Mensaje del 8 de diciembre de 1989 en Rubbio (Italia)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
Una corona de doce estrellas.
«Hijos predilectos, contemplad hoy, el candor inmaculado de vuestra Madre Celeste. Soy la Inmaculada Concepción. Soy la única criatura exenta de toda mancha de pecado incluso del original. Soy toda hermosa: Tota Pulchra. Dejaos envolver en mi manto de belleza, para que también vosotros seáis iluminados con mi candor de Cielo, con mi Luz Inmaculada. Soy toda hermosa por ser llamada a ser la Madre del Hijo de Dios y a formar el virginal vástago del que debe surgir la Flor Divina. Por eso mi designio se inserta en el misterio mismo de vuestra salvación. Al principio soy anunciada como la enemiga de Satanás, la que obtendrá sobre él la completa victoria. “Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón”. Al final soy vista como la Mujer vestida del Sol, que tiene la misión de combatir contra el Dragón Rojo y su poderoso ejército, para vencerlo, ligarlo y arrojarlo a su reino de muerte, para que en el mundo pueda reinar solamente Cristo. 794Heme aquí entonces presentada por la Sagrada Escritura con el fulgor de mi maternal realeza; “y apareció en el Cielo otra señal: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. En torno a mi cabeza hay, pues, una corona de doce estrellas. La corona es el signo de la realeza. La misma está compuesta por doce estrellas, porque se convierte en el símbolo de mi materna y real presencia en el corazón mismo del pueblo de Dios. Las doce estrellas indican las doce tribus de Israel, que componen el pueblo elegido, escogido y llamado por el Señor para preparar la venida al mundo del Hijo de Dios y del Redentor. Puesto que Yo soy llamada a ser la Madre del Mesías, mi designio es el de ser el cumplimiento de las promesas, el brote virginal, el honor y la gloria de todo el pueblo de Israel. En efecto, la Iglesia me exalta con estas palabras: “Tú eres la gloria de Jerusalén; Tú eres la alegría de Israel; Tú eres el honor de nuestro pueblo”. Por eso las tribus de Israel forman doce piedras preciosas de la diadema que circunda mi cabeza, para indicar la función de mi materna realeza. Las doce estrellas significan también los doce Apóstoles que son el fundamento sobre el cual Cristo ha fundado su Iglesia. Me he encontrado a menudo con ellos, para estimularlos a seguir y a creer en Jesús durante los tres años de su pública misión. En su lugar, Yo estuve bajo la Cruz, junto con Juan, en el momento de la crucifixión, de la agonía y de la muerte de mi Hijo Jesús. Con ellos he participado de la alegría de su resurrección; junto a ellos, recogidos en oración, he asistido al momento glorioso de Pentecostés. Durante mi existencia terrena he permanecido junto a ellos con mi oración y mi presencia maternal para ayudarlos, formarlos, alentarlos, e impulsarlos a beber el cáliz que había sido preparado para ellos por el Padre Celestial. Soy así Madre y Reina de los Apóstoles que, en tomo a mi cabeza, forman doce estrellas luminosas de mi materna realeza. Soy Madre y Reina de toda la Iglesia. Las doce estrellas significan además una nueva realidad. El Apocalipsis, en efecto, me ve como un gran signo en el cielo: La Mujer vestida del Sol, que combate al Dragón y a su poderoso ejército del mal. Entonces, las estrellas en tomo a mi cabeza indican a aquellos que se consagran a mi Corazón Inmaculado, forman parte de mi ejército victorioso, se dejan guiar por Mí para combatir esta batalla y para obtener al final nuestra mayor victoria. Así, todos mis predilectos y los hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado, llamados hoy a ser los apóstoles de los últimos tiempos, son las estrellas más luminosas de mi real corona. Las doce estrellas, que forman la luminosa corona de mi materna realeza, están constituidas por las doce tribus de Israel, por los Apóstoles y por los Apóstoles de estos vuestros últimos tiempos. Entonces, en la fiesta de mi Inmaculada Concepción, os llamo a todos vosotros a formar parte preciosa de mi corona y volveros las estrellas brillantes que difunden, por todas las partes del mundo, la luz, la gracia, la santidad, la belleza y la gloria de vuestra madre Celeste.»