Mensaje del 31de diciembre de 1995 en Milán
Ultima noche del año
El gran signo de la Divina Misericordia.
«Hijos predilectos, pasad Conmigo las últimas horas de este año que está ya para terminar. Ved cuántos transcurren estas horas en la disipación y en las diversiones y esperan el nuevo año en una atmósfera pagana, con frecuencia, en una ostentosa transgresión a la Santa Ley del Señor. Vosotros pasad estas horas Conmigo, en la oración y en el silencio, en la meditación de mi palabra y en una gran confianza en vuestro Padre Celestial. Es la Providencia quien prepara para vosotros cada nuevo día y cada nuevo año, ritmando así en el sucederse del tiempo, cuanto el Padre dispone para el bien de todos sus hijos. Es el Padre quien dispone para vosotros nuevos días de paz y no de aflicción, de perdón y no de condena, para que pueda resplandecer sobre el mundo el milagro de su Divina Misericordia. Leamos juntos en esta noche los signos que el Padre nos da de su Amor Misericordioso. Yo soy el gran signo de la divina misericordia. -Por esto me manifiesto, de una manera tan fuerte y extraordinaria, a través de mis apariciones, mis numerosas lacrimaciones y los mensajes que doy al corazón de este mi pequeño hijo, que Yo misma conduzco por todos los caminos del mundo, a la búsqueda de los pecadores, de los enfermos, de los caídos, de los extraviados, de los desesperados, de aquellos que sucumben a la seducción del pecado y del mal. Por esto invito a todos a consagraros a mi Corazón Inmaculado, y extiendo esta mi llamada hasta los extremos confines de la tierra, a través de mi Movimiento Sacerdotal Mariano. Así os ofrezco el seguro refugio, que la Santísima Trinidad os ha preparado para estos tiempos borrascosos de la gran tribulación y de la prueba dolorosa que ha llegado para la Iglesia y para toda la humanidad. Por esto renuevo mi urgente llamada a volver al Señor, que os espera con el amor de un Padre, por el camino de la conversión y del cambio de corazón y de vida. Alejaos del pecado y del mal, de la violencia y del odio, del culto que se da cada vez más a Satanás y a los ídolos del placer y del dinero, de la soberbia y del orgullo, de la diversión y de la impureza. Y caminad sobre la vía renovada del amor y de la bondad, de la comunión y de la oración, de la pureza y de la santidad. Así llegaréis a ser vosotros mismos los signos de la divina misericordia para la humanidad trastornada por la tempestad de indecibles dolores, en el tiempo en que la gran tribulación está llegando a su vértice. -Por esto os llamo cada día a seguirme. Yo soy la Madre del amor hermoso y de la santa esperanza. Yo soy la Reina de la paz y el alba que anuncia el nuevo tiempo que os espera y que cada vez está más próximo. Multiplicad por doquier los Cenáculos de oración que os he pedido. Sobre todo difundid los Cenáculos familiares, que Yo pido como medio para salvar a la familia cristiana de los grandes peligros que la amenazan. Yo soy la Madre de la vida. Yo soy la Reina de la familia. Sacerdotes, hijos míos predilectos, responded a mi petición de consagraros a mi Corazón Inmaculado, porque soy vuestra Madre comprensiva y misericordiosa. Mía es la misión de lavaros de toda mancha, de consolaros en todo dolor, de dar confianza a vuestro gran desánimo y fuerte esperanza a vuestra soledad. Yo os ayudo a estar en el mundo sin ser del mundo; porque deseo que seáis solo, siempre y enteramente de mi hijo Jesús. Sobre todo para vosotros, mis hijos Sacerdotes, soy hoy el gran signo de la Divina Misericordia, Mientras llega el término de este año, os bendigo a todos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»