Mensaje del 24 de marzo de 1989 en Dongo (Italia)
Viernes Santo
Permaneced con Jesús en la Cruz.
«Estoy aquí, con el Apóstol Juan que os representa a todos, hijos míos predilectos, bajo la Cruz sobre la cual mi Hijo Jesús está viviendo las horas sangrientas de su atroz agonía. Cada gemido de su dolor traspasa, como espada, mi alma dolorida. Cada gota de su padecer es recogida en el cáliz abierto de mi Corazón Inmaculado. Estoy aquí, buscando un poco de amor y de compasión que ofrecer para aliviar la gran sed de Jesús que agoniza. Yo pido un poco de amor, pero en tomo a nosotros sólo hay maldad inhumana, odio profundo, gritos y blasfemias que brotan de los corazones y de los labios de aquellos que asisten a su ejecución. Y, entre ellos, hay un grito que penetra mi corazón, lo hiere y lo hace sangrar con indecible dolor. “Baja de la Cruz. Si eres el Hijo de Dios sálvate a Ti mismo. Desciende de la Cruz y entonces sí creeremos en Ti”. Pero si, precisamente para subir a esta Cruz, mi Hijo ha nacido, ha crecido y ha vivido: para convertirse en el dócil cordero que manso es conducido al matadero. El es el verdadero Cordero de Dios que quita todos los pecados del mundo. Yo, con mi presencia de Madre, hoy, debo ayudarlo a permanecer sobre la Cruz, para que el Querer del Padre se cumpla y vosotros podáis ser redimidos y salvados por Él. —Permanece, oh Hijo Mío, sobre la Cruz: estoy aquí para ayudarte a extenderte sobre tu patíbulo, a sufrir, a morir. —Permanece, oh Hijo Mío, sobre la Cruz : sólo así nos salvas; solo así, atraes a todo el mundo a ti. Para esto has descendido del seno del Padre a Mi seno virginal de Madre. Para esto, durante nueve meses te he llevado en mi seno y te he dado carne y sangre, para tu nacimiento humano. Para esto, has nacido de Mí en Belén y has crecido, como todo hombre, a través del ritmo de tu desarrollo humano. Para esto, te has abierto como una flor, durante tu infancia y te has formado en el vigor de tu adolescencia. Para esto, has llevado el peso del trabajo diario en la pobre casa de Nazaret, has estado asistido todos los días por Mí, tu tierna Madre, con la ayuda preciosa de tu padre legal, José. Para esto has transcurrido los tres años fatigosos de tu vida pública anunciando el Evangelio de la Salvación, curando a los enfermos, perdonando a los pecadores, abriendo las puertas del Reino a los pobres, a los pequeños, los humildes y a los oprimidos. Para esto, has sufrido el juicio y la condena del tribunal religioso, convalidada por Pilato, que te ha entregado a la Cruz. Estás ahí, hoy, extendido sobre el trono de tu gloria, preparado por el Padre Celestial para Ti, su Hijo Unigénito, dulce y divino Cordero que quita todo el pecado del mundo, el mal, el odio, la impureza y la muerte. Cruz preciosa y fecunda, que llevas entre tus brazos al Salvador del mundo. Madero dulce y saludable, en el que está suspendido el precio de nuestro rescate. Cruz bendita y santificada por la Víctima Pascual, que hoy sobre ti se inmola en el único Sacrificio que salva y redime a todos. Hijos predilectos, en este día de Viernes Santo, permitidme que os repita también a vosotros: Permaneced con Jesús en la Cruz. No cedáis a las engañosas tentaciones de mi Adversario, a las fáciles seducciones del mundo, a las voces de aquellos que también hoy os repiten: “¡Bajad de la Cruz!”. ¡No! También vosotros, como Jesús, debéis comprender el Designio Divino de vuestro personal ofrecimiento sacerdotal. También vosotros decid Sí al Querer del Padre y abrios a las palabras de oración y de perdón. Porque hoy, también vosotros como Jesús, debéis ser inmolados por la salvación del mundo.»