Mensaje del 24 de diciembre de 1995 en Dongo (Italia)
Noche Santa
El amor Misericordioso.
«Hijos predilectos, vivid Conmigo, en el silencio y en la oración la anhelante hora de la vigilia. Caminad con mi castísimo esposo José y con vuestra Madre Celeste por el largo camino, que de Nazaret nos conduce a Beén. Sentid también vosotros la fatiga del viaje, el cansancio que se apodera de nosotros, la confianza que nos guía, la oración que acompaña cada paso, mientras una felicidad sobrehumana llena nuestros corazones, unidos ahora en comunión perfecta con el Corazón del Padre Celeste, que está a punto de abrirse al don de su Hijo Unigénito. No nos turba el rumor de la numerosa caravana, ni el desconsuelo se apodera de nosotros al ver que todas las puertas se cierran a nuestra petición de ser acogidos. La mano piadosa de un pastor nos indica una pobre Gruta, que se abre al mayor y divino prodigio. Está a punto de nacer a su vida humana el Hijo Unigénito del Padre. Está a punto de descender sobre el mundo su Amor Misericordioso, hecho hombre en el Hijo que nace de Mí su Madre Virgen. Después de largos siglos de espera y de orante imploración, finalmente llega a vosotros vuestro Salvador y Redentor. Es la noche santa. Es el alba que surge sobre el nuevo día de vuestra salvación. Es la Luz que resplandece en la tiniebla profunda de toda la historia. Mi esposo José trata de hacer más hospitalaria la gélida Gruta y se afana para transformar en cuna un pobre pesebre. Yo estoy absorta en una intensa oración y entro en éxtasis con el Padre Celeste, que me envuelve con su luz y con su amor me llena de su plenitud de vida y bienaventuranza, mientras el Paraíso, con todas sus milicias Angélicas, se postra en acto de adoración profunda. Cuando salgo de este éxtasis, me encuentro entre los brazos a mi divino Niño, milagrosamente nacido de Mí su Madre Virgen. Lo estrecho a mi Corazón, lo recubro de tiernos besos, lo caliento con mi amor de madre, lo envuelvo en blancos pañales, lo deposito en el pesebre ya preparado. Mi Dios está todo presente en este mi Niño. La Misericordia del Padre se transparenta en el recién nacido que emite sus primeros gemidos de llanto. La Divina Misericordia os ha dado su fruto: postrémonos juntos y adoremos al Amor Misericordioso que ha nacido por nosotros. -Miremos juntos sus ojos, que se abren para traer sobre el mundo la luz de la Verdad y de la divina Sabiduría. -Enjuguemos juntos sus lágrimas, que descienden para compadecerse de todo sufrimiento, para lavar toda mancha de pecado y de mal, para cerrar toda herida, para dar alivio a todos los oprimidos, para hacer descender la esperada rociada sobre el gélido desierto del mundo. Estrechemos juntos sus manos, que se abren para llevar la caricia del Padre sobre las humanas miserias, para dar ayuda a los pobres y a los pequeños, apoyo a los débiles, confianza a los desalentados, perdón a los pecadores, salud a los enfermos, a todos el don de la Redención y de la Salvación. -Calentemos juntos sus pies, que seguirán caminos áridos e inseguros, para buscar a los extraviados, encontrar a los perdidos, dar esperanza a los desesperados, para llevar la libertad a los presos y la buena nueva a los pobres. -Besem os juntos su pequeño corazón, que apenas ha comenzado a latir de amor por nosotros. Es el corazón mismo de Dios. Es el corazón del Hijo Unigénito del Padre, que se hace Hombre para devolver a Dios la humanidad por Él redimida y salvada. Es el corazón que late para renovar el corazón de toda criatura. Es el corazón nuevo del mundo. Es el Amor Misericordioso que desciende del seno del Padre, para llevar a toda la humanidad la redención, la salvación y la paz. Acogedlo con amor, con alegría y con felicidad inmensa. Y elévese de vuestro corazón el himno de la perenne gratitud por este Ni-ño, que os ha sido dado virginalmente por Mí que, en esta noche santa, me convierto para todos en la Madre de la Divina Misericordia».