Mensaje del 15 de agosto 1993 en Rubbio (Italia)
La Asunción de María Santísima al cielo.
Junto a todos vosotros.
«Hijos’predilectos, contemplad hoy con alegría el esplendor de mi Cuerpo glorioso, elevado a la gloria del Paraíso. La Santísima y Divina Trinidad es hoy glorificada por vuestra Madre Celestial. El Padre contempla en Mí la obra maestra de su creación y se complace al verme circundada del esplendor de su gloria y de su divina potencia. El Hijo me ve con alegría junto a Sí y me asocia a su poder real sobre todo el universo. El Espíritu Santo es glorificado por su Esposa, que es exaltada sobre todas las criaturas terrenas y celestiales. En este día reflejo sobre vosotros los rayos de mi esplendor y os pido que caminéis en la luz de mi presencia materna junto a todos vosotros. Precisamente por el privilegio de mi Asunción corporal al cielo, yo puedo estar siempre junto a todos vosotros, mis pobres hijos, todavía peregrinos sobre esta tierra. Estoy junto a mi Iglesia, que sufre y está dividida, crucificada e inmolada, que vive la horas dolorosas de su martirio y de su calvario. Estoy junto a toda la humanidad, redimida por Jesús, pero que ahora está tan lejana de su Señor, y que camina por la perversas sendas del mal y del pecado, del odio y la iniquidad. Estoy junto a mis hijos descarriados, para conducirlos por la vía de la conversión y del retomo al Señor; a los enfermos, para darles consuelo y sanación; a todos los alejados, para conducirlos a la casa del Padre Celestial que con tanto amor les espera; a los desesperados, para darles esperanza y confianza; a los moribundos, para abrirles la puerta de la felicidad eterna. Estoy particularmente junto a mi Papa, que por Mí misma es guiado, conducido e inmolado; a los Obispos y Sacerdotes, para darles valor y fuerza para caminar por la senda del testimonio heroico a Jesús y a su Evangelio; a los Religiosos, para ayudarles seguir a Jesús obediente, pobre y casto, hasta el Calvario; a todos los fieles, para darles la gracia de mantener en toda circunstancia sus promesas bautismales. Ahora que la gran prueba ha llegado, me sentiréis de manera extraordinaria junto a todos vosotros, para ser el gran signo de consolación y de segura esperanza, en estos últimos tiempos de la purificación y de la gran tribulación.»