Mensaje del 3 de septiembre de 1991 en Olomouc (Moravia)
Ejercicios Espirituales en forma de Cenáculo,
con los Sacerdotes del M.S.M. de Checoslovaquia
Apóstoles de la nueva era.
«Qué contenta estoy, hijos míos predilectos, de veros tan numerosos en estos Ejercicios Espirituales que hacéis en forma de Cenáculo continuo. Habéis llegado de Moravia, de Bohemia y de Eslovaquia, para vivir unos días de oración intensa y de gran fraternidad, junto a vuestra Madre Celeste. Yo estoy siempre con vosotros. Como en el Cenáculo de Jerusalén, también en este vuestro Cenáculo, Yo me uno a vuestra oración, construyo entre vosotros una mayor capacidad de comprensión, os ayudo a caminar por la senda del amor mutuo, para que vosotros viváis más y más el mandamiento nuevo que os dio mi hijo Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado.” Habéis salido de una prueba dolorosa y muy pesada. Después de tantos años de dura esclavitud comunista, Yo os he alcanzado la gracia de vuestra liberación, como ya os lo había anunciado. Ahora os pido que os convirtáis en los Apóstoles de la nueva era que os espera. Por eso os formo un corazón nuevo, para que sepáis amar a todos con mi amor maternal y misericordioso. No miréis a quienes entre vosotros, por debilidad, han hecho alianza con mi Adversario, que ahora ha sido derrotado. No tengáis ningún resentimiento hacia ellos. El pasado ha sido ya cancelado. Ahora estáis llamados a vivir este tiempo nuevo, y unas nuevas misiones os esperan. Os espera la misión de reconstruir la Iglesia, aquí donde ha sido tan perseguida y violada por mi Adversario. Por eso os invito a ser siempre Sacerdotes fieles, testigos de unidad y de amor al Papa y a vuestros Obispos. Ejercitad vuestro ministerio con gozo y entusiasmo; dad a todos la luz de Cristo y de su Evangelio; sed ministros de la Gracia y de la Santidad. Así, por medio de vosotros, la Iglesia volverá a resplandecer con una gran luz para todos aquellos que viven en esta vuestra Nación. Os espera la misión de evangelizar esta pobre humanidad que ha sido engañada y seducida por el espíritu del mal. Pensad en tantos hijos míos —sobre todo los jóvenes— que durante años han sido formados en la escuela de la negación de Dios y del rechazo de su Ley de Amor. Son ovejitas arrebatadas a la grey de vuestro Pastor divino y encarriladas en la senda del mal, del pecado, de la infelicidad. Tomadlos a todos en vuestros brazos sacerdotales y llevad a todos estos hijos míos descarriados al redil seguro de mi Corazón Inmaculado. Sed, por eso, perseverantes en vuestro ministerio de la catcquesis, dando luz sobre la Verdad que Cristo os ha revelado, para ayudar a todos a permanecer en la verdadera fe. Así cumpliréis la misión de esta segunda evangelización, tan requerida por mi primer hijo predilecto, el Papa Juan Pablo II. Os espera la misión de hacer descender el bálsamo suave de mi ternura maternal, sobre tantas llagas abiertas y sangrientas. Mirad que numerosos son los pobres, los alejados, los pecadores, los infelices, los golpeados, los pisoteados, los desanimados, los abandonados, los que están solos, los desesperados. Sed vosotros la expresión de mi Amor y de mi preocupación maternal. Amad a todos con la fuerza de vuestro corazón sacerdotal y con la luz que os ha sido dada por vuestra Madre Celeste. Si cumplís esta misión que os encomiendo hoy, vosotros os convertiréis realmente en los Apóstoles de la nueva era que Yo ya he empezado aquí. Salid de este Cenáculo con gozo, confianza y una gran esperanza. Yo estoy siempre con vosotros. Sois parte preciosa de Mi maternal propiedad. Con vuestros seres queridos, y con las almas que os han sido encomendadas, os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»