Mensaje del 29 de marzo de 1991 en Rubbio (Italia)
Viernes Santo
El hombre de todos los tiempos.
«Recogeos en el jardín de mi Corazón Inmaculado, hijos predilectos, para vivir junto a Jesús las horas terribles de su dolorosa Pasión. Es Viernes Santo. Es el día de su condena y de su muerte en la Cruz. Después de haber pasado toda la noche, entre los insultos y el vilipendio de los miembros y de los siervos del Sanedrín, ya de día, Jesús es condenado ante Pilato. Aquí se realiza un segundo juicio más humillante. Delante del gran gentío incitado contra El, ante los jefes religiosos que lo acusan de blasfemia y de sacrilegio, Jesús, manso como un cordero, se deja silenciosamente llevar al matadero, asiste en un silencio majestuoso al desarrollo de todos los hechos. La honestidad inicial de Pilato que no encuentra ninguna culpa en su contra. “¡Si no fuera culpable no te lo habríamos traído aquí!” El miedo incipiente del gentío; la duda sobre la realidad de su Palabra: “¿Eres Rey?”; el intento de salvarlo, proponiendo su liberación en lugar de Barrabás; el miedo de los gritos del pueblo; el terror del juicio de Roma: “Si liberas a éste, eres enemigo del César”. Y así, con vileza, Pilato firma su condena a muerte. Entrega a Jesús a los soldados, para que sea azotado. Su cuerpo se convierte en una llaga viva y profunda, por causa de los desgarros que causan en su carne inmaculadalos terribles azotes romanos. Luego es coronado de espinas. Las espinas le abren unos arroyuelos de sangre que descienden de su cabeza y desfiguran su Rostro; y lo golpean y lo llenan de escupitajos y de insultos. “Lo vimos golpeado y humillado; su rostro ya no tenía semejanza humana”. La última invención, más perversa y cruel: Lo revisten con un trapo de color escarlata, como púrpura; le ponen una caña entre las manos como un cetro y lo llevan a Pilato que lo presenta a la muchedumbre: ¡He aquí el Hombre! He aquí el Hombre de todos los tiempos. En Getsemaní, se depositaron sobre Él, todos los pecados del mundo; en el Pretorio fueron cargados sobre Él los dolores, las humillaciones, los desprecios, las explotaciones, las esclavitudes de todos los hombres. He aquí el Hombre de todos los tiempos. Los hombres que existieron antes que Él, vivieron en la esperanza de ver este día y encontraron la salvación en Él. Él es Aquél que fue matado en Abel, cuyos pies fueron atados en Isaac, que anduvo como peregrino en Jacob, que fue vendido en José, que fue expuesto sobre las aguas en Moisés, que fue matado en el cordero, que fue perseguido en David y fue deshonrado en los profetas. He aquí el Hombre de todos los tiempos. Por el don de su Redención, todos los hombres que vivieron después de Él, están llamados a vivir en comunión de vida con Dios. Llevó en su Cuerpo los sufrimientos de todos, las víctimas del odio, de la violencia, de las guerras; encerró en sus heridas la sangre derramada por millones de niños inocentes, matados en el seno de sus madres. Ha sido flagelado por todos los dolores, por las enfermedades, especialmente por los males incurables que se propagan; ha sido coronado de espinas en aquellos que sucumben a las falsas ideologías, a los errores que alejan de la fe, al orgullo, a la soberbia humana. Ha sido despreciado en los pequeños, en los pobres, en los marginados, en los últimos, en los explotados. Ha sido escupido en los rechazados y en los desesperados. Ha sido expuesto a la burla, en aquellos que exponen como mercancía la dignidad de su propio cuerpo. He aquí el Hombre. Ahora lleva sobre Sí el madero de la condena; sube hacia el Calvario, se encuentra Conmigo, su Madre traspasada; es clavado al patíbulo, es elevado en la Cruz. Sufre tres horas angustiosas de agonía, junto a su Madre y a Juan, el apóstol predilecto. Finalmente, su acto de total abandono al Padre y su muerte en la Cruz, hacia las tres de la tarde de este día. He aquí verdaderamente el Hombre de todos los tiempos. En Él vivió, fue redimido y salvado cada hombre, desde el primer Adán, hasta el último que se encontrará sobre la tierra al final de los tiempos. Con la ayuda de Juan, de José de Arimatea y de las piadosas mujeres, lo llevo al sepulcro, donde es depositado hasta el amanecer del primer día después del Sábado. Su divina resurrección, es la prueba mayor de que solamente Él, es el Hombre de todos los tiempos. Es el Hombre de los tiempos nuevos. Porque sólo en Él resucitarán todos los hombres que vivieron, murieron, fueron sepultados y se convirtieron en polvo. Entonces, vivid Conmigo, incluso en el gran desierto de vuestro tiempo, estas horas de su Pasión y de su muerte en la Cruz; vividlas en el silencio, en el recogimiento, en la oración, en dulce intimidad de vida con vuestro divino hermano crucificado. Porque solamente en Él se cumplirán los tiempos nuevos que os esperan, cuando Él volverá a vosotros en gloria, y se postrarán ante Él todas las potestades del cielo, de la tierra y del infierno, para la perfecta gloria de Dios Padre.»