Mensaje del 1 de abril de 1994 en Capoliveri (Livomo)
Viernes Santo
La Cruz luminosa.
«Acercaos al Trono de la Gracia para obtener misericordia en este día de la Redención. Mirad con amor e inmensa gratitud, a Aquel que hoy han traspasado. Es el Verbo eterno del Padre que se ha hecho Hombre. Es el Hijo de Dios ofrecido por vuestro rescate. 1Es el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Es mi hijo Jesús, nacido y crecido de Mí, asistido y seguido, contemplado con materna felicidad en el ritmo de su crecimiento humano. Es mi hijo, confortado y animado por Mí frente a todo rechazo oficial, seguido por Mí y escuchado en el desierto de tanta incredulidad, consolado por la voz de los pequeños, de los pobres, de los enfermos y de los pecadores. Es mi hijo, que hoy encuentro mientras lleva sobre sus espaldas llagadas el duro peso de su patíbulo. Vivid Conmigo el indecible instante de este encuentro. Mi amor materno se derrama como bálsamo sobre todas sus heridas; su dolor inmenso de Hijo cae sobre el corazón de la Madre, traspasado por su mismo padecer. Y la Cruz aplasta Hijo y Madre, ya desde ahora unidos en esta única ofrenda. Quedaos Conmigo, hijos predilectos, bajo la Cruz, junto a vuestro hermano Juan. Hay tanta necesidad de consuelo. Para Jesús que es clavado en el patíbulo, alzado de la tierra y vive las horas sangrientas de su agonía. Para Mí su Madre, íntimamente asociada a su pasión redentora. Hay tanta necesidad de fe. Ved a Jesús aplastado como un gusano; sobre su cuerpo inmolado pesan todos los pecados del mundo; su Corazón es oprimido por la ingratitud humana y por una falta de fe tan profunda. “Ha salvado a otros, y no es capaz de salvarse a sí mismo. Baje de la Cruz si es el Hijo de Dios, entonces le creeremos”. Conmigo, con Juan, con las piadosas mujeres, con el centurión arrepentido, decid también vosotros: ¡Este es verdaderamente el Hijo de Dios! Hay tanta necesidad de amor. Sobre el Gólgota el amor parece vencido. Sólo hay odio, rencor, maldad y ferocidad inhumana. Las tinieblas descienden y oscurecen el mundo. El amor está todo recogido en Cristo Crucificado, que ora, perdona, se inclina a la Voluntad del Padre y se abandona dócilmente a Él. El amor desciende de Él sobre la Madre, llamada a abrir su corazón a una nueva y espiritual maternidad, y sobre Juan que os representa a todos en el acto de acoger este don supremo del Corazón divino del Hijo. Hay tanta necesidad de esperanza. Ahora el cuerpo exánime de Jesús, desde la Cruz, es depositado entre mis brazos maternos. Lo recubro de besos y lágrimas, y con la ayuda de las fieles mujeres lo envuelvo en lino purísimo y lo depositamos en su sepulcro nuevo. Y una gruesa piedra lo cierra. Pero se abre la puerta de la esperanza. La esperanza que Jesús no puede permanecer en la muerte, porque es el hijo de Dios; que resucitará, porque tantas veces lo había predicho; que de nuevo se encontrará con los discípulos en la tierra gozosa y fértil de la Galilea. En el dolor de este viernes santo, vuestra Madre Celestial os pide abrir los corazones a la esperanza. La Cruz ensangrentada que hoy contempláis en el llanto, será la causa de vuestra mayor alegría, porque se transformará en una gran Cruz luminosa. La Cruz luminosa, que se extenderá de oriente a occidente y aparecerá en el cielo, será el signo del retomo de Jesús en gloria. La Cruz luminosa de patíbulo se transformará en trono de su triunfo, porque Jesús vendrá sobre ella a instaurar su Reino glorioso en el mundo. La Cruz luminosa que aparecerá en el cielo al fin de la purificación y de la gran tribulación, será la puerta que abre el largo y tenebroso sepulcro en que yace la humanidad, para conducirla al nuevo reino de vida, que Jesús traerá con su glorioso retomo.»