Mensaje del 2 de febrero de 1992 en San Salvador (El Salvador)
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Al encuentro del Señor que viene.
«Hijos predilectos, venid Conmigo, vuestra Madre Celeste, al encuentro del Señor que viene. Dejaos llevar en mis brazos maternales, del mismo modo que con amor e inmensa felicidad, llevé al Niño Jesús al Templo de Jerusalén. Volved hoy a revivir este misterio en la celebración litúrgica. Y tú, mi pequeño hijo, te encuentras en este día para celebrar tus Cenáculos en esta Nación dividida, desde hace tantos años; herida y golpeada por una guerra civil sangrienta y cruel. Y precisamente hoy, Yo le he dado el precioso bien de la Paz. — Venid Conmigo al encuentro del Señor que viene en la paz. Jesús es vuestra paz. El os lleva a la comunión con el Padre Celestial, en su Espíritu de Amor y os da su misma vida divina que os ha merecido en el Calvario, con el sacrificio de la Redención. Este mundo no conoce la paz, porque no acoge a Jesús. Entonces mi misión maternal es la de abrir los corazones de todos mis hijos, para recibir al Señor que viene. Porque sólo entonces la paz, tan invocada y esperada, podrá llegar al mundo. — Venid Conmigo al encuentro del Señor que viene en el amor. Esta humanidad está postrada bajo el pesado yugo de la violencia, del odio, del egoísmo desenfrenado, de la división y de la guerra. ¡Cuántos sufren, cuántos son pisoteados y oprimidos y matados cada día, por esta incapacidad tan grande de amar! Así el mundo se ha convertido en un desierto inmenso; y el corazón de los hombres se ha vuelto frío y duro, insensible y cerrado frente a las necesidades de los pequeños, de los pobres, de los necesitados. Este mundo no es capaz de amar porque no acoge a Jesús. Jesús es el amor. Jesús vendrá y llevará a todos a la perfección del amor. Entonces el mundo se convertirá en nuevo jardín de vida y belleza y formará una sola familia, unida por el vínculo suave de la caridad divina. Venid Conmigo al encuentro del Señor que viene en el gozo. Entre vosotros, solamente Jesús, puede abrir vuestros corazones a la dulce experiencia de la bienaventuranza y del gozo. Olvidad el pasado sangriento. Que se cierren las heridas profundas de estos tiempos dolorosos de la purificación y de la gran tribulación, porque vuestra liberación está próxima. Por esto hoy, mientras me contempláis en el misterio de la Presentación de mi Niño Jesús en el Templo, os invito a dejaros llevar en mis brazos al templo espiritual de mi Corazón Inmaculado, para ofreceros a la gloria de la Santísima Trinidad y conduciros así, hacia los tiempos nuevos que os esperan.»