Capítulo 41
1 ¡Silencio delante de mí, costas lejanas, y que los pueblos renueven su fuerza! ¡Que se acerquen y entonces hablen! Comparezcamos juntos a juicio:
2 ¿Quién suscitó desde el Oriente a aquel a quien la victoria le sale al paso? ¿Quién le entrega las naciones y le somete a los reyes? Su espada los reduce a polvo, su arco, a paja que se avienta.
3 El los persigue y pasa sano y salvo, sin tocar el camino con sus pies.
4 ¿Quién obró así, quién hizo esto? El que llama a las generaciones desde el principio, yo, el Señor, el Primero, y que seré el mismo al final.
5 Las costas lo ven y sienten temor, tiemblan los confines de la tierra: ¡Ya se acercan, ya llegan!
8 Pero tú, Israel, mi servidor, Jacob, a quien yo elegí, descendencia de Abraham, mi amigo;
9 tú, a quien tomé de los confines de la tierra y llamé de las regiones más remotas, yo te dije: «Tú eres mi servidor, yo te elegí y no te rechacé».
10 No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios; yo te fortalezco y te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa.
11 Sí, quedarán avergonzados y confundidos los que se enfurecen contra ti; serán como nada y desaparecerán aquellos que te desafían,
12 Buscarás, pero no los encontrarás, a aquellos que te provocan; serán como nada, absolutamente nada, los que te hacen la guerra.
13 Porque yo, el Señor, soy tu Dios, el que te sostengo de la mano derecha y te digo: ¿No temas, yo vengo en tu ayuda».
14 Tú eres un gusano, Jacob, eres una lombriz, Israel, pero no temas, yo vengo en tu ayuda –oráculo del Señor– y tu redentor es el Santo de Israel.
15 Yo te convertiré en una trilladora, afilada, nueva, de doble filo: trillarás las montañas y las pulverizarás, y dejarás las colinas como rastrojo.
16 Las aventarás y el viento se las llevará, y las dispersará la tormenta; y tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás en el Santo de Israel.
17 Los pobres y los indigentes buscan agua en vano, su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, les responderé, yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
18 Haré brotar ríos en las cumbres desiertas y manantiales en medio de los valles; convertiré el desierto en estanques, la tierra árida en vertientes de agua.
19 Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos silvestres; plantaré en la estepa cipreses, junto con olmos y pinos,
20 para que ellos vean y reconozcan, para que reflexionen y comprendan de una vez que la mano del Señor ha hecho esto, que el Santo de Israel lo ha creado.
21 ¡Expongan su caso, dice el Señor, presenten sus pruebas, dice el rey de Jacob!
22 Que se adelanten, y nos anuncien lo que está por suceder. ¿Qué aconteció en el pasado? Díganlo, y prestaremos atención. O bien, predigan lo que va a venir, para que conozcamos su desenlace.
23 Anuncien lo que pasará después y así sabremos que ustedes son dioses. Hagan algo, sea bueno o malo, para que lo veamos con asombro y temor.
24 ¡Pero no, ustedes no son nada y sus obras, menos que nada! ¡Qué abominable el que los elige a ustedes!
25 Yo lo suscité desde el Norte, y él vino; desde el Oriente lo llamé por su nombre. El pisotea a los gobernantes como barro, como un alfarero que pisa la arcilla.
26 ¿Quién lo anunció desde el principio, para que pudiéramos saberlo? ¿Quién lo declaró desde hace tiempo, para que dijéramos: «¡Tiene razón!»? No, nadie lo anuncia, nadie lo predice, nadie oyó las palabras de ustedes.
27 Yo, el Primero, dije a Sión: «¡Aquí están, sí, aquí están!» y envié a Jerusalén un heraldo de buenas noticias.
28 Miré, y no había nadie, no había entre ellos ni un solo consejero, para poder interrogarlos y tener una respuesta.
29 ¡Ahí están! ¡Todos ellos no son nada, sus obras, absolutamente nada, sus estatuas, viento y vacío!