Mensaje del 1 de julio de 1993 en Valdragone (República de San Marino)
Ejercicios Espirituales en forma de Cenáculo con Obispos y
Sacerdotes de M.S.M. de América y de Europa
La misión que os confío.
«En estos días, hijos predilectos, ¡cuánta alegría dais a mi Corazón Inmaculado y como consoláis mi dolor! Habéis venido de países lejanos de América y de toda Europa, y ahora, Obispos y Sacerdotes de mi Movimiento, os encontráis reunidos en un continuo Cenáculo. Vuestra Madre Celeste está presente de una manera extraordinaria, para orar con vosotros, para haceros crecer en el amor y en la unidad, para obteneros el don del Espíritu Santo que os confirme en vuestra vocación, que os de valor en vuestro apostolado, que lleve alegría y paz a vuestro corazón. En vosotros vuestra Madre Celestial es glorificada. Por medio de vosotros se realiza el triunfo de mi Corazón Inmaculado. Por esto todavía una vez más os he llamado aquí arriba, sobre este monte, y vosotros habéis respondido con gran generosidad. Por esto he ejercitado, fuertemente, mi acción materna en vuestros corazones y en vuestras almas, porque en adelante debéis estar prontos a la misión que os confío. —La misión que os confío es la de ir por todas partes llevando la luz de la Verdad, en estos tiempos en los que las tinieblas del error se han difundido por doquier. Ved cómo la falta de fe se propaga, ¡Cómo la apostasía crece cada día! Sed vosotros la luz encendida en la noche, sed los apóstoles fieles al Evangelio, que debe ser vivido por vosotros y anunciado a la letra. No os dejéis seducir por falsos maestros, que hoy se han hecho tan numerosos; no os dejéis engañar por las nuevas doctrinas aunque sean generalmente seguidas; porque, como Cristo, también su Verdad es la misma: ayer, hoy y siempre. Entonces, en estos días, vuestra luz resplandecerá ante los hombres, que glorificarán a vuestro Padre Celestial; indicaréis el camino a seguir en esta nueva evangelización, y llegaréis a ser los apóstoles de estos últimos tiempos. — La misión que os confío es la de ir por doquier a llevar la salvación de Cristo, a una humanidad que se ha vuelto pagana, después de casi dos mil años desde el primer anuncio del Evangelio. Dad al mundo de hoy a Jesús, el único Redentor, el único Salvador. Dadlo con el ejercicio fiel de vuestro sacerdocio, que os pone al servicio de las almas, con el ministerio de los Sacramentos que os ha sido confiado. Sobre todo sed solícitos en la oración, diligentes en el apostolado, ardientes de amor en la celebración de la Eucaristía, asiduos y disponibles en el Sacramento de la Reconciliación, que hoy es tan olvidado por gran parte de mis hijos Sacerdotes. Entonces ayudad a los fieles, confiados a vuestro cuidado, a caminar por la senda de la santidad, de la Gracia de Dios, del amor, de la pureza, en el ejercicio de todas las virtudes. La misión que os confío es la de ir por doquier a llevar el fuego del amor; a una humanidad desecada por el egoísmo, oscurecida por el odio, herida por la violencia, amenazada por la guerra. Ved cuántos son mis pobres hijos que cada día sucumben, bajo el peso de esta general incapacidad de amar. Ahora que la gran prueba ya ha llegado, andad por todas partes del mundo a buscar a mis hijos que se han descarriado, Tomadles en vuestros brazos sacerdotales y llevadles a todos al refugio seguro de mi Corazón Inmaculado. Sostened a los débiles; y reforzad a los tímidos; convertid a los pecadores; conducid a la casa del Padre a los alejados; sanad a los enfermos; confortad a los moribundos; a todos dadles el rocío celeste de mi amor materno y misericordioso. Ya desde este año, los acontecimientos se agravarán en la Iglesia y en el mundo, porque entráis en los tiempos, que os han sido predichos por Mí, en el mensaje que os he dado en Fátima y que hasta ahora no se os ha revelado todavía. Pero ahora se volverá patente por los mismos acontecimientos que estáis viviendo. Por esto La misión que os confío es la de ir por todas partes llevando la luz de la Verdad, la salvación de Jesús, la ternura de mi amor materno. Así vosotros llegáis a ser los instrumentos del triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo. Salid de este Cenáculo en la alegría; la paz en el corazón sea el signo de mi cotidiana presencia junto a vosotros. Vivid en la confianza y en una gran esperanza, y llegad a ser el signo de consolación de todos cuantos encontréis en vuestro camino. Con vuestros seres queridos, con todos aquellos que os han sido confiados, os bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»