Mensaje del 16 de octubre de 1991 en Birmingham (Inglaterra)
Ejercicios Espirituales, en forma de Cenáculo, con los Sacerdotes
del M.S.M. de Irlanda y de Gran Bretaña
El don que Yo hago a la Iglesia.
«Os miro con ternura maternal, hijos míos predilectos, Sacerdotes de mi Movimiento, que habéis venido de todas partes de Irlanda y Gran Bretaña para vivir estos días de Ejercicios espirituales, en forma de Cenáculo continuo. El gran dolor de mi Corazón Inmaculado es consolado por vosotros y muchas de sus heridas son cicatrizadas por el bálsamo suave de vuestro amor filial. Yo estoy siempre con vosotros. Me uno a vuestra oración, construyo entre vosotros una mayor capacidad de comunión y de amor recíproco; os doy la paz del corazón y el gozo de ser hoy los Sacerdotes de mi Hijo Jesús. Quiero hacer de vosotros los instrumentos de mi ternura maternal, los apóstoles de mi triunfo; el don que Yo hago a la Iglesia, en estos tiempos de su purificación y de su gran tribulación. Es ante todo un don de amor y de misericordia. V ed, hijos míos predilectos, ¡Qué grande es su abandono, qué profunda es su desolación! La Iglesia sube hoy al Calvario, llevando una pesada Cruz. El espíritu del mundo ha penetrado en su interior y se ha difundido por todas partes. ¡Cuántas son las vidas sacerdotales y religiosas secadas por el secularismo, que las ha poseído completamente! La fe de muchos de ellos se ha apagado, por los errores que son enseñados y seguidos cada vez más; la vida de la gracia es sepultada por los pecados que se cometen, se justifican y ya no se confiesan más. Su corazón se ha hecho esclavo de tantas pasiones desordenadas que ya no es capaz de sentir el gozo y la paz. Sacerdotes consagrados a mi Corazón Inmaculado, sed vosotros la expresión de mi amor maternal y de mi gran misericordia. Amad a estos hermanos vuestros, con el buen ejemplo, con la oración, con el consejo; aceptando con amor, por ellos, todos los sufrimientos que el Padre Celestial os manda. Entonces toda la Iglesia sentirá el consuelo, que por medio de vosotros le da la Madre Celestial y así será ayudada a llevar su gran Cruz hacia el Calvario. Es también un don de consuelo y esperanza. Por medio de vosotros, la Iglesia sentirá de manera cada día más fuerte la presencia de la Madre Celestial. Y la presencia de la Madre llevará a la Iglesia la gracia de una renovación total, haciéndola finalmente salir de la larga noche en la cual se encuentra, hacia el día luminoso de los tiempos nuevos que están por llegar. Así la Iglesia será consolada al ver reflorecer la fe en todas partes, renovarse la esperanza, dilatarse la caridad y difundirse una gran santidad. Sed vosotros, hijos predilectos, las flores que se abren sobre el árbol de vuestra vida de consagración a mi Corazón Inmaculado, para hacer descender en el inmenso desierto de hoy, el rocío Celestial de la esperanza y del consuelo maternal. Es sobre todo un don de salvación. ;Cuántos son hoy los hijos míos que corren el peligro de perderse! i Qué numerosos son los alejados, los ateos, los pecadores: las víctimas del mal, del egoísmo, de la violencia y del odio! Mirad los millones de niños inocentes que son matados en el seno de su madre; los jóvenes encaminados a las malas experiencias de la impureza y de la droga, las familias destruidas, los enfermos, los pobres, los abandonados, los desesperados. Por medio de vosotros, mis hijos predilectos, debe llegar a todos mi ayuda de Madre tierna y preocupada por llevarlos a la salvación. Recoged con vuestras manos sacerdotales a estos hijos míos caídos, descarriados y dispersos, y llevadlos a todos al redil maternal de mi Corazón Inmaculado. Sed luz y seguridad para todos aquellos que forman parte de otras confesiones cristianas e indicadles el puerto en el cual deben entrar para realizar la voluntad de mi Hijo Jesús: La Iglesia Santa y Católica que tiene al Papa como fundamento y guía seguro. Os confirmo que después del triunfo de mi Corazón Inmaculado, en estos Países vuestros, quedará solamente esta verdadera y única Iglesia. Salid con gozo de este Cenáculo. Yo estoy con vosotros. Llevad a todas partes el carisma de mi presencia y la Luz de mi gloria. Con vuestros seres queridos, con todas las almas que os han sido confiadas, os bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»