Capítulo 8
1 El texto siguiente es una copia de la carta:
2 «El Gran Rey Artajerjes a los gobernadores de provincia de las ciento veintisiete regiones, desde la India hasta Etiopía, a os que se preocupan de nuestros intereses, ¡salud!
3 Mucha gente, cuanto más frecuentes son los honores que reciben de la extrema generosidad de sus bienhechores, tanto más se dejan llevar por el orgullo. Y no sólo tratan de perjudicar a nuestros súbditos, sino que también, no pudiendo soportar su descontento, conspiran contra sus mismos bienhechores.
4 No les basta con suprimir los sentimientos de gratitud entre los hombres, sino que, exaltados por los aplausos de los que ignoran el bien, se imaginan que escaparán a Dios, que todo lo ve, y a su justicia, que detesta el mal.
5 Así, con frecuencia, muchos de los que están constituidos en autoridad, bajo la presión de ciertos amigos a quienes habían confiado la administración de los asuntos de estado, se han hecho cómplices del asesinato de inocentes y se han visto envueltos en males irremediables,
6 porque los sofismas falaces de una mentalidad perversa engañaron la absoluta buena fe de los soberanos.
7 Esto se puede comprobar, sin necesidad de remontarnos a los relatos que nos llegan de pasado, examinando lo que acontece ante nuestros ojos: ¡cuántas impiedades no han sido perpetradas por esta calaña de gobernantes indignos!
8 Por eso vamos a tomar precauciones para el futuro, a fin de asegurar a todos los hombres la tranquilidad y la paz del reino.
9 efectuando los cambios oportunos y juzgando siempre con actitud ecuánime los asuntos que se nos presenten.
10 Ahora bien, Amán, hijo de Hamdatá, un macedonio –en todo extraño a la sangre de los persas y desprovisto por completo de nuestra generosidad– después de ser recibido entre nosotros como huésped,
11 se benefició con los sentimientos de humanidad que manifestamos hacia cualquier nación, hasta el punto de ser llamado nuestro «padre» y de ver que todo el mundo se postraba ante él, porque había obtenido el segundo lugar en el reino.
12 Pero él no fue capaz de moderar su soberbia, e intentó arrebatarnos el poder y la vida.
13 Con toda clase de argucias, reclamó la pena de muerte para Mardoqueo, nuestro salvador y constante bienhechor, para Ester, nuestra irreprochable consorte real, y para su nación entera.
14 Así él pensaba dejarnos aislados y entregar a los macedonios el imperio de los persas.
15 Pero nosotros hemos hallado que los judíos, condenados al exterminio por ese hombre tres veces criminal, no son malhechores. Al contrario, se gobiernan con las leyes más justas,
16 y son hijos del Altísimo, del gran Dios viviente, que para nuestro bien, como antes para el de nuestros antepasados, conserva el reino en el estado más floreciente.
17 Por lo tanto, ustedes no deben tener en cuenta las cartas enviadas por Amán, hijo de Hamdatá, ya que su autor ha sido colgado ante las puertas de Susa con toda su familia: Dios, el soberano de todas las cosas, le ha infligido así el rápido castigo que merecía.
18 Además, expondrán en todo lugar público la copia de esta carta, dejarán que los judíos vivan de acuerdo con sus costumbres, y les prestarán la ayuda necesaria para defenderse de quienes los ataquen en el momento de la persecución, ese mismo día trece del duodécimo mes llamado de Adar.
19 Porque Dios, que tiene todas las cosas bajo su poder, ha hecho de aquella fecha, no un día de exterminio, sino de alegría para todo el pueblo elegido.
20 En cuanto a ustedes, los judíos, celebrarán gozosamente este día memorable como una de sus fiestas solemnes, a fin de que, ahora y en el futuro, sea una prenda de salvación para nosotros y para los persas de buenos sentimientos y para los que conspiran contra nosotros sea el memorial de su perdición.
21 Cualquier ciudad o provincia en general que no obre de acuerdo con estas prescripciones, será arrasada sin piedad a sangre y fuego: no sólo resultará intransitable para los hombres, sino que hasta las fieras salvajes y los pájaros le tendrán repulsión para siempre».
[Después de Est. 10.3]