Mensaje del 1 de julio de 1992 en Valdragone (Rep. de San Marino)
Ejercicios Espirituales, en forma de Cenáculo, con Obispos y
Sacerdotes del M.S.M. de América y de Europa
Vuestro amor sacerdotal.
«Qué contenta estoy de veros tan numerosos, en este Cenáculo continuo de oración y de fraternidad, Obispos y Sacerdotes de mi Movimiento, que habéis llegado de todas las naciones de América y de Europa. Yo estoy presente en medio de vosotros. Me uno y doy fuerza a vuestra oración; construyo entre vosotros mayor fraternidad. Os ayudo a crecer en el amor recíproco, hasta llegar a ser una sola cosa. Debéis encontraros, conoceros, amaros, ayudaros a caminar juntos, con ánimo y confianza, por el difícil camino de los tiempos dolorosos que estáis viviendo. Consoláis en estos días el dolor de mi Corazón. Glorificáis a mi Corazón Inmaculado. Estáis llamados a ser los instrumentos del triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo. Por esto os he llamado aquí arriba. Por esto os he obtenido una particular efusión del Espíritu Santo y, en estos días, he obrado profundamente en vuestros corazones y en vuestras almas, para haceros aptos a realizar mi gran designio de amor y de misericordia. Mis tiempos y los vuestros han llegado. Mostraos a todos como mis pequeños niños, como los Sacerdotes a Mí consagrados, como los Apóstoles de estos últimos tiempos. Vuestra luz debe resplandecer siempre más en la gran tiniebla que recubre la humanidad y que ha invadido la Iglesia. Vuestro amor sacerdotal sea el signo de mi maternal presencia entre vosotros. Vuestro amor sacerdotal descienda, como rocío celestial, sobre esta pobre humanidad enferma y herida, alejada de Dios, víctima de una civilización materialista y atea, que vive bajo la esclavitud del pecado, del odio, del egoísmo desenfrenado y de la impureza. Vuestro amor sacerdotal sea el bálsamo suave en las llagas profundas y sangrientas de estos tiempos vuestros. Salid de este Cenáculo e id a todas partes del mundo a buscar a mis pobres hijos que se han descarriado y llevadlos a todos al seguro redil de mi Corazón Inmaculado. Tomad de la mano a los niños, expuestos a tantos peligros y víctimas de las astutas insidias de mi Adversario; dad fuerza y valor a los jóvenes para sustraerlos a las fáciles seducciones del placer y de la impureza; sed el sostén de las familias para que vivan en la santidad y en el amor, siempre abiertas al don de la vida y sean así preservadas de los grandes males del divorcio y del aborto; llevad de nuevo a la casa del Padre Celestial a tantos hijos míos pecadores; dad auxilio a los débiles, confortad a los enfermos, dad esperanza a los desesperados. Vuestro amor sacerdotal sea el reflejo del amor del Corazón Divino y Misericordioso de Jesús y de mi Corazón Inmaculado hacia esta humanidad tan enferma. Vuestro amor sacerdotal descienda, como rocío celestial, sobre la Iglesia sufriente y dividida, que lleva la Cruz hacia el Calvario de su purificación y de su martirio. Por eso os pido que seáis en la Iglesia mi misma presencia materna y misericordiosa. Sed fuertes soportes para el Papa y ayudadle a llevar su Cruz que ha llegado hoy a ser tan pesada. Ayudad a vuestros Obispos con la oración, con vuestro amor y con el buen ejemplo. Sobre todo vuestro amor Sacerdotal sea rocío que alivie las heridas profundas de tantos de vuestros hermanos Sacerdotes, que sucumben bajo el peso de grandes dificultades en estos tiempos de la purificación y de la gran tribulación. No juzguéis a nadie. Amad a todos con la ternura de mi Corazón de Madre. Entonces llegaréis a ser los instrumentos preciosos del triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo. Formad así el corazón nuevo de la nueva Iglesia que Yo estoy formando en el jardín celeste de mi Corazón Inmaculado. Cuánta alegría da a mi Corazón, el empeño que ponéis y el trabajo que hacéis para difundir, más y más, en vuestros países Mi obra del Movimiento Sacerdotal Mariano. Sed celosos en multiplicar por todas partes los Cenáculos de oración que Yo os he pedido: entre los Sacerdotes, los fieles y en las familias. Entonces cooperáis cada día en la realización de mi gran designio de salvación y misericordia. Salid de este Cenáculo, renovados por el Espíritu Santo, como los Apóstoles valientes de la segunda Evangelización a la cual os llamo. Yo estoy siempre con vosotros. Os guío con seguridad en el camino que todavía debéis recorrer. Con vuestros seres queridos, con todos aquellos que os han sido confiados, os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»