Mensaje del 24 de diciembre de 1991 en Dongo (Italia)
Noche Buena
La gruta luminosa.
«Vivid Conmigo, hijos predilectos, el misterio de amor y de luz de esta Navidad. Quiero llevaros Conmigo por el largo camino que nos lleva hasta Belén. Yo estaba absorta en un éxtasis continuo de amor con el Niño Divino que llevaba en mis entrañas virginales, aliviada por la preciosa ayuda de mi castísimo esposo José, que tanto se afanaba para hacer menos pesado el fatigoso viaje. Así un silencio interior rodeaba nuestra presencia en medio de una bulliciosa caravana. Y la oración profunda del corazón marcaba el lento pasar del tiempo mientras nos acercábamos a la meta. Y una paz tranquila, del alma, bajaba sobre el sereno pasar del tiempo, en un conocimiento amoroso del gran misterio que ya se iba a cumplir. Cuando llegamos a Belén y todas las puertas se cerraban a nuestra petición de hospedaje para esa noche, los pastores nos indicaron una pobre Gruta, que a pesar de su desolación, estaba lista para acogemos. Es la Noche Santa. La Noche que pone fin a la espera de siglos. Es la Noche que se abre a la Luz y pone fin para siempre al tiempo del primer Adviento. Es la noche que da inicio al nuevo día que no conoce ocaso. En esta Noche, el cielo se desposa con la tierra; el canto de los Angeles se armoniza con las voces de los pequeños, de los pobres, de los puros, les es dado a los pastores el anuncio que e gozoso para todos: “Hoy ha nacido para vosotros el Salvador.” Inclinaos, junto a Mí, para envolver al niño con besos y lágrimas de calor y amor, de dulce y afectuosa ternura. Es tan pequeño; es recién nacido; llora por el frío riguroso; gime por el gran hielo que envuelve al mundo entero. Como los pastores, llevadle vosotros también vuestros dones sencillos. Vuestro corazón sacerdotal, lleno de amor, llega a ser para El, el único gran consuelo. Y acoged vosotros también el gran anuncio de gozo que hoy os es dado: Está cerca su segundo Nacimiento en gloria. Vosotros también estáis recorriendo el último trecho de un largo camino. Vosotros también estáis a punto de concluir el tiempo del segundo Adviento. Entonces, vivid Conmigo y con mi esposo José las horas preciosas de esta nueva vigilia. Que un silencio profundo rodee el gran bullicio de palabras y de imágenes que hoy llena el mundo entero. La oración del corazón os lleve a un diálogo continuo con el Señor Jesús que ha venido, que viene y que vendrá en gloria. Y la paz tranquila del alma, marque el pasar de vuestros días, tan amenazadores y llenos de dolor para todos. Avanzad seguros sobre las ondas tempestuosas de estos últimos tiempos de la gran tribulación, sin turbaros al ver que todavía se cierran las puertas a Jesucristo que viene. Mi Corazón Inmaculado, es la Gruta luminosa que pone fin a este segundo Adviento, porque es con su triunfo que Jesús regresará a vosotros en Gloria».