Mensaje del 2 de febrero de 1989 en Milán
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Os llevo a Jesús.
«Hijos predilectos, vivid con alegría el misterio de la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén y dejaos llevar también vosotros con docilidad, entre mis brazos de Madre. A los cuarenta días de su nacimiento, en cumplimiento de las prescripciones de la ley, en compañía de mi castísimo esposo José, subo al Templo para ofrecer al Señor, mi Hijo Primogénito y cumplir el sacrificio prescrito para su rescate. ¡Con cuánto amor estrecho al Niño Jesús entre mis brazos maternales! Y con qué docilidad y abandono filial el pequeño Niño se deja llevar por Mí, mientras lo estrecho a mi Corazón con ternura, sin límites. Y Jesús, llevado, dado y ofrecido por la Madre, entra en la gloria de su Templo. Jesús entra en el Templo de Jerusalén porque fue construido y santificado para Él, Mesías, Señor y Redentor. Jesús, viene en el esplendor de su gloria, a tomar posesión de su divina morada. Jesús se manifiesta en el fulgor de su Luz para su revelación a todas las gentes. Jesús es preanunciado como signo de contradicción, para salvación y ruina de muchos en Israel. Jesús es acogido entre los brazos del anciano Simeón como el Mesías esperado desde siglos y como el Salvador de su pueblo. Y dentro del misterio de su misión está íntimamente inserto el desarrollo de mi misión maternal: “a Ti, Oh Madre, una espada te traspasará el alma”. Porque es mi cometido de Madre el llevar a Jesús a vosotros y llevar a todos vosotros a Jesús. Soy el camino que debéis recorrer si queréis llegar a vuestro Señor y Salvador. Yo os llevo a Jesús. —Os llevo a Jesús vuestra Verdad. He aquí por qué en estos tiempos, en los que muchos se alejan de la fe para seguir los errores, Yo intervengo con mis numerosas y extraordinarias manifestaciones, para conduciros a todos a la plena Verdad del Evangelio. Sed solo Evangelio vivido para que también vosotros podáis dar la Luz de la Verdad. — Os llevo a Jesús vuestra Vida. He aquí por qué hoy, cuando muchos caen en las tinieblas del pecado y de la muerte, con mi fuerte presencia entre vosotros os ayudo a vivir en Gracia de Dios, a fin de que también vosotros, podáis participar de la misma Vida del Señor Jesús. En estos tenebrosos tiempos de la gran tribulación, si no os dejáis llevar entre mis brazos con abandono filial y con gran docilidad, difícilmente lograréis huir de las solapadas insidias que os tiende mi Adversario. Sus seducciones se han vuelto tan peligrosas y sutiles, que casi no se logra escapar de ellas. Corréis el gran peligro de caer en las seducciones que os tiende mi Adversario, para alejaros de Jesús y de Mí. Todos pueden caer en su engaño. Caen en él Sacerdotes y también Obispos. Caen fieles y también consagrados. Caen los simples y también los doctos. Caen los discípulos y también los maestros. Nunca caen en él aquellos que —como pequeños niños—se consagran a Mi Corazón Inmaculado y se dejan llevar entre mis brazos maternales. Ahora se manifestará cada vez con más claridad ante la Iglesia y el mundo que el pequeño rebaño que, en estos años de la gran apostasía, permanecerá fiel a Jesús y a su Evangelio, estará todo él custodiado en el recinto materno de mi Corazón Inmaculado. — Os llevo a Jesús vuestro Camino. De ese modo sois conducidos por Él a vuestro Padre Celestial. Jesús es la Imagen perfecta del Padre; es su Hijo Unigénito; es el Verbo consustancial a Él; es el Reflejo de su belleza; es la Revelación de su Amor. Jesús y el Padre son una sola cosa. Del Padre, por medio del Hijo, os es dado como Don el Espíritu de Amor, para que también vosotros podáis penetrar en el misterio estupendo de esta Divina Unidad. Si Jesús se hace vuestro camino, llegaréis a los brazos de Su Padre Celestial y vuestro. Si camináis con Jesús, realizaréis en vuestra vida el Divino Querer, con aquel Amor y aquella docilidad con que Jesús siempre ha hecho la Voluntad del Padre. De ese modo viviréis con la confianza y el abandono de los niños pequeños que todo lo esperan y reciben cada cosa como don de amor de su Padre que está en el Cielo. Entonces Yo, vuestra Madre Celeste, podré llevaros cada día, sobre el altar de mi Corazón Inmaculado, al Templo de la gloria y de la luz del Señor. Así puedo ofreceros en la vida la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad y, por medio vuestro, puedo difundir por doquier la Luz de su Divino Esplendor. Cuando esta Luz haya iluminado y transformado a todo el mundo, Jesús vendrá a vosotros en gloria, para instaurar su Reino.»