Mensaje del 15 de agosto de 1995 en Rubbio (Italia)
Fiesta de la Asunción de Ntra. Señora al cielo.
Signo de segura esperanza.
«Contemplad hoy a vuestra Madre Celeste, asunta a la gloria del Paraíso, incluso en cuerpo. Unios a la alegría de todas las milicias Angélicas, de los santos, de las almas que todavía se purifican en el Purgatorio. Participad también del gozo de la Iglesia, peregrina en el desierto del mundo y de la historia, que contempla a vuestra Madre Celeste como signo de consolación y de segura esperanza. -Soy signo de segura esperanza para la Iglesia, mientras camina hacia su perfecta glorificación, que conocerá en el momento en el que Jesucristo volverá a vosotros en gloria. En estos últimos tiempos de la gran tribulación, en la hora conclusiva del segundo adviento que estáis viviendo, como signo de esperanza se abre en la vida de la Iglesia la seguridad de estar siempre asistida y protegida por Mí, con el pálpito de mi Corazón materno y misericordioso. Así mi presencia junto a la Iglesia es consuelo para su sufrimiento, alivio para su cansancio, fuerza para su anuncio, sostén para su fe, ayuda en su camino hacia la santidad. -Soy signo de segura esperanza para la humanidad hoy tan poseída por el Maligno, tan amenazada en su misma vida, tan dilacerada por el egoísmo y por el odio, por las luchas fratricidas y las guerras. Como Madre, ayudo a toda la humanidad a volver a su Señor, por la vía de la penitencia y de la oración, de la conversión, del cambio de corazón y de vida. Y Así preparo para ella nuevos días de paz y no de aflicción, de serenidad y de gozo. Sobre todo, en estos últimos tiempos, me hago presente de manera fuerte para preparar a la humanidad a recibir a Jesús que está para volver en gloria, para obrar en ella una total y perfecta transformación. -Soy signo de segura esperanza para todos vosotros mis pobres hijos que lleváis el peso de muchos sufrimientos y de grandes dolores. Estos sufrimientos deberán aumentar ahora para todos y el dolor crecerá cada vez más, porque vivís los últimos tiempos de la gran tribulación. Mirad hoy a vuestra Madre Celeste, asunta a la gloria del Paraíso, si queréis atravesar los umbrales de la esperanza. De mi Corazón Inmaculado hago descender la rociada de la divina Misericordia, bálsamo suave, que se deposita sobre las heridas abiertas y sangrantes de todos mis hijos. -Soy signo de segura esperanza para vosotros pecadores y alejados, para vosotros enfermos y desesperados, para vosotros oprimidos y perseguidos, para vosotros golpeados y aplastados, para vosotros heridos por la violencia y el odio, para vosotros pisoteados y muertos por las luchas fratricidas y las guerras. En el momento conclusivo de la gran prueba, sentiréis mi presencia de Madre, que os ayuda a traspasar el umbral de la esperanza, para entrar en una nueva era de paz, que llegará para la Iglesia, para la humanidad y para todos vosotros, con el triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo».