Mensaje del 8 de diciembre de 1992 en Sant’Homero (Teramo)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
La Ciudad Santa.
«Hoy me contempláis con gozo en el esplendor de mi Inmaculada Concepción. Hijos míos predilectos, dejaos atraer por la luz inmaculada de vuestra Madre Celestial y corred tras la onda suave de mi perfume de cielo. Porque soy exenta de todo pecado, el Padre ha puesto sobre Mí su mirada de predilección. El Verbo me ha escogido para ser su Madre y el Espíritu Santo se ha unido a Mí con vínculo de amor esponsal. He entrado así en el corazón mismo de la Santísima Trinidad. Porque soy exenta de todo pecado, la divina Trinidad me ha escogido como Capitana y Vencedora, en la terrible lucha contra Satanás y todos los espíritus del mal. Porque soy exenta de todo pecado, Jesús me ha asociado íntimamente, como Madre, a su designio de salvación y me ha hecho la primera colaboradora de su Obra de Redención, confiándome, como hija, toda la humanidad redimida y salvada por Él. Soy por lo tanto Madre de la humanidad. Pertenece a mi designio de nueva Eva y a mi misión de Madre volver a toda la humanidad a la plena comunión de vida con Dios, ayudándola a nacer y a crecer en la Gracia y en la Santidad. Por esto, sobre todo, es misión Mía, alejar de vosotros, de la Iglesia y de la humanidad la sombra tenebrosa del pecado y del mal, para conducir a todos a la Ciudad Santa de la pureza y del amor. La luz de esta Ciudad Santa es el mismo esplendor del Padre, el sol que calienta es el Cordero Inmolado, de cuyo Corazón salen rayos ardientes de fuego y de amor; el aire que se respira es el hálito del Espíritu Santo, que da la vida y mueve a todas las criaturas a su canto de gloria y de celestial armonía. Esta es la misión confiada a vuestra Madre Celeste. — La Ciudad Santa, debe, ante todo, establecerse en los corazones y en las almas, esto es, en la vida de todos mis hijos. Esto sucede cuando os sustraéis a todas las seducciones del mal y de las pasiones y dais lugar al amor de Dios, que os conduce a vivir en perenne comunión de vida con El. Así sois liberados de la esclavitud del pecado y retomados a aquella experiencia de gracia, de pureza y de gozo, que era la condición habitual de vida de Adán, antes de que sucumbiese a la insidia de la serpiente y a su primera caída. Entonces beberéis del manantial que mana del Paraíso; seréis vencedores del mal y del Maligno; entraréis en posesión de los bienes que el Señor os ha preparado; llegaréis a ser vosotros mismos hijos del Altísimo. “Dios desde su trono dice: Ahora hago nuevas todas las cosas. Lo que digo es verdadero y digno de ser creído. Yo soy el Principio y el Fin, el Primero y el Ultimo. Al que tenga sed le daré de balde el agua de la vida, a los vencedores les tocará esta parte en el premio. Yo seré su Dios y ellos serán mis hijos”. — La Ciudad Santa también debe resplandecer en la Iglesia, purificada de todas sus humanas debilidades, liberada de las manchas de la infidelidad y de la apostasía, santificada por su pasión dolorosa y por su cruenta inmolación. Entonces la Iglesia volverá a ser toda hermosa, sin mancha ni arruga, a imitación de vuestra Madre Inmaculada. En la Iglesia, purificada y completamente renovada, resplandecerá con toda su gran potencia, la sola Luz de Cristo, que será difundida por Él a todas las partes de la tierra y así todas las naciones correrán hacia ella, para perfecta glorificación de la Santísima Trinidad. El Espíritu me transportó a una gran montaña, muy alta, y el Angel me mostró Jerusalén, la Ciudad Santa, que pertenece al Señor. Ella bajaba del cielo de parte de Dios. Tenía el esplendor de Dios, brillaba como una piedra preciosa, como una gema cristalina. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna para iluminarla, porque la ilumina el esplendor de Dios y el Cordero es su Luz. Las naciones caminarán a su luz y los reyes de la tierra le llevarán su riqueza. De día las puertas no se cerrarán jamás y ya no habrá más noche. En ella estarán las riquezas y el honor de los pueblos. Nada impuro podrá entrar en ella, nadie que practique la corrupción o cometa pecado. Entrarán sólo aquellos que están inscritos en el libro de la vida, que pertenece al Cordero. — La Ciudad Santa debe finalmente recoger la humanidad redimida y salvada, después de que por medio de la purificación, de la gran tribulación y del terrible castigo, habrá sido completamente liberada de la esclavitud de Satanás, del pecado y del mal. En estos últimos tiempos, la lucha contra Satanás y su potente ejército de todos sus espíritus malignos, se hará más dura y sangrienta, porque vivís bajo el pesado yugo de su universal dominio. Comprended entonces, como pertenece a mi misión de Mujer vestida del Sol, de Vencedora de Satanás, el atar al gran Dragón, precipitarlo en su estanque de fuego, del que no podrá salir jamás para dañar al mundo. Cristo reinará en el mundo. Jesús volverá en gloria, para devolver a toda la creación al pleno esplendor de su nuevo Paraíso terrestre. La ciudad pecadora ya habrá desaparecido y así todo lo creado se abrirá con gozo para acoger la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén bajada del Cielo, la morada habitual de Dios con los hombres. “Yo vi un nuevo cielo y una nueva tierra, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existía ya. Vi venir del cielo de parte de Dios, la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, adornada como una esposa al encuentro del esposo. Una voz fuerte que venía del trono, exclamó: He aquí la morada de Dios con los hombres; ellos serán su pueblo y Él será su Dios. Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Ya no habrá más luto, ni llanto, ni dolor porque las cosas de antes han pasado”. Hijos predilectos, hoy me contempláis en el esplendor de mi Inmaculada Concepción; dejaos atraer por el encanto de vuestra Madre Celestial, y seguidme, en la onda de mi perfume suave, para salir Conmigo al encuentro de la Ciudad Santa, que descenderá del cielo al término de la dolorosa purificación y la gran tribulación que estáis viviendo en estos últimos tiempos.»