Mensaje del 31 de diciembre de 1990 en Rubbio (Italia)
Ultima noche del año
Las gotas de mis lágrimas
«Recogeos Conmigo en oración de adoración y reparación, para pasar las últimas horas de este año, que se está acabando, en un acto de profunda intercesión. Rezad para pedir la salvación de este mundo, que ya ha tocado el fondo de la impiedad y de la impureza, de la injusticia y del egoísmo, del odio y de la violencia, del pecado y del mal. ¡Cuántas veces y de cuántas maneras he intervenido personalmente para invitaros a la conversión y al retomo al Señor de vuestra paz y de vuestro gozo! Está es la razón de mis numerosas apariciones, de los mensajes que doy por medio de este pequeño hijo mío y de mi Obra del Movimiento Sacerdotal Mariano, que Yo misma he difundido en todas partes del mundo. Como Madre os he indicado repetidamente el camino que debéis seguir para llegar a vuestra salvación. Pero no he sido escuchada. Habéis continuado recorriendo el camino del rechazo de Dios y de su ley de amor. Los diez Mandamientos del Señor son continua y públicamente violados. Ya no se respeta el día del Señor, y su Santísimo Nombre es cada vez más vilipendiado. El precepto del amor al prójimo es violado cada día por el egoísmo, por el odio, por la violencia, por la división, que han entrado en las familias, en la sociedad, por causa de las guerras violentas y sangrientas entre los pueblos de la tierra. La dignidad del hombre, como libre criatura de Dios, es desgarrada por las cadenas de la esclavitud interior que lo hace víctima de las pasiones desordenadas, de los pecados y de la impureza. Ya ha llegado para este mundo la hora de su castigo. Habéis entrado en los tiempos fuertes de la purificación y los sufrimientos deberán aumentar para todos. También mi Iglesia necesita ser purificada de los males que la han herido y que la hacen vivir los momentos de la agonía y de su pasión dolorosa. ¡Cómo se ha extendido la apostasía, por causa de los errores que se han difundido y que han sido aceptados por la mayoría, sin ninguna reacción! La fe de muchos se ha apagado. El pecado: cometido, justificado, y no confesado ya, hace a las almas esclavas del mal y de Satanás. ¡A qué estado tan mísero ha sido llevada esta amadísima hija mía! Rezad Conmigo en estas últimas horas del año que está para acabar. En el transcurso del año he intervenido muchas veces, para conseguir del Señor el don de su Divina Misericordia. Pero el tiempo que os espera, es aquel en que la misericordia se desposará con la divina justicia, para la purificación de la tierra. No esperéis el año nuevo con alboroto, gritos y cantos de gozo. Esperadlo con la oración intensa de los que quieren reparar aún todo el mal y el pecado del mundo. Las horas que vais a vivir son de las más graves y dolorosas. Rezad, sufrid, ofreced y reparad junto a Mí, que soy la Madre de la Intercesión y de la Reparación. Así vosotros, mis hijos predilectos consagrados a mi Corazón, en estas últimas horas del año, os convertís en las gotas de mis lágrimas, que se derraman sobre los dolores inmensos de la Iglesia y de toda la humanidad, mientras entráis en los tiempos fuertes de la purificación y de la gran tribulación.»