Mensaje del 8 de septiembre de 1990 en Milán
N a tivid a d de la B ien aventurada Virgen M aría
La misión que te he confiado
«Hijos predilectos, participad hoy en el gozo de toda la Iglesia Celeste y terrena, que contempla a su Madre Celeste en el momento de su nacimiento. Soy la aurora que surge, para anunciar el nacimiento del Sol eterno de mi Hijo Jesús, nuestro Redentor y Salvador. Por esto el Señor me hizo Inmaculada desde el momento de mi concepción humana. Me ha querido toda hermosa, llena de gracia y vestida de santidad. Así hoy, en la fiesta de mi nacimiento me contempláis como la aurora que surge, bella como la luna, resplandeciente como el sol, terrible como un ejército preparado para la batalla. —Yo soy la aurora que anuncia el estupendo evento de vuestra salvación y que os prepara a todos para la venida del gran día del Señor. —Soy hermosa como la luna, que brilla con la luz reflejada del sol, porque mi belleza es la misma belleza de la Santísima Trinidad que me envuelve, es la plenitud de la Gracia de Dios que me transforma, es su Divina Santidad que me recubre. —Soy resplandeciente como el sol, porque soy llamada a ser la Madre de Jesucristo, quien es el eterno esplendor del Padre. —Soy terrible, como un ejército preparado para la batalla, porque la misión que me ha sido encomendada por el Señor, es la de vencer a Satanás, de aplastar la cabeza de la antigua serpiente, de encadenar el enorme dragón rojo y precipitarle en su abismo de fuego, de luchar y de derrotar a aquel que se opone a Cristo, es decir el Anticristo, para preparar la segunda venida de Jesús, quien instaurará su Reino glorioso entre vosotros. Milán, 8 de septiembre de 1990 N a tivid a d de la B ien aventurada Virgen M aría Éste es mi designio. Cuánto más fuerte se hace mi presencia entre vosotros, tanto más se alejan de vosotros las tinieblas del mal, del pecado, del odio, de la impureza, porque, cada vez más, Satanás es aprisionado y destruido. En estos últimos tiempos vuestros, la misión de vuestra Madre Celeste, hermosa como la luna, resplandeciente como el sol, terrible como un ejército preparado para la batalla, es la de anunciar que está a punto de llegar a vosotros el gran día del Señor. En este día de mi Natividad, pequeño hijo tan amado por Mí, te encuentras en la vigilia de un largo y agotador viaje, que todavía te pido que hagas por Mí, en tantas Naciones de otro Continente. Ésta es la misión que te he confiado: Llevar a todas partes del mundo mi anuncio maternal y llamar a todos mis hijos a entrar, con su acto de consagración, en el refugio luminoso y seguro de mi Corazón Inmaculado. Porque la prueba que está a punto de llegar es muy grande y todos estáis llamados a sufrir Conmigo. Pero vuestro sufrimiento es como el de una madre que va a dar a luz a su hijo. En efecto, el dolor inmenso de estos últimos tiempos prepara el nacimiento de una nueva era, de nuevos tiempos, en la que Jesús vendrá en el esplendor de su gloria e instaurará su Reino en el mundo. Entonces la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado y de la muerte, conocerá el esplendor de un segundo Paraíso terrestre, en el cual Dios morará con vosotros, enjugará toda lágrima, y no habrá más día ni noche, porque todas las cosas de antes habrán pasado y vuestra luz será la luz del Cordero y de la nueva Jerusalén bajada del cielo a la tierra, preparada como una Esposa para su Esposo.»