Mensaje del 31 de diciembre de 1993 en Milán
Última noche del año Grande es mi preocupación.
«Hijos predilectos, pasad Conmigo las últimas horas de este año que está para acabar, en la oración y en el recogimiento. No os dejéis apoderar por la disipación, el mido y las diversiones, con las que pasan estas horas la mayor parte de mis pobres hijos. Leed en el silencio los signos de vuestro tiempo y asociaos a mi gran preocupación por lo que os espera. — Grande es mi preocupación, porque esta humanidad, tan enferma, continúa en su obstinado rechazo de Dios y de su Ley de amor. De tantas maneras y con muchos signos e intervenciones extraordinarias, he intervenido durante este año para invitarla a la conversión y a su retomo al Señor. Pero no he sido escuchada. El Nombre del Señor es vilipendiado y su día es cada vez más profanado. El egoísmo sofoca el corazón de los hombres, que se han vuelto fríos y cerrados por una gran incapacidad de amar. El valor de la vida es despreciado; aumentan las violencias y homicidios; se recurre a cualquier medio para impedir el nacimiento de nuevas criaturas; se multiplican por doquier los abortos voluntarios, estos terribles delitos que gritan noche y día venganza ante la presencia de vuestro Dios; la impureza se propaga como una marea de fango que todo lo arrolla. La copa de la divina Justicia está colmada y rebosante. Yo veo el castigo con el que la misericordia de Dios quiere purificar y salvar esta pobre humanidad pecadora. ¡Qué grandes y numerosos son los sufrimientos que os esperan, mis pobres hijos tan insidiados y engañados por Satanás, el Espíritu de la mentira que os seduce y os arrastra a la muerte! — Grande es mi preocupación, porque mi Iglesia está a merced de las fuerzas del mal que la amenazan e intentan destruirla desde dentro. La masonería, con su poder diabólico, ha puesto su centro en el corazón mismo de la Iglesia, donde reside el Vicario de mi hijo Jesús y desde allí difunde su maléfico influjo en todas partes del mundo. Ahora ella va a ser nuevamente traicionada por los suyos, cruelmente perseguida, y conducida al patíbulo. Yo veo que la persecución sangrienta está ya a las puertas y cuántos de vosotros seréis dispersados por el impetuoso viento de este huracán espantoso. Participad en estas horas en esta mi gran preocupación y unios todos a mi oración de intercesión y de reparación. Multiplicad por todas partes los Cenáculos de oración, que Yo os he pedido, como lugares seguros, como refugios donde protegeros de la tremenda tormenta que os espera. En los Cenáculos sentiréis mi extraordinaria presencia. En los Cenáculos experimentaréis la seguridad y la paz que os da vuestra Madre Celestial. En los Cenáculos seréis preservados del mal y defendidos de los grandes peligros que os amenazan. En los Cenáculos seréis formados por Mí en la confianza y en una gran esperanza. Porque el Cenáculo es el lugar de vuestra salvación que la Madre Celestial ha preparado para vosotros en estos últimos tiempos en los que la gran prueba ya ha llegado para todos.»