Mensaje del 6 de mayo de 1989 en San Homero (Teramo)
Primer sábado de mes
Las dos alas de la gran águila.
«Hijos míos predilectos, hoy me veneráis de un modo especial en el primer sábado de este mes de mayo, que vosotros me dedicáis de forma especial. Os reunís en Cenáculos de fraternidad y de oración con vuestra Madre Celeste. i Cuánto consuelo dais a mi profundo dolor; cuánta alegría proporcionáis a mi Corazón Inmaculado! Porque, por medio de vosotros que me habéis respondido, la devoción hacia Mí ya está refloreciendo en toda la Iglesia. De este modo Yo puedo ejercer, en estos vuestros tiempos, el gran poder que me ha sido dado por la Santísima Trinidad, para volver inofensivo el ataque que mi Adversario, el Dragón Rojo, ha desencadenado contra Mí, vomitando de su boca un río de aguas para sumergirme. El río de aguas está formado por el conjunto de todas las nuevas doctrinas teológicas que han tratado de oscurecer la figura de vuestra Madre Celeste, de negar mis privilegios, de redimensionar la devoción para Conmigo, de ridiculizar a todos mis devotos. A causa de estos ataques del Dragón, en estos años la piedad hacia Mí ha ido disminuyendo en muchos fieles y, en algunos lugares, ha desaparecido por completo. Pero han acudido en auxilio de vuestra Madre Celeste las dos alas de la gran águila. La gran águila es la Palabra de Dios, sobre todo la Palabra contenida en el Evangelio de mi Hijo Jesús. Entre los cuatro Evangelios, el águila indica el de San Juan, porque él vuela más alto que todos, entra en el corazón mismo de la Santísima Trinidad, afirmando con fuerza la divinidad, la eternidad y la consubstancialidad del Verbo y la divinidad de Jesucristo. Las dos alas del águila son la palabra de Dios acogida, amada y custodiada con la fe y la palabra de Dios vivida con la Gracia y la Caridad. Las dos alas de la fe y de la caridad —es decir de la Palabra de Dios acogida y vivida por Mí— me han permitido volar por encima del río de aguas de todos los ataques dirigidos contra Mí, porque han manifestado al mundo mi verdadera grandeza. Luego he buscado mi refugio en el desierto. El desierto en el que he establecido mi morada habitual, está formado por el corazón y el alma de todos aquellos hijos que me acogen, me escuchan, se confían completamente a Mí, se consagran a mi Corazón Inmaculado. En el desierto en que me encuentro hoy, Yo obro mis más grandes prodigios. Los obro en el corazón y en el alma, es decir, en la vida de todos mis pequeños niños. Así los conduzco a seguirme por el camino de la fe y de la caridad, haciéndoles acoger, amar y custodiar la Palabra de Dios y ayudándoles a vivirla cada día con coherencia y con valor. En el silencio y el ocultamiento, es decir en el desierto en que me encuentro, obro fuertemente para que los hijos consagrados a Mí crean hoy en el Evangelio, se dejen guiar sólo por la Sabiduría del Evangelio, sean siempre Evangelio vivido. He aquí la misión que Yo he preparado para el ejército que me he formado en todas partes del mundo con mi Movimiento Sacerdotal Mariano: dejarse transportar conmigo sobre las dos alas de la gran águila, es decir, de la fe y de la caridad, acogiendo con amor, en estos vuestros tiempos, y viviendo la sola Palabra de Dios. Los grandes prodigios que Yo realizo hoy en el desierto en el que me encuentro, son los de transformar completamente la vida de mis pequeños hijos, para que se vuelvan valientes testimonios de fe y luminosos ejemplos de santidad. De esta manera, en el silencio y en el escondimiento, cada día preparo mi gran victoria sobre el Dragón con el triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo.»