fe y que os hayáis mostrado fieles a mi indicación quedándoos en este monte, esperando, sin prisas humanas de gozar de cosas que, aun siendo buenas, eran distintas de las que yo os había indicado. La desobediencia aporta un décimo y arrebata nueve décimos. Ellos se han marchado, y oirán palabras de hombres, las mismas de siempre. Vosotros habéis permanecido aquí y habéis oído mi Palabra que, aunque recuerde cosas ya dichas, es siempre buena y útil. Esta lección os servirá de ejemplo a todos vosotros, y también a ellos, para el futuro. Jesús recorre con su mirada esos rostros ahí congregados alrededor de Él y dice: -Ven, Eliseo de Engadí, que tengo que decirte una cosa. No había reconocido al ex leproso hijo del anciano Abraham. Entonces era un esqueleto espectral, ahora es un galán en la flor de la vida. Se acerca, se postra a los pies de Jesús, que le dice: -Una pregunta se asoma temblorosa a tus labios desde que has sabido que he estado en Engadí. Es ésta: «¿Has consolado a mi padre?». Yo te digo: «¡Más que consolado! Lo he tomado conmigo». -Contigo, mi Señor. ¿Y dónde está, que no lo veo? -Eliseo, voy a estar aquí ya poco tiempo. Luego iré a mi Padre… -¡Señor!… Quieres decir… ¡Mi padre ha muerto! -Se durmió en mi Corazón. También para él terminó el dolor. Lo apuró todo, y permaneciendo siempre fiel al Señor. No llores. ¿No lo habías dejado, acaso, por seguirme a mí? -Sí, mi Señor… -Mira, tu padre está conmigo; por tanto, siguiéndome, vuelves al lado de tu padre. -¿Pero cuándo? ¿Y cómo? -En su viña, donde oyó hablar de mí por primera vez. Tu padre me recordó su súplica del pasado año. Le dije: «Ven». Murió feliz porque tú has dejado todo por seguirme a mí. -Perdona si lloro… Era mi padre… -Sé comprender el dolor. Le pone la mano sobre la cabeza para consolarlo, y dice a los discípulos: -Aquí tenéis a un nuevo compañero. Que goce de vuestro cariño, porque Yo lo arrebaté de las garras de su sepulcro para que me sirviera. Luego dice: -Elías, ven a Mí. No estés ahí todo tímido como un extranjero entre hermanos. Todo el pasado ha quedado destruido. Y tú, Zacarías, ven también, tú que has dejado padre y madre por mí, ponte con los setenta y dos junto con José de Cintio. Lo merecéis porque, por mí, habéis plantado cara a los modos de los poderosos. Y tú, Felipe, y también tú, su compañero, que no quieres ser llamado por tu nombre, porque te parece horrendo, y tomas el del padre tuyo, que es un justo aunque todavía no esté entre los que me siguen abiertamente. ¿Lo veis? ¿Veis todos que no excluyo a ninguno que tenga buena voluntad? Ni a los que me siguieron antes como discípulos, ni a los que hacían buenas obras en Nombre mío aun no hallándose en las filas de mis discípulos, ni a los que pertenecían a sectas no estimadas por todos, que pueden siempre entrar en el buen camino y no han de ser rechazados. Como Yo hago las cosas, hacedlas vosotros. A éstos los uno a los discípulos antiguos. Porque el Reino de los Cielos está abierto a todos los que tienen buena voluntad. Y, aunque no estén presentes, os digo que no rechacéis ni siquiera a los gentiles. Yo no los he rechazado cuando los he visto deseosos de Verdad. Haced lo que Yo he hecho. Y tú, Daniel, que has salido, verdaderamente has salido de la fosa (Daniel 14, 31-42), no de los leones pero sí de los chacales, ven, únete a éstos. Y ven tú, Benjamín. Os uno a éstos (señala a los setenta y dos, que están casi al completo), porque la mies del Señor fructificará mucho y son necesarios muchos obreros. Ahora vamos a estar un poco aquí juntos, mientras transcurre el día. A1 anochecer dejaréis el monte y al amanecer vendréis conmigo vosotros los apóstoles, vosotros dos a los que he nombrado aparte (señala a Zacarías y a este José de Cintium que no me resulta nuevo) y los que están aquí de los setenta y dos. Los otros se quedarán aquí, esperando a los que, presurosos, han ido a uno u otro lugar, como avispas ociosas, para decirles en mi Nombre que no es imitando a los niños perezosos y desobedientes como se encuentra al Señor. Y que estén en Betania, todos, veinte días antes de Pentecostés, porque después me buscarían en vano. Sentaos todos. Descansad. Vosotros, venid conmigo un poco aparte. Se encamina, seguido de los once apóstoles y llevando todo el tiempo agarrado de la mano a Margziam. Se sienta en la parte más tupida del encinar. Arrima a sí a Margziam, que está muy triste. Tan triste, que Pedro dice: -Consuélalo. Señor. Ya estaba triste y ahora lo está más todavía. -¿Por qué, niño? ¿No estás, acaso, conmigo? ¿No deberías estar contento de saber que he superado el dolor?Por toda respuesta, Margziam se echa a llorar del todo. -No sé lo que le pasa. Le he preguntado inútilmente. ¡Y hoy menos me esperaba este llanto! – refunfuña Pedro un poco inquieto. -Yo, sin embargo, lo sé – dice Juan. -¡Suerte la tuya! ¿Y por qué llora? -No llora desde hoy. Hace ya días… -¡Hombre, ya me he dado cuenta! Pero ¿por qué? -El Señor lo sabe. Estoy seguro. Y sé que sólo Él tendrá la palabra que consuela – añade Juan sonriendo. -Es verdad. Lo sé. Y sé que Margziam, discípulo bueno, es un niño, verdaderamente un niño, en este momento, un niño que no ve la verdad de las cosas. Pero, predilecto mío entre todos los discípulos. reflexiona: ¿no ves que he ido a reforzar fes vacilantes, a absolver, a recibir existencias consumidas, a anular venenos de duda inoculados en los más débiles, a responder con un acto de piedad o de rigor a los que aún quieren presentarme batalla, a testificar con mi presencia que he resucitado, donde más empeño se ponía en decir que estaba muerto?; ¿había necesidad, acaso, de ir a ti, niño, cuya fe, esperanza y caridad, cuya voluntad y obediencia conozco?; ¿ir a ti un instante, cuando en realidad te tendré conmigo, como ahora, todavía más veces? ¿Quién, sino tú, y sólo tú entre todos los demás discípulos, celebrará el banquete de Pascua conmigo? ¿Ves a todos éstos? Han celebrado su Pascua, y el sabor del cordero, del caroset y los ázimos y del vino se transformó por entero en ceniza y hiel y vinagre para sus paladares, en las horas que siguieron. Pero Yo y tú, niño mío, la celebraremos jubilosos, y nuestra Pascua será miel que desciende y permanece. Quien entonces lloró ahora gozará. Quien entonces gozó no puede pretender gozar de nuevo. -Verdaderamente… no estábamos muy contentos ese día… – susurra Tomás. -Sí. Nos temblaba el corazón… – dice Mateo. -Y un bullir de sospechas e ira estaban dentro de nosotros, al menos dentro de mí – dice Judas Tadeo. -Y entonces decís que quisierais celebrar la Pascua suplementaria todos… -Así es, Señor – dice Pedro. -Un día te quejaste porque las discípulas y tu hijo no iban a participar en el banquete pascual. Ahora te quejas porque el que no gozó entonces debe recibir su gozo. -Es verdad. Soy un pecador. -Y Yo soy «el que se compadece». Quiero que en torno a mí estéis todos; no sólo vosotros, sino también las discípulas. Lázaro nos ofrecerá una vez más su hospitalidad. No quise que estuvieran tus hijas, Felipe, ni vuestras esposas, ni Mirta ni Noemí, ni la jovencita que está con ellas, ni éste. ¡Jerusalén no era lugar adecuado para todos en esos días! -¡Es verdad! Ha sido una buena cosa el que no estuvieran – suspira Felipe. -Sí. Habrían visto nuestra cobardía. -Calla., Pedro. Está perdonada. -Sí. Pero yo se la he confesado a mi hijo, y creía que ése era el motivo de su tristeza. Se la he confesado porque siempre que la confieso siento un alivio. Es como si me quitara una voluminosa piedra del corazón. Me siento más absuelto cada vez que me humillo. Pero si Margziam está triste porque Tú te has mostrado a otros… -Por esto y no por otro motivo, padre mío. -¡Pues alégrate, entonces! Él te ha querido y te quiere. Ya lo ves. De todas formas, yo te había dicho lo de la segunda Pascua… -Pensaba que la obediencia que Porfiria me había puesto en tu nombre, Señor, la había cumplido demasiado poco gustosamente, y que me castigabas por eso. Y pensaba también que no te aparecías a mí porque odiaba a Judas y a tus verdugos – confiesa Margziam. -No odies a nadie. Yo he perdonado. -Sí, mi Señor. No volveré a odiar. -Y deja de estar triste. -Ya no estaré triste, Señor. Margziam, como todos los de edad muy joven, se muestra menos tímido con Jesús que los demás, y, ahora que está seguro de que Jesús no está enojado con él, se abandona a su abrazo con toda confianza; es más, se refugia en pleno, como un polluelo bajo el ala materna, en el cerco del brazo que lo estrecha y, cesando ese pesar que lo ponía triste e inquieto desde hacía muchos días, se duerme feliz. -Es un niño todavía – observa el Zelote. -Sí. ¡Pero cuánto ha sufrido! Me lo dijo Porfiria cuando la avisó José de Tiberíades y me lo trajo – le responde Pedro. Luego, al Maestro: -¡También Porfiria a Jerusalén? ¡Cuánto deseo hay en la voz de Pedro! -Todas. Quiero bendecirlas antes de subir a mi Padre. También ellas han prestado servicio, y muchas veces mejor que los hombres. -¿Y donde tu Madre no vas? – pregunta Judas Tadeo. -Nosotros estamos juntos. -¿Juntos? ¿Cuándo? -Judas, Judas, ¿tú crees que Yo, que siempre he hallado alegría a su lado, no voy a estar ahora con Ella? -Pero María está sola en su casa. Me lo dijo ayer mi madre. Jesús sonríe y responde: -Detrás del velo del Santo de los Santos entra solamente el Sumo Sacerdote. -¿Y entonces? ¿Qué quieres decir? -Que hay bienaventuranzas que no pueden ser descritas ni conocidas. Esto es lo que quiero decir. Se separa delicadamente a Margziam, confiándolo a los brazos de Juan, que es el más cercano. Se pone en pie. Los bendice. Y mientras ellos, todos de rodillas, agachada la cabeza -menos Juan, que tiene en su regazo la cabeza de Margziam-, reciben su bendición, desaparece. -Realmente es como ese relámpago de que habla – dice Bartolomé… Permanecen meditabundos en espera de la puesta de sol.