Mensaje del 2 de noviembre de 1992 en Dongo (Italia)
Conmemoración de todos los jieles Difuntos
En la hora de vuestra muerte.
«Hijos predilectos, hoy os recogéis en oración recordando a vuestros hermanos que os han precedido en el signo de la fe y ahora duermen el sueño de la paz. ¡Qué grande es el número de mis hijos predilectos y de hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado que han entrado ya en el reposo del Señor! Muchos de ellos participan de la plenitud de gozo, en la perfecta posesión de Dios, y junto a los ejércitos Angélicos, son Luces que brillan en la eterna bienaventuranza del Paraíso. Muchos se encuentran en el Purgatorio, con la certeza de estar salvados para siempre, pero todavía en el sufrimiento purificador, en una posesión de Dios que no es plena ni perfecta. Hoy quiero deciros que estos hermanos vuestros están particularmente próximos a vosotros y forman la parte más preciosa de mi ejército victorioso. Uno solo es mi ejército, como una sola es mi Iglesia, reunida en la gozosa experiencia de la Comunión de los Santos. Los Santos interceden por vosotros, iluminan vuestro camino, os ayudan con su purismo amor, os defienden de las astutas asechanzas que os tiende mi Adversario y esperan con ansia el momento de encontrarse con vosotros. Las Almas del Purgatorio, interceden por vosotros, ofrecen sus sufrimientos para vuestro bien, y son ayudadas, por vuestras oraciones a liberarse de aquellas humanas imperfecciones, que les impiden entrar en el gozo eterno del Paraíso. Los Santos que, en la tierra, han vivido la consagración a mi Corazón Inmaculado, formando una corona de amor, para aliviar los dolores de vuestra Madre Celestial, aquí arriba forman mi más bella corona de gloria. Se encuentran junto a mi trono y siguen a vuestra Madre Celestial donde quiera que vaya. Las Almas del Purgatorio que, en la tierra, han formando parte de mi ejército, tienen ahora una particular unión Conmigo, sienten de manera especial mi presencia que endulza la amargura de su sufrimiento y acorta el tiempo de su purificación. Y soy Yo misma quien va a acoger estas almas entre mis brazos, para introducirlas en la Luz incomparable del Paraíso. Así pues, estoy siempre junto a todos vosotros, mis hijos predilectos e hijos consagrados a mi Corazón, durante vuestro doloroso peregrinaje terreno, pero lo estoy, de manera especialísima, en la hora de vuestra muerte. Cuántas veces, recitando el Santo Rosario, me habéis repetido esta plegaria: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte ”. Ésta es una invocación que Yo escucho con gran alegría y que siempre acojo favorablemente. Sí, como Madre, estoy junto a cada uno de mis hijos en la hora de la muerte, Yo estoy particularmente junto a vosotros que, con vuestra consagración, habéis vivido siempre dentro del seguro refugio de mi Corazón Inmaculado. En la hora de vuestra muertey estoy cerca de vosotros, con el esplendor de mi Cuerpo glorioso, acojo vuestras almas entre mis brazos maternales y las llevo ante mi Hijo Jesús, para su juicio particular. ¡Pensad qué gozoso debe ser el encuentro con Jesús para aquellas almas que son presentadas a Él por su propia Madre! Porque yo las recubro con mi belleza, les doy el perfume de mi santidad, el candor de mi pureza, la vestidura blanca de mi caridad, y donde ha quedado alguna mancha, Yo paso mi mano materna, para borrarla y daros aquel esplendor que os permite entrar en la eterna bienaventuranza del Paraíso. Bienaventurados aquellos que mueren junto a vuestra Madre Celestial. Sí, bienaventurados, porque mueren en el Señor, encontrarán reposo de sus fatigas y el bien que han hecho les acompaña. Mis predilectos e hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado, hoy os invito a entrar en una gran intimidad Conmigo durante vuestra vida, si queréis experimentar la gran alegría de verme junto a vosotros para acoger, entre mis brazos maternales, vuestras almas, en la hora de vuestra muerte.»