Mensaje del 8 de diciembre de 1988 en Rubbio (Italia)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
Signo de esperanza y consolación.
«Miradme, hoy todos, a Mí, vuestra Madre Inmaculada. Unios a los coros de los Ángeles y de los Santos del Cielo, a todas las almas que oran y sufren en el Purgatorio, a la Iglesia terrena y peregrina, que camina por el desierto del mundo y del tiempo para contemplarme como signo de esperanza y de consolación. La exención de toda mancha de pecado, incluso del original, permitió a mi alma estar toda llena de la vida de Dios; a mi mente ser colmada del Espíritu de Sabiduría, que me abrió a la comprensión de la divina Palabra; a mi corazón ser modelado en la más perfecta forma de amor; a mi cuerpo ser envuelto en la luz inmaculada de una virginal pureza. Miradme a Mí, vuestra Madre Celeste, en el fulgor de mi sobrehumana belleza y corred todos tras el efluvio de mi perfme de Paraíso. La profunda razón de vuestra esperanza y de vuestra consolación está en mi belleza. Porque “toda hermosa” —tota pulchra— soy para vosotros signo de esperanza en los días que vivís, en los que mi Adversario ha logrado que todo quede afeado con la mancha del pecado y de la impureza. Vivís bajo el signo de una gran esclavitud, que arranca de vosotros el reflejo de toda belleza espiritual. Las almas están oscurecidas por los pecados que impiden que llegue a ellas el esplendor de la vida y de la comunión con Dios. Los cuerpos están ensuciados y embrutecidos por el embate de las pasiones y de la impureza. El hombre está destrozado bajo el peso de una civilización sin Dios, que desfigura en él la imagen de su dignidad originaria. El mundo está oscurecido por el rechazo persistente de Dios. Una densa tiniebla ha descendido ya, y todo lo oscurece. He aquí que entonces la Madre Inmaculada, en este tiempo, se presenta como el signo de vuestra segura esperanza. Porque mi misión materna es la de llevar de nuevo las almas a la Gracia; los corazones al amor; los cuerpos a la pureza; el hombre a la gran dignidad de hijo de Dios; el mundo a la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad. Porque “toda bella” —tota pulchra— soy para vosotros también signo de consolación. Vivís el tiempo de la gran tribulación y aumentan para todos las pruebas y los sufrimientos. Los malos continúan con obstinación por el camino del mal y del pecado sin hacer caso de mis repetidas invitaciones a la conversión y al retomo al Señor. Los buenos se han vuelto tibios y como paralizados por el malsano ambiente en que viven. Las personas consagradas se dedican a la búsqueda de los placeres y son atraídas por el espíritu del mundo al que, por vocación, habían renunciado. Los Sacerdotes languidecen, muchos son malos e infieles y disipan los tesoros de la Santa Iglesia de Dios. La hora del castigo ha llegado ya. Entonces ahora más que nunca tenéis necesidad de entregaros a Mí, vuestra Madre Celeste, porque el Señor me ha dado la misión de conduciros a todos por el camino del bien, de la salvación y de la paz. Hoy os invito a todos a volver vuestros ojos a Mí, vuestra Madre Inmaculada, como seguro signo de esperanza y de consolación, y a dejaros envolver por mi Luz, en estos días de profundas tinieblas y universal oscuridad, para que, conducidos y guiados por Mí, podáis ir a todas partes a iluminar la tierra.»