Mensaje del 15 de noviembre de 1995 en Barretas (Brasil: Ciudad de María)
Ejercicios Espirituales en forma de Cenáculo,
con los Obispos y Sacerdotes del M.S.M. de todo Brasil
Difundid mi Luz.
«El dolor de mi Corazón Inmaculado es consolado por vosotros y mis lágrimas se han tomado en sonrisa, al veros aquí reunidos, en un continuo Cenáculo de oración y de fraternidad, Obispos y Sacerdotes de mi Movimiento, que habéis venido de todas partes del Brasil. Yo estoy siempre con vosotros. Me uno y doy fuerza a vuestra plegaria; os ayudo a caminar juntos en el amor mutuo, hasta llegar a ser un solo corazón y una sola alma. Os obtengo el don del Espíritu Santo, que desciende sobre vuestro Cenáculo, como descendió en el Cenáculo de Jerusalén. Es el Espíritu Santo quien os transforma, cambia vuestro corazón y da la Sabiduría a vuestra mente, para que podáis ser hoy luz encendida sobre el monte, en estos tiempos de gran oscuridad. -Difundid mi luz en la tiniebla profunda que ha sumergido el mundo. Es la tiniebla de la negación de Dios; es la tiniebla de las falsas ideologías, del materialismo, del hedonismo y de la impureza. Ved como el mundo se ha vuelto pagano y vive bajo el yugo de una gran esclavitud. En esta vuestra gran Nación, tan insidiada por mi Adversario, pero tan amada y protegida por vuestra Madre Celestial, ved como se difunden cada vez más las sectas, que alejan a tantos de mis hijos de la verdadera Iglesia. -Difundid mi luz predicando el Evangelio de Jesús con fuerza y con fidelidad. Su divina Palabra debe ser proclamada por vosotros con la misma claridad y simplicidad con la que Jesús os la anunció. Si sois ministros fieles al Evangelio, oponed la defensa más fuerte, a la propagación continua de las sectas y de toda forma de espiritismo y de superstición. -Difundid mi luz con vuestra plena y sacerdotal unidad. Una llaga profunda que hace sufrir a mi Iglesia en Brasil es la causada por aquellos Obispos y Sacerdotes que ya no están unidos al Papa. Ellos ignoran y rechazan su magisterio y así los errores se difunden y con frecuencia se enseñan, y muchos hijos míos corren el peligro de alejarse de la verdadera fe. Sed vosotros ejemplo para todos de fuerte unidad con el Papa. Amadlo, escuchadlo, ayudadlo a llevar su grande y pesada cruz hacia el Calvario de su inmolación. Ayudad a vuestros Obispos con la oración, con vuestro celo sacerdotal y sed su consuelo en su difícil y doloroso ministerio. Que vuestro corazón se abra para ayudar a todos los hermanos Sacerdotes, especialmente a aquellos que sucumben bajo el peso de la gran tribulación que estáis viviendo. No juzguéis a nadie. Amad a todos con el latido de mi Corazón Inmaculado. Difundid mi Luz esparciendo en tomo vuestro el bálsamo de mi materna ternura. Salid al encuentro sobre todo de los pequeños, de los pobres, de los pecadores, de los alejados, de los perseguidos, de las innumerables víctimas de todas las injusticias, de todas las violencias y traedlos a todos al refugio seguro de mi Corazón Inmaculado. Entonces llegáis a ser los Apóstoles de la segunda evangelización, tan pedida por mi Papa, y los instrumentos preciosos de mi triunfo materno. Os manifiesto ahora mi gratitud por la respuesta tan generosa que he recibido, a mi petición de consagrarse a mi Corazón Inmaculado y de difundir los Cenáculos entre los Sacerdotes, los niños, los jóvenes y sobre todo entre las familias. En estos meses, en los cuales éste mi pequeño hijo ha llegado a todas las partes de vuestra gran Nación, qué amada, invocada, consolada y glorificada he sido por vosotros. Os confirmo una vez más que Brasil me pertenece; es propiedad Mía. Sobre todo en los momentos dolorosos que os esperan, veréis la luz de mi Corazón Inmaculado envolver vuestra Iglesia y vuestra Patria y sentiréis, de una manera extraordinaria mi presencia materna entre vosotros. Salid de este Cenáculo con paz y alegría. Yo estoy siempre con vosotros. Difundid mi luz por todas partes, para que a todos pueda llegar la rociada de la Divina Misericordia, y caminad con confianza y una gran esperanza hacia los tiempos nuevos que están tan próximos. Con vuestros seres queridos, con todos aquellos que os han sido confiados a vuestro ministerio sacerdotal, os bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».