Mensaje del 24 de diciembre de 1992 en Dongo (Italia)
Noche Santa
La estrella de la mañana.
«Hijos predilectos, entrad Conmigo en el misterio profundo de esta Noche Santa. Vividla junto a vuestra Madre Celestial y a mi castísimo espo so José. Vividla en el silencio, en la oración, en la humildad, en la pureza y en el amor. Os abro la puerta de mi Corazón Inmaculado, para haceros entrar y escuchar sus latidos, en estos últimos instantes que preceden al nacimiento de mi Celestial Niño. Cada latido de mi Corazón Materno, en esta Noche Santa, se convierte en un suspiro de espera, en un gemido de deseo, una chispa de amor, una oración de quietud, una palabra con el Padre, un transporte del espíritu que me eleva en un profundo éxtasis de vida con el Paraíso que veo recogido, todo él, en esta pobre gruta. Mientras la noche lo envuelve todo y una profunda tiniebla ha descendido sobre el mundo, vuestra Madre Celestial es penetrada por una fortísima luz: mi mente queda absorta en el esplendor de la eterna Sabiduría; mi Corazón se abre a la claridad vivísima del Amor; mi alma es penetrada por el rayo de la plenitud de gracia y de santidad; mi cuerpo inviolado, virginalmente se abre al don de mi Hijo Divino. Desde mis brazos maternales deposito en el pobre pesebre a mi Celestial Niño, nacido en esta noche de profunda tiniebla. Pero en el cielo brillan resplandecientes las estrellas y los Angeles difunden el canto de celestial armonía, y los pastores vienen a la gruta a traer el homenaje de los sencillos, de los pobres, de los puros de corazón. Así, el Niño Jesús, es confortado por el amor que recibe de los pequeños, a pesar del vasto rechazo de los grandes. Y, en la noche profunda que envuelve al mundo, la estrella de la mañana se abre para daros su luz. Mi divino Niño es la estrella de la mañana, que brilla con la misma luz del Padre, que trae su vida al desierto del mundo y de la historia, que da inicio al nuevo día para la humanidad redimida y salvada. La Luz verdadera que ilumina a todo hombre, estaba por venir al mundo. El estaba en el mundo, el mundo fue hecho por medio de El, pero el mundo no lo reconoció. Vino al mundo, que es Suyo, pero los suyos no lo recibieron. Algunos no obstante han creído en El; a éstos Dios les ha hecho el don de llegar a ser hijos de Dios. El Verbo se ha hecho hombre y ha habitado en medio de nosotros. Nosotros hemos contemplado su divino esplendor. Es el esplendor del Hijo Unigénito de Dios Padre lleno de gracia y de verdad”. Hijos predilectos, en esta Noche Santa, dejaos penetrar por su divino esplendor y convertios vosotros mismos en testimonios y apóstoles de su Luz. Porque la tiniebla se hace ahora tanto más profunda, cuanto más se acerca el momento del retomo de Jesús en gloria. Es la tiniebla de la falta de fe y de la apostasia que se ha difundido por todas partes. Es la tiniebla del mal y del pecado que al presente ha oscurecido los corazones y las almas. Es la tiniebla de la incredulidad y de la impiedad, del egoísmo y de la soberbia, de la dureza de los corazones y de la impureza. En esta gran noche está a punto de llegar el segundo nacimiento de Jesús en gloria, para iluminar como estrella de la mañana, el alba de los cielos nuevos y de la tierra nueva. Por esto, hoy, os invito a combatir y a vencer Conmigo en la gran batalla de estos últimos tiempos, de modo que podamos permanecer siempre fieles a Jesús. “No mantengáis secreto el mensaje profètico de este libro, porque el tiempo está próximo. Que el malvado continúe practicando la injusticia y el impuro viviendo en la impureza. Quien hace el bien que continúe haciéndolo y quien pertenece al Señor se consagre más y más a El. Yo vendré pronto y daré la recompensa merecida a cada uno, según sus obras. A los vencedores, a aquellos que hacen mi voluntad hasta el fin, Yo les daré autoridad sobre las naciones, como Yo mismo la he recibido de mi Padre y les daré también la estrella de la mañana. Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel a llevaros este mensaje, para la Iglesia. Yo soy el brote y la descendencia de David, La luminosa estrella de la mañana. El Espíritu y la Esposa del Cordero dicen: ¡Ven! Y quien escucha estas cosas diga: ¡Ven!”.»