Mensaje del 31 de marzo de 1988 en Dongo(Como)
Jueves Santo
Los Juanes de Jesús Eucarístico.
«Sacerdotes, mis predilectos, hoy es vuestra fiesta. Es el día que recuerda la última Cena, la institución de la Eucaristía y del nuevo Sacerdocio en el Cenáculo de Jerusalén. Es vuestra fiesta, porque en el Cenáculo estabais espiritualmente presentes también vosotros, a quienes se os ha dado participar en el Sacerdocio ministerial de Jesús. Soy la Madre de vosotros, Sacerdotes, porque me habéis sido confiados por Jesús, de una manera particular, en la persona de vuestro hermano Juan. Entrad hoy en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado. Abridme la puerta de vuestra casa sacerdotal para que pueda entrar en ella como Madre que os ama, os forma, y os guía, secundando también el deseo que hoy, con su carta, os ha comunicado mi Papa, el primer hijo de mi materna predilección. Este es el modo mas hermoso de vivir el Jueves Santo del Año Mariano, a Mí consagrado. Os conduzco, entonces, a realizar plenamente el misterio de amor de vuestro Sacerdocio; os ayudo a ser fieles a los compromisos que habéis asumido, en particular el del celibato; os señalo el camino que debéis recorrer, para corresponder a un don tan grande, que os ha sido dado por mi Hijo Jesús. Os llevo a ser Sacerdotes según su Corazón divino y misericordioso. —Por esto os hago crecer en una profunda intimidad de vida Conmigo, de manera simple y espontánea, para que pueda vivir con vosotros, en la morada de vuestra vida sacerdotal, como vivía con el apóstol Juan en su casa. Mirad cómo los niños se dejan conducir por su madre, siguen sus indicaciones, escuchan sus enseñanzas, lo esperan todo de ella. Obrad así también vosotros. Habituaos a hacerlo todo Conmigo: Cuando os levantáis, oráis, celebráis la Santa Misa, recitáis la Liturgia de las Horas, estáis absorbidos por vuestra actividad apostólica. Incluso cuando tratéis de hacer más hermosa a la Iglesia, queráis hacer cosas nuevas, hacedlo Conmigo, con espíritu de filial confianza y de habitual dependencia. Entonces, nada turbará jamás la paz de vuestro corazón. Aun cuando mi Adversario haga cuanto pueda para perturbaros, encontrará en tomo de vosotros una coraza impenetrable, estaréis siempre inmersos en una paz inalterable y os llevaré a la cima más alta de la quietud interior y de la contemplación. —Os conduzco también a una habitual intimidad de vida, de amor, de adoración, de acción de gracias y de reparación a Jesús presente en la Eucaristía. Con el ímpetu de la fe que os ilumina, con la llama del amor que os consume, con la fuerza de amantes sinceros, de centinelas vigilantes, debéis ir más allá de las apariencias, para experimentar en el alma la presencia de Jesús en la Eucaristía, porque, bajo el cándido velo de cada Hostia consagrada, Jesús está realmente presente entre vosotros. No le podéis ver: es como si estuvieseis aquí y Él estuviese del lado de allá de una puerta cerrada. Solamente este diafragma es lo que os impide verlo con los ojos, escucharlo con los oídos, de comunicaros con Él a través de los sentidos externos del cuerpo. Pero debéis ir más allá de las apariencias, para comunicaros con Él a través de las potencias del alma. La potencia del entendimiento hace que veáis a Jesús en el esplendor de su Cuerpo Glorioso como se me apareció a Mí después de su resurrección, todo luz, con un rostro encantador, con los cabellos de oro, con sus ojos de un azul intenso, con sus pies, que tanto caminaron por vosotros, iluminados aún por las llagas, que lo traspasaron, con una sonrisa de una bondad infinita y con su Corazón herido, del que brotaba una fuente luminosa de amor y de Gracia. Vedlo, con la luz del entendimiento, en el esplendor de su Divinidad. Jesús se os revelará aún más, se comunicará mayormente a vosotros y así lo contemplaréis de manera más bella que si lo pudieseis ver con los sentidos del cuerpo. La potencia de la voluntad os orienta a hacer siempre su divino Querer. Como una brújula se orienta hacia el polo norte, así vuestra voluntad es atraída irresistiblemente a su Querer. Cuando alguna vez os apartáis de esto, casi sin daros cuenta, existe en vosotros una fuerza que os vuelve a la justa dirección para que vuestra voluntad sea absorbida por su divina Voluntad. Vuestra mente, entonces, se ilumina cada vez más para pensar como Él piensa, querer lo que Él quiere, y así vivir en una intimidad de vida con Jesús que, en vuestra existencia sacerdotal, cumple aún hoy su divina misión de hacer la Voluntad del Padre: —”Yo vengo, oh Dios, a cumplir tu Voluntad. No la mía, sino hágase tu Voluntad.”— Con la potencia del amor sois atraídos irresistiblemente por su Corazón divino y misericordioso. Hijitos míos, que vuestro corazón se sumerja completamente en su Corazón Eucaristico para que podáis entrar en una personal intimidad de vida con Él. Jesús toma entonces vuestro pequeño corazón, lo abre, lo dilata, lo llena de su amor. Él ama en vosotros y vosotros amáis en Él y así os sumergís cada vez más en el vórtice estupendo de su divina y perfecta caridad. Y entonces, así como Juan era el apóstol predilecto, llamado a tener una profunda intimidad de vida con Jesús, viviente en su Cuerpo humano, así también vosotros os convertís en nuevos Juanes, llamados a tener una profunda intimidad de vida con su Cuerpo Glorioso, realmente presente en estado de víctima y escondido bajo las apariencias del Pan consagrado, que se custodia en cada Tabernáculo de la tierra. Hijos predilectos, buscad a Jesús para apagar vuestra sed de felicidad; id a Él para satisfacer vuestra gran necesidad de amor; reclinad también vosotros la cabeza sobre su corazón, para sentir sus latidos; vivid siempre con Él, vosotros a quienes se os llama a ser los Juanes de Jesús Eucaristico. —Os confío ahora mi materno deseo de que Jesús Eucaristico encuentre en vuestras Iglesias su casa Real, en donde los fieles le honren y adoren, allí donde también se encuentra perennemente rodeado de innumerables coros de Angeles, Santos y almas que se purifican. Buscad el modo de que al Santísimo Sacramento, también ahora, se le rodee de flores y de luces, como signos indicativos de vuestro amor y tierna piedad. Exponedlo frecuentemente a la veneración de los fieles; multiplicad las horas de pública adoración, para reparar la indiferencia, los ultrajes, los numerosos sacrilegios y la terrible profanación a que se le somete durante las misas negras, un culto diabólico y sacrilego, que cada vez se difunde más y que culmina con actos innombrables y obscenos hacia la Santísima Eucaristía. Por esto el mundo se halla inmerso en la noche más profunda, en las tinieblas del pecado y de la impureza, del egoísmo y del odio, de la avaricia y de la impiedad, y al presente parece que no exista ya nada capaz de detenerlo en su caída hacia un abismo sin fondo. Pero la hora de la gran justicia y de la divina misericordia ha llegado ya. A vosotros, mis Sacerdotes predilectos, a quienes se os llama a ser Luz del mundo, os incumbe ahora la misión de iluminar la tierra en estos días de densa oscuridad. Entonces os pido hoy que me dejéis entrar en la casa de vuestra vida sacerdotal, porque ha llegado también la hora del triunfo en vosotros del Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celeste.»